Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (39 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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—Datos que me vería obligado a transmitir inmediatamente al Departamento de la Flota.

—Por supuesto.

—Y después de que el Departamento de la Flota hubiera recibido esos datos... ¿Acabarían llegando a manos de Leia?

—Sí, y creo que bastante deprisa.

Ábaht asintió.

—Pensándolo bien, puede que los yevethanos ya lleven demasiado tiempo observando este despliegue de patrullaje —dijo después—. Si extiendo el perímetro de las rutas de patrullaje añadiéndole la mitad de la distancia máxima actual, quizá consiga que se pregunten por qué lo he hecho.

—Le agradezco muchísimo que haya prestado tanta atención a mis sugerencias, general —dijo Drayson, sonriendo afablemente—. Oh, y una cosa más...

—¿De qué se trata?

—Dado que probablemente todavía queden algunos días, o incluso semanas, de trabajo que hacer en este extremo de la línea, tal vez podría empezar a pensar si puede permitirse enviar una nave de pequeño tonelaje a cada uno de los sistemas habitados que todavía no cuentan con ningún tipo de protección.

—Estoy convencido de que ningún navío más pequeño que una fragata podría resistir un ataque inicial yevethano, y no dispongo de más navíos de esa clase de los que pueda prescindir en estos momentos —dijo Ábaht.

—Tiene razón, naturalmente —dijo Drayson—. Una corbeta o una patrullera de escolta probablemente no bastarían para disuadir a los yevethanos, y no cabe duda de que esa clase de navíos no podrían repeler un ataque de sus fuerzas. Es sólo que... Bueno, yo había pensado que su presencia tal vez pudiera llegar a tener un cierto valor simbólico...

Y entonces Ábaht comprendió de repente lo que le estaba diciendo Drayson en realidad. «Me acabas de decir que no recibiremos refuerzos a menos que debamos enfrentarnos a un ataque directo, ¿eh? Y en consecuencia, te gustaría que le tendiera una trampa a los yevethanos ofreciéndoles el cebo de una victoria fácil.»

—Sólo hay una cosa peor que dejar a esas poblaciones sin protección, y es engañarlas con una falsa ilusión de seguridad —replicó secamente Ábaht—. Y sólo hay una cosa peor que pedir a tus hombres que arriesguen sus vidas obedeciendo tus órdenes, y es enviarlos a una batalla que sabes no podrán ganar. Mis pilotos y mis tripulaciones no son símbolos, almirante Drayson..., y no los traicionaré reduciéndolos a esa condición.

—Comprendo sus sentimientos, general —dijo Drayson—, y los comparto. Pero le invito a que reflexione y a que decida si su situación actual en esa zona de patrullaje se diferencia en algo de la situación de un navío de escolta que estuviera en órbita alrededor de Dandalas o de Kktkt. Si los yevethanos atacaran su formación, muchos problemas quedarían enormemente simplificados.

—¿Me está diciendo que hemos sido enviados aquí para provocar a los yevethanos y conseguir que nos declaren la guerra?

—Le estoy diciendo que quizá debería decidir cuántos centímetros de brazo quiere meter en la boca del Rancor —replicó Drayson—. Zona Diecinueve, general. Sea cual sea su decisión final con respecto a los otros asuntos de los que hemos estado hablando, le ruego que no falte a esa cita.

La oficina de reclutamiento de los Cuarteles Generales de la Flota se encontraba justo al lado de la puerta principal, lo cual significaba que quedaba bastante lejos de la enfermería. Ackbar estaba un poco preocupado por el examen físico, pero no había conseguido persuadir a Plat Mallar de que esperase hasta el día siguiente. Aun así, la energía claramente visible en las largas zancadas de Mallar durante el trayecto hasta la oficina de reclutamiento parecía dar la razón al doctor Yintal y confirmar que su opinión de que el superviviente de Polneye podía ser dado de alta no estaba equivocada.

Cuando llegaron a la pequeña cúpula blanca adornada con la insignia de la Flota, Ackbar fue derrotado en una segunda discusión, esta vez sobre si debería acompañar a Mallar.

—He de entrar ahí sin que nadie me lleve cogido de la mano —había dicho Mallar—. Es muy importante para mí... No quiero ninguna compasión, ni ningún favor especial de viejos pilotos estelares.

—Como desee —había dicho Ackbar, rindiéndose ante la tozuda decisión del joven grannano.

El almirante fue a una zona de espera que normalmente sólo estaba ocupada por civiles y se permitió sentir una leve diversión ante la reacción de los sorprendidos oficiales de reclutamiento, que se apresuraron a saludarle.

Mallar llevaba casi una hora dentro, pero el proceso duraba unas dos. Y cuando volvió a aparecer, tenía un aspecto todavía más horrible que en los peores momentos de su convalecencia: sus ojos estaban tan vacíos como una crisálida abandonada por su ocupante, y toda la vida se había esfumado de ellos. Ackbar se levantó rápidamente y fue hacia él.

—¿Qué ha pasado? —preguntó—. Oh, da igual... Hay un deslizador en el puesto de guardia. Vamos: puedo llevarle a la enfermería en un abrir y cerrar de ojos.

—Me han rechazado —dijo Mallar, con el rostro lleno de dolorida perplejidad.

—¿Para el adiestramiento de pilotaje?

—Para cualquier cosa. Para todo. Me rechazó... No me han permitido ofrecerme voluntario para ningún puesto de servicio.

—Eso es absurdo —dijo Ackbar—. No se mueva de aquí.

Ackbar atravesó la sala de recepción y los cuartos en que tenían lugar las entrevistas dejando una estela de saludos sin responder detrás de él, y siguió adelante hasta llegar al despacho del supervisor de reclutamiento.

—¿Almirante Ackbar? —exclamó el supervisor, poniendo cara de sorpresa y levantándose rápidamente de su asiento cuando Ackbar entró sin ser anunciado—. Eh..., señor —añadió, y se apresuró a alzar su mano derecha en un rígido saludo militar.

—Mayor, uno de sus reclutadores acaba de entrevistar a un solicitante llamado Plat Mallar —dijo secamente Ackbar—. Quiero que ese reclutador venga ahora mismo a esta habitación para responder a unas cuantas preguntas.

—Inmediatamente, almirante. —El supervisor se inclinó sobre su comunicador y ladró una orden—. Si ha habido algún error lo lamento muchísimo, almirante...

La llegada de un teniente humano muy alto interrumpió sus disculpas, y Ackbar giró sobre sus talones e ignoró por completo al mayor.

—¿Cómo se llama? —preguntó Ackbar, fijándose en la insignia corelliana colocada encima del bolsillo derecho que ocupaba el lugar reservado para el prendedor de afiliación.

—Soy el teniente Warris, señor.

—¿Tendría la bondad de explicarme cuáles han sido sus acciones respecto a Plat Mallar? —preguntó Ackbar.

El oficial de reclutamiento titubeó durante unos momentos antes de responder.

—No le entiendo, señor... Mallar no reunía las cualificaciones necesarias —dijo Warris por fin en cuanto se hubo recuperado de su desconcierto inicial.

—¿No reunía las cualificaciones necesarias?

—No, señor —dijo Warris—. Las directrices de reclutamiento especifican con toda claridad que la educación primaria del solicitante debe haber sido impartida a través de una escuela o programa certificado. El programa de Plat Mallar ni siquiera figura en el sistema.

—Por supuesto que no, atontado... ¿Se ha dado cuenta de a qué especie pertenece?

—Sí, señor. Pero eso es otro problema, señor. Mallar no puede servir en la Flota porque no es ciudadano de la Nueva República. De hecho, en su caso hay algo todavía peor que el mero hecho de no ser ciudadano de la Nueva República: Mallar es ciudadano de Polneye, un planeta que oficialmente todavía está considerado como aliado del Imperio. No podía permitir que aprobara la entrevista de selección, señor. —El reclutador volvió la mirada hacia el mayor en busca de ayuda—. ¿Existen circunstancias especiales de las que no se me haya informado que puedan...?

—Almirante, el teniente Warris ha seguido los procedimientos habituales con toda corrección —dijo el mayor—. Si ese solicitante no dispone de un historial de ciudadanía verificable en algún mundo que forme parte de la Nueva República, ni siquiera podemos pensar en reclutarlo.

—¡Todo eso no son más que tonterías burocráticas! —exclamó Ackbar, cada vez más enfurecido y alzando la voz en una marea de justa indignación—. ¿Qué ha sido del saber juzgar el coraje de un hombre, su honor..., sus deseos de luchar y las razones que hay en su corazón? ¿Es que ahora todos los solicitantes han de salir del mismo molde inmutable, igual que si fueran soldados de las tropas de asalto, para poder obtener su aprobación? —Despidió al reclutador con un gesto de la mano—. Váyase.

Warris se fue, visiblemente aliviado al verse expulsado tan bruscamente por su superior, mientras Ackbar concentraba su atención en el supervisor.

—Almirante, si pudiera proporcionarnos un contexto que justificara su interés en este caso, le aseguro que reconsideraríamos la solicitud...

—Un contexto —repitió Ackbar con incredulidad—. ¿No basta con que un hombre esté dispuesto a ponerse un uniforme y a luchar al lado de personas a las que nunca ha visto, sólo porque comparte un ideal con ellas? Ah, no, su oferta debe proceder del contexto adecuado, y sus documentos escolares deben estar en orden, y sus brazos no han de ser demasiado largos, y su tipo sanguíneo debe estar registrado en los bancos de datos de los equipos médicos de combate. —Ackbar meneó la cabeza, sintiéndose cada vez más disgustado—. Cómo han cambiado las cosas... Todavía puedo acordarme de un tiempo en el que nos alegrábamos de que hubiera alguien dispuesto a luchar junto a nosotros, fuera quien fuese.

—Almirante... Tiene que haber algunas normas, algunos patrones que...

El mayor estaba empleando un tono apaciguador, y Ackbar no estaba dispuesto a dejarse calmar por él.

—Mayor, pregúntese cuántos de aquellos a los que actualmente consideramos héroes de la Rebelión, y no me estoy refiriendo únicamente a los nombres conocidos por todos, habrían reunido las cualificaciones necesarias para luchar por su libertad bajo sus reglas —dijo con más ferocidad que nunca—. Y después pregúntese si esa respuesta no hace que su rostro acabe de adquirir un aspecto bastante parecido al de la cloaca intestinal de un nerf.

Ackbar giró sobre sus talones y salió del despacho sin esperar una réplica, y mucho menos un saludo.

Antes de que hubiera recorrido la mitad del pasillo, Ackbar ya estaba lamentando su estallido emocional y empezaba a temer haber hecho el ridículo. Pero lo que encontró cuando llegó a la zona de espera hizo que todas esas preocupaciones se desvanecieran para ser sustituidas por una profunda tristeza.

Pues Ackbar vio que todos los asientos de la zona de espera estaban vacíos. Al parecer Plat Mallar había quedado tan destrozado por el rechazo que no le había esperado. Sin decir ni una palabra al recepcionista o al centinela, el joven superviviente se había marchado de la oficina de reclutamiento, había salido por la puerta principal y se había esfumado en la ciudad.

Ackbar se volvió hacia el centinela de la puerta y señaló el puesto de guardia con un dedo.

—Voy a necesitar ese deslizador.

12

Por sus experiencias en Coruscant y Mon Calamari, el almirante Ackbar sabía que la frontera que separaba el círculo interior del poder del círculo exterior en cualquier gobierno era el acceso. Si formabas parte del círculo interior, podías acceder a la presidencia siempre que lo desearas, yendo por un pasillo privado y entrando en su despacho a través de la puerta de atrás. Cuando quería verte, la presidencia hablaba directamente contigo. Cuando enviabas una carta, siempre obtenías una respuesta personal.

Ackbar había disfrutado de esa posición durante toda la carrera presidencial de Leia, como jefe de Estado bajo el gobierno provisional primero y como presidente de la Nueva República después. Incluso teniendo en cuenta que la administración de Leia era de una naturaleza relativamente abierta, eso hacía que formara parte de un grupo muy selecto.

La puerta privada siempre estaba abierta para Han, naturalmente; para Mon Mothma, que había preferido mantenerse alejada del palacio después de que un intento de asesinato, que estuvo a punto de acabar con su vida, hiciera que decidiese renunciar a la presidencia; para Nanaod Engh que, sin haber llegado a ser un verdadero amigo íntimo de Leia, la visitaba prácticamente cada día debido a sus responsabilidades; y para Behn-kihl-nahm, aunque éste era demasiado educado para no observar los protocolos de los altos niveles gubernamentales; y para Tarrik y Alóle...; y para Ackbar.

O así había sido antes de que las negociaciones con los yevethanos se hubieran ido complicando hasta convertirse en una crisis. Pero Ackbar había quedado considerablemente afectado por el descubrimiento de que ya no podía entrar en la residencia presidencial, de que su llave de acceso había sido desactivada y que su posición como miembro de la familia le había sido súbitamente retirada. En consecuencia, había decidido que trataría de acceder al complejo presidencial del decimoquinto nivel por la puerta delantera, y había intentado prepararse para otro brusco rechazo.

Pero los guardias de seguridad que flanqueaban la entrada no movieron ni un músculo para detener a Ackbar, y aunque el personal administrativo dio algunas leves señales de sorpresa al verle allí, nadie se levantó para impedir que fuera hacia los despachos de la parte de atrás.

—Buenos días, almirante —dijo Alóle, alzando la mirada de su gran escritorio con una sonrisa en los labios—. Adelante; la princesa está repasando las transcripciones del debate senatorial de la semana pasada en su sala de conferencias.

Cuando llegó al umbral que separaba el despacho de recepción de la sala de conferencias, Ackbar titubeó. Leia estaba inmóvil al fondo de la habitación, dándole la espalda y rodeándose el cuerpo con los brazos mientras mantenía la mirada levantada hacia su holovisor. La pantalla mostraba la imagen del senador Tuomi. El senador hablaba en un tono enérgicamente razonable, y sus palabras eran sutilmente inflamatorias.

—¿Sigue estando abierta esta puerta para mí?

La potente voz de Ackbar retumbó en la habitación.

Leia dio la espalda a Tuomi sólo el tiempo suficiente para lanzar una rápida mirada por encima de su hombro.

—Si no ha tenido que usar su desintegrador para que Tarrik le dejara pasar, entonces la puerta sigue estando abierta.

—Intentaré recordar que la presencia de armas en la zona de recepción puede tener un significado oculto.

Leia pulsó la tecla de parada de la grabación y se volvió hacia Ackbar.

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