Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (53 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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Poco después, la Tampion empezaba a alejarse de sus escoltas para seguir un nuevo curso, remolcada junto a uno de los navíos esféricos mediante un rayo de tracción. Enfurecido ante su impotencia, tan completa y total que ni siquiera podía enviar una transmisión a los otros pilotos, Plat Mallar vio cómo las dos naves saltaban hacia los mundos de la Liga de Duskhan. El Cúmulo de Koornacht ocupaba todo el cielo a estribor de su nave, extendiéndose junto a ella como un inmenso cuadro que mostrara un enjambre de chispas ardiendo en la noche.

Mallar nunca había estado tan seguro de que iba a morir como cuando la lanzadera se desvaneció en el hiperespacio. Los cazas estaban impotentes, y cualquiera de las cinco naves restantes habría podido acabar con ellos en un instante.

Pero las cinco naves maniobraron con grácil rapidez hasta adoptar una formación en V, con el Interdictor ocupando la punta. Unos momentos después saltaron del punto de emboscada, con su misión aparentemente completa.

«¿Por qué nos han dejado con vida?», se preguntó Mallar.

La respuesta llegó casi de inmediato, e hizo que sintiera un escalofrío de horror. «Para que podamos contarle a la Flota y a Coruscant lo que le ha ocurrido al comodoro —pensó—. Para que sepan que los yevethanos tienen en su poder a Han Solo...»

Han fue llevado ante Nil Spaar no como un trofeo, sino como un objeto de curiosidad.

El encuentro tuvo lugar en privado, con nadie más presente salvo los guardias de Han —dos machos yevethanos inmensamente fuertes que no llevaban armas y, teniendo en cuenta la solidez de las ataduras de Han, no parecía muy probable fueran a necesitarlas—, y se desarrolló en un lugar bastante sorprendente; aquel recinto no era una sala del trono o una arena de humillación para los vencidos, sino una cámara recubierta de losetas con agujeros de drenaje en el suelo y válvulas expulsoras de líquido sobresaliendo de la parte de arriba de las paredes. A Han le recordó una sala de duchas, o un matadero..., y enseguida deseó no haber pensado en la segunda posibilidad.

Mientras el virrey yevethano iba trazando un lento círculo alrededor de su prisionero, pareció mostrar un interés especial por los morados y quemaduras de fricción que Han había adquirido al resistirse cuando los soldados yevethanos abordaron el Tampion. Nil Spaar se inclinó sobre él para estudiar las marcas, pero se aseguró de que no tocaba en ningún momento a Han ni siquiera con sus manos enguantadas.

—Eres el compañero de Leia.

—Vaya, veo que el gran secreto ha dejado de serlo —dijo Han, decidiendo que intentaría hacerse una idea de cómo era realmente su captor—. Y tú eres Nil Spaar. He oído hablar mucho de ti, y todo lo que decían era malo... Has pasado a ocupar el primer lugar de mi lista de personas menos favoritas. Tuve que borrar a Jabba el Hutt de la lista para hacerte sitio. Me parece que debo decirte que mi gran meta en la vida es sobrevivir a todos los nombres de la lista. Ya casi lo había conseguido antes de que reemplazaras a Jabba.

El gobernante yevethano no parecía estar prestando ninguna atención a las provocaciones de Han.

—¿Qué clase de alimaña eres?

—Creo que te has equivocado de palabra. La palabra que deberías emplear es «escoria», como por ejemplo en «escoria corelliana» —replicó Han—. También me han llamado «pirata», «contrabandista», «lacayo asqueroso», «lamesapos», «delincuente» y unas cuantas cosas más. Pero en el sitio del que vengo no todos esos apelativos son considerados como formas corteses de dirigirse a alguien, claro está..., así que no siempre reacciono muy cortésmente cuando oigo que me insultan. Sólo para que lo sepas, «alimaña» probablemente también debería considerarse como un insulto.

—Eres más fuerte que ella —dijo Nil Spaar, inclinando levemente la cabeza hacia un lado—. ¿Por qué haces lo que te dice? ¿Por qué no eres tú quién manda?

Han respondió con una mirada despectiva y un meneo de cabeza.

—Iba a decirte que capturarme ha sido el mayor error de toda tu vida —replicó—. Ahora veo que es el segundo gran error. Has juzgado equivocadamente a Leia desde el principio. Mi esposa tal vez sea la persona más fuerte que he conocido jamás..., y ahora vas a descubrirlo por las malas.

Nil Spaar no dijo nada y se retiró hasta el otro extremo de la cámara, como si se dispusiera a marcharse. Después hizo una seña a los guardias y pronunció unas cuantas palabras en un idioma desconocido para Han. Un guardia se apartó de Han y se colocó junto al muro. El otro guardia, con las crestas de sus sienes repentinamente hinchadas, se plantó delante de Han..., y cayó sobre él en un movimiento tan vertiginosamente veloz que Han no pudo esquivar su ataque.

El golpe cayó sobre su brazo derecho, justo encima de la quemadura de desintegrador causada por el único y apresurado disparo que el capitán Sreas había conseguido efectuar, y que había acabado dando en un blanco equivocado. La fuerza del impacto incrustó el hueso en la articulación del hombro, dejándole el brazo repentinamente insensible. El siguiente puñetazo fue dirigido hacia su rostro, y Han consiguió suavizar el impacto volviendo la cabeza. Pero aun así el golpe resultó terriblemente doloroso.

La paliza casi parecía ser una especie de experimento. Nil Spaar permaneció inmóvil y la observó con expresión impasible, como si estuviera esperando que ocurriera algo..., con una curiosidad casi clínica, y sin dar ninguna muestra de regocijo o satisfacción. Han incluso llegó a preguntarse si el guardia habría visto a algún ser humano con anterioridad e intentó fijarse en cómo y dónde era golpeado, pensando que eso podía ofrecerle alguna pista sobre las vulnerabilidades de los yevethanos.

Su intento de observar aquel brutal castigo como si estuviera siendo administrado a otro duró hasta que un puñetazo asestado en la cabeza dejó a Han yaciendo de costado en el suelo y con hilillos de sangre fluyendo de su nariz y su boca. Entonces Nil Spaar dio una seca orden al guardia, quien retrocedió inmediatamente. El virrey fue hacia Han, se acuclilló junto a él y contempló sus lesiones con visible curiosidad. Nil Spaar extendió una mano enguantada y sumergió las puntas de los dedos en el charquito de sangre que se iba extendiendo junto a la cabeza de Han. El virrey se llevó el guante a la cara y agitó los dedos ensangrentados en el aire por delante de las protuberancias óseas de su cara, como si los estuviera olisqueando.

—¿Esto es tu sangre? Parece como si tuvieras agua en las venas..., igual que todas las alimañas —dijo Nil Spaar—. Sí, es como el agua... No hace que el corazón se hinche y empiece a latir más deprisa. No alimenta a los
maranas
. No hace madurar el receptáculo de nacimiento. No entiendo por qué Leia se ha entregado a ti. No entiendo por qué no has muerto sin haberte apareado.

Después se irguió, se quitó los guantes y los dejó caer sobre las losetas.


Tar tnakara
—dijo, volviéndose hacia los guardias—.
Talbran.

Los dos guardias se arrodillaron ante el virrey y le ofrecieron su cuello.


Ko, darama
—murmuraron.

Cuando Nil Spaar se hubo marchado, los guardias limpiaron a Han y a la cámara, aplicando la misma diligencia e idéntico vigor a los dos trabajos, y después se lo llevaron para devolverlo a la celda en la que le estaban aguardando el teniente Barth y el cuerpo del capitán Sreas.

El almirante Ackbar volvió a entrar en la sala familiar con el rostro todavía más sombrío que cuando había salido de ella unos momentos antes.

Miró a Leia, que estaba sentada en el suelo, rodeando a Jaina con los brazos mientras le murmuraba palabras de consuelo y esperanza, y supo que aquellas palabras jamás podrían atravesar el muro de angustia que se había elevado alrededor del corazón de Leia.

—Leia... —dijo Ackbar, y carraspeó para aclararse la garganta—. ¿Podría venir conmigo, por favor? Hay algo que debe hacer, y me temo que no puede esperar.

Leia le dirigió una mirada quejumbrosa cuyo significado no podía estar más claro: «No, por favor... Basta ya». Pero permitió que Winter se llevara a Jaina y siguió a Ackbar hasta el patio.

—¿Ha sabido algo más sobre Han? ¿Han dicho algo los yevethanos?

Ackbar meneó la cabeza y señaló el camino que llevaba hasta la entrada, donde un mensajero esperaba inmóvil al otro lado de la verja.

Leia le lanzó una mirada de incredulidad y echó a caminar por el sendero hasta llegar al androide de seguridad, que permanecía vigilantemente inmóvil junto a la puerta.

—Princesa Leia, he sido enviado por el presidente en funciones del Consejo de Gobierno del Senado para entregarle personalmente esta convocatoria.

Leia alargó la mano y aceptó el sobre que le ofrecía. Mientras lo tomaba, vio a Behn-kihl-nahm aguardando en silencio a un par de metros detrás del mensajero, medio oculto entre las sombras.

—Lo siento —dijo Behn-kihl-nahm, dando un paso hacia adelante—. No he podido hacer nada para impedirlo.

—Deja entrar a Bennie —dijo Leia, volviéndose hacia el androide y retrocediendo para hacerle sitio en el camino—. ¿Quién? ¿Quién ha podido ser capaz de hacerme esto ahora?

El rostro de Behn-kihl-nahm se frunció en una mueca de indecisión, como si no quisiera responder a esa pregunta.

—La convocatoria ha sido solicitada por Beruss.

El viejo amigo de Bail Organa, y el segundo mejor aliado de Leia después de Bennie... El nombre cayó sobre ella con el impacto de un puñetazo e hizo que se tambaleara.

—¿Por qué? —preguntó con voz quejumbrosa.

—Doman opina que ha llegado el momento de que alguien que no esté involucrado de una manera tan personal en todo este asunto empiece a tomar las decisiones —dijo Behn-kihl-nahm con dulzura—. Espera que lo comprendas y que sepas aceptarlo. Teme que puedas actuar... de una manera excesivamente precipitada.

—Así que teme que pueda actuar de una manera excesivamente precipitada, ¿verdad? —Su carcajada estaba teñida de amargura—. Oh, qué bien me conoce... Nada me gustaría más que enviar a la Quinta Flota para que borrara a los yevethanos de la superficie de N'zoth. Pero ¿cómo puedo hacerlo? ¿Acaso puedo hacer algo, Bennie? —preguntó, y su voz suplicaba una respuesta—. Los yevethanos tienen a mi esposo. El padre de mis hijos está en manos de Nil Spaar.

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