Un trabajo muy sucio (15 page)

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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, Fantástico

BOOK: Un trabajo muy sucio
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—Vaya, eso ha sido un golpe bajo.

—Bienvenido a mi mundo, Asher.

—No puedes decírselo a nadie, lo sabes, ¿no?

—Como si a alguien le importara lo que hagas con tus jerbos.

—¡Hámsteres! No me...

—Tranquilo, Asher. —Lily soltó una risilla—. Sé lo que quieres decir. No voy a decírselo a nadie, menos a Abby, que ya lo sabe. Pero a ella no le importa. Ha conocido a un tío y dice que es su señor oscuro. Está en esa fase en la que una cree que una polla es una especie de legendaria varita mágica.

Charlie cambió de posición la jaula de los hámsteres, azorado.

—¿Las chicas pasáis por una fase así? —¿Por qué estaba escuchando todo aquello? Hasta los hámsteres parecían incómodos.

Lily giró sobre un talón y echó a andar calle arriba.

—No pienso hablar de eso contigo.

Charlie se quedó allí parado y la vio alejarse mientras sostenía en equilibrio los hámsteres y su bastón espada, completamente inservible, y al mismo tiempo intentaba sacarse el teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta. Necesitaba ver aquel libro y necesitaba verlo antes de la hora que tardaría en llegar a casa.

—¡Lily, espera! —gritó—. Voy a llamar a un taxi. ¡Te llevo!

Ella hizo un gesto de despedida sin mirarlo y siguió andando. Mientras esperaba a que la compañía de taxis contestara, Charlie oyó una voz y cayó en la cuenta de que se había parado justo encima de una alcantarilla. Hacía más de un mes que no oía las voces y pensaba que a lo mejor se habían ido.

—Ella también será nuestra, Carne. Ya es nuestra.

Charlie notó que el miedo le subía por la garganta como si fuera bilis. Cerró de golpe el teléfono y corrió detrás de Lily, con el bastón haciendo ruido y los hámsteres dando botes.

—¡Lily, espera! ¡Espera!

Ella se volvió rápidamente y su peluca fucsia se giró solo un cuarto, en vez de la mitad, de modo que tenía la cara cubierta de pelo cuando dijo:

—Una de esas tartas de helado de Treinta y un Sabores, ¿vale? Después de eso, la desesperación y la nada.

—Pondremos eso en la tarta —contestó Charlie.

Capítulo 11
A veces, las chicas se ponen un poco tenebrosas

Al final,
El gran libro de la muerte
resultó no ser ni tan grande, ni tan exhaustivo. Charlie lo leyó una docena de veces, tomó notas, hizo fotocopias, buscó en Internet referencias a las cosas que se mencionaban, pero todo el material que contenían aquellas veintiocho páginas profusamente ilustradas se reducía a esto:

1. Enhorabuena, has sido elegido para hacer de Muerte. Es un trabajo muy sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Tu deber consiste en recuperar las vasijas de las almas de los muertos y moribundos y ocuparte de que lleguen a su siguiente encar-nación. Si fracasas, las tinieblas cubrirán el mundo y reinará el caos.

2. Hace algún tiempo, el Luminatus, o la Gran Muerte, que mantenía el equilibrio entre la luz y la oscuridad, cesó de existir. Desde entonces, las Fuerzas de la Oscuridad tratan de levantarse desde el mundo subterráneo. Tú eres lo único que se interpone entre ellas y la destrucción del alma colectiva de la humanidad.

3. Para contener a las Fuerzas de la Oscuridad, necesitarás un lápiz del número dos y un calendario, preferiblemente uno sin fotografías de gatitos.

4. Te llegarán nombres y números. El número es cuántos días tienes para recuperar la vasija del alma. Reconocerás las vasijas por su resplandor carmesí.

5. No le digas a nadie lo que haces o las Fuerzas de la Oscuridad etcétera, etcétera, etcétera.

6. Puede que la gente no te vea cuando desempeñas tus obliga-ciones como Muerte, así que ten cuidado al cruzar la calle. No eres inmortal.

7. No busques a otros. No vaciles en tus deberes o las Fuerzas de la Oscuridad destruirán todo lo que te importa.

8. Tú no causas la muerte, ni la impides, eres un servidor del destino, no su agente. No te des tantos aires.

9. Bajo ninguna circunstancia dejes que la vasija de un alma caiga en manos de los de abajo... porque sería fatal.

Pasaron unos meses antes de que Charlie volviera a atender la tienda a solas con Lily. Ella le preguntó:

—¿Conseguiste un lápiz del número dos?

—No, tengo un lápiz del número uno.

—¡Serás capullo! Despierta, Asher, las Fuerzas de la Oscuridad...

—Si el equilibrio del mundo es tan precario sin ese Luminatus que el hecho de que yo compre un lápiz con la mina un punto más dura va a precipitarnos en el abismo, a lo mejor ya va siendo hora de que eso pase.

—¡Vamos, vamos, vamos! —canturreó Lily como si intentara controlar a un caballo espantado—. Una cosa es que yo sea una nihilista y todo eso. Para mí es una especie de afirmación de estilo. Tengo ropa a tono. Pero tú no puedes estar loco por irte a la tumba con uno de esos absurdos trajes de Savile Row.

Charlie se sintió orgulloso porque Lily se hubiera fijado en que llevaba uno de sus costosos trajes de segunda mano de Savile Row. La chica estaba aprendiendo el oficio, a pesar de sí misma.

—Estoy harto de tener miedo —dijo—. Me he enfrentado a las Fuerzas de la Oscuridad o lo que sean ¿y sabes qué, Lily? Que estamos a la par.

—¿Conviene que me cuentes esto? Porque el libro decía...

—Creo que yo soy distinto a lo que dice el libro, Lily. El libro dice que no causo la muerte, pero dos personas han muerto más o menos por culpa de mis actos.

—Repito, ¿conviene que me cuentes esto? Como tú mismo has dicho muchas veces, soy una cría y además una loca irresponsable. Es una loca irresponsable, ¿no? Nunca te hago mucho caso.

—Tú eres la única que lo sabe —dijo Charlie—. Y ya tienes diecisiete años, no eres una cría, eres una mujer joven.

—No me jodas, Asher. Si sigues hablando así, me haré otro
piercing
, tomaré rayos uva hasta que esté deshidratada como una momia, hablaré por el móvil hasta que se me muera la batería y me buscaré un tío pálido y flacucho y se la chuparé hasta que se ponga a gritar.

—Entonces ¿será como un viernes cualquiera? —preguntó Charlie.

—Lo que yo haga los fines de semana es asunto mío.

—Ya lo sé.

—¡Pues, entonces, cállate!

—¡Estoy harto de tener miedo, Lily!

—¡Pues deja de tener miedo, Charlie!

Los dos miraron para otro lado, avergonzados. Lily fingió hojear los recibos de ese día, mientras Charlie hacía como que buscaba algo en lo que él llamaba su bolso de paseo y Jane su mariconera.

—Perdona —dijo Lily sin levantar la vista de los recibos.

—No importa —contestó Charlie—. Yo también lo siento.

Todavía sin levantar los ojos, ella dijo:

—Pero, en serio, ¿conviene que me cuentes esas cosas?

—Seguramente no —respondió él—. Pero es que es una carga muy grande. Una especie de...

—¿Trabajo sucio? —Lily lo miró con una sonrisa.

—Sí —Charlie sonrió, aliviado—. No volveré a sacar el tema.

—No, si no pasa nada. Mola bastante.

—¿En serio? —Charlie no recordaba que nadie hubiera dicho que sus cosas molaban. Estaba conmovido.

—No me refería a ti, sino a ese rollo de la Muerte.

—Sí, ya —dijo Charlie. Sí, en cuanto a molar, era un fenómeno: su marcador seguía arrojando un cero—. Pero tienes razón, es peligroso. No volveremos a hablar de mi... eh... pasatiempo.

—Y yo nunca volveré a llamarte Charlie —dijo Lily—. Nunca jamás.

—De acuerdo —contestó él—-. Haremos como si esto nunca hubiera pasado. Excelente. Muy bien dicho. Vuelve a adoptar tu desprecio apenas velado.

—Vete a tomar por culo, Asher.

—¡Esa es mi niña!

A la mañana siguiente, cuando salió a dar su paseo, lo estaban esperando. Charlie se lo temía, y no se llevó un chasco. Se había pasado por la tienda para recoger un traje italiano que acababa de recibir y un encendedor para puros que llevaba dos años languideciendo en la vitrina de las curiosidades y que guardó en su bolso junto con el oso de porcelana refulgente que contenía el alma de una persona muerta hacía tiempo. Salió a la calle, se quedó parado justo encima de la boca del sumidero y saludó con la mano a los turistas que pasaban en el funicular.

—¡Buenos días! —dijo alegremente. Cualquiera que lo viera pensaría que estaba saludando al día, porque por allí no había nadie.

—Le arrancaremos los ojos como ciruelas maduras —siseó una voz de mujer desde el sumidero—. Haznos subir, Carne. Haznos subir para que bebamos a lengüetazos la sangre del boquete que vamos a abrirte en el pecho.

—Y para que trituremos tus huesos como caramelos con nuestras mandíbulas —añadió otra voz, también femenina.

—Sí —dijo la primera voz—, como caramelos.

—Sí —añadió una tercera.

Charlie notó que se le ponía la carne de gallina en todo el cuerpo, pero se sacudió aquella sensación y procuró mantener la voz firme.

—Pues hoy sería un buen día para eso —dijo—. Estoy como nuevo porque he dormido en una cama estupenda, con mi edredón de plumas. No como otras, que se pasan la noche en una alcantarilla.

—¡Cabrón! —siseó un coro de mujeres.

—Bueno, ya hablaremos en la siguiente manzana.

Subió tranquilamente por la calle, adentrándose en el barrio chino. Paseaba con aplomo por la acera con su bastón espada y el traje metido en una bolsa ligera que llevaba echada al hombro. Intentó silbar, pero pensó que tal vez fuera un poco tópico. Cuando llegó a la siguiente esquina, ellas ya estaban allí.

—Voy a sorberle el alma a la niña por la fontanela mientras tú miras, Carne.

—¡Um, qué bonito! —dijo Charlie mientras apretaba los dientes y procuraba no parecer tan horrorizado—. Ya gatea bastante bien, así que no te saltes el desayuno ese día, porque, como tenga su cuchara de goma, seguramente te dará una paliza.

Se oyó un chillido de ira procedente de la alcantarilla y una cháchara áspera y sibilante.

—No puede decir eso. ¿Verdad? ¿Es que no sabe quiénes somos?

—En el siguiente cruce, a la izquierda. Nos vemos allí.

Un joven chino vestido de
hip-hop
miró a Charlie y se hizo rápidamente a un lado como si no quisiera contagiarse de la locura que aquejaba a aquel
Lo pak
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tan bien vestido. Charlie se tocó la oreja y dijo:

—Disculpa. Auriculares inalámbricos.

El chico asintió con la cabeza bruscamente, como si ya lo supiera y, a pesar de las apariencias en sentido contrario, no se hubiera tropezado al oírle, sino que se hubiera quedado más fresco que un malvado hijo de perra, así que no me toques las narices, mamón. Cruzó con el semáforo en rojo, renqueando un poco bajo el peso del subtexto.

Charlie entró en la tintorería El Dragón Dorado. El señor Hu, que atendía el mostrador y a quien Charlie conocía desde los ocho años, lo saludó tensando cálida y expansivamente la ceja izquierda, lo cual era su forma habitual de saludar y un buen indicio para que Charlie supiera que aún seguía vivo. Un cigarrillo humeaba al final de una larga boquilla negra inserta en su dentadura.

—Buenos días, señor Hu —dijo Charlie—. Hace un día precioso, ¿eh?

—¿Traje? —dijo el señor Hu con la vista clavada en el traje que Charlie se había echado al hombro.

—Sí, hoy solo uno —contestó Charlie. Llevaba a limpiar sus mejores mercancías a El Dragón Dorado y desde hacía unos meses, con toda la ropa de difuntos que había recibido, les proporcionaba mucho trabajo. Les encargaba también los arreglos de su ropa, pues el señor Hu era considerado el mejor sastre con tres dedos de la costa oeste, y quizá del mundo entero. Hu Tres Dedos, lo llamaban en el barrio chino, aunque, para hacerle justicia, tenía ocho en realidad: solo le faltaban los dos más cortos de la mano derecha.

—¿Arreglo? —preguntó Hu.

—No, gracias —dijo Charlie—. Este es para revender, no para mí.

Hu agarró el traje, le puso una etiqueta y luego gritó en mandarín:

—¡Un traje para el Diablo Blanco! —Y una de sus nietas salió corriendo de la parte de atrás, cogió el traje y desapareció más allá de la cortina antes de que Charlie pudiera verle la cara.

—Un traje para el Diablo Blanco —le repitió a alguien en la trastienda.

—Miércoles —dijo Hu Tres Dedos. Dio a Charlie el recibo.

—Otra cosa... —dijo Charlie.

—De acuerdo, martes —repuso Hu—, pero sin descuento.

—No, señor Hu, sé que hace mucho tiempo que no lo necesito, pero me preguntaba si todavía tiene usted su otro negocio.

El señor Hu cerró un ojo y se quedó mirándolo un momento antes de contestar.

—Venga —dijo por fin, y desapareció tras la cortina dejando a su espalda una nube de humo de tabaco.

Charlie lo siguió por la trastienda, a través de un infierno ruidoso y humeante de líquidos limpiadores y máquinas de planchar por el que pululaba una docena de escurridizos empleados, hasta un despacho que había al fondo, minúsculo y recubierto de contrachapado, cuya puerta Hu cerró con llave para llevar a cabo su transacción, como hicieran por primera vez hacía más de veinte años.

La primera vez que Hu Tres Dedos condujo a Charlie Asher a través de la tenebrosa trastienda de la tintorería El Dragón Dorado, el macho beta, que entonces contaba diez años, estaba convencido de que el chino iba a secuestrarlo y a venderlo como esclavo tintorero, a hacerlo picadillo y a convertirlo en dim sum, o a obligarlo a fumar opio y a enfrentarse simultáneamente a cincuenta luchadores de kung fu mientras aún estaba en pijama (a la edad de diez años, Charlie tenía una noción muy somera de la cultura de sus vecinos); pero a pesar de su miedo se sentía impulsado por una pasión que llevaba arraigada en sus genes millones de años: la búsqueda del fuego. En efecto, fue un macho beta sumamente habilidoso quien descubrió el fuego, aunque, como era de esperar, un macho alfa se lo arrebatara casi enseguida (los alfa fracasaron en el descubrimiento del fuego, pero, como no entendían que no había que agarrar el palo por el lado caliente y anaranjado, se les atribuye en cambio la invención de la quemadura de tercer grado). Pese a todo, la chispa originaria brilla todavía en las venas de todo macho beta. Mientras que los chavales alfa se dan muy pronto a las chicas y el deporte, los beta siguen dedicándose a la pirotecnia hasta bien entrada la adolescencia y a veces incluso pasada esta. Quizá los machos alfa dirijan los ejércitos de este mundo, pero son los beta quienes hacen saltar las cosas por los aires.

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