Un trabajo muy sucio (12 page)

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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, Fantástico

BOOK: Un trabajo muy sucio
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—¿Por qué?

—Porque creemos que en parte es lo que las atrae. Se supone que no podemos tener ningún contacto entre nosotros. Tardamos un tiempo en darnos cuenta. En aquel entonces yo solo había encontrado a seis mercaderes en la ciudad, y una vez por semana quedábamos para comer, hablábamos de lo que sabíamos, comparábamos impresiones... Fue entonces cuando empezamos a ver las primeras sombras. De hecho, solo por si acaso, esta será la última vez que tú y yo tengamos contacto. —El señor Fresh volvió a encogerse de hombros y empezó a desatar a Charlie mientras se decía:
Todo cambió aquel día en el hospital. Este tío lo ha cambiado todo y yo voy a mandarlo ahí fuera como un borrego al matadero. O puede que el que vaya a armar una matanza sea él. Este tío podría ser el auténtico...

—Espera, yo no sé nada —le suplicó Charlie—. No puedes mandarme por ahí a hacer una cosa así sin ponerme en antecedentes. ¿Qué pasa con mi hija? ¿Cómo sé a quién tengo que venderle las almas? —Estaba angustiado e intentaba preguntarlo todo antes de que Fresh lo desatara—. ¿Qué son los números que aparecen debajo de los nombres? ¿Tú recibes los nombres así? ¿Cuánto tiempo tengo que dedicarme a esto antes de jubilarme? ¿Por qué siempre vas vestido de verde menta? —Mientras el señor Fresh le desataba un tobillo, Charlie intentaba atarse el otro a la silla.

—Por mi nombre —dijo el señor Fresh.

—¿Cómo dices? —Charlie dejó de atarse.

—Visto de verde menta por mi nombre. Me llamo Minty.

Charlie olvidó por completo sus preocupaciones.

—¿Minty? ¿Te llamas Minty Fresh?
8

Pareció que intentaba sofocar un estornudo, pero soltó una estruendosa carcajada. Luego agachó la cabeza.

Capítulo 9
El dragón, el oso y el pez

En el pasillo del segundo piso del edificio de Charlie, se estaba celebrando una conferencia entre las dos grandes potencias asiáticas: la señora Ling y la señora Korjev. La señora Ling, como tenía a Sophie cogida en brazos, estaba en posesión de la ventaja estratégica, mientras que la señora Korjev, que le doblaba el tamaño, contaba con la amenaza de la capacidad de represalia masiva. Lo que aquellas dos mujeres tenían en común, aparte de ser viudas e inmigrantes, era un profundo amor por la pequeña Sophie, un dominio precario del idioma inglés y una apasionada falta de confianza en la capacidad de Charlie Asher para criar solo a su hija.

—Hoy está enfadado cuando se marcha. Como un oso —dijo la señora Korjev, que mostraba una compulsión atávica hacia los símiles osunos.

—Dice que nada de cerdo —respondió la señora Ling, que se limitaba a los verbos ingleses en presente como muestra de devoción hacia sus creencias budistas, o eso afirmaba—. ¿Quién da cerdo al bebé?

—El cerdo es bueno para la niña. Hace crecer fuerte —dijo la señora Korjev, quien se apresuró a añadir—: como un oso.

—Dice que el bebé se convierte en un shih tzu. Un shih tzu es un perro. ¿Qué clase de padre cree que niñita convertirse en un perro? —La señora Ling se mostraba especialmente protectora con las niñas pequeñas, pues había crecido en una provincia de China en la que cada mañana un hombre con un carro se pasaba a recoger los cuerpos de las niñas que habían nacido durante la noche y habían sido arrojadas a la calle. Ella había tenido suerte, porque su madre se había escapado con ella al campo y se había negado a volver a casa hasta que la nueva hija fuera aceptada en la familia.

—Un shih tzu no —puntualizó la señora Korjev—. Una
shiksa
.

—Vale, una
shiksa
. Pero un perro es un perro —dijo la señora Ling—. Es irresponsable —La señora Ling no pronunció ni una sola «r» de «irresponsable».

—Es una palabra
yiddish
, quiere decir que la niña no es judía. Rachel era judía, ¿sabe usted? —La señora Korjev, a diferencia de los inmigrantes rusos que quedaban en el vecindario, no era judía. Su familia era oriunda de las estepas de Rusia y ella descendía, de hecho, de cosacos, a los que no suele tenerse por pueblo amigo de los judíos. Ella había intentando compensar los pecados de sus ancestros protegiendo con ferocidad (no muy distinta a la de una madre osa) a Rachel, y ahora a Sophie.

—Hoy las flores necesitan agua —dijo la señora Korjev.

Al final del pasillo había un gran ventanal que miraba al edificio del otro lado de la calle y a una jardinera llena de geranios rojos. Por las tardes, las dos grandes potencias asiáticas se quedaban en el pasillo, admiraban las flores, hablaban del costo de la vida y se quejaban de la creciente incomodidad de sus zapatos. Ninguna se atrevía a plantar su propia jardinera de geranios, no fuera a parecer que habían robado la idea a los vecinos del otro lado de la calle y desencadenaran de ese modo una competición de jardineras cuya escalada podía acabar a la postre en un baño de sangre. Estaban tácitamente de acuerdo en admirar (pero no codiciar) aquellas flores tan rojas.

A la señora Korjev le gustaba su misma rojez. Siempre le había dado rabia que los comunistas se hubieran apropiado de aquel color, que, de otro modo, habría evocado en ella una felicidad desenfrenada. Claro que el alma rusa, condicionada por milenios de angustia, no estaba en realidad equipada para la felicidad desenfrenada, así que probablemente todo había sido para bien.

La señora Ling estaba asimismo prendada del rojo de los geranios, pues en su cosmología tal color representaba la buena suerte, la prosperidad y la larga vida. Las puertas mismas de los templos estaban pintadas de rojo y las flores encarnadas representaban por tanto uno de los muchos caminos hacia el wu (la eternidad, la iluminación); esencialmente, el universo en una flor. Le parecía, además, que estarían de rechupete en una sopa.

Sophie había descubierto hacía poco el color, y las rojas pinceladas de los geranios sobre el saledizo gris de la ventana bastaban para poner en su carita una sonrisa desdentada.

Así que estaban las tres mirando aquella gloria de flores rojas cuando el pájaro negro se estrelló contra la ventana y una gran grieta en forma de telaraña se extendió por el cristal. Pero, en lugar de caerse, el pájaro pareció filtrarse por la raja y esparcirse como tinta negra por la ventana y más allá, sobre las paredes del pasillo.

Las grandes potencias asiáticas huyeron por la escalera.

Charlie se frotaba la muñeca izquierda, que había tenido atada con la bolsa de plástico.

—¿Por qué te puso tu madre el nombre de un colutorio?

El señor Fresh, que parecía algo vulnerable para un hombre de su estatura, dijo:

—Era una pasta de dientes, en realidad.

—¿En serio?

—Sí.

—Perdona, no lo sabía —dijo Charlie—. Podrías habértelo cambiado, ¿no?

—Señor Asher, uno puede luchar contra quien es solo por un tiempo. Luego hay que tomar la determinación de asumir la propia suerte. Para mí, eso suponía ser negro, medir dos metros trece (y no estar en la nba), llamarme Minty Fresh y haber sido reclutado como Mercader de la Muerte. —Levantó una ceja como si acusara a Charlie—. He aprendido a aceptar y abrazar todas esas cosas.

—Creía que ibas a decir que también eras gay —dijo Charlie.

—¿Qué? No hace falta ser gay para vestir de verde menta.

Charlie observó el traje verde del señor Fresh (confeccionado en tafetán y extremadamente ligero para la estación) y sintió una extraña afinidad con aquel Mercader de la Muerte de nombre tan refrescante. Aunque no lo sabía, Charlie acababa de reconocer los signos distintivos de otro macho beta (naturalmente, hay betas homosexuales: el novio beta es muy apreciado entre la comunidad gay porque se le puede enseñar a vestir y, sin embargo, se puede estar relativamente seguro de que nunca desarrollará un sentido del estilo o estará más divino que tú).

—Supongo que tiene usted razón, señor Fresh —dijo Charlie—. Lamento haberlo dado por sentado. Te pido disculpas.

—No importa —dijo el señor Fresh—. Pero, en serio, tienes que irte.

—No, sigo sin entender cómo voy a saber a quién van a parar las almas. Quiero decir que, después de que ocurriera todo esto, en mi tienda aparecieron toda clase de vasijas de almas sin que yo lo supiera. ¿Cómo sé que no se las vendí a alguien que ya tenía una? ¿Y si alguien tiene un juego completo?

—Eso no puede ocurrir. Por lo menos, que nosotros sepamos. Mira, ya te darás cuenta. Créeme, te doy mi palabra. Cuando la gente está lista para recibir su alma, la consigue. ¿Nunca has estudiado las religiones orientales?

—Vivo en el barrio chino —respondió Charlie, y aunque era técnicamente cierto, más o menos, solo sabía decir tres cosas en chino mandarín: «Buenos días», «Almidonado ligero» y «Soy un demonio blanco y un ignorante», todas ellas enseñadas por la señora Ling. Él creía, no obstante, que la última se traducía por «Buenos días nos dé Dios».

—Permíteme que reformule la pregunta, entonces —dijo el señor Fresh—. ¿Nunca has estudiado las religiones orientales?

—Ah, las religiones orientales —contestó Charlie, fingiendo que antes había malinterpretado sus palabras—. Solo cosas del Discovery Channel, ya sabes, Buda, Shiva, Gandalf, los más importantes...

—¿Entiendes el concepto de karma? ¿El cómo las cuestiones sin resolver vuelven a planteársete en otra vida?

—Sí, claro. Qué pregunta. —Charlie puso los ojos en blanco.

—Pues considérate un agente de redistribución de almas. Somos agentes del karma.

—Agentes secretos —dijo Charlie melancólicamente.

—Bueno, espero que no haga falta que te diga —contestó el señor Fresh— que no puedes decirle a nadie lo que eres, así que sí, supongo que somos agentes secretos del karma. Almacenamos las almas hasta que ciertas personas están listas para recibirlas.

Charlie sacudió la cabeza como si intentara sacarse agua de los oídos.

—Entonces, si alguien entra en mi tienda y compra la vasija de un alma, ¿hasta ese momento ha ido por la vida sin alma? Eso es horrible.

—¿Tú crees? —dijo Minty Fresh—. ¿Tú sabes si tienes alma?

—Claro que sí.

—¿Por qué lo dices?

—Porque soy yo. —Charlie se dio unas palmadas en el pecho—. Estoy aquí.

—Eso no es más que una personalidad —respondió Minty—, y a duras penas. Podrías ser una vasija vacía y nunca lo sabrías. Quizá no hayas alcanzado el momento de tu vida en el que estarás listo para recibir tu alma.

—¿Eh?

—Tu alma puede estar más evolucionada que tú en este momento. Si un chaval suspende el último curso del bachillerato, ¿le harías repetir todos los cursos desde el parvulario hasta el penúltimo curso de instituto?

—No, supongo que no.

—No, le harías empezar desde el principio del último curso. Pues lo mismo con las almas. Las almas solo ascienden. Una persona consigue un alma cuando puede elevarla hasta el siguiente nivel, cuando está lista para aprender la siguiente lección.

—Entonces, si le vendo a alguien una de esas cosas que brillan, ¿es que hasta entonces ha ido por la vida sin alma?

—Esa es mi teoría —dijo Minty Fresh—. He leído mucho sobre este tema a lo largo de los años. Textos de todas las culturas y religiones, y eso lo explica mejor que cualquier otra cosa que se me haya ocurrido.

—Entonces, no todo está en el libro que me mandaste.

—El libro solo contiene las instrucciones prácticas. No hay explicaciones. Es tan sencillo como un libro infantil. Dice que te busques un calendario y te lo pongas junto a la cama y que te irán llegando los nombres. No dice cómo localizas a esas personas, ni qué objeto es, solo que tienes que encontrarlos. Búscate una agenda. Es lo que uso yo.

—Pero ¿y los números? Cuando encuentro un nombre escrito junto a la cama, siempre hay un número al lado.

El señor Fresh asintió con la cabeza y sonrió con cierta docilidad.

—Son los días que tienes para recuperar la vasija del alma.

—¿Quieres decir que son los días que le quedan a esa persona para morir? Yo no quiero saber eso.

—No, los días que le quedan para morir, no, los días que tienes para recuperar la vasija, los días que te quedan a ti. Llevo mucho tiempo estudiando la cuestión, y nunca son más de cuarenta y nueve. Pensaba que a lo mejor significaba algo, así que empecé a buscar información en la literatura acerca de la muerte y el morir. Da la casualidad de que cuarenta y nueve son los días del bardo, el término usado en el
Libro tibetano de los muertos
para nombrar el tránsito entre la vida y la muerte. Los Mercaderes de la Muerte somos, de algún modo, el medio para trasladar a esas almas, pero tenemos que llevar a cabo nuestra tarea en menos de cuarenta y nueve días. Esa es mi teoría, por lo menos. No te extrañes si a veces la persona lleva muerta semanas cuando te llega su nombre. Todavía tienes el número de días que quedan del bardo para conseguir la vasija de su alma.

—¿Y si no la consigo a tiempo? —preguntó Charlie.

Minty Fresh sacudió la cabeza tristemente.

—Sombras, cuervos, siniestras porquerías alzándose del Inframundo... quién sabe. El caso es que tienes que encontrarla a tiempo. Y la encontrarás.

—¿ Cómo, si no hay dirección ni instrucciones ? Ni que estuviera debajo del felpudo.

—A veces (casi siempre, de hecho) vienen a ti. Se da una conjunción de circunstancias.

Charlie pensó en la asombrosa pelirroja que le había llevado la pitillera.

—¿A veces, dices?

Fresh se encogió de hombros.

—A veces tienes que buscarlas de veras, localizar a la persona, ir a su casa... Yo una vez hasta contraté a un detective privado para que me ayudara a encontrar a una, pero entonces empecé a oír las voces. Sabrás si te estás acercando cuando notes que la gente no te ve.

—Pero yo tengo que ganarme la vida. Tengo una hija...

—Te ganarás la vida, Charlie. El dinero forma parte del trabajo. Ya lo verás.

Charlie lo veía. Lo había visto ya: ganaría decenas de miles de dólares si se hacía con la ropa de la difunta señora Mainheart.

—Ahora tienes que irte —dijo Minty Fresh. Extendió la mano para estrechársela y una sonrisa cortó su cara como una luna creciente el cielo nocturno. Charlie cogió la mano del larguirucho y la suya desapareció entre el apretón del Mercader de la Muerte.

—Seguro que seguiré teniendo dudas. ¿Puedo llamarte?

—No —contestó el mentolado.

—Vale, bueno, entonces me marcho —dijo Charlie sin moverse—. Completamente a merced de las fuerzas del averno y todo eso.

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