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Authors: Leon Uris

Tags: #Histótico

Trinidad (100 page)

BOOK: Trinidad
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Vessey Bain, un sujeto que odiaba a los católicos hasta la demencia y el más noble Caballero de Cristo del astillero, silbaba de rabia; pero aun así comprendía que atacar a Larkin no traería consecuencias demasiado agradables.

—Deja paso, Larkin —chilló—. Aquí dentro hay Taigs y venimos en su busca.

Conor se mantuvo en su puesto.

—¡So papista jodido, hijo de perra! ¡Tú no tienes más privilegios que nadie!

—¡Un lameculos de Weed; eso es, ni más ni menos!

—¡Sí! ¡Matad al cabrón!

Antes de que Vessey pudiera tomar una decisión, del tropel de gente salieron disparados media docena de remaches, uno de los cuales dio en la sien de Conor y le sumió en las tinieblas.

Conor recobró el conocimiento después de recibir un balde de agua en el rostro, y quiso hacer un esfuerzo; pero advirtió que estaba inmovilizado; le habían atado, abierto de piernas y brazos a los radios de una rueda de locomotora.

Carentes de sangre católica por culpa de Larkin, que dio la voz de alarma, decidieron pasarle cuentas. Vessey Bain le escupió en la cara y le dio puntapiés en las espinillas, sudando como un maníaco y medio sofocado de rabia. A pesar de que los demás gritaban que acabara con él de una vez, prevaleció el instinto de no meterse en un conflicto demasiado gordo.

—La muerte sería poco para él —refunfuñó Vessey—. Pongámoslo un buen rato en muelle seco. ¡Dejemos que Joey Hooker entre en acción!

Tiempo atrás Hooker era un púgil del peso medio bastante aceptable, hasta que los golpes le nublaron el cerebro. Sir Frederick lo contrató por hacer una obra de caridad. Hombre que pensaba muy poco por sí mismo, a Vessey Bain le había convencido de alistarse en los Caballeros de Cristo. Quería disponer de los puños del ex boxeador.

Hooker se rió con carcajada necia del hombre atado frente a él. Pop, pop, pop, llovían sus puñetazos sobre el rostro de Conor; pop, pop, pop. Un derechazo en el estómago… ¡bum!

El esfuerzo de cada golpe hacía resollar la aplastada nariz de Joey Hooker.

Con los gritos de aliento elevándose a su alrededor, estaba otra vez en el ring defendiendo el título de campeón del Ulster de los pesos medios. Tenía un desgarrón en el párpado y al tambalearse fue a buscar el refugio de las cuerdas y luego salió disparado, machacando, soltando golpes… «¡Pega, Joey, pega!», le gritaba su manager, y la muchedumbre lo destrozaba todo delirante de entusiasmo al ver su reacción. «¡Pega! ¡Pega! ¡Mátale, Joey, mátale…! Es tuyo, Joey… Pega… pega… pega…»

7

Calhoun Hanly sostenía a Conor contra la pared mientras Duffy O'Hurley buscaba en los bolsillos y encontraba la llave. Cuando se abrió la puerta, Conor quiso entrar por sí mismo y hasta logró internarse, dando traspiés, por el vestíbulo; pero se derrumbó al pie de las escaleras.

Los dos musculosos camaradas le pusieron en pie, pasaron sus brazos por encima de los hombros y le arrastraron escaleras arriba. Conor colgaba inerte; un fuerte dolor recorría su cuerpo y le hizo soltar un alarido. Los otros avanzaban trabajosamente, un peldaño después de otro, hasta que por fin llegaron al descansillo. Cuando Duffy se volvió para abrir la puerta del piso, Conor se dejo resbalar para quedar de rodillas, se cogió a la barandilla, se levantó, consiguió meterse en la habitación y se quedó inmóvil, tambaleándose; volvió a caer y se arrastró hasta la cama, cogiéndose a las sabanas para volver a izarse; pero rodó de espaldas, haciendo caer las sábanas sobre su cuerpo.

Calhoun encendió una cerilla, encontró el tubo del quinqué y la luz se propagó mansamente. Él y O'Hurley se apresuraron a ayudar al herido.

Shelley apareció de pronto, vino hasta Conor y vio el cuadro. Su amado tenía ambos ojos escondidos tras sendas rendijas y una mezcla de colores fuertes, y los labios demasiado partidos para poder hablar. Shelley no lloró ni gritó, sino que se abrazó a él como a la vida misma, luchando contra las lágrimas que querían acudir a sus ojos y la sensación de náusea que la invadía.

—Súbanle a la cama y ayúdenme a desnudarle —al final cuando Hanly le quitó la camisa y los pantalones a Conor, hubo de apartar los ojos. Él cuerpo había quedado amarillo y morado a fuerza de golpes, desde los muslos hasta los hombros.

Shelley escondió la cara entre las manos, mientras Duffy le rodeaba los hombros con el brazo para darle fuerzas.

—¿Está muy mal?

—Está muy destrozado. Puntos dentro de la boca, la mitad de las costillas rotas y un par de fracturas pequeñas en el pómulo. Tiene una colección de puntos en la cara y la cabeza. El doctor le ha hecho una radiografía del cráneo. Gracias a Dios, ahí no ha sufrido daños.

—¿Por qué no le han dejado en el hospital?

—La turba sigue merodeando por ahí. Él ha vuelto en sí el rato suficiente para pedir que le sacásemos. Yo he telefoneado a ciertas personas de Dublín, en su nombre. Unos muchachos armados están en camino… Y no me pregunte más.

—Yo le cuidaré.

—Sí, venga acá, muchacha.

Duffy desenvolvió un paquete de medicamentos, entre los que había un frasquito de morfina y una jeringa. Repasó luego las instrucciones del médico, y a continuación colocaron debidamente al lesionado, entre los tres, y le inyectaron una dosis de droga.

—Gracias —dijo Shelley.

—De nada. Si no hubiese sido por él, yo quizá estuviera muerto a estas horas. Vigile bien. ¿Lo hará?

—No nos pasará nada —aseguró ella.

Los dos hombres salieron. Shelley cerró la puerta, fue rápidamente al escondite que Conor se había arreglado debajo de la pila, encontró su pistola y luego se situó al lado de la cama, con el arma en el regazo.

Veinte horas después una Shelley rendida de sueño dejaba entrar un poco de luz en la habitación. Corrió las cortinas, subió la persiana y miró abajo, a la acera, donde un par de muchachos esperaban, recostados contra la pared, las manos en los bolsillos, matando el rato. Uno de los dos dio un codazo al otro; entonces ambos levantaron la vista… Uno de ellos se quitó la gorra un momento y movió la cabeza a guisa de saludo, para indicarle que la casa estaba guardada.

Conor parpadeó, hizo un esfuerzo para abrir algo más los ojos y soltó un lastimero gemido, al punzarle nuevamente el dolor. Momentos después procuraba recobrar el dominio para volver la vista de la mente hacia atrás y recordar lo sucedido. Pausadamente, sacó una mano fuera de las sábanas y se tentó la boca y los vendajes que le cubrían las orejas y el cráneo. Los dolores que sentía por todo el cuerpo casi le imposibilitaban todo movimiento y hacían que cada inspiración fuese una tortura.

—Shelley…

—Estoy aquí.

—Shelley…

—No hables, amor mío. Has pasado por una prueba terrible. El médico ha venido y se ha marchado ya. Ha dicho que si se lo hubieran hecho a otro habría podido quedar tullido, y hasta muerto. Tardarás unas semanas en poder levantarte y unos meses en dejar de sentir dolores, pero quedarás perfectamente bien.

—Agua…

Shelley apoyó el hombro contra su espalda para ayudarle a incorporarse. La mitad del agua se le derramaba por la barbilla y el cuello, porque no podía controlarla.

—Robin volvió a casa corriendo, y luego fue a la tienda de Blanche. Yo vine aquí y esperé. Los dos ferroviarios te trajeron. Conor, ya no te dejaré más.

Mientras la mujer volvía a tenderle bien en la cama, las lágrimas manaban de los ángulos de los ojos del hombre.

—Ssssttt, sssttt. De esta manera no ha salido bien, amigo. Preferiría estar muerta que soportar otros nueve meses de este tormento.

Los sonidos guturales de Conor, al sollozar, hicieron brotar las lágrimas en los ojos de Shelley.

—Y será inútil que quieras echarme, porque cada vez que me eches, volveré —dijo. Conor buscó a tientas, hasta que ella le dio la mano—. No me importa lo que estés haciendo, Conor. Me da igual. Yo no pido el mundo entero. Sólo le pido a la vida que me deje pasar contigo todo el tiempo posible. Es lo único que necesito, amor mío.

—Shelley…, yo destrozaré tu vida…

—Claro, ya la has destrozado. Estar separados es la desgracia mayor que me puedan imponer. Escucha. Hay una cosa de la cual estoy completamente segura. Cuando salgas por esa puerta, no te preguntaré nunca adonde vas ni qué haces. No exigiré que me dediques ni un minuto que no puedas regalarme libremente. Pero cuando hayas terminado la jornada, allí donde esté tu cama, allí estaré yo, desde ahora en adelante…

8

¡Frederick Murdoch Weed y el brigadier Maxwell Swan replicaron al motín con una rapidez que quitaba el aliento! La segunda mañana la turba seguía remolineando por el canal del rey Guillermo, y cuando los católicos vinieron a trabajar, estalló la lucha. Como el día anterior no habían podido llenar su copa de sangre, los Caballeros de Cristo querían más. Mataron a un católico, y a otro le infligieron heridas graves.

El personal de la escuadra especial de Swan localizó a los dirigentes, y durante el día se dictaron órdenes de detención. Aquella misma tarde. Vessey Bain, Joey Hooker y otros veinte Caballeros fueron aprehendidos, acusados y encerrados en la cárcel de Crumlin Road, sin fianza, por incitación a la revuelta, notables daños contra la propiedad, en el astillero, y el asesinato del obrero católico.

A los demás se les advirtió que estaban bajo sospecha, en el trabajo, hasta que se hubiera demostrado su inocencia. Y se prohibió toda nueva reunión «devota» y toda asamblea de Caballeros de Cristo, en el astillero, so pena de despido inmediato.

El reverendo MacIvor, que se hallaba en Cookstown, regresó inmediatamente a Belfast y anunció una concentración de protesta, al aire libre, en los escalones del Ayuntamiento. Convocó al teniente coronel Harrison y al cuadro superior de Caballeros para trazar planes de reagrupamiento, consecuencia lógica de los cuales había de ser una marcha, luego, hacia la cárcel de Crumlin Road. La reunión quedó interrumpida por la súbita aparición de un representante de la oficina del fiscal general, quien les informó de que el permiso solicitado para dicho reagrupamiento había sido denegado, que la reunión sería ilegal y que si desobedecían la orden se exponían a sanciones muy graves.

Mientras se montaban con gran rapidez las líneas de combate, MacIvor recibió aviso de que los cuarteles militares de Holywood, Lisburn y Bainbridge se hallaban en estado de alerta, contando además con unas unidades de apoyo del
Constabulary
para converger sobre Belfast, si MacIvor quería poner a prueba la seriedad de la prohibición.

En el pasado, pequeñas formalidades como éstas de solicitar permisos para reuniones al aire libre se cumplían muy por encima, y tampoco se solía exigir que se cumplieran. Las revueltas que se producían habían tenido siempre un carácter anticatólico y se consideraban actividad legítima para aliviar la tensión y los temores de los obreros protestantes. Después de una revuelta de aquel tipo, en caso de que hubiera tenido cierta importancia, una comisión de investigación solía condenar el comportamiento de los que habían participado en ella, pero raras veces se llamaba a nadie para que prestara declaración.

Esta vez la revuelta se había dirigido contra Frederick Murdoch Weed y la reunión y la marcha se dirigían contra un establecimiento penal de la Corona. De modo que el juego era muy distinto. Oliver Cromwell MacIvor podía haber conquistado la atención de las masas, pero el conjunto Hubble-Weed destacaba entre los que gozaban de la consideración del Castillo de Dublín, desde generaciones, eran amigos personales de los comandantes militares y estaban íntimamente aliados con el aparato judicial y el de orden público.

Durante las horas siguientes, el moderador y su gente hubieron de considerar la diferencia que había entre abrirse paso a guisa de matones por un enclave católico indefenso, y arremeter contra la Corona. El reverendo esquivó el enfrentamiento definitivo alegando divinas revelaciones y motivos humanitarios de evitar nuevos derramamientos de sangre.

El cenit de la temporada de los desfiles solía ser época de trabajo lento en Weed Ship & Iron Works. Muchísimos obreros pedían fiesta entre mediados de julio y mediados de agosto para poder participar en la plétora de actividades orangistas. La pauta solía darse el 12 de julio con una concentración de logias y bandas de toda Irlanda, la marcha a través de Belfast y la reunión en Finaghy Field. Al día siguiente tenía lugar una multitudinaria concentración en Scarva Castle para la representación anual de la batalla del Boyne. Los pies orangistas estaban en movimiento un mes entero, culminando en Londonderry para el día de los Aprendices.

Por otra parte, se iba entronizando más y más la costumbre de dar vacaciones a los trabajadores, durante esta época del año. Las agencias de viajes, institución que operaba en Inglaterra, desde varios decenios atrás, se estaban introduciendo en el Ulster y organizaban giras colectivas por Inglaterra y el sur de Irlanda, a precios especiales.

Para adaptarse a la situación, se habían establecido turnos entre la fuerza obrera, dejando la mitad libre y la mitad en sus puestos. Este año, en cambio, se anunció lisa y llanamente que Weed Ship & Iron Works cerraría el 10 de julio y seguiría cerrado hasta nuevo aviso. Con esta medida, sir Frederick atacaba directamente el corazón y las gónadas de la situación. Aunque ligeramente disimulado, se trataba de un cierre económico con el índice apuntando claramente a Oliver Cromwell MacIvor como instigador.

El 8 de julio, dos días antes de la fecha señalada para el cierre, todo Belfast se despertó, a las tres de la madrugada, a causa de una tremenda explosión en el Shankill, una explosión que destrozó los cristales de las ventanas en un radio de mucho más de medio kilómetro e iluminó la noche con una claridad cegadora. Cuando el polvo se hubo posado, el Centro Misionero y Teológico Universal Presbiteriano y su servicio contiguo de publicaciones habían dejado de existir.

Aunque la explosión se cargó en el haber de los agitadores laborales, sediciosos y papistas, muchas personas pensaban de otra manera. La breve guerra parecía condensarse en un solo problema, o sea, el de las inminentes elecciones para el puesto vacante del Shankill. Si triunfaba el teniente coronel Howard Huntly Harrison, su victoria proclamaría el éxito de un candidato populista y que el orden nuevo había llegado para quedarse, a pesar de las duras contramedidas de la clase dominante.

Naturalmente, si triunfaba el candidato unionista de Weed, el sueño que el moderador acariciaba desde tanto tiempo sufriría un contratiempo espantoso.

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