Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (39 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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Arn acercó a
Chimal
al recio caballo nórdico de Svarte y le preguntó si no podrían matar a esos animales. Svarte tuvo que esforzarse para explicar con cortesía que, si se acercaban más, los animales huirían. Al oírlo, Arn se impacientó algo y dijo que eso ya lo comprendía, pero unos cerditos no correrían más rápido que un caballo, ¿verdad?

Ante esta estúpida pregunta, Svarte se esforzó aún más en ser cortés, y Arn lo notó claramente en sus profundas respiraciones antes de hablar. No obstante, le explicó como si le estuviese hablando a un niño que en un terreno llano un caballo podría adelantar a un jabalí, especialmente el caballo de Arn. Pero en primer lugar, ahora no se trataba de un terreno llano. Y en segundo lugar, si alcanzase al animal, ¿qué haría luego allí arriba, sentado sobre el lomo del caballo?

Entonces Arn sonrió ampliamente, tomó sin contestar el arco de su espalda, lo tensó como si no fuese en absoluto uno de los arcos más duros de Arnäs, sacó un par de flechas de su aljaba y las metió debajo de su mano, soltó un poco de la carga del caballo y se la pasó a Svarte. Después preguntó cuál de los animales se debía matar primero si llegaba a alcanzarlos. Svarte contestó con la mirada baja, mordiéndose el labio para no reírse, que en ese caso debería ser un jabalí de tamaño mediano o de los pequeños.

Arn asintió con la cabeza y se fue trotando tranquilamente hacia los jabalíes como si pensase que se quedarían allí esperando la muerte. Svarte y Kol se miraron divertidos, el uno encogiendo tan sólo los hombros.

En el mismo momento en que los cerdos levantaron las colas al aire en señal de huida colectiva, el caballo de Arn salió disparado y pareció que de repente volase sobre el suelo. Svarte y Kol pudieron ver cómo disparó la primera flecha estando de pie en la silla, sin agarrarse con las manos, y cómo cayó el primer jabalí. Luego sólo se oía el sonido de los cascos del caballo subir por la falda de la montaña entre las crujientes hojas de roble y un jabalí chillar y luego otro más.

Svarte y Kol tardaron en comprenderlo todo. En seguida encontraron el primer jabalí, al que habían visto caer, lo abrieron y lo vaciaron. Pero luego fue un trabajo complicado hacerle explicar al joven señor Arn cómo había disparado y dónde se encontraba al hacerlo y hacia qué dirección había continuado el jabalí tocado. En su exaltación, no había tenido la sensatez de recordar ese tipo de cosas. Pero al caer la noche, los tres jabalíes colgaban de una rama tal como era debido.

Sin embargo, tuvieron que acampar un poco más abajo de la falda de Kinnekulle de lo que habían pensado. No obstante, valió la pena, ya que habían logrado matar, al parecer con facilidad, tres animales más. Jabalíes, sin embargo, que tenían que ser llevados a Arnäs más rápidamente que los ciervos, puesto que la carne de cerdo se corrompe antes que la carne de los ciervos.

Sentados al lado del fuego les fue difícil retomar una conversación. Al final Svarte, con la mirada baja, murmuró lo que pasaba. Nadie podía montar tan rápido y disparar a la vez, especialmente en un bosque. Eso sólo se conseguía con magia.

Arn primero se asustó, pues creía entender que la magia era un pecado tan grave para los paganos como para los cristianos. Inició una larga explicación asegurando que él jamás se prestaría a cosas de magia puesto que eran un pecado muy grave. Pero pronto comprendió que los siervos de su padre en absoluto consideraban la magia como un pecado, sino al revés, tenían curiosidad por saber cómo lograrlo, pues funcionaba muy bien durante la caza. Para ellos la magia no era mala, sino buena.

Al comprender esto, Arn se quedó muy pensativo y no sabía cómo contestar. Después de un rato se lanzó a dar explicaciones detalladas de cómo había practicado toda su vida con caballos aún mejores que
Chimal
, y con un buen conocedor de caballos. Y que ésta y solamente ésta era la razón por la que sabía mantenerse de pie en la silla y disparar a la vez.

Pronto se dio cuenta de que no lo creían. Kol, que se había vuelto un poco menos reservado que su padre en la convivencia con Arn, habló enigmáticamente durante un rato, como si supusiese que Arn no quería compartir su magia, pero que era comprensible, ya que él y su padre solamente eran siervos y Arn era de los amos de la casa.

Arn se quedó sin respuesta ante esto y rezó larga y silenciosamente para obtener la ayuda de san Bernardo en hacer comprender la verdad a Svarte y a Kol y que esta verdad fuese libre de toda oscura sospecha sobre obras malvadas.

Algot Pålsson de Husaby era el propietario de muchas fincas y bosques, pero según su parecer, sólo tenía dos riquezas. Se trataba de sus dos hijas Katarina y Cecilia, que acababan de dejar la niñez y florecían como dos hermosas flores. Las dos eran la luz de sus ojos, decía a menudo en voz alta. Pero dado que también mostraban señales evidentes de temperamentos poco recatados y picardía, especialmente Katarina, la mayor, también eran su mayor preocupación. Pero eso no lo decía en voz alta.

Cuando Katarina tenía doce años estuvo a punto de comprometerla con Magnus Folkesson de Arnäs y habría sido una gran felicidad, una luz en su vida en lugar de la oscuridad que por aquel tiempo le había caído encima al morir su esposa Dorotea Röriksdotter en parto y con ella la vida que hubiese sido el primer hijo de Algot.

Si pudiera haber casado a su hija mayor con el linaje de los Folkung, habría sido tan bueno como una boda real o, teniendo en cuenta que sus dominios estaban rodeados bien por el linaje de los Folkung, bien por el linaje de Erik, habría sido incluso mejor que con la realeza. Ciertamente, él era ahora el administrador del rey Karl Sverkersson en la mismísima Husaby, que era una finca real. Y Husaby también era más grande y estaba mejor situada en Kinnekulle que ninguna de sus propias fincas.

Pero ligarse tan fuertemente al rey Karl Sverkersson en Götaland Occidental no estaba libre de riesgos, pues igual de fuerte que el linaje de Sverker era en Götaland Oriental, igual de débil era en Götaland Occidental. Karl Sverkersson no osaba llamarse rey aquí, sino que se hacía llamar canciller de Götaland Occidental y con eso se contentaban de momento tanto el linaje de los Folkung como el de Erik. Pero incluso el más despreocupado que prefería ver el futuro con esperanza debía albergar sus dudas acerca de lo que pudiese llegar. El día en que el rey Karl fuese asesinado por uno de los otros, tal como solían acabar los días de los reyes, no sería fácil vivir en Husaby y ser hombre suyo.

Por eso todo se podría haber arreglado para mejor si Katarina pudiese haber sido ama de Arnäs. Entonces Algot no habría puesto todos los huevos en una misma cesta. Sea cual fuere el linaje vencedor del poder monárquico, sus linajes habrían estado emparentados, y con ello, sus vidas y pertenencias a salvo.

Ahora todo se había ido a pique porque al final Magnus Folkesson había optado por emparentar con el linaje de Erik. Algot no podía reprobar a Magnus por ello, sino solamente lamentar su propia mala suerte. Puesto que había hablado sobre este tema con Magnus, sabía que los dos pensaban del mismo modo y ambos otorgaban gran importancia al hecho de que sus territorios lindasen el uno con el otro.

Sin embargo, no estaba todo perdido respecto a este asunto, pues Magnus tenía un hijo de la misma edad que Katarina y Cecilia, y Eskil sería con el tiempo señor de Arnäs. Con un poco de buena voluntad, incluso se podría ver como la mejor opción, puesto que en el otro caso Katarina habría tenido que casarse con un hombre entrado en años cuando ella era tan sólo una niña.

No obstante, existía el problema de la picardía de las hijas. Ninguna se comportaba en la relación con los hombres con el pudor que un padre podía esperar, y puesto que este comportamiento reducía su valor y, en el peor de los casos, las haría imposibles de casar, Algot decidió separarlas. Cuando Katarina estaba en casa, Cecilia estaba como novicia en el convento de Gudhem. Y cuando Cecilia volvía a casa, le tocaba a Katarina viajar a Gudhem para recibir la disciplina del Señor y la educación debida y con ello muchos buenos conocimientos que vendrían muy bien a una señora de Arnäs. Lo último no era de desdeñar, aumentaba el valor de las hijas pese a que ellas mismas no expresasen la más mínima gratitud por ser distanciadas y educadas en un convento por separado. Pronto le tocaba a Katarina viajar a Gudhem, y no hablaba de ello con muy buenas palabras.

Las monjas exigían abundante plata para mantener a las hijas en Gudhem, y plata era lo único que aceptaban. Pero valía la pena, según Algot, porque lo que ahora adelantaba, le sería devuelto con creces si llegaba a casarlas bien. Y además, así tendría una excusa natural para hacer negocios con Magnus Folkesson, que al parecer tenía una cantidad ilimitada de plata en sus arcas. Vendiendo bosques de roble a Arnäs, Algot obtenía la plata necesaria y con ello muchas posibilidades, al cerrar las ventas, de hablar sobre las hijas y sus buenos hábitos a los que iba destinada la plata. De esa manera podía recordarle a menudo a Magnus la promesa de matrimonio medio rota y que Katarina y Cecilia podrían ser un buen negocio para ambos.

Algot Pålsson sólo había oído algún vago rumor sobre el segundo hijo de Magnus Folkesson, a quien habían enviado al monasterio ya de niño, y que ahora había vuelto a Arnäs. Lo que se decía del chico no lo honraba mucho, puesto que era como medio monje.

Y Arn, que era su nombre, al principio confirmó los rumores al entrar cabalgando una tarde calinosa y fría de otoño, dos semanas antes de celebrarse el concilio del reino en Axevalla. Llevaba a dos siervos con él e iban fuertemente cargados con ciervo y cerdo que ofrecían como parte de su caza a Husaby. Magnus Folkesson y Algot tenían ese acuerdo, que cuando la gente de Arnäs cazaba en las tierras de Algot, que en ciertas épocas eran mejores para la caza que los terrenos abajo en Arnäs, pues los jabalíes buscaban los bosques de bellotas en otoño, una cuarta parte de la caza conseguida era enviada a Husaby en compensación.

Esta vez, su caza debía de haber sido muy afortunada, ya que todo lo que llevaban sería descargado en Husaby. Cuando acabaron tenían la intención de volver a casa cabalgando por la oscuridad, pues el mayor de los siervos decía saber encontrar el camino aun siendo de noche.

Algot en seguida puso objeciones. Una mala recompensa a quienes llegaban con carne tan delicada sería dejarlos seguir en la noche. Además, se dio cuenta rápidamente, podía ser que Dios, por pura providencia, decidiera hacer coincidir a Katarina con uno de los hijos de Arnäs, aun siendo el peor de ellos. Daba lo mismo, pensó Algot, ya que tal vez así prefiriese al hijo mayor.

Yde esa manera se preparó un pequeño banquete en Husaby a las puertas del invierno, poco antes de la festividad de Todos los Santos. Cuando hubieron desensillado y dejado los caballos en los establos, llevado la carne para ser despellejada y preparada por los asadores de Husaby, y los siervos de compañía de Arn enviados a la casa de los siervos, Katarina se acercó a su padre y le propuso con semblante inocente que no deberían dejar que el huésped durmiese dentro de la casa principal con los demás, pues en Arnäs tenían costumbres más refinadas. Ella podría arreglar, en cambio, que Arn tuviese una cama propia en una de las casitas que se estaban cerrando para el invierno. Algot sólo le contestó con un seco gruñido afirmativo sin entender ni querer entender las secretas intenciones que Katarina pudiese tener.

Arn sentía una gran vergüenza, pues nunca había sido el huésped de nadie y no estaba seguro de cómo debía comportarse. Sí sabía que en Arnäs se molestaban si no bebía y comía mucho y decidió con un profundo suspiro, mientras él mismo desensillaba y almohazaba a
Chimal
, que procuraría comer y beber como un cerdo para que su padre no tuviese que avergonzarse por él incluso fuera de Arnäs. Por suerte, no habían tenido tiempo de comer durante muchas horas, ya que el suelo mojado por la lluvia les había alargado y complicado una de sus búsquedas de piezas. Así pues, por hambre que no fuera.

Por consiguiente, intentaría comer y beber como un cerdo, aunque era una pesada carga tener que decidir algo tan poco cristiano. Salió para lavarse en la fuente del patio, donde vio que se encontraban los siervos, y en cuanto hubo comenzado comprendió que se comportaba de una manera que como huésped no debía, pues los siervos se apartaban asustados, riéndose sarcásticamente y señalándolo con el dedo a sus espaldas. Le daba igual que fuese una mala costumbre lavarse, pensó. Porque aunque tuviese que comer como un cerdo no estaba dispuesto a oler como tal.

Se echó a descansar un rato en la baja cabaña de madera que le habían asignado y se quedó contemplando el techo, donde claramente podía ver imágenes de ciervos y jabalíes a la luz de la vela. Estaba contento de haber logrado algo más que construcciones de teja, lo que haría que su padre lo mirase de una forma algo más benévola. Con esta idea reconfortante y los animales salvajes delante de él, se quedó dormido.

Cuando fue a despertarlo un siervo doméstico, ya era negra noche y debían de haber pasado muchas horas desde que se había dormido. Se levantó de golpe y asustado, pensando que daría la impresión de que se negaba a compartir el banquete, lo cual estaría muy mal visto. Pero el siervo doméstico lo tranquilizó diciendo que, al contrario, que ahora empezaba todo y que lo acompañase. La carne había tardado un buen rato en asarse.

Cuando entró en la sombría sala de Husaby se sintió como transportado a tiempos prehistóricos. La habitación alargada y oscura estaba apuntalada por dos hileras de columnas talladas. Arn se imaginaba que el techo de turba y tierra debía de pesar y necesitaba este apoyo. A lo largo del remate del techo había tres orificios para el humo con portezuelas encima, pero de todas maneras le caían gotas de lluvia en la cara al pasar a lo largo del alargado fuego de troncos situado en el centro de la sala. Las columnas cuadradas estaban decoradas por todos los costados hasta la altura de un hombre con trazados draconianos y animales fantásticos pintados en rojo y alrededor del sitial y los lugares de descanso al fondo, en el rincón entre la pared larga y la pared corta, estaban igualmente decorados. A Arn le pareció una morada atea, lúgubre y fría.

Al descubrir que Algot y su hija Katarina, al igual que los cuatro hombres para él desconocidos sentados alrededor del sitio de honor, se habían vestido con ropas de banquete, se sintió desalentado, puesto que él llevaba ropa de caza de lana gruesa y cuero de ciervo. Pero eso no lo podría remediar. Ahora todos lo miraban como si esperasen que hiciese algo. Saludó en la paz de Cristo y se inclinó ante todos, empezando por el amo y su hija Katarina. Vio que ella le sonreía irónicamente y supuso que debería haber hecho y dicho algo más.

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