Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (49 page)

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No era muy probable, no obstante, poder llevar esto a cabo mientras Karl Sverkersson viviese. Pero Algot se mostraría más solícito de hacer negocios si Karl Sverkersson dejase la vida terrenal tan pronto como era la intención de Knut Eriksson.

Así estaban las cosas. Mientras Karl Sverkersson se encontrase seguro en su castillo en el lago Vätter, no había nada que hacer. Pero si falleciese en seguida se podría realizar este negocio tan importante para Arn.

Eskil sólo podía ver una debilidad en este cálculo. La cuestión sería si Birger Brosa y el concilio del linaje tendrían otros planes. Ése había sido el caso cuando el mismo padre Magnus pensaba beber la cerveza nupcial o con Cecilia o con Katarina, por los mismos motivos de los que ahora estaban hablando. En cambio, fue Erika Joarsdotter porque el concilio del linaje encontró ese matrimonio más favorable.

Pero Magnus dijo no saber nada acerca de planes de este tipo. Tal como estaban las cosas se habían unido de buena manera con el linaje de Erik a través de Erika Joarsdotter. Knut ciertamente tenía una hermana, llamada Margareta, pero ya estaba casada con el rey Sverre de Noruega.

Puesto que el propio hermano de Magnus, Birger Brosa, estaba casado con Brigida, la hija del rey Harald Gille de Noruega, los lazos noruegos eran suficientemente fuertes. No, Magnus no podría ver ningún casamiento que pudiese ser más importante para Arnäs ni para el linaje que con Katarina o Cecilia, no importaba con quién. Aunque Arn seguramente era de la opinión de que Cecilia lo era todo y nunca jamás en su vida podría haber ninguna otra.

Quedaba decidir quién se lo diría a Arn. El mensaje era sencillo. Mientras Karl estuviese con vida no habría cerveza de compromiso.

Pero igual de sencillo que era pronunciar estas palabras, igual de difícil sería decírselo a un joven hijo o hermano que vivía una fiebre o locura que él llamaba amor.

Magnus debería decírselo, puesto que era el padre y el poder sobre las cervezas nupciales era derecho suyo. Eskil, en cambio, debería decírselo, puesto que era su hermano y no tenía el poder ni podría ser convencido sino solamente explicar. Dieron muchas vueltas al sensible asunto y decidieron que sería Eskil quien le diría cómo estaban las cosas.

Una semana antes de San Tiburcio, cuando las aguas todavía helaban pero empezaban ya a oscurecerse, Knut Eriksson llegó sin previo aviso a Arnäs. Había viajado de prisa con la única compañía de Geir Erlendsen, el bardo Orm Rögnvaldsen y Berse el Fuerte. Habían viajado por Götaland Occidental, donde el bardo había trabajado duro para merecer el buen sueldo que le daban y acababan de llegar de Skara, donde Knut tenía muchos oídos y ojos y donde habían comprado buenos conocimientos a un hombre que acababa de dejar los servicios de Karl Sverkersson fuera en la isla de Visingso.

Knut no dijo el porqué de su visita, sino sólo que quería hablar con Arn, a quien encontró afligido entre los siervos domésticos y las cocinas, un lugar y en un estado que en absoluto convenían a un hombre como Arn, según Knut Magnusson.

Para la confusión de Arn, Knut en seguida quiso que compitiesen en el tiro al arco. Para ello, les hicieron un objetivo de paja atado y lo colocaron en el patio del castillo. Arn no quiso negarse, pero no encontró alegría alguna en este juego. Pusieron el objetivo a cuarenta pasos de distancia, cosa que Arn encontró demasiado difícil para Knut, pero éste lo quería así. Eligieron entre los mejores arcos y los más fuertes y todos en la casa fueron a ver lo que ocurriría, ya que todo el mundo sabía que tal vez fuese el próximo rey del país el que disparaba flechas con uno de los hijos de Arnäs y nadie quería ser el único que no había sido testigo. Cuando estuvieron uno al lado del otro con los arcos preparados y Arn todavía no parecía tener ganas de jugar a este juego, Knut lo agarró por los hombros con las dos manos, lo abrazó y le dijo algo que había preparado muy bien.

—Ahora, mi querido amigo de la infancia, vas a disparar para vencer a tu rey y nada más, como si todo dependiese de estas flechas. Imagínate que se trata de Cecilia, sí, lo sé todo sobre ella y tú. Imagínate que yo soy tu rey y puedo hacerla tuya si sólo me vences.

Ves, ahora yo disparo primero. No tienes que contestarme ahora, sólo disparar bien.

Mientras Arn se preparaba para disparar lo mejor que podía, totalmente aturdido por esas palabras, Knut disparó sus diez flechas levantando gran admiración por ello, ya que nadie se imaginaba que fuese tan buen arquero.

Luego Arn disparó con el semblante serio y un gran silencio en su interior, como si realmente todo dependiese de estas flechas. Después todos vieron que había una gran diferencia entre los dos y que Arn era el mejor.

Knut volvió a tomar a Arn entre sus brazos y abrazándolo le dijo que bien podría ser que hubiese disparado para tener a Cecilia Algotsdotter como su esposa y ama. Con estas palabras dejaron el patio del castillo y se fueron solos a la torre, adonde Knut pidió que les sirviesen cerveza.

Al quedarse a solas, Knut no esperó a que les trajesen la cerveza para empezar a explicarle a Arn cómo estaba la situación. Porque ya había llegado el momento. Para él se trataba de la corona real y para Arn se trataba de Cecilia. Knut Eriksson tenía muchos informadores por todo el país y por eso conocía todo lo que era importante saber y también todo lo que podía parecer menos importante, como lo de Arn y Cecilia.

Arn contestó hurañamente que sí comprendía que muchos conocimientos eran importantes para el que luchaba por la corona real, pero que no comprendía la intención de este juego con los arcos y las flechas. ¿Por qué esta competición en la que un futuro rey se arriesgaba a perder y ser criticado por ser el vencido?

En ese momento entraron los siervos domésticos con la cerveza y Knut sonrió ampliamente por esta interrupción, puesto que bien comprendía la impaciencia y curiosidad de Arn. Primero bebieron a la salud el uno del otro como mandaba la tradición y Knut vio en los ojos de Arn la ardiente impaciencia que exigía una respuesta en ese mismo momento. Aun así, no contestó, sino que empezó a hablar de su padre, el sagrado san Erik, que había sido bueno con todos, quien nada pidió para sí mismo, quien prefirió un cilicio y largas horas de oración ante una vida señorial, quien ayudó a los débiles frente a los fuertes y quien murió como un santo de mano de unos infames. Tal vez Arn había oído hablar mucho de ello antes, pero había una cosa que añadir.

El padre de Erik Jevardsson era Jedvard de Orkney, que había navegado con Sigurd Jorsalafar hasta Tierra Santa y allí hizo grandes servicios al rey noruego. Para agradecer la ayuda cristiana, el rey Sigurd le regaló a Jedvard de Orkney dos pequeñas astillas de la Santa Cruz en la que sufrió y murió Nuestro Salvador. Al rey Sigurd le había ofrecido todo un trozo de esta santa madera el rey Balduino de Outremer, o reino de Jerusalén.

Aquí Knut detuvo su narración y preguntó si Arn había oído hablar de Outremer, y las alegres carcajadas del muchacho y su exaltado asentimiento lo hicieron comprender que efectivamente lo conocía.

Bien, estas dos astillas de la Santa Cruz las había heredado el padre de Knut, Erik Jevardsson y las había hecho incrustar en una cruz de oro que siempre llevaba alrededor del cuello. Cuando Emund Manco le cortó la cabeza, la santa reliquia cayó al suelo y por un hombre falso fue llevada hasta el hombre que estaba tras el asesinato, el hombre al que ahora llamaban Karl Sverkersson, rey. Por tanto, no solamente era un asesino real, sino también un infame que había atentado contra una Santa Reliquia de Dios. Esta cruz con las dos astillas fundidas en oro de la cruz de Nuestro Salvador la llevaba ahora el mismísimo Karl Sverkersson alrededor de su cuello y eso debía de ser en todo momento abominable ante los ojos de Dios, de eso no cabía la menor duda, ¿verdad?

Arn asintió al momento que debía de ser abominable ante los ojos de Dios y dijo que habría que hacer todo lo posible para corregir esta falta.

Entonces Knut Eriksson sonrió hacia Arn y repitió suavemente que la hora ya había llegado. Pero para alcanzar el lugar en donde se hallaba la Santa Reliquia de Dios, sólo podían ir unos pocos hombres, que resistiesen bien el frío, que navegasen bien y que supiesen disparar correctamente con arco y defenderse mejor con la espada que otros hombres.

Por eso habían hecho este concurso, siguió Knut. Porque había hombres que sabían disparar bien en competiciones pero, en cambio, no sabían en una lucha con la cabeza llena de ira y temor. Para Arn había sido lo mismo disparar y a la vez pensar en Cecilia, pero Arn había salido airoso de la prueba.

Ahora y no más tarde se haría lo que debía hacerse, continuó Knut y preguntó como si verdaderamente fuese una pregunta, un poco titubeante y asegurando que cuando fuese rey sería el primero en bendecir una cerveza nupcial entre Arn y Cecilia, si Arn estuviese dispuesto a seguirlo en este viaje como uno más de sólo ocho hombres…

Era la tercera vez que alguien le decía a Arn que no tendría a Cecilia mientras Karl Sverkersson siguiese con vida. Si había dudado las dos primeras veces, ahora no dudó en absoluto.

Cuando llegaron a Forsvik a la orilla del Vätter descubrieron que Eyvind Jonson, Jon Mickelsen y Egil Olafsen habían construido una pequeña pero muy bonita embarcación con el fondo ancho, se hundía poco en el agua y se podía remar con tres pares de remos. Los guardias noruegos se excusaron por no haber decorado el barco con los signos rúnicos que habrían hecho falta para acabarlo, pero que la aptitud para la navegación había sido lo principal, puesto que los hielos estaban a punto de abrirse. Esta pequeña embarcación, que estaba construida como una nave principal noruega, sin embargo, podía navegar más rápido que otros barcos de los tiempos, especialmente en Götaland Occidental; podía ser remada más rápido que ninguna otra, especialmente con remeros noruegos, y podía ser arrastrada por encima de los hielos con facilidad. Knut estaba muy contento con lo que veía y se lo explicó todo a Arn, que no había tenido nada que ver con Noruega como los demás de su linaje.

Tras tres días de espera llegó la hora de partir. Primero celebraron una misa y Arn la dijo en latín para que tuviese más fuerza. Después de la misa, Knut Eriksson les habló y les dijo que había llegado la hora decisiva. Su fuerza era que solamente eran ocho hombres buenos que llegarían por el lago Vätter cuando nadie lo creía posible. Allí afuera, en el cabo sur de Visingso estaba el asesino real Karl Sverkersson con su guardia y se creía a salvo. Pero Dios no ayudaría a aquel que hubiese asesinado a un santo solamente por su interés. Cuando hubiesen ganado lo que se tenía que ganar, todos y cada uno serían recompensados según sus méritos.

No se habló más. Con la ayuda de los caballos sacaron la embarcación del agujero en el hielo en donde la habían guardado para que el agua hinchase el tablazón y fuese estanco al agua. Guardaron los caballos y terminaron de cargar y cada uno tomó una cuerda para el trabajo duro de arrastrar el barco hasta el agua abierta. Pero el barco tenía el fondo tan ancho que era fácil de arrastrarlo encima del hielo y los ocho hombres eran suficientes.

Después de trabajar así durante medio día llegaron a una grieta que llevaba hacia el agua abierta en medio del lago Vätter y ya divisaban la isla de Visingso. El viento venía del oeste como de costumbre en esta época del año y pronto pudieron izar las velas. Cuanto más al sur navegaron, más se abría la grieta en agua abierta. Al crepúsculo vieron que el cabo sur de Visingso, adonde se dirigían, estaba rodeado de agua abierta y comprendieron entonces que Dios estaba con ellos. Si hubiesen llegado un día antes, habrían tenido que dejar el barco fuera en el hielo, completamente visible al llegar la luz del día. Un día más tarde, el hielo del Vättern se habría derretido y en el castillo real de Näs habrían colocado guardias en las murallas para comenzar la vigilancia contra los peligros del lado del mar.

Arriaron la vela y remaron lentamente hacia Näs y no llegaron a la orilla hasta bien entrada la oscuridad. Allí se sentaron a esperar en una bahía con densos matorrales de aliso. Taparon el barco con la vela y encendieron fuegos en dos tinas de hierro y enviaron unos hombres a tierra para controlar que no se viese el fuego. Porque les hacía falta calor, ya que las noches de primavera en el Norte seguían siendo tremendamente frías.

Knut estaba de buen humor como si todo lo difícil ya hubiese pasado. Se sentó cerca de Arn y dijo que esta noche sería o la última noche juntos o bien la primera de un largo viaje.

Luego habló del hombre que había asesinado a su propio padre y que había intentado asesinar al padre de Arn con falsedad y un desafío desigual, pero Arn lo interrumpió en seguida diciendo que estas palabras no eran necesarias. Arn ya lo sabía todo y había reflexionado mucho sobre ello.

Aun así sentía dudas, admitió ante Knut. Había hecho un juramento sagrado de no alzar la espada en ira o por interés propio solamente y ahora le parecía que estaba a punto de hacer precisamente eso. Con la muerte de Karl Sverkersson, él mismo ganaría mucho. Dijo que ya había comprendido que no solamente era una cuestión de conseguir la santa reliquia que pertenecía a su buen amigo Knut por derecho y que injustamente colgaba alrededor del cuello de Karl Sverkersson. Había comprendido que este cuello iba a caer al liberar la cruz.

Knut no dijo nada para aliviar la angustia de Arn, ya que todo lo dicho era verdad. En cambio habló con voz cálida y suave de Cecilia y la alegría que sentirían si en calidad de su rey los pudiese unir en cualquier iglesia e incluso ante el arzobispo de Aros Oriental. Arn se quedó caliente y blando a pesar del aire frío y húmedo de la noche invernal y contestó que cualquier iglesia le bastaría mientras estuviese cerca. Y así pudieron reír juntos, y cuando la risas se apagaron, Knut dijo que si quería, Arn podía usar una de las espadas noruegas que no llevaban juramentos sagrados.

Luego Knut bajó la voz y explicó lo que iba a suceder. En Skara habían comprado muchos conocimientos, pero el más importante era de un hombre que hacía poco había dejado el servicio de Karl Sverkersson en Näs. Les había dicho que cuando no había peligro alguno en Näs, como ahora cuando los hielos ni te sostenían ni se rompían, todas las mañanas Karl Sverkersson daba un pequeño paseo antes que nada hacia la orilla para estar a solas. El porqué lo hacía nadie lo sabía, pero siempre era el mismo paseo al amanecer. Ocurría exactamente al alba, cuando la primera luz te dejaba ver dónde ponías el pie.

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