Tríada (80 page)

Read Tríada Online

Authors: Laura Gallego García

BOOK: Tríada
13.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

Mah—Kip se estremeció.

—No puedo unirme a vosotros. No puedo dejar solo al rey bajo la influencia de Eissesh. Vosotros lo veis como a un traidor, lo despreciáis por haberse sometido a los sheks, por luchar contra su propio hermano. Sin embargo, no hay odio ni rencor en el corazón del rey. Sólo soledad... y miedo.

—¿Miedo de Eissesh?

El semiceleste negó con la cabeza.

—Miedo de fallarle a su pueblo, de que su amado Vanissar se convierta en otro erial como Shia bajo el hielo de los sheks. Pero no es un desalmado, rebelde. Por eso ha venido a advertiros esta mañana. No era un ultimátum ni un desafío, sino un aviso, un ruego... que no habéis querido escuchar. Lo que no pudo decir él os lo transmito yo: dentro de dos días, rebelde, el escudo feérico caerá... y vosotros estaréis perdidos.

Denyal se quedó de piedra.

—Mientes.

Mah—Kip esbozó una triste sonrisa.

—Cómo desearía que tuvieras razón. —Se cubrió de nuevo, con la capucha y dio media vuelta para marcharse—. Recuerda mis palabras. Dentro de dos días, la noche de fin de año, Ashran destruirá el escudo feérico de una vez por todas... y su ejército atacará.

Dio unos pasos en dirección al portón. Denyal lo detuvo.

—¡Espera! ¿Por qué se supone que nos dices esto?

—Lo sabes tan bien como yo. Si el escudo cae, y las fuerzas de los sheks atacan... será una masacre. Así que te ruego, rebelde, que, si no vais a deponer las armas, como sugirió mi rey, por lo menos evacuéis a los niños y a los ancianos, a todos los que no estén dispuestos a morir dentro de dos días, a todos aquellos que os importan.

Mah—Kip se puso en marcha de nuevo. En esta ocasión, DenYal no lo retuvo.

—Os han engañado, semiceleste —logró decir—. El escudo no caerá. Lleva funcionando más de quince años.

—También la Torre de Kazlunn llevaba más de quince años resistiendo —le llegó la voz del semiceleste desde la oscuridad—. Y cayó. Y si el escudo de Awa cae también... ni siquiera el dragón y el unicornio de la profecía lograrán salvaros...

Sus últimas palabras se perdieron en la penumbra de la noche.

Jack dejó a Victoria dormida y se fue a buscar a Christian. Lo halló en la sala donde había estado encerrado todo el día. El shek estaba inclinado junto a una extraña depresión del suelo, que tenía forma hexagonal, y cuyo borde estaba orlado de símbolos que formaban palabras escritas en idhunaico arcano.

—¿Qué es eso? —preguntó Jack, intrigado.

—Una especie de portal. Todas las torres tienen uno, servía a los hechiceros de más rango para teletransportarse de una torre a otra.

Jack se quedó de piedra.

—Jodas las torres? ¿También la de Drackwen? El shek asintió.

—¡Eso significa que la gente de Ashran podría entrar a través de él!

—No, porque éste no funciona. Los magos de Kazlunn lo desactivaron tiempo atrás, cuando las torres empezaron a caer bajo el poder de los sheks. Sé que el de la Torre de Drackwen, sin embargo, está activo. Cuando el poder de la torre revivió, todos los conjuros que había en ella se renovaron también. Probablemente Gerde habría querido reactivar también este por? tal, pero no tuvo tiempo.

—Quieres decir... ¿que si consigues poner eso en marcha, nos conducirá hasta el mismo corazón de la Torre de Drackwen?

—Eso he dicho. Siempre que Ashran no haya inutilizado el suyo, claro.

Jack sintió la boca seca.

—No lo ha hecho, Christian. Estoy seguro de que ya cuenta con ello.

Para su sorpresa, el shek no hizo ningún comentario. —¿Ya lo sospechabas?

—Sí —admitió Christian—. Todo es demasiado extraño, hay cosas que no tienen sentido. Cada vez estoy más convencido de que se trata de una trampa. Y, sin embargo, de alguna manera sé que no nos queda otra opción. O luchamos la noche del Triple Plenilunio, o ya no lucharemos..., porque no habrá más ocasiones.

—Estoy de acuerdo contigo. Yo también creo que debemos luchar. —Hizo una pausa y prosiguió—: Pero no con Victoria.

Christian se volvió para mirarlo.

—Creo que Ashran quiere utilizarla otra vez.

—¿Otra vez? —repitió Christian con suavidad. Jack se dio cuenta de que había hablado de más.

—No, ella no me lo ha contado —aclaró—. Pero imagino que no fue lo que le hizo Ashran, y que por eso no quiere hablar de ello. Le arrebató la magia, ¿verdad? La utilizó para resucitar la torre de Drackwen.

El shek no dijo nada. Jack empezaba a cansarse de su impasibilidad y su silencio.

—Estuviste allí —lo acusó, sin poderlo evitar. Hubo un breve silencio.

—Sí, estuve allí —repuso Christian.

—¿Le... le dolió mucho? Christian respiró hondo.

—Sí —admitió en voz baja—. Muchísimo.

Jack apretó los puños y trató de dominarse.

—¿Cómo fuiste capaz de permitirlo?

—Entonces no me importaba, o al menos eso creía. Pero al final... tampoco yo pude soportarlo. Fue muy valiente —añadió.

Jack se tranquilizó sólo un poco.

—Es muy valiente —matizó, con una sonrisa—. Tanto que, a pesar de todo, sería capaz de volver a enfrentarse a él. —Hizo una pausa; Christian lo miró, adivinando que iba a proponerle algo—. Yo no quiero que vuelva a ponerle las manos encima.

—No lo hará —prometió el shek, y su voz tenía un tono peligroso.

—Pero vas a conducirnos hasta él. A los dos.

—Para luchar.

—¿Cuál es la diferencia? Llevarás a Victoria ante Ashran. Otra vez.

Christian lo miró.

—¿Adónde quieres ir a parar?

—No me fío de la profecía, Christian. ¿Te fías tú?

La pregunta lo cogió un poco por sorpresa. Reflexionó.

—Se supone que creo en la profecía, porque traté de mataros para evitar que se cumpliera. Se supone que no creo, por? que intenté evitarla, y eso quiero decir que no pienso que sea inevitable. Y si no es inevitable, es una posibilidad, no una certeza. Por tanto, no es una profecía.

A Jack le costó un poco seguir el razonamiento del shek.

—Yo no me fío —repitió—. No me fío de que vayamos a salir con vida de esta lucha, y puedo jugarme mi propia vida, pero no la de Victoria. ¿Me explico? Si yo no acabo con la amenaza de Ashran, los sheks terminarán por matarme tarde o temprano. Pero tengo razones para pensar que no tienen nada contra Victoria. No quiero forzar el enfrentamiento y obligar a Ashran a matarla, o entregársela en bandeja para que haga con ella lo que se le antoje.

Christian le dirigió una larga mirada.

—¿Vas a ir a luchar a la Torre de Drackwen? —preguntó—. ¿Tú solo?

Jack dudó.

—Había pensado en pedirte que vinieras conmigo. Pero si caemos los dos, Victoria no lo soportaría. Así que casi será mejor que te la lleves lejos, que la ocultes de Ashran, que la protejas si yo fracasara. Porque, si no vuelvo, por lo menos te tendrá a ti.

—Eso es un suicidio, Jack.

—Ya, pero... no tengo otra opción. No quiero que Victoria vuelva a la Torre de Drackwen. No, después de lo que Ashran le hizo.

Hubo un breve silencio.

—Victoria ya estuvo en la Torre de Drackwen después de eso. Lo sabías, ¿no?

—Sí, me lo ha contado. Fue una locura por su parte. Y tú, ¿cómo la dejaste que se encontrara con él?

—Sabía que no le haría daño. Me lo debía. Me prometió que la respetaría...

—... si me matabas —concluyó .Jack en voz baja—. ¿Lo hiciste por eso?

—Sabes que no. Lo hice porque no pude controlarme. Jack no insistió.

—Cuando le arrebató la magia estuvo a punto de matarla.

Quizá no quiera volver a correr ese riesgo.

—No —admitió el shek—. Estaba convencido de que, si tú morías, Victoria se uniría a él... por mí.

—También yo lo pensé.

—Y quizás así habría sido si tú hubieras muerto de cualquier otra forma, Jack. Pero yo te maté, y Victoria no me lo perdonó. Los dos callaron un momento.

—En cualquier caso —prosiguió Jack—, no voy a dejar que ella vuelva a ese lugar, no mientras Ashran esté allí. ¿Estás de acuerdo? Christian sonrió.

—Ya es un poco tarde para eso. Deberías haberme escuchado cuando me negué a abrir la Puerta en Limbhad. Si os hubierais quedado en la Tierra., Victoria estaría a salvo.

—Entonces Shail y Alexander estaban con nosotros y sus opiniones parecían las más sensatas. Pero al diablo la sensatez. Mi corazón se niega a poner a Victoria en manos de Ashran.

Christian lo miró, dubitativo.

—¿Crees de verdad que tienes alguna posibilidad contra él? Incluso si yo te acompañase... la profecía hablaba de un unicornio, un dragón y un shek.

—¿Y no crees que Victoria ya ha hecho bastante? La profecía no especificaba la manera en que el unicornio ayudaría a derrotar a Ashran. ¿Acaso no ha conseguido que nosotros nos aliemos? ¿Y si fuera ése su papel en la profecía?

—No podemos saberlo.

—Yo sólo sé que Ashran tiene mucho interés en Victoria. Y eso me basta para querer alejarla de él todo lo posible. ¿Me explico?

—Perfectamente. —Christian se incorporó, muy serio—. En tal caso, iré contigo a la Torre de Drackwen.

—¿Sin Victoria?

—Sin Victoria. Pero ¿qué será de ella si no volvemos?

Jack sonrió. Pensó en Sheziss; se dijo a sí mismo que, aunque la shek no fuera a acompañarlos, no podía negarle aquello.

—Sé de alguien que cuidará de ella. Y creo que la dejo en buenas manos.

Christian lo miró, con un brillo inquisitivo en sus ojos azules. Después, lentamente, asintió.

—Eso es imposible —dijo Harel, moviendo la cabeza—. Nadie puede hacer caer el escudo de Awa. Ni siquiera Ashran.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Shail, impaciente—. La magia de Drackwen doblegó a los hechiceros de la Torre de Kazlunn. ¿Qué te hace pensar que la magia feérica es más poderosa que la de los tres Archimagos juntos?

El silfo hizo vibrar las alas, pero no respondió. A Shail no le extrañó. En todo aquel tiempo, nadie había sido capaz de averiguar cómo funcionaba el escudo feérico. Era algo que las hadas y los silfos mantenían en el más absoluto secreto.

A Shail le había llamado la atención desde el mismo momento en que había oído hablar de él. A simple vista no se apreciaba, pero si uno observaba con atención el bosque desde lejos, preferentemente al filo del tercer atardecer, podía descubrir que una fina cúpula lo cubría, casi como una capa de polvo plateado que relucía tenuemente bajo la luz del ocaso. Shail sabía que el escudo no podía ser traspasado por nadie, excepto por feéricos, y por aquellos a quienes éstos cedían el paso.

Shail siempre se había preguntado qué magia era aquélla. Parecía ser un poder inherente a los feéricos, pero, que él supiera, las habilidades de las hadas tenían que ver fundamentalmente con los árboles y las plantas, no con crear escudos invisibles en el cielo. Como había observado que las dríades se volvían hoscas y hurañas si se les preguntaba mucho al respecto (y no convenía hacerlas enfadar, pues podían ser muy feroces y salvajes si se lo proponían), había dejado de insistir en el tema.

Pero ahora la seguridad de la Resistencia y de todos los refugiados de Nurgon estaba en peligro.

—Hicimos un trato —intervino Denyal, muy serio—. Os entregábamos Nurgon a cambio de protección. Nosotros hemos cumplido nuestra parte. Esos condenados árboles nos rodean por todas partes, Nurgon ya pertenece a Awa. Ahora queremos saber... exigimos saber si esa protección de la que tanto os enorgullecéis vale la pena. Las serpientes aseguran que pueden hacer caer el escudo. Demostradnos que no es cierto. Si es que podéis.

Harel le dirigió una mirada severa, y Shail advirtió un brillo airado en sus ojos dorados. Cruzó una mirada con Zaisei, que se erguía silenciosa a su lado.

—Somos aliados, humano —le espetó el silfo—. Damos por su? puesto que sois capaces de confiar en los feéricos de Awa, de la misma forma que nosotros confiamos en los caballeros de Nurgon. ¿Es así?

Había hablado a Denyal, pero en realidad sus palabras iban dirigidas a Covan. El maestro de armas titubeó un momento.

—Harel —dijo por fin—, tú y yo somos más que aliados. Podría decirse que somos amigos. Nos pides confianza. ¿De verdad confías tú en nosotros? Si el escudo fuera tan fiable, ¿por qué ocultas tan celosamente cómo funciona, incluso a tus aliados... a tus amigos?

El silfo no respondió enseguida. Movió lentamente la cabeza, pensando, y su cabello verde, semejante a las ramas de un árbol joven, se agitó en torno a su rostro juvenil, de piel parda y moteada.

—El escudo es infalible —dijo— porque nadie, a excepción de nosotros, sabe cómo funciona. Y es mejor que siga así.

—¿Seguro que no lo sabe nadie más? —gruñó Denyal—. Subestimas a Ashran.

—¿Y qué hay de Gerde? —interrumpió Shail inesperadamente—. ¿Podría saber ella cómo destruirlo?

—Gerde —repitió Harel, y su rostro se contrajo en una mueca de desprecio—. Ella ha vivido mucho tiempo en una torre de hechicería. No conoce los secretos de Awa como el resto de feéricos.

—Pero atravesó el escudo una vez.

—El escudo no impide el paso a los hijos del bosque, mago. Y las serpientes no lo son. Puede que ella sepa cómo funciona el escudo, pero dudo que sepa cómo destruirlo.

—Yo no me arriesgaría —intervino Covan—. Si Ashran cree que puede destruir el escudo, debemos tratar de imaginar cómo podría hacerlo. Harel, tú sabes que tengo razón.

El silfo permaneció en silencio durante un largo rato.

—De acuerdo —dijo por fin—. Seguidme hasta el bosque; os lo mostraré.

Shail lo miró, dubitativo. A pesar de que ya se las arreglaba bien con la muleta, le resultaba muy difícil avanzar a través de la espesura. Si los acompañaba fuera de la fortaleza, los retrasaría; pero quería ver aquello que Harel tenía que mostrarles.

El silfo comprendió su dilema.

—No te preocupes, mago. Buscaremos un nimen para ti.

Shail asintió, aunque no las tenía todas consigo. Los nimen eran un tipo de insecto acorazado con un vago parecido a una hormiga gigante. Los feéricos los utilizaban a menudo para sus desplazamientos por el bosque, y muchos de los rebeldes de Nurgon habían aprendido a domarlos con el mismo fin. Pero Shail no se había animado nunca a intentarlo. Sintió la mano de Zaisei entrelazándose con la suya; era su manera de decirle que ella seguía allí para ayudarle si lo necesitaba.

Harel salió de los límites de la Fortaleza y se internó en la espesura. Los tres humanos y la joven celeste se apresuraron a ir tras él. Era muy difícil seguir a un silfo en el bosque, aun cuando no hiciese uso de las alas. Pero iba silbando suavemente, emitiendo un sonido agudo y melódico, y sus compañeros se limitaron a guiarse por su voz.

Other books

Captive by Michaels, Trista Ann
The Longest Second by Bill S. Ballinger
Texas Twilight by Caroline Fyffe
Mil Soles Esplendidos by Hosseini Khaled