Read Tríada Online

Authors: Laura Gallego García

Tríada (82 page)

BOOK: Tríada
2.63Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

«Debería haber imaginado que éste nos traería problemas —dijo Eissesh, pensativo—. En cualquier caso, será mejor que nos aseguremos de que esto no volverá a pasar. Ningún celeste va a sernos útil en la guerra, así que los enviaremos a todos a casa. A Celestia, o al lugar de dondequiera que hayan venido.»

«Me parece bien —asintió Ziessel—. Aunque dudo mucho que encuentres a un solo celeste en nuestros ejércitos. Éste era un mestizo.»

«Celestes, mestizos, qué más da. Sólo sé que no quiero a un solo sangrecaliente de piel azul en el campamento. Tendrán un día para abandonarlo, y si no lo hacen...»

«No me gusta tener que matar celestes», dijo ella.

Eissesh se alzó sobre sus anillos.

«No son más que sangrecaliente», dijo con indiferencia.

«Lo sé. Pero son diferentes a los demás. Tienen un alma hermosa.»

—Te lo pediré por última vez, Zaisei —dijo Shail, cansado—. Márchate de Nurgon, vete lejos, a Celestia, o al Oráculo, o al nuevo templo que está construyendo el Padre en el corazón del bosque. Pero no te quedes aquí. No quiero que estés aquí cuando el escudo caiga.

La sacerdotisa alzó la cabeza para mirarlo a los ojos, con seriedad. Shail se sintió incómodo.

—No me mires así. No quiero que te pase nada malo, eso es todo.

—Sé que no voy a ser de gran ayuda —dijo ella—. Pero no quiero dejarte atrás. No quiero abandonarte.

—Será sólo una separación temporal.

—¿Tú crees? Leo el miedo y las dudas en tu corazón, Shail. Una parte de ti está convencida de que nadie sobrevivirá a la batalla si el escudo cae.

Shail inspiró hondo.

—Es posible —admitió—. Pero mi lugar está aquí, con la Resistencia, luchando por aquello en lo que creo. Y si he de morir en esta batalla, que así sea. Sin embargo, tú... Zaisei bajó la cabeza.

—Los dioses nos han abandonado. ¿No es cierto, Shail?

Al mago se le rompió el corazón al oírla hablar así. La abrazó con fuerza.

—Quiero creer que no —susurró—. Quiero creer que están de nuestro lado después de todo. Pero después de la muerte de Jack... ya no sé qué pensar.

Zaisei se recostó contra él. Estaban los dos sentados al pie de un árbol, en el bosque que había crecido en torno a la Fortaleza. Cerca de ellos correteaba el nimen que había conducido a Shail al corazón del bosque. Seguía siendo una criatura libre pero, por alguna razón, parecía haberle tomado cariño al mago. Las tres lunas brillaban sobre ellos, y su redondez casi perfecta les recordaba que la noche siguiente asistirían al Triple Plenilunio, uno de los espectáculos más bellos de Idhún, pero que aquel año tenía un significado oscuro y siniestro.

—Estás confuso —murmuró ella—. Tienes dudas.

—Sí, es cierto. Tengo dudas desde que regresé a Idhún. Antes lo tenía todo claro, sabía por qué luchaba y lo que tenía que hacer. Sabía que Jack y Victoria eran el dragón y el unicornio que llevábamos tanto tiempo buscando, y aquello sólo podía significar que los dioses estaban con nosotros y que la profecía iba a cumplirse. Incluso el hecho de que Kirtash se hubiera unido a nosotros parecía estar escrito.

»Pero luego volvimos a Idhún... y yo perdí la pierna y volví a encontrarme contigo, Jack y Victoria se fueron por un lado, Kirtash por otro... Todo era tan confuso. Nuestra misión consistía en encontrar a Yandrak y Lunnaris, y mientras los estuvimos buscando todo tenía sentido, pero después...

Calló un momento. Zaisei lo abrazó con fuerza.

—¿Se te ocurrió pensar que tal vez tu misión ya había concluido? —le preguntó con dulzura.

—Sí que lo pensé. Y se lo dije a Victoria muy claro... y fue entonces cuando Jack y ella se marcharon. Desde ese momento, todo ha ido de mal en peor.

—No te atormentes. No fue culpa tuya.

—Sigo sin tener claro si debía seguir protegiéndola, o si, como tú dices, ya no hay nada que yo pueda hacer, y mi papel en todo esto ya ha terminado. Después de la muerte de Jack... pensé que ya no había nada que pudiéramos hacer. Y que si Victoria sobrevivía a su pérdida, nadie evitaría que cayera en manos de Ashran. Ni siquiera yo. Pero luego llegué aquí, a Nurgon, y vi todo lo que Alexander está haciendo. Y que va a seguir luchando a pesar de la desaparición de Jack. Eso sólo puede ser una señal de los dioses, ¿verdad?

»Y, si es así... ¿por qué cada vez nos lo ponen más difícil? ¿Por qué Ashran puede destruir el escudo, por qué tiene que ser justamente la única noche en la que no podemos contar con Alexander, porque se habrá transformado en una bestia? Ahora todos los indicios señalan en una dirección, Zaisei: hemos perdido. Y tal vez sea mejor poner fin a esta locura, rendirnos, como dijo el rey Amrin, y aceptar que, sin la profecía, no nos queda nada.

Zaisei no respondió. Shail la miró y se dio cuenta de lo mucho que la habían afectado sus palabras. La abrazó.

—Por eso debes marcharte lejos de todo esto —le dijo con cariño—. Los sheks no consideran que Celestia sea una amenaza. Regresa a Rhyrr, allí estarás a salvo. Me gustaría saber... que por lo menos va a salvarse alguien de entre todas las personas a las que quiero. Me gustaría saber que por lo menos puedo salvarte a ti.

Zaisei parpadeó para contener las lágrimas.

—No puedo marcharme sin ti —susurró.

Shail la miró.

—Tal vez en otras circunstancias —dijo— me marcharía contigo. Sé que Alexander puede arreglárselas solo..., o podría, de no ser por lo que se avecina. No puedo dejarlo en este estado. Es mi amigo, ¿entiendes? Y mañana por la noche se va a convertir en una especie de bestia salvaje que habrá que controlar, mientras Ashran derriba el escudo y los sheks nos atacan con todo lo que tienen. No, Zaisei, no puedo marcharme.

De pronto, una sombra planeó sobre ellos y cayó en picado un poco más allá, estrellándose en las copas de los árboles cercanos. Zaisei se levantó de un salto y estuvo a punto de chocar contra Kestra, que corría hacia allí.

—¿Qué...? —empezó Shail, tanteando a su alrededor en busca de su bastón.

Kestra murmuró una disculpa y salió disparada. Zaisei ayudó a Shail a ponerse en pie. Les pareció oír a lo lejos la voz de Kimara.

—Vamos a ver qué andan tramando esas dos —gruñó el mago, frunciendo el ceño.

Avanzaron por el bosque hasta encontrarse con Kestra, que estaba al pie de un árbol, mirando hacia arriba. La pareja siguió la dirección de su mirada y vieron uno de los dragones de madera enredado en las ramas de un árbol. El hechizo de ilusión había desaparecido y ya no parecía un dragón de verdad. Además, Shail apreció que era uno de los pequeños, de los que usaban los pilotos para prácticas.

Una de las ramas se partió, y el artefacto cayó unos metros más. Por fortuna, otra rama detuvo su caída, pero aún estaba muy alto.

—¿Qué es lo que pasa? —quiso saber Shail. Kestra se volvió hacia ellos.

—¡Kimara está dentro! —dijo—. Mira que le advertí que no volara tan bajo...

Shail y Zaisei cruzaron una mirada.

—Déjame a mí —dijo la sacerdotisa.

Entonó una suave melodía y se elevó unos metros en el aire, hasta situarse junto al dragón accidentado.

Desde el suelo, Kestra la observó con interés. Sabía que todos los celestes nacían con el don de la levitación, que era tan propio de ellos como lo era la telepatía en los varu, pero nunca había visto a ninguno utilizándolo. Vio a Zaisei flotar hasta la escotilla, la oyó gritar el nombre de Kimara. Lo que se dijeron las dos ya no lo escuchó, porque un crujido ahogó sus voces.

—¡Cuidado! —alertó—. ¡La rama se rompe!

Zaisei dejó escapar un grito cuando una de las ramas se definitivamente, y el dragón se precipitó hacia el suelo.

Shail estaba preparado. Pronunció con voz potente las palabras de un hechizo, y el dragón se detuvo de pronto en el aire para posarse después en el suelo con suavidad. Shail cojeó hasta él.

—¡Kimara! —la llamó, mientras Zaisei flotaba mansamente hasta el suelo y aterrizaba junto a él—. Kimara, ¿estás bien?

La escotilla se abrió de súbito y por la abertura asomó la cabeza adornada con trenzas de la semiyan.

—Ya sé qué he hecho mal —le dijo a Kestra—. La próxima vez...

—Por todos los dioses, ¿a qué estáis jugando? —cortó Shail, exasperado pero a la vez aliviado de que la joven estuviera ilesa.

Ninguna de las dos tuvo ocasión de responder. En aquel momento alguien irrumpió en el claro, una sombra ligera que se movía con la rapidez de un rayo de luna por entre los árboles, y Shail reconoció a una de las dríades, las hadas guardianas. Por un momento temió que fueran a castigarlos por haber destrozado el árbol; pero a pesar de que el hada no pudo evitar mirar al árbol con horror, y a ellos con profundo desagrado, eran otros los asuntos que la traían allí.

—¿Eres Shail, el mago? Me envían a decirte que te necesitan en la Fortaleza. Es urgente. Es a causa del príncipe Alsan.

Shail comprendió sin necesidad de más palabras. Asintió; se volvió hacia las dos jóvenes antes de emprender la marcha.

—Hablaremos después —dijo—. Puede que lo de Alexander lleve un poco de tiempo...

Calló al sorprender en el rostro de Kestra una expresión de odio tan intensa que lo dejó desconcertado por un momento. Pero no había tiempo para hacer averiguaciones, de manera que siguió a la dríade hasta la Fortaleza, preguntándose qué había dicho para provocar esa reacción en la muchacha shiana.

Christian respiró hondo, se apartó el pelo de la frente y se retiró un poco para examinar de lejos los símbolos, escritos en idhunaico arcano, que bordeaban el portal.

Conocía el idhunaico arcano. La noche de la conjunción astral que había estado a punto de exterminar a los dragones y a los unicornios, uno de ellos lo había rozado con su cuerno, transformándolo en mago, poco antes de que Ashran lo reclamase para sí. Christian no tenía muchos recuerdos de aquellos días, pero sospechaba que a su padre, que tenía intención de entregarle un poder mucho mayor, no le había hecho mucha gracia descubrir vestigios de magia en su interior. Sin embargo, después de transformarlo en híbrido, había tratado de enseñarle, de aprovechar la magia que latía en él. Christian había aprendido con asombrosa facilidad todo lo relativo a la teoría mágica, incluyendo el lenguaje arcano. Pero los hechizos que otros magos lograban realizar correctamente no funcionaban de la misma forma cuando él los ponía en práctica. Había tratado de explicar a sus maestros que la magia se congelaba cuando trataba de utilizarla, que no fluía con facilidad. Pero ellos no lo entendían.

Obviamente, ninguno de ellos era un shek.

Christian frunció el ceño y volvió a inclinarse sobre los símbolos. Colocó las palmas de las manos sobre los dos que debían abrir el portal. Sabía lo que debía hacer, las palabras que debía pronunciar. Las instrucciones estaban muy claras. Pero la magia seguía sin fluir.

Cerró los ojos y pensó en Victoria. Dejó que lo que sentía por ella calentara su corazón, dejó que sus sentimientos lo llenaran por dentro. Más humano, pensó. Notó que la magia fluía mejor.

Era un juego peligroso. Si ahogaba de aquella manera su parte shek, correría el riesgo de matarla definitivamente. Y el hecho de soportar la presencia de Jack en la torre no mejoraba las cosas.

Pero creía haber encontrado un equilibrio para su alma doble, y esperaba no sólo sobrevivir manteniendo vivas ambas partes, sino también beneficiarse de cada una de ellas cuando más le conviniera.

Los símbolos se iluminaron tenuemente. Christian sonrió para sí. Lo estaba consiguiendo.

Se retiró para dejar que el portal fuera abriéndose poco a poco. Era sólo una prueba, pretendía cerrarlo de inmediato y reabrirlo sólo cuando él y Jack estuvieran dispuestos a cruzarlo, la noche del Triple Plenilunio.

Pero no tuvo tiempo.

Una alta figura se materializó de pronto en el centro del hexágono, y Christian, sorprendido, retrocedió de un salto.

—¿No esperabas verme tan pronto... hijo? —sonrió Ashran.

Christian descubrió entonces que no era el verdadero Ashran, sino una imagen de él. Comprendió que el portal entre ambas torres no estaba del todo abierto, y por esta razón su padre no había logrado pasar.

—Has vuelto a traicionarme —susurró Ashran.

—Sólo te traicioné una vez —repuso él, con calma—. No he vuelto a ser tu siervo desde entonces, aunque pensaras lo contrario.

—He sido generoso, Kirtash, muy generoso. Y no debería darte esta última oportunidad, pero lo haré. Si no vas a matar al dragón, tráelo hasta mí, mañana por la noche, durante el Triple Plenilunio. Tráelos a los dos, al dragón y al unicornio, y haremos que la profecía se cumpla, me enfrentaré a ellos y los derrotaré yo mismo. Condúcelos hasta mí, Kirtash... como está escrito que harás.

»¿O es que acaso vas a rebelarte también contra tu dios... y contra tu propia naturaleza?

La imagen de Ashran se desvaneció lentamente en el aire, pero sus palabras aún flotaron un instante en la habitación antes de disiparse por completo.

Christian se quedó allí, temblando, incapaz de moverse.

—¡Sujétalo! —gritó Qaydar—. ¡No lo dejes escapar!

La criatura aulló de nuevo y se revolvió en la prisión mágica que Shail le había preparado. Covan lanzó una exclamación de alarma cuando los lazos invisibles se soltaron, y el ser que había sido Alexander se abalanzó sobre ellos, furioso y muy, muy hambriento.

Shail no pudo retroceder a tiempo. Trastabilló y cayó de espaldas, enredado en la muleta. El maestro de armas se interpuso entre él y la criatura, enarbolando su espada. No tuvo ocasión de emplearla, porque la magia del Archimago atrapó de nuevo a la bestia en sus hilos invisibles. Alexander se debatió, aullando, pero no se soltó. Covan respiró, aliviado. Shail alcanzó su bastón y trató de ponerse en pie.

—Hemos de hacer algo —murmuró el joven mago, contemplando a lo que había sido su amigo—. No puede quedarse así.

Qaydar frunció el ceño y movió la cabeza.

—No puedo extraer de su cuerpo el alma de la bestia —dijo—. Ya forma parte de él. Aunque encontrara la forma de hacerlo, si llevara a cabo el conjuro, él moriría también.

—El alma de una bestia —murmuró Covan, anonadado—. No es posible. No pueden haberle hecho esto.

Shail lo miró, y recordó que el viejo maestro de armas había conocido a Alexander cuando era el príncipe Alsan de Vanissar, apenas un niño que soñaba con ser caballero.

—No puedo devolverle a su estado original —prosiguió el Archimago—. Si ahora está así, no quiero ni imaginar qué sucederá mañana por la noche, en el Triple Plenilunio. Por el bien de la rebelión, y por la seguridad de todos los refugiados de Nurgon y de Awa, el príncipe Alsan debe ser ejecutado.

BOOK: Tríada
2.63Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Beautiful Addictions by Season Vining
After the Red Rain by Lyga, Barry, DeFranco, Robert
Cameo and the Vampire by Dawn McCullough-White
A Sacred Storm by Dominic C. James
Living to Tell the Tale by Gabriel García Márquez, Edith Grossman
Salamaine's Curse by V. L. Burgess
Blood of My Brother by James Lepore
The Sons of Isaac by Roberta Kells Dorr