Tríada (38 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Tríada
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Pero cabía la posibilidad, por mínima que fuera... de que él cumpliera su parte del trato.

Alzó la cabeza.

—De acuerdo —dijo.

Feinar le pasó el canalizador. Victoria lo sostuvo entre sus manos y cerró los ojos, sintiendo que la energía la recorría por dentro, llenándola, renovándola. De verdad era como si se encontrara en un lugar repleto de vida.

Permaneció así unos minutos más. Habría necesitado horas para recobrarse por completo, pero no disponía de tanto tiempo. Debía acudir al encuentro de Jack y evitar que cometiese una locura.

Abrió los ojos, todavía sosteniendo la gema entre sus manos.

—Estoy lista —dijo; miró al mago—. Déjanos solos.

Debía transformarse en unicornio para entregar la magia, y se sentía incómoda si había más gente mirando. Ya era bastante horrible que tuviera que hacerlo para Brajdu.

Feinar miró a Brajdu, indeciso. Este asintió, llevándose una mano significativamente a la empuñadura del sable que pendía de su cinto. El hechicero se levantó y abandonó la cámara, cerrando la puerta tras de sí.

Victoria respiró hondo varias veces. La energía seguía recorriéndola por dentro, y por un momento tuvo la sensación de hallarse en medio de un bosque. Añoraba los bosques.

Se esforzó por centrarse. Buscó a Lunnaris en su interior y dejó que la esencia del unicornio fluyera hacia fuera para transformarla.

Sin embargo, y ante el desconcierto de Victoria, Lunnaris se negó a salir a la luz y se quedó agazapada en un rincón de su alma, temblando. Victoria, desesperada, llamó con más insistencia a su parte unicornio, lloró interiormente, suplicó, la amenazó... pero la transformación no tuvo lugar.

Victoria abrió los ojos. Brajdu la observaba con expectación.

—¿Y bien?

—Lo estoy intentando —murmuró la joven—. Por lo general no tengo problemas para transformarme, pero hoy...

Se interrumpió porque Brajdu la había cogido por el cuello y la miraba fijamente, con un brillo amenazador en los ojos.

—Pues más vale que lo hagas, preciosa, porque de lo contrario tú y tu amigo moriréis muy pronto, ¿me he explicado bien?

Victoria asintió. Brajdu la soltó, y ella respiró hondo y lo intentó de nuevo. Tengo que hacerlo, se dijo. No es tan difícil entregar la magia por la fuerza. Ya lo hice una vez.

Se le revolvieron las tripas al evocar cómo la había utilizado el Nigromante en la Torre de Drackwen. Se sintió enferma sólo de recordarlo, pero apretó los dientes y se dijo a sí misma que por Jack estaba dispuesta a volver a pasar por eso... y por mucho más.

Entonces comprendió que no podría hacerlo por voluntad propia, de la misma manera que no podía detener los latidos de su corazón solo con desearlo. Por más que habría sido capaz de hundir una daga en él si con ello pudiera salvar la vida de Jack. Pero, por muy intensamente que lo deseara, era necesario que arrebataran la magia por la fuerza si no sentía aquella llamada, aquella extraña empatía que había sentido hacia Kimara y que la había llevado a entregarle su don. Echó de menos aquel horrible artefacto que Ashran había empleado tiempo atrás para robarle su poder. Lo echó de menos porque entendió que sin él no podría hacer lo que Brajdu le había pedido. Porque, a pesar de lo muchísimo que la había hecho sufrir aquella cosa, con él habría tenido alguna oportunidad de salvar a Jack.

Tenía un nudo en la garganta cuando confesó en voz baja:

—Es inútil. No siento ninguna clase de empatía hacia ti. El unicornio jamás se manifestará para ti, Brajdu.

El hombre no dijo nada. Le arrebató el canalizador, y Victoria notó cómo se quedaba sin energía de nuevo. Brajdu se levantó y la miró desde arriba, serio.

—Acabas de firmar tu sentencia de muerte —dijo—. Si no puedes darme la magia a mí, no se la darás a nadie.

Cuando cerró la puerta con estrépito, Victoria supo que acababa de enterrarla en vida y que no sobreviviría a aquella noche.

Pero sólo podía pensar en Jack, en el peligro que corría, en que no podía llegar hasta él. Se acordó también de Christian. Había pensado mucho en él, al igual que en Jack, durante sus días de encierro. Sentía su presencia a través del anillo, sabía que él seguía allí, al otro lado, en alguna parte... demasiado lejos como para salvar a Jack...

Jack vio la nube rojiza que se acercaba por el horizonte. La última vez que había visto algo semejante, Kimara le había instado a ocultarse entre las dunas para no ser descubierto, y Jack había obedecido sin cuestionarla. Pero en esta ocasión se situó bien a la vista, en lo alto de un montículo de arena, y esperó.

El enjambre de insectos, que Kimara había llamado «kayasin», espías, no tardó en llegar hasta él. Jack dejó que lo rodearan, no demostró ninguna inquietud ante sus furiosos zumbidos ni se movió cuando algunos de ellos se posaron sobre su piel y lo palparon con sus largas antenas vibrantes.

Cuando la nube de insectos se alejó, Jack se sentó tranquilamente en la duna y siguió esperando.

Sabía que los kayasin no tardarían en informar a alguien mucho más grande y peligroso de su presencia en aquel lugar.

Tuvo que aguardar hasta la caída de la noche. Entonces divisó por fin al swanit acercándose por el horizonte, bajo la luz de las lunas, y le pareció muy grande.

Cuando la criatura llegó hasta él, se dio cuenta de que era gigantesco.

Se trataba de un enorme insecto fusiforme que se arrastraba por las dunas sobre tina docena de patas, tanteando el suelo y el aire ante él con un par de largas antenas que no parecían, sin embargo, tan aterradoras como los múltiples apéndices bucales que buscaban alimento. Su cuerpo estaba cubierto por placas córneas que lo protegían como si de una armadura se tratase. Jack trató de olvidarse del estremecedor aspecto del swanit y de mantener la cabeza fría. Aquellas placas, que formaban el caparazón del insecto, eran su objetivo, las necesitaba para salvar a Victoria. Se esforzó por recordarlo en todo momento.

Tuvo tiempo de observar al swanit mientras éste se acercaba. Se preguntó si podría ensartar su espada en alguna de las líneas de unión existentes entre las placas del escudo, pero desechó la idea. Aquel ser era demasiado grande. Incluso la herida de una espada legendaria como Domivat no sería para él más peligrosa que la picadura de un mosquito para mi ser humano.

Jack comprendió que no tenía ninguna posibilidad de vencerlo de aquella manera. De forma que clavó la vaina de Domivat en la arena y se transformó en dragón.

Con un rugido, alzó el vuelo, y la cabeza ciega del swanit se alzó también; sus apéndices se agitaron en el aire, buscándolo. Jack estaba ahora lo bastante cerca como para apreciar cómo se movían sus cuatro pinzas bucales, capaces de triturarlo al instante. Voló un poco más alto, para ponerse lejos de su alcance. Pareció que el swanit lo buscaba incluso con más entusiasmo que antes, y Jack creyó comprender por qué: aquellas criaturas vivían en un desierto y eran demasiado grandes para el resto de seres que habitaban en él. Por más animales, humanos o yan que lograran cazar, para ellos no eran más que un pobre aperitivo. Por eso los swanit siempre estaban hambrientos.

Pero un dragón era otra cosa.

Jack batió las alas con energía y exhaló tina bocanada de fuego. Quedó decepcionado al ver que el caparazón del swanit lo había protegido de sus llamas. No le quedaba más remedio que luchar cuerpo a cuerpo.

Se lanzó sobre él, con las garras por delante. Intentó clavarlas en el cuerpo del insecto, pero sus uñas resbalaron sobre el caparazón sin lograr hacerle un solo rasguño. Jack remontó el vuelo antes de que los apéndices bucales del swanit se cerraran sobre él.

Dio un par de vueltas en el aire, pensando. Empezaba a Comprender por qué Brajdu tenía tanto interés en aquel caparazón. El fuego no lo afectaba, y era tan duro como el diamante, o tal vez más. No tenía sentido tratar de morderlo. Se le estaban acabando las opciones.

Pero tenía que matar a aquella criatura. Por Victoria.

El swanit se alzó sobre sus patas traseras y trató de alcanzarlo en el aire, pero no lo consiguió. Jack lo esquivó, mientras seguía trazando su plan.

Al descender sobre la criatura había visto más de cerca las placas del caparazón. Tal vez podría hundir sus garras en el espacio que había entre las placas. Con eso no lo heriría, pero quizá podría engancharlo y tirar de él hasta volcarlo patas arriba. Si aquel insecto era lo que parecía ser, una especie de cochinilla gigante, tal vez por debajo estuviera desprotegido. Era bastante probable, de hecho. El swanit se arrastraba prácticamente sobre la arena, sus patas apenas lo elevaban por encima el suelo. Era lógico que hubiera desarrollado el caparazón solo por la parte que quedaba al descubierto.

Descendió en picado sobre el insecto e hincó las garras sobre su espalda. No consiguió enganchar la .juntura, pero el swanit se movió con rapidez y alzó varias de sus patas hacia él.

Jack comprobó, con horror, que eran pegajosas. Los extremos de dos de las patas se adhirieron a su flanco, arrastrándolo hacia el suelo... y hacia la boca del swanit... mientras él batía las alas con desesperación, tratando de elevarse de nuevo.

Se volvió y escupió una llamarada a la boca del swanit. Esto pareció sorprenderlo, porque lo soltó. Pero acto seguido se lanzó otra vez sobre el dragón y cerró sus apéndices bucales en torno a su cola.

Jack rugió de dolor. Se debatió furiosamente y consiguió liberarse, pero las mandíbulas del swanit desgarraron su piel escamosa. Jadeando, Jack se elevó un poco más para ponerse lejos de su alcance.

Y volvió a descender, esta vez desde detrás, para tratar de enganchar sus garras al caparazón del swanit. Tampoco lo consiguió en esta ocasión, pero el insecto no logró atraparlo.

A la tercera vez sintió que sus uñas rozaban la juntura. Pero no fue capaz de clavarlas en la carne de la criatura. No tuvo tiempo de alegrarse por sus progresos, porque el swanit se retorció sobre sí mismo y se lanzó sobre él. Jack retrocedió en el aire... y las patas traseras del swanit lo atraparon y lo volcaron sobre el suelo.

Jack se revolvió, furioso y desesperado, batiendo la cola contra las dunas y luchando con garras, dientes, cuernos y fuego. Pero nada de aquello parecía hacer mella a la inmensa criatura. Además descubrió que la cara interna de las patas del swanit estaba aserrada, y sus puntas se clavaban en su cuerpo, desgarrando dolorosamente su piel dorada. Volvió a vomitar fuego en la cara de la criatura, pero ésta no lo soltó. Cuando vio las mandíbulas del swanit cerniéndose sobre él, Jack supo que no sobreviviría a aquella batalla.

Victoria sentía una horrible angustia en su interior, y no se trataba sólo del hecho de que ella estuviera muriendo. Tenía la espantosa sensación de que Jack estaba en grave peligro. Se levantó y, tambaleándose, llego hasta la puerta. Arremetió contra ella, tratando de derribarla, con sus últimas fuerzas. Golpeó y golpeó, una y otra vez, aunque sabía que era inútil. Pero se negaba a quedarse allí encerrada mientras Jack estaba muriendo. Y seguiría golpeándose contra la puerta, sin parar, hasta que la venciera el agotamiento o hasta que lograra echarla abajo. Cuando ya no pudo más, cayó desvanecida junto a la puerta, con los ojos llenos de lágrimas.

Y allí la encontró la persona que entró, un rato después para rescatarla.

Por Victoria.

Jack se retorció por última vez entre las patas pegajosas del swanit; sus puntas se hundieron profundamente en su piel, pero no le importó. Dio un furioso coletazo y echó fuego de nuevo a la cara de la criatura. No le hizo daño, pero confundió sus sentidos un momento, permitiéndole escapar.

Jack se elevó en el aire todo lo que pudo, pero su vuelo era inestable: tenía un ala desgarrada. Respiró hondo un par de veces y trató de ver al swanit en medio de la polvareda que había alzado al despegar. Lo vio, apenas una sombra difusa entre la arena.

Y volvió a bajar. Sabía que aquel intento bien podía ser el último, pero evocó la mirada de Victoria, se recordó a sí mismo que ella estaba presa de aquel miserable de Brajdu, y ya no le pareció un sacrificio tan grande arriesgar su vida si con ello lograba salvarla.

De alguna manera, sus garras se hundieron, esta vez sí, en la fina línea de separación entre dos placas del caparazón. Se enganchó en él y batió las alas con fuerza. Tiró, y tiró. Tuvo que parar un momento para esquivar una nueva arremetida; pero el swanit se había alzado sobre sus patas traseras para alcanzarlo, y Jack dio un brusco tirón. Logró desequilibrarlo. Tiró de nuevo, con todas sus fuerzas.

Y el swanit volcó sobre la arena rosácea, agitando sus patas en el aire. Jack, agotado, sintió que lo inundaba un acceso de alegría y lanzó un rugido de triunfo: como había sospechado, la parte inferior del swanit no estaba protegida por el caparazón. Se arrojó sobre él y sintió un profundo alivio cuando sus garras hundieron en la carne de la criatura.

Momentos después, el swanit yacía sobre la arena, muerto, y el dragón se había dejado caer a su lado, gravemente herido y sin fuerzas para moverse.

Victoria abrió los ojos cuando sintió que la llevaban a rastras.

Luz... alguien la estaba sacando de su encierro, comprendió enseguida. El corazón le dio un vuelco. ¿Jack? No, no era Jack. Tampoco era Christian.

Lanzó una pequeña exclamación de angustia cuando lo reconoció.

Era Feinar, el mago que trabajaba para Brajdu.

—Silencio —dijo él en voz baja—. Los centinelas duermen bajo un hechizo de sueño, pero no queremos que se despierten, ¿verdad?

Victoria, aturdida, no dijo nada. No entendía qué estaba pasando, pero Feinar la había sacado de su prisión, y ella no pensaba discutir ninguna acción que la acercara más a Jack. De modo que se dejó llevar por los pasillos de aquella fortaleza subterránea, hasta que ambos salieron al aire libre. Feinar la soltó entonces, y Victoria, aún muy débil, cayó sobre la arena bañada por la luz de las tres lunas. Le tendió el báculo de Ayshel, que aún seguía en su funda, y Victoria lo recogió, confusa.

—Vete —dijo el mago solamente.

—¿Por qué...? —pudo preguntar Victoria.

Feinar tardó un poco en contestar, pero no la miró a la cara cuando lo hizo:

—Porque yo vi un unicornio hace muchos años, cuando era joven. Y aún no he podido olvidar sus ojos, esos ojos que me visitan en mis sueños más hermosos.

Victoria lo miró, sorprendida, pero el mago le dio la espalda con brusquedad y volvió a entrar por la puerta. Ella no se detuvo a analizar su comportamiento. Se levantó, a duras penas, ti, con ciega obstinación, se arrastró hacia el corazón del desierto, apoyándose en el báculo, en busca de Jack.

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