Authors: Laura Gallego García
Christian se había deshecho de dos de los hombres—serpiente y ahora peleaba contra el tercero. Victoria alzó el sable. Ahora por lo menos tenía un arma, pero aun así supo que estaban en clara desventaja. Se preguntó por qué Christian no se había transformado en shek todavía.
Vio de pronto una sombra que emergía de entre la niebla para atacar a Christian por la espalda. Victoria reaccionó por puro instinto para salvar la vida del shek; se arrojó sobre el hombre—serpiente e interpuso su arma entre él y el cuerpo de Christian. Los dos aceros chocaron con violencia. Victoria aprovechó el breve momento de vacilación del szish para acabar con su vida, fría y decidida. Christian volvió apenas la cabeza y le dedicó una breve sonrisa de agradecimiento.
Fue entonces cuando una figura bajó por las escaleras con un grito salvaje, enarbolando un arma que parecía envuelta en llamas. Victoria reprimió una sonrisa cuando lo vio situarse junto a Christian, pero no dejó de pelear.
Mientras Jack y Christian luchaban juntos, Victoria se dio cuenta de que las estocadas del szish la empujaban cada vez más hacia la pared. Su técnica con la espada era muy pobre; a la joven no le quedaba otra cosa que defenderse como buenamente podía, y pronto comprendió que sin su báculo estaba perdida. Tardó unas centésimas de segundo más en levantar el sable, pero era demasiado tarde: la hoja del arma del szish ya estaba sobre ella. Victoria cerró los ojos instintivamente...
Y cuando los abrió, ya no se encontraba allí, sino justo detrás del szish, que acababa de descargar su espada sobre un espacio de aire. Victoria parpadeó, desconcertada, pero no perdió tiempo: sepultó la hoja de su sable en la espalda del hombre—serpiente.
Se volvió justo para ver que había otros tres szish rodeándola. Enarboló su sable, pero en el fondo sabía que era inútil.
En ese momento, una enorme sombra emergió del agua con la rapidez del relámpago, y, de pronto, todos los szish se llevaron las manos a la cabeza y gritaron y sisearon de dolor. Victoria los miró, turbada, sin entender qué estaba pasando. La agonía de los hombres—serpiente duró apenas un par de segundos. Uno tras otro, cayeron al suelo, muertos. Uno de ellos se precipitó de cabeza al agua de la alberca, con un sonoro chapoteo.
Victoria se volvió rápidamente, pero la sombra ya no estaba allí. Cojeando, avanzó hasta el agua y aún llegó a ver una última ondulación en la superficie, y le pareció entrever el lomo escamoso de una enorme serpiente...
Pero desapareció, y la muchacha llegó a pensar que lo había imaginado.
Nada se movió. Victoria, desfallecida, se dejó caer al suelo.
—Bien hecho, Christian —oyó la voz de Jack.
«Claro, ha sido Christian —pensó ella, aturdida—. Ha usado su poder telepático.»
Intentó levantarse para reunirse con los dos chicos, pero no fue capaz. Esperó, por tanto, a que ellos emergieran de la nube de vapor de agua y se acercaran a ella.
—¿Estás bien, Victoria? —preguntó Jack, preocupado.
Ella asintió. Se dejó abrazar por él.
Se dio cuenta entonces de que Christian se había detenido al borde de la piscina y escudriñaba las sombras, preocupado.
—¿Qué es, Christian? —preguntó Victoria, inquieta.
—No he sido yo —respondió él con calma—. No puedo llegar a las mentes de los szish bajo forma humana si no los miro a los ojos, y no he podido transformarme en shek porque todavía estoy débil. Ese ataque telepático ha debido de hacerlo otro, probablemente otro shek.
—Eso es absurdo —replicó Jack—. Si hubiera otro shek aquí, nos habría matado, no se habría molestado en salvarnos la vida.
Christian ladeó la cabeza y le dirigió una mirada inquisitiva, pero no dijo nada.
—A veces hacemos cosas que no sabíamos que podíamos hacer —añadió Jack—. Yo por ejemplo juraría haber visto a Victoria aparecer y desaparecer como un relámpago hace un momento.
Los ojos de los dos se clavaron en ella. Victoria tragó saliva.
—Habrán sido imaginaciones tuyas...
—No, Victoria, puedes hacerlo —intervino Christian—. Yo también lo he visto. No ahora, sino hace unos días, cuando peleaste contra mí. Tienes el poder de moverte con la luz. Así fue como me venciste el otro día.
Victoria se quedó perpleja. Por alguna razón, ya no le parecía tan descabellado.
—¿Así fue como te vencí? No parece muy noble por mi parte.
—Tampoco lo es lanzar un ataque telepático a criaturas que no poseen el mismo poder y, sin embargo, así es como peleamos los sheks.
Volvió a girarse hacia las sombras de la alberca, intrigado.
—Aquí todo el mundo pelea como puede —dijo Jack entonces—. Por eso hay que estar prevenido y no bajar la guardia. Y vosotros dos —añadió, señalándolos acusadoramente— me vais a explicar ahora mismo qué hacíais aquí.
Christian clavó en él una mirada de hielo. Victoria enrojeció. Jack se dio cuenta de que lo habían malinterpretado.
—Es decir —se corrigió, un poco azorado—, imagino perfectamente lo que hacíais aquí. Lo que quiero decir es que lo hagáis en otro lado... quiero decir... que bajasteis la guardia, y yo tengo el sueño muy pesado, y si no llega a ser por... —se interrumpió de pronto—, bueno, que tal vez no me habría despertado, o habría llegado demasiado tarde para ayudaros, y... en fin... que para la próxima vez tengáis más cuidado, ¿vale? Y que, si os quedáis solos, por lo menos tengáis las armas a mano.
Se dio la vuelta bruscamente. Christian y Victoria cruzaron una mirada. Victoria corrió hasta Jack, cojeando. Lo alcanzó al pie de las escaleras, lo hizo girarse y lo abrazó, con fuerza. Jack sonrió y correspondió a su abrazo.
—Ven, vamos a curarte esa pierna —dijo cogiéndola de la mano—. Sangras mucho.
—No es nada grave, sólo es muy aparatoso.
—En cualquier caso, vámonos de aquí. Me pone nervioso este sitio.
Se volvieron hacia Christian para ver si los seguía. Pero el shek se había acuclillado junto a uno de los cuerpos de los szish. —Éste sigue vivo —anunció con calma. —¿Vas a...? —empezó Victoria, pero él negó con la cabeza. —Nos puede proporcionar una información muy valiosa. Quiero saber quién está detrás de esto... y si seguimos estando seguros en esta torre.
Kimara se despertó, sobresaltada. Alguien la sacudía enérgicamente.
—¿Qué...?
No pudo hablar más, porque la persona que estaba junto a ella le tapó la boca y susurró en su oído:
—Sssshhhh, no hagas ruido. Soy Kestra.
Kimara se incorporó, sorprendida.
—¿Se puede saber qué te pasa? —susurró a su vez, irritada.
—Quiero enseñarte algo. Te va a gustar. ¿Vienes?
Ella la miró, un poco desconfiada al principio. Pero a la clara luz de las lunas pudo ver que el gesto de Kestra era sincero. De modo que se levantó, en silencio, y siguió a la joven sihana a través de la gran habitación donde se había habilitado uno de los dormitorios para mujeres. Las dos se movieron con cuidado para no despertar a nadie.
Kestra guió a Kimara hasta el patio. Las lunas daban tanta claridad aquella noche que casi parecía que fuera de día, de modo que las dos tuvieron buen cuidado de moverse pegadas a las paredes. Hasta que Kestra se dejó caer sobre la hierba, junto a una ventana abierta a ras de suelo de la que salía luz.
—¿Qué...? —empezó Kimara, pero Kestra tiró de ella para que se agachara y mirara a través de la abertura.
Kimara se asomó, intrigada. Vio que la ventana daba al sótano, es decir, al taller de Rown y Tanawe. O, por lo menos, lo habría visto si no hubiera sido porque algo atrapó su mirada y le impidió apartar los ojos de allí.
En el centro de la habitación había un soberbio dragón dorado, un dragón dorado que desplegaba las alas y estiraba el cuello como si quisiera ser aún más alto de lo que era. Sus escamas brillaban con luz propia, su cresta se encrespaba sobre su esbelto lomo, y de sus fauces salía un fino hilo de humo. Cuando el dragón se alzó sobre sus patas traseras, Kimara vio que sus ojos eran verdes como esmeraldas. Le dio un vuelco el corazón.
— Jack! —gritó.
Su grito retumbó por las paredes y se oyó por todo el sótano. Alarmada, Kestra tiró de ella para apartarla de la ventana. Kimara forcejeó.
—Te has vuelto loca? —siseó Kestra—. ¡No deben vernos! ¡Todavía es un secreto!
Kimara comprendió de pronto lo que estaba sucediendo, y volvió a rompérsele el corazón en mil pedazos, como cuando Victoria trajo las noticias de la muerte de Jack.
—Es uno de tus dragones de madera —comprendió—. No es real.
Parecía tan decepcionada que Kestra la miró, sin comprender.
—Pensé que te gustaría —dijo—. ¿Se le parece o no?
—Sí que se le parece —admitió Kimara—. Mucho. Pero es cruel, especialmente para los que lo conocimos. ¿Qué dirán Shail, Aile y Alexander cuando lo vean? Kestra sonrió.
—Por lo que yo sé, fue idea de ellos. Fue Shail quien dio la descripción de Yandrak. De otro modo, Tanawe no habría podido reconstruir su imagen con tanta fidelidad.
Kimara sacudió la cabeza.
—Me cuesta trabajo creer que hayan sido capaces de algo así. Kestra la miró, muy seria.
—Aún no lo entiendes, ¿verdad? —¿El qué?
—Para qué es ese dragón. ¿Qué crees que pasará cuando llegue la última batalla, cuando salgamos de Nurgon para combatir a todas esas serpientes que nos aguardan ahí fuera? ¿Qué piensas que sucederá cuando vayamos a pelear y el último dragón no acuda en nuestro auxilio?
Kimara se dejó caer sobre la hierba, anonadada.
—No lo había pensado. Entonces... ¿se supone que éste va a ser Yandrak? ¿Les vamos a decir a todos que es Jack, que ha venido a ayudarnos?
Kestra suspiró.
—Puede parecerte injusto, pero no tenemos otra salida. Ya te lo dije una vez: los dragones están muertos, ahora sólo nosotros podemos combatir en su lugar. Y la gente necesita creer en algo, aunque sólo sea una ilusión.
—Pero no es real, Kestra.
—¿Cómo de real quieres que sea? Vuela, igual que un dragón. Echa fuego, igual que un dragón. Parece un dragón, y puede pelear como lo haría un dragón de verdad. ¿Qué es más real: esa maravilla que has visto en ese sótano o el recuerdo de un dragón que ya no regresará al mundo de los vivos?
»Eso de ahí abajo simboliza nuestra esperanza, nuestro deseo de luchar por nuestro mundo, por lo que consideramos más justo. Cientos de rebeldes pelearán con esperanza cuando lo vean surcar los cielos, será nuestro emblema, nuestro guía en la batalla. ¿Te atreves a decirme que no es real?
Hubo un incómodo silencio.
—Supongo que tienes razón —admitió Kimara de mala gana.
Volvió a asomarse, con precaución. Vio entonces a Rown y Tanawe junto al dragón, que descansaba ahora hecho un ovillo sobre el suelo, con los ojos cerrados. Los dos comentaban algo en voz baja. Tanawe acarició suavemente el lomo del dragón, y el hechizo se deshizo. Y Kimara lo vio como era en realidad, un artefacto de madera cubierto con una piel que imitaba la de los verdaderos dragones.
Una esperanza.
Comprendió que, cuando aquel dragón se elevara sobre los cielos de Nurgon, sería como si el espíritu de Jack volviera a la vida.
Kestra tiró de ella con urgencia.
—Ya lo has visto. Tenemos que volver.
Kimara no se movió. No había apartado los ojos del dragón.
—Enséñame a pilotarlo —dijo de pronto.
Kestra se quedó de piedra.
—¿Cómo has dicho?
—Que quiero aprender a pilotarlo. —Se volvió hacia ella, y la shiana vio que los ojos de fuego de Kimara ardían con más intensidad que nunca—. Quiero ser yo quien lo haga volar.
Jack comprobó que Victoria se había dormido ya; se levantó de la cama en silencio y fue hasta el mirador. Esperaba encontrarse con Sheziss; quería darle las gracias por haberlos ayudado en los baños, pero fue a Christian a quien vio allí.
Se acercó, con cautela. Había pasado mucho tiempo cerca de Sheziss, había aprendido a controlar su odio. En teoría Christian, al tener también una parte humana, debería inspirarle menos rechazo que la propia Sheziss. Pero prefería no arriesgarse. Recordaba muy bien qué había sucedido la última vez que ellos dos se habían enfrentado, y lo cerca que habían estado de echarlo todo a perder.
El shek se había sentado sobre la balaustrada, con los pies colgando sobre el imponente vacío, y contemplaba las lunas, ensimismado, con una expresión más sombría de lo habitual. Jack saludó, y él correspondió al saludo. Hubo un incómodo silencio.
—Ya no estamos seguros en la torre —dijo Christian entonces.
—Ya lo había notado —asintió Jack; pero se le encogió el corazón.
Aunque sabía, después del ataque de aquella noche, que los días de paz se habían terminado, las palabras de Christian se lo habían confirmado. Suspiró. Había sido tan bonito compartir aquellos momentos con Victoria que le dolía en el alma pensar que pronto tendrían que estar otra vez huyendo, escondiéndose... o salir a luchar, y probablemente a morir.
—Sabrás entonces que tenemos que marcharnos.
—Sí. Supongo que tardaremos varios días en llegar hasta Nurgon, incluso aunque fuéramos volando. Así que, cuanto antes partamos, mejor.
Christian lo miró de una manera extraña.
—No, Jack, no podemos ir a Nurgon. Ya no.
—¿Por qué no? Victoria me dijo que Nurgon está protegido por el escudo de Awa.
—Sí, pero pronto dejará de estarlo.
El corazón de Jack se detuvo un breve instante.
—¿Qué?
—He sondeado la mente del szish que sobrevivió al ataque —explicó Christian a media voz—. Estaba muy deteriorada, pero sí he podido averiguar por qué nos atacaron. Todos los szish han sido movilizados, a través de la red telepática de los sheks. Todas las serpientes van a reunirse para la batalla, y la batalla no va a librarse aquí. Y ellos querían marcharse de la torre, querían responder a la llamada y unirse al ejército de Ashran, pero algo los retenía aquí. —Miró a Jack inquisitivamente, pero el joven no se alteró—. Su única opción era luchar.
—Ya. Y la batalla de la que me hablas es un ataque contra Nurgon, ¿no?
—El ataque definitivo. Dentro de tres días, o de tres noches, para ser exactos, Ashran hará caer el escudo de Awa, y Nurgon estará perdido.
Jack se quedó helado.
—No puede ser. ¡Tenemos que ir a ayudarlos!
Christian lo retuvo por el brazo cuando ya se iba.
—Espera, Jack. No llegaríamos a tiempo, y por otra parte, no podríamos hacer nada para ayudar.