Authors: Laura Gallego García
—¿Me estás diciendo que he de quedarme con los brazos cruzados mientras masacran a mis amigos?
—Por supuesto que no. Creo... —Dudó un instante, pero finalmente prosiguió—. Creo que nuestra única opción es ir a Drackwen a enfrentarnos a Ashran esa misma noche. Con todos los sheks atacando Nurgon, y mi padre ocupado en hacer caer el escudo, tendremos más oportunidades que en ningún otro momento. Y si lo derrotamos entonces, y evitamos que destruya la cúpula feérica... salvaremos Nurgon también.
Jack meditó la propuesta.
—Pero para llegar a Drackwen a tiempo —objetó— tendríamos que salir ya. Y no sé si tú estás en condiciones, y por otro lado Victoria...
Calló, angustiado. Christian le dirigió una breve mirada.
—Si saliésemos ahora, todos nos verían. Pero hay una forma mucho más rápida y discreta de llegar a la Torre de Drackwen.
Jack lo miró, intrigado.
—¿De veras?
Christian asintió.
—Estoy trabajando en ello. Espero poder mostrártelo mañana, como muy tarde.
Jack comprendió que no iba a explicarle más cosas, y no insistió.
—¿Por qué tu padre se centra en Nurgon, y se olvida de nosotros ahora? ¿No se supone que somos lo único que podría derrotarle?
—Ha intentado acabar con nosotros desde que llegamos. No lo ha conseguido. Por otra parte, ahora tiene la oportunidad de aplastar a toda la Resistencia de golpe. Piénsalo, Jack. Si Nurgon cae, si caen todos los rebeldes... estaríamos solos. ¿Qué nos quedaría entonces? No tendríamos ningún sitio a donde ir, ningún lugar donde refugiarnos. Sería cuestión de tiempo que los sheks nos encontraran.
»También puede ser que se trate de una trampa. Y que, si vamos a la Torre de Drackwen esa noche, estemos haciendo exactamente lo que mi padre quiere que hagamos. Y no sería la primera vez. Pero, dime, ¿qué otra opción tenemos?
Jack meditó la respuesta y asintió, lentamente.
—Tres días... —murmuró—. Es poco tiempo.
El shek se encogió de hombros.
—Hace casi cinco meses que llegamos a Idhún —hizo notar—. En realidad... ha pasado demasiado tiempo.
—Ya, pero... todo eso de enfrentarnos a Ashran y hacer cumplir la profecía... parecía algo muy abstracto. Antes no teníamos fecha. Ahora la tenemos. —Hizo una pausa—. No me gustaría decírselo a Victoria todavía —añadió—. Ya sé que tres días es muy poco tiempo, pero... acaba de recuperarnos a los dos, me gustaría que disfrutara al menos de otro día de paz antes de saber lo que vamos a hacer. No quiero preocuparla tan pronto.
—Me parece bien —asintió Christian.
A Jack le extrañó su respuesta. Él mismo sabía que, si iban a enfrentarse a Ashran, debían estar preparados, y cuanto antes lo supiese Victoria, mejor. Comprendió entonces que, en aquel momento, Christian había hablado con el corazón, y no con la cabeza. Como solía hacer él mismo. Sonrió.
—Te importa de verdad, ¿no es cierto?
—¿A ti qué te parece? —replicó el shek, con calma.
—Ya sé que era una pregunta estúpida —respondió Jack, conciliador—. Es sólo que, si te paras a pensarlo... todo esto es una gran locura. Nada parece tener sentido y, sin embargo... todas las piezas encajan.
Christian sacudió la cabeza.
—Todo dejó de tener sentido para mí la primera vez que miré a Victoria a los ojos —dijo en voz baja—. Todavía no sé si las piezas encajan. Estoy intentando averiguarlo.
Jack sonrió de nuevo. Se despidió de Christian con un gesto y dio media vuelta para volver a entrar en la torre. Pero el shek lo detuvo de nuevo.
—Espera, Jack. —El joven se volvió hacia él, interrogante; la mirada de hielo de Christian se clavó en él, seria—. Espero que sepas lo que estás haciendo.
—¿Qué quieres decir?
—Lo sabes perfectamente. Hay otro shek en la torre.
Jack no se inmutó.
—Sé lo que estoy haciendo —respondió, con calma—. Y no me preguntes más al respecto. No te conviene saber más, al menos por el momento. Créeme.
Christian no dijo nada, pero siguió mirándolo fijamente.
—No puedo contarte más, Christian. ¿Confías en mí?
El shek enarcó una ceja.
—¿Me pides que confíe en un dragón?
—De la misma manera que yo confié en un shek —respondió Jack con suavidad.
Era una frase con doble sentido, y no estaba muy seguro de que Christian lo captara. Pero el joven asintió lentamente, comprendiendo.
—Confío en ti —dijo—. Espero que tú tengas claro en quién debes confiar, y en quién no.
—Lo tengo claro. Descuida.
Dio media vuelta para marcharse, pero enseguida volvió sobre sus pasos.
—¿Christian? ¿Por qué Ashran va a hacer caer el escudo dentro de tres días? ¿Por qué tres, y no cuatro, ni dos, ni diez?
Christian no respondió, pero señaló el cielo con expresión sombría. Jack alzó la mirada y sólo vio las tres lunas: la gran Erea, la luna plateada; Ilea, la luna verde; y la pequeña y rojiza Ayea, la luna de las lágrimas. Le parecieron más hermosas y rotundas que nunca, pero no vio nada extraño en ellas. Al principio.
Pero entonces lo entendió, y cuando lo hizo, soltó una maldición por lo bajo.
Nadie había visto a Alexander desde la tarde anterior. Se había retirado poco después del anochecer, y ya era casi mediodía. Denyal había ido a buscarlo a su cuarto, pero se había encontrado con la puerta cerrada. Desde el otro lado, Alexander le había dicho que se encontraba un poco indispuesto, pero que no tardaría en reintegrarse al quehacer diario de la Fortaleza.
Así que Denyal lo había reemplazado esa mañana. Quedaba todavía mucho que organizar, mucho que reconstruir, mucho que aprender y mucho que enseñar. Aunque en el fondo Denyal supiese que todo era inútil, que la profecía no iba a cumplirse porque el último dragón estaba muerto, la mayoría de la gente que se había unido a ellos todavía esperaba su regreso con fe inquebrantable.
Denyal ya no sabía si creer o no en la profecía. Pero había descubierto que creía en Alexander, que en poco más de tres meses había conseguido más que los Nuevos Dragones en varios años. Con él al mando, pensaba a menudo, tenían más posibilidades de derrotar a Ashran que aguardando el regreso de un dragón dorado a quien casi nadie había visto.
Por eso se sintió inquieto cuando tuvo que sustituir a Alexander aquella mañana. Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que no era un hombre que abandonara sus obligaciones por una indisposición cualquiera.
También a Shail le pareció extraño. Pero, a diferencia de Denyal, sospechó inmediatamente qué podía ser aquello que retenía a su amigo en su cuarto. Fue a visitarlo después del tercer amanecer.
La puerta estaba cerrada, pero eso nunca había sido un obstáculo para Shail. La abrió sin problemas, se deslizó en el interior de la habitación y volvió a cerrarla tras de sí, con suavidad.
—¿Alexander? ¿Estás bien?
Un leve gruñido respondió a su pregunta. Shail descubrió a si amigo acurrucado en un rincón, con el rostro oculto entre las manos. Avanzó un poco, pero la voz de Alexander lo detuvo, ronca:
—No te acerques más.
Shail respiró hondo.
—Alexander... ¿cómo es que estás así? ¡Estamos a plena luz del día!
El joven alzó la cabeza, y Shail retrocedió un paso, sin poder evitarlo. El rostro de Alexander era una extraña mezcla de rasgos humanos y bestiales.
El mago se esforzó por dominarse. Lo había visto así ya en otra ocasión, pocos días después de llegar a Nurgon, la última vez que Ilea había salido llena. Calculó los días y descubrió que, efectivamente, faltaba poco para un nuevo plenilunio de la luna mediana. Sin embargo, por lo que él tenía entendido el influjo que las lunas ejercían sobre Alexander sólo se dejaba sentir de noche, y nunca con tanta antelación.
—¿Es por Ilea? —preguntó, preocupado—. No saldrá llena hasta dentro de varios días, creo. No debería afectarte todavía.
—Tres días exactamente —gruñó Alexander—. Pero no es sólo por eso. ¿Sabes lo que pasa dentro de tres días, Shail?
—¿Aparte del plenilunio de Ilea, quieres decir? —Shail reflexionó—. No lo tengo muy claro, no sé muy bien en qué día vivo.
—Dentro de tres días, Shail —dijo Alexander, con una voz profunda y gutural—, será la noche de fin de año.
Shail tardó unos segundos en atar cabos.
—La noche de fin de... no. ¡Por todos los dioses!
—Sí —sonrió Alexander, y fue una sonrisa siniestra—. Por todos los dioses, y por todas las diosas y sus condenadas lunas.
Shail se sintió muy débil de pronto. Tuvo que sentarse.
—Por supuesto que dentro de tres días es el plenilunio de Ilea. Y también de Ayea, y de Erea. —Alzó la cabeza hacia Alexander, muy serio—. ¡Un momento! Si dentro de tres días Erea estará llena, eso significa que ya han pasado... —hizo un rápido cálculo mental— setenta y cuatro días desde su último plenilunio. ¿Estábamos en Idhún ya entonces?
—Sí. Tú debías de estar de camino al Oráculo. A mí me sorprendió en Vanissar.
—¿Qué te pasó esa noche?
Por la mente de Alexander cruzaron, fugaces, escenas de la noche en que Amrin los había traicionado, entregándolos a Eissesh. Se había transformado de golpe, y no sabía lo que había sucedido después. Pero Allegra se lo había contado.
—No quieras saberlo —gruñó.
Sobrevino un tenso silencio.
—Fin de año —murmuró entonces Shail—. Triple Plenilunio.
—No quiero ni pensar lo que puede sucederme esa noche. O lo que puede sucederle a cualquiera que esté cerca de mí.
—Tampoco yo —musitó el mago—. ¿Qué vas a hacer, pues?
—No lo sé. Hablé con Allegra, dijo que buscaría una solución... pero el tiempo ha transcurrido demasiado deprisa y hemos estado ocupados recuperando Nurgon. Confieso que esto me ha cogido un poco por sorpresa.
Y Allegra no ha vuelto todavía de Shur—Ikail —asintió Shail—. Alexander, con lo ordenado y disciplinado que eres para otras cosas... —Suspiró—. Me sorprende que no tengas más control sobre el calendario lunar.
Alexander desvió la mirada.
—Supongo que, a pesar del tiempo que ha pasado, todavía me cuesta asimilar todo lo que me ha ocurrido. Sobre todo desde que volvimos a Idhún. Todo es tan familiar, y a la vez tan distinto... Intento comportarme como si nada hubiera cambiado, pero en el fondo... somos extraños en nuestra propia tierra. ¿No sientes eso a veces?
—Sí que lo siento —asintió Shail—. Pero entonces me acuerdo de Jack y de Victoria, y no puedo evitar pensar cómo se habrán sentido ellos en un mundo que nunca conocieron. Hubo un nuevo silencio.
—A veces pienso que el shek tenía razón —dijo entonces Alexander—, y que no debimos haber cruzado la Puerta. Si nos hubiéramos quedado en Limbhad, Jack seguiría vivo. Y tú no habrías perdido tu pierna.
—Entonces hicimos lo que teníamos que hacer. Igual que ahora. ¿Vas a quedarte aquí todo el día? Para muchos de los nuestros no es una novedad que de vez en cuando seas un poco más feo de lo habitual.
Alexander sonrió, a su pesar.
—No se trata de eso. Es que temo perder el control. Si estoy así ahora, de día... ¿qué sucederá por la noche, cuando salgan las lunas?
Shail no contestó enseguida.
—Voy a buscar a Qaydar —dijo entonces—. Él sabrá qué hacer.
—Shail, no me parece buena idea.
—Sí, sé que Qaydar no confía en ti, pero es un Archimago. Si él no puede ayudarte, nadie más podrá. Lo entiendes, ¿no? Alexander asintió.
Shail salió de la habitación, cerrando cuidadosamente la puerta tras de sí. Iba tan preocupado que no descubrió la sombra que estaba agazapada en un rincón y que había estado escuchando atentamente toda la conversación, desde el otro lado de la puerta.
«Triple Plenilunio», dijo Sheziss, pensativa.
Se habían encontrado en los baños, ahora desiertos. Jack sabía que nadie los molestaría. Después de la pelea de la noche anterior, Victoria no volvería a bajar allí. Y Christian se había encerrado en uno de los salones superiores y no lo habían visto en todo el día.
Y en cuanto al resto de habitantes de la torre... se habían marchado todos. Victoria había hablado con los magos, les había dicho que podían irse si querían. Ninguno de ellos tenía ya ganas de unirse a Ashran, no después de haber mirado a los ojos al último unicornio. Pero tampoco tenían suficiente valor como para quedarse con la Resistencia.
Sólo uno de ellos, un humano, había dicho que quería combatir junto a la dama Lunnaris y defenderla del Nigromante, que antes había sido su señor.
Jack había hablado con él en privado y le había pedido que, si realmente quería hacer algo por ellos, llevara un mensaje a Nurgon de su parte: que contara a Alexander que él y Victoria seguían vivos, que estaban bien; pero, por encima de todo, que avisara a los rebeldes de lo que sucedería en el Triple Plenilunio. Tal vez no les serviría de nada saberlo cuando el escudo de Awa se deshiciera, pero por lo menos tenía que advertirles.
El mago se marchó después del tercer amanecer. Fue el último en abandonar la torre.
Y ahora estaban ellos tres, Jack, Christian y Victoria, en la enorme y desolada Torre de Kazlunn. Pero, Jack se sentía seguro porque sabía que Sheziss andaba cerca. Si se paraba a pensarlo, era absurdo, y su instinto le decía que no debía confiar en un shek. Sin embargo... desde que había llegado a aquel caótico mundo, sólo Sheziss le había dado las respuestas a las preguntas que se planteaba su alma.
Ashran quiere volver a utilizar el poder de los astros —murmuró el joven—. Pero hay algo que no entiendo. Si fue capaz de provocar algo tan grande como una conjunción astral, ¿cómo es que hasta ahora no ha podido con el escudo feérico?
«Si fue capaz de provocar la conjunción astral, no es de extrañar que haya necesitado todos estos años para reponerse. Lo poco que sé de la magia es que no es inagotable. Y por muy grande que sea el poder de Ashran, abrir la Puerta de Umadhun y provocar la conjunción astral debió de suponer para él un tremendo esfuerzo. Pero ha tenido mucho tiempo para recuperar fuerzas, y por otra parte, ahora ha recibido una nueva fuente de magia.»
—Te refieres a la Torre de Drackwen —comprendió Jack—. Desde que renovó la energía de la torre, es más poderoso. Conquistó Kazlunn en apenas unos días, cuando llevaba años intentándolo. Todavía no puede con el escudo de Awa... pero podrá si suma a su propia magia el poder del Triple Plenilunio.