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Authors: Laura Gallego García

Tríada (83 page)

BOOK: Tríada
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—¡No! —se opuso Shail—. No voy a permitirlo. Yo cuidaré de él, lo controlaré para que no haga daño a nadie.

—También yo me ofrezco voluntario —gruñó Covan.

El Archimago les dirigió una breve mirada.

—Si el semiceleste tenía razón, y mañana va a tener lugar la batalla definitiva —dijo—, os necesitaremos a ambos. Un mago y un caballero de Nurgon son dos piezas muy valiosas en un ejército hoy en día. No puedo permitir que pierdan el tiempo cuidando de un engendro híbrido.

—Este engendro híbrido es mi amigo —replicó Shail, temblando de ira—, y el único que fue capaz de salvar al último dragón de la conjunción astral, y traerlo de vuelta. Debería ser tratado como un héroe, y no como un despojo.

Qaydar no tuvo ocasión de responder. Súbitamente la puerta se abrió, y la alta figura de Denyal, el líder de los Nuevos Dragones, apareció en el umbral, pálido y muy serio. Shail se quedó perplejo un momento. Estaba convencido de que había insonorizado perfectamente la habitación para que nadie pudiera escuchar los aullidos de Alexander desde fuera. Se preguntó si Qaydar había sido lo bastante rastrero como para deshacer su hechizo, pero entonces vio una sombra detrás de Denyal.

Kestra.

Recordó que ella estaba presente cuando la dríade los había avisado en el bosque. Pero ¿por qué había ido la joven shiana a llamar a Denyal?

Shail encontró la respuesta en el rostro de Kestra, en su expresión de odio al mirar a Alexander, y al alzar la vista hacia Denyal para mirarlo a los ojos y ver el gesto horrorizado de él, comprendió que Qaydar tenía un nuevo aliado, y que, a partir de aquella noche, Alexander ya no estaría en condiciones de liderar a los rebeldes nunca más.

Jack se despertó cuando el primero de los soles ya emergía por el horizonte. Volvió la cabeza para echar un vistazo por la ventana. Sería un bonito día, pensó; por desgracia, era el día de fin de año, el último día antes del Triple Plenilunio, antes de que se cumpliera la profecía, para bien o para mal. Respiró hondo y giró la cabeza para contemplar a Victoria, que dormía entre sus brazos. ¿Por qué no sería así siempre? No pudo evitar pensar que tal vez fuera aquélla la última vez que la miraba bajo la luz del amanecer. La abrazó con fuerza.

Victoria se despertó entonces, y Jack hizo todo lo posible por desterrar las dudas y las preocupaciones de su mente. Aquella misma noche viajaría a Drackwen con Christian, quizá no regresaran vivos de aquel viaje, y quería aprovechar al máximo el que tal vez fuera el último día que pasaba con ella.

Había hablado con Sheziss, y la serpiente se había mostrado de acuerdo en cuidar de la joven cuando ellos dos no estuvieran. Jack sospechaba que Sheziss sentía curiosidad por Victoria. Y aunque todavía le dolía que la shek se hubiese retirado de la lucha en el último momento, el chico sabía que dejaba a su amiga en buenas manos.

El día pasó demasiado rápido para Jack. En toda aquella jornada no se apartó de Victoria ni un solo instante. Hablaron mucho, recorrieron la torre juntos, compartieron risas, y palabras dulces, y besos y caricias..., que para Jack tenían un significado especial, pues tal vez fueran los últimos momentos íntimos que pasaba con Victoria. La muchacha, alarmada, lo había apartado de sí en un arrebato pasional de él especialmente intenso.

—Jack, ¿qué te pasa? —le preguntó, muy preocupada—. ¿Estás bien?

Él la miró un momento, pero no tardó en abrazarla, con todas sus fuerzas, para que ella no leyera la verdad en sus ojos.

—Estoy bien —susurró con voz ronca—. Lo siento, no quería asustarte. Es que te he echado mucho de menos todo este tiempo. Todavía estoy celebrando que estamos juntos otra vez.

Se sintió muy miserable en cuanto hubo pronunciado estas palabras. Porque aquella misma noche tenía intención de dejarla sola de nuevo, tal vez para siempre.

Recordó entonces, de pronto, que también Christian partiría hacia la Torre de Drackwen, y tendría que separarse de Victoria. Echó un vistazo por la ventana y se dio cuenta de que el primero de los soles empezaba a declinar. Suspiró con resignación. Las jornadas eran largas en Idhún, pero aquélla le había parecido muy corta, demasiado corta...

... y, sin embargo, sabía que tenía que concluir ya. Sintió un horrible vacío en el estómago. Tragó saliva y volvió a abrazar a Victoria, con todas sus fuerzas.

—Pase lo que pase —susurró—, no olvides nunca que te quiero. Victoria se separó de él y lo miró a los ojos. —Jack, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué me estás ocultando? Pero él sacudió la cabeza y retrocedió, mordiéndose el labio inferior.

—Tengo que irme —dijo simplemente—. No lo olvides, Victoria. Te quiero.

Y yo a ti también, Jack. Pero...

Jack no esperó a que ella terminara la frase. Hizo un gesto de despedida y se marchó.

Subió al mirador y trató de serenarse. Contempló el crepúsculo del primero de los soles, preguntándose cuánto tiempo tardaría Christian en acudir junto a Victoria para despedirse también.

Victoria se quedó quieta junto a la ventana, temblando. Hacía ya varios días que sospechaba que algo no marchaba bien. Pero había recuperado a Jack y a Christian, y no quería permitir que nada empañara su recién adquirida felicidad.

Y no obstante... sabía perfectamente que aquella calma aparente no era más que una ilusión.

No se volvió al percibir tras ella la presencia de Christian. Lo estaba esperando.

—¿Qué está pasando, Christian?

Sintió el rostro de él muy cerca, sus labios casi rozando la pie1 de su cuello, justo debajo de la oreja. Sonrió, y cerró los ojos para disfrutar de la sensación.

—Se avecina una gran batalla —susurró él en su oído.

Victoria reprimió un escalofrío.

—La batalla en la que tenemos que luchar nosotros tres, ¿no es cierto? ¿Por qué Jack no me ha dicho nada?

—Teme por ti. Igual que yo.

—Pues no debéis hacerlo. He de luchar junto a vosotros, ya lo sabéis.

—Lo sé. Pero yo no quiero llevarte a la Torre de Drackwen de nuevo, ¿entiendes?

Victoria se volvió hacia él para mirarlo a los ojos. Sus dedos buscaron los de él para entrelazarse con ellos.

—Entiendo —dijo en voz baja—. Pero no va a ser como entonces, Christian. Esta vez es distinto.

—¿Cómo sabes que es distinto?

—Lo sé. Me basta con mirarte a los ojos para saber que no vas a volver a traicionarme.

Los ojos azules de Christian se estrecharon un momento.

—Hay muchas maneras de traicionar —dijo él simplemente—. Y a veces, aunque no lo quiera, no puedo evitar hacerte daño... simplemente siendo lo que soy.

Victoria respiró hondo.

—Christian, ¿qué está pasando? —repitió.

El shek desvió la mirada hacia el horizonte.

—Te lo contaré cuando se ponga el último de los soles. ¿Esperarás?

—Si te quedas a mi lado, sí.

—Me quedaré a tu lado —prometió él—. En estos momentos, es el único sitio en el que querría estar.

Victoria sonrió. Se acercó un poco más a él, y así se quedaron los dos, muy juntos, contemplando el atardecer. Victoria tenía la sensación de que aquél era un momento solemne, tremendamente importante. Y deseaba disfrutar de la presencia de Christian, pero le inquietaba lo que quiera que él tuviera que decirle. Sabía que era algo grave.

Sintió el brazo del joven rodeando suavemente su cintura.

Suspiró, cerró los ojos y se recostó contra él.

Shail hundió el rostro entre las manos, agotado.

Había sido un día muy largo. Alexander había recuperado su aspecto semi-humano con la salida del primero de los soles, lo cual le había permitido asistir, aunque fuertemente encadenado, al debate que se originó en torno a él y a su futuro.

Los rebeldes se habían reunido en lo que había sido el vestíbulo de la Fortaleza, que era el lugar que utilizaban habitualmente para celebrar consejos y tomar decisiones. Lo que se discutía aquel día no eran los planes de batalla para aquella noche. Llevaban mucho tiempo preparándose para aquel momento, y si bien la noticia de la caída inminente del escudo había supuesto un duro golpe para ellos, habían previsto aquella situación y sabían lo que tenían que hacer.

No obstante, nadie había pensado en que la noche de la batalla Alexander no sólo no podría guiarlos, sino que además supondría un grave peligro para todos ellos.

—Sé que es una decisión difícil para muchos de nosotros —dijo Qaydar—, pero Alsan ya no es el príncipe que conocimos. Hasta ahora ha sido capaz de dominar a la bestia que han implantado en él, pero... ¿qué sucederá esta noche? Es mejor librarnos de la amenaza antes de que sea demasiado tarde.

—Nuestra magia puede mantenerlo controlado, Archimago —intervino Shail, exasperado—. Y, en tal caso, no sería ya una amenaza.

—En otras circunstancias estaría de acuerdo con tu propuesta. Pero esta noche no podemos permitirnos el lujo de malgastar nuestra magia en controlar a una bestia. Esta noche, si el escudo cae, todos debemos concentrarnos en luchar y en defender nuestro último bastión. No podemos entretenernos con nada más.

—Será sólo una noche —intervino Covan—. Si no resistimos una noche, no resistiremos ninguna. Y si somos capaces de rechazar a nuestros enemigos hasta que salga el sol, y a la vez mantener controlado a Alsan, no sólo habremos ganado tiempo, sino que además recuperaremos a uno de los mejores caballeros con que la Orden ha contado jamás. Porque no debemos olvidar que fue el príncipe Alsan de Vanissar quien salvó al último dragón del mundo, que fue él quien reconquistó Nurgon, que estamos aquí por él. Si no somos capaces de esperarlo una noche, si lo perdemos... perderemos a la única persona capaz de guiarnos hasta la victoria.

Hubo un murmullo de asentimiento. No obstante, muchos miraron a Denyal de reojo.

El líder de los Nuevos Dragones estaba pálido, y aunque tenía los ojos clavados en Alexander, parecía no verlo. El joven, encadenado en un rincón, apenas prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor. Su rostro estaba todavía desfigurado por los rasgos de la bestia, pero era capaz de pensar y hablar con claridad. Sin embargo, había dejado caer la cabeza hacia delante, de forma que el cabello gris le tapaba la cara, y se había quedado inmóvil, ajeno a todo.

Denyal había apoyado a Qaydar en su propuesta de ejecutar a Alexander. Apreciaba de veras a su príncipe, pero se sentía responsable de la seguridad de su gente. Y a pesar de que, como había sugerido Mah-Kip, había evacuado a los más débiles al corazón del bosque, incluyendo a su sobrino Rawel, todavía se sentía inquieto.

—Es cierto —dijo entonces, con voz ronca—. Si no fuera por el príncipe Alsan, no estaríamos aquí. No estaríamos atrapados en Nurgon, rodeados por todas las fuerzas del Nigromante dispuestas a caer sobre nosotros en cuanto se alcen las lunas. Si no fuera por el príncipe Alsan, no estaríamos a las puertas de la muerte.

Reinó el silencio en la sala.

—¡Somos la Resistencia! —gritó entonces Shail, desafiante—. Estamos aquí para luchar contra Ashran, hasta el final, y lucharemos, mientras quede uno de nosotros en pie. Yo estoy exactamente en el lugar en el que quería estar. Si no fuera así, habría partido esta mañana con los refugiados al corazón del bosque. —Hizo una brevísima pausa, recordando a Zaisei, que se había marchado también—. Pero tú, Denyal, todavía estás a tiempo de unirte a ellos.

Denyal avanzó un paso, temblando de ira.

—¡Mide tus palabras, mago! Nosotros somos los Nuevos Dragones. Plantamos cara a los sheks mientras vosotros explorabais otro mundo. Llevamos muchos años jugándonos la vida contra la gente de Ashran. No te atrevas a dudar de nuestra valentía.

—Si eso es cierto —replicó Shail con sequedad—, entonces también vosotros estáis en el lugar en el que deberíais estar: en primera línea de la guerra contra Ashran. En el lugar a donde os ha conducido Alexander, a quien ahora quieres condenar a muerte.

Entonces habían empezado a discutir. Algunos apoyaban a Shail, otros consideraban que ya tenían suficiente con enfrentarse a la amenaza de Ashran, y no querían albergar otro peligro dentro de los muros de la Fortaleza. Se habían palpado los nervios y el miedo en el ambiente, meditó el joven mago, sombrío. Aquella noche las tres lunas saldrían llenas, y si Mah-Kip estaba en lo cierto, no tendrían más remedio que luchar.

—¡Todavía no se han puesto los soles! —había dicho entonces Shail—. Tenemos todo un día por delante. Os ruego a todos que aplacéis la decisión hasta el crepúsculo. Concededme este día para tratar de encontrar la manera de ayudar a Alexander.

El Archimago lo miró largamente.

—Tu amigo ha sido sometido a un conjuro de nigromancia del más alto nivel, un conjuro que, pese a haber sido realizado de forma defectuosa, ni siquiera yo he sabido revertir. ¿Qué crees que vas a poder hacer tú, joven hechicero, en menos de un día?

—Todo lo que esté en mi mano —respondió Shail—. Y eso es mucho más de lo que habéis hecho vosotros. Denyal negó con la cabeza.

—Vamos a necesitar cada segundo de este día, y hasta la última persona de esta Fortaleza, para preparar la batalla de esta noche. No podemos prescindir de ti.

—No puedes obligarme —repuso el mago con suavidad—. No puedes pedirme que prepare una batalla cuando mi mejor amigo está en peligro de muerte. He pedido sólo un día para tratar de ayudarlo, y si no se me concede, no obtendréis mi colaboración, ni ahora, ni esta noche, ni nunca.

—Ni ahora, ni esta noche, ni nunca —repitió entonces una voz ronca, sobresaltándolos—. Ya no hay esperanza para Idhún.

Era Alexander quien había hablado. Respiraba entrecortadamente, y sus ojos relucían con un brillo amarillento por entre los mechones de su cabello gris. Tenía un aspecto siniestro y amenazador, y hasta los más poderosos guerreros retrocedieron un paso.

—¡El último dragón está muerto! —aulló Alexander, y su rostro se metamorfoseó de nuevo, acercándose cada vez más a las facciones de una bestia—. Esta noche, cuando las tres lunas se alcen en el cielo, Ashran atacará, y vencerá. Porque el último dragón cayó en los Picos de Fuego, y con él murió toda esperanza.

Sobrevino un silencio sepulcral. Algunos de los asistentes a la reunión ya conocían los detalles de la muerte de Jack, pero lo habían mantenido en secreto, y por ello, las palabras de Alexander cayeron sobre el resto como un jarro de agua fría. Y todos callaron, mientras el joven híbrido se reía, con una risa sarcástica que en el fondo ocultaba una tristeza devastadora.

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