Authors: Laura Gallego García
Alexander esperó a que siguiera hablando, pero el viejo maestro de armas se encerró en un severo silencio.
—Tenemos que darnos prisa —intervino entonces Denyal—.
No nos queda mucho tiempo. Los sheks ya saben que estamos aquí y no tardarán en atacar.
—Necesitamos que ampliéis el escudo que protege al bosque —dijo entonces Allegra, dirigiéndose al silfo—. Sé que la Fortaleza es una construcción humana y que no está viva, pero os ruego que hagáis una excepción en este caso.
El silfo inclinó la cabeza.
—Eso podemos hacerlo. Pero tendréis que dar algo a cambio.
—¡En la lucha contra Ashran todos debemos aliarnos! —casi gritó Denyal.
Allegra lo hizo callar con un gesto.
—Es lo justo, y es la manera de actuar de los feéricos. —Se volvió hacia Alexander, Covan y los demás caballeros—. Protegerán la Fortaleza a cambio de extender el bosque un poco más.
Ellos se removieron, incómodos.
—Durante todo este tiempo —dijo Covan— hemos mantenido una estrecha relación con los feéricos de la linde del bosque. Ellos nos acogieron y nosotros colaboramos con su lucha. Cedimos los terrenos al otro lado del río para que Awa fuera creciendo. Pero no podemos darles la Fortaleza.
—La Fortaleza no —puntualizó Allegra—. Sólo el terreno de alrededor. El pueblo de Nurgon no volverá a ser habitado por humanos; dejad que el manto verde de Wina recubra las ruinas. Dejad que el bosque crezca en las antiguas tierras de labranza. Respetarán vuestra Fortaleza y la protegerán con el escudo feérico, porque será, de alguna manera, parte del bosque.
Los caballeros aún dudaban.
Alexander fue el primero en ceder.
—El escudo feérico ha sido lo único que ha resistido a Ashran en estos quince años —señaló—. Ni siquiera los poderosos hechiceros de la Orden Mágica han sido capaces de defender su último bastión. La Torre de Kazlunn ha caído, pero el bosque de Awa sigue siendo libre.
Covan suspiró y asintió.
—Que así sea —dijo—. Espero que sepas lo que estás haciendo.
—Sabemos lo que estamos haciendo —sonrió Alexander —¿Oyes eso?
Guardaron silencio y escucharon entonces el chapoteo de los remos de una embarcación que remontaba el río.
—¡Dragones! —llamó una voz en la noche.
Denyal sonrió. Era la voz de Tanawe.
—Llegan los refuerzos —dijo solamente.
«Podrías haber sido mía. Sólo mía. Para siempre», susurró una voz en su mente.
Victoria abrió los ojos, parpadeando. La voz había sonado muy lejana y, aunque aguardó un momento, ya no volvió a escucharla, por lo que supuso que habría sido sólo parte de un sueño. Respiró hondo. Sentía la energía fluyendo por su interior, llenándola de nuevo, reparándola y reconfortándola. Estaba viva.
Entornó los párpados para proteger sus ojos de los rayos solares que se filtraban por entre las hojas de los árboles. ¿Qué había pasado?
Los recuerdos acudieron entonces a su mente... «No pienso salvarle la vida a un dragón...» «No me iré sin Jack...»
«Que así sea... »
«Si te quedas aquí, morirás... »
«Me alegro de verte...»
«Tendrás que llevarme por la fuerza...» «... por favor... »
Se incorporó de un saltó, con el corazón latiéndole con fuerza. Jack, tenía que ir a buscar a Jack, no importaba donde estuviese, debía regresar...
Un movimiento a su lado llamó su atención. Alguien yacía junto a ella, bajo el mismo árbol. Se le paró el corazón un momento cuando lo reconoció.
Era Jack.
Estaba en un estado lamentable, sucio, herido, inconsciente y muy pálido, pero vivo. Y ambos yacían sobre la hierba, el uno junto al otro. Con los ojos llenos de lágrimas, Victoria se abrazó a él y lo estrechó con fuerza, cubriéndolo de besos y caricias. Aún no se sentía del todo recuperada, pero no perdió tiempo e inició el ciclo de curación para aliviar a Jack. Sólo cuando le pareció que él ya estaba mejor, que las heridas más graves habían sanado, que el veneno szish había desaparecido por completo de su cuerpo, se detuvo a pensar en lo que había pasado, y en lo que ello significaba.
Christian había salvado también a Jack, a pesar de todo. Se estremeció sólo de pensarlo.
Lo había detectado nada más mirarlo a los ojos. El exilio de Christian en Nanhai había dado sus frutos, y el joven había conseguido equilibrar su parte humana y su parte shek. Pero ahora había vuelto a reprimir su instinto para ayudar a Jack... y Victoria se preguntó cuánto daño habría hecho aquel gesto al shek que habitaba en el interior de Christian.
Se levantó, dispuesta a averiguarlo. Se aseguró de que Jack estaba bien, durmiendo un sueño profundo y reparador, y se alejó en busca de Christian. Sabía que no andaba lejos.
Más allá de los árboles discurría el cauce de un río. Victoria se olvidó por un momento de Jack y de Christian y contempló el agua con avidez. Corrió hasta la orilla y remontó el curso del río un rato hasta que encontró un remanso tranquilo y delicioso. Entró en el agua, sin quitarse las botas siquiera; bebió durante un largo rato y se lavó la cara, disfrutando de la frescura del agua.
Percibió entonces a Christian tras ella, aunque él no había hecho ningún ruido, y se volvió para mirarlo. El shek la observaba desde la orilla, serio.
El corazón de Victoria dio un vuelco de alegría y empezó a latir con fuerza. Sonriendo, avanzó hasta él, feliz de verlo y agradecida por lo que había hecho por ellos. Pero Christian retrocedió y la miró con frialdad.
—Apestas a dragón —dijo solamente, por toda explicación.
Victoria no dijo nada. Lo miró, desolada. Christian sabía que la había herido, pero no había podido evitarlo. Le dio la espalda para volver a internarse en el bosque.
Entonces oyó un chapoteo tras él y se dio la vuelta de nuevo.
Y vio que Victoria había saltado a la parte más profunda del agua. Inquieto, corrió hasta la orilla; ella volvió a asomar la cabeza fuera del agua y nadó hasta él. Christian le tendió la mano para ayudarla a salir del río, pero Victoria rechazó su ayuda y trepó sola hasta la orilla. Se alzó ante él, chorreando de pies a cabeza. Le dirigió una mirada intensa.
—¿Y ahora? —le dijo—. ¿Me he quitado ya el olor del dragón?
Christian la miró. El pelo le caía como una cascada por la espalda, chorreando agua hasta el suelo. La blusa mojada se pegaba a su cuerpo. El joven se preguntó si Victoria era consciente de esta circunstancia. Comprendió enseguida que no, y sonrió para sí. Los grandes ojos de Victoria lo contemplaban, suplicantes, esperando su aprobación y su permiso para acercarse a él, aunque sólo fueran unos pasos más.
Christian tiró de ella hacia sí, sin una palabra, y la besó. Solo entonces se dio cuenta de lo mucho que la había echado de menos.
El gesto cogió a Victoria por sorpresa al principio, pero enseguida cerró los ojos y se abrazó a él, disfrutando del momento
—Christian —susurró, cuando él apartó la cara para mirarla a los ojos.
Quiso decirle que lo había añorado muchísimo, que se sentía feliz de volver a verlo y aliviada de comprobar que estaba bien; quiso contarle muchas cosas, pero no encontró palabras
Lo intentó de nuevo.
—Christian, yo...
—Ssssh, calla —le dijo él en voz baja—. No hables.
Victoria obedeció, comprendiendo que las palabras estropearían el momento. Hundió la cara en el pecho de Christian, sintió los brazos de él rodeándola en silencio, sus dedos jugando con su cabello mojado. Cerró los ojos y dejó que su suave frialdad refrescara su alma y la llenara por dentro. «Cuánto te he echado de menos», pensó.
Notó que Christian respiraba profundamente. Fue su única reacción, pero la chica sabía que, por dentro, el shek estaba sintiendo lo mismo que ella. Y lo que ambos sentían era algo muy, muy intenso. Tragó saliva y se preguntó cómo había aguantado tanto tiempo lejos de Christian.
—Muchas gracias —susurró entonces.
Christian se puso tenso. Victoria sabía que había echado a perder el momento, recordándole a Jack, pero necesitaba decírselo.
—No lo he hecho por él. Sabes que lo quiero muerto.
—Lo sé —respondió ella con suavidad—. Por eso es tan importante para mí lo que has hecho hoy. Sé lo mucho que te cuesta.
Christian le dirigió una fría mirada.
—No —dijo—. No creo que lo sepas.
Le dio la espalda y se alejó de ella; pronto desapareció entre los árboles.
Victoria no lo siguió, ni trató de retenerlo. Tiritó, consciente de pronto de que estaba empapada, y se dirigió de nuevo al lugar donde estaba Jack.
Dedicó el rato siguiente a cuidar de él, a limpiar la sangre seca de su piel, a verter agua sobre sus labios, a enfriarle la frente y las sienes, con infinito cariño. Se sentía feliz porque estaban de nuevo los tres juntos, y descubrió que cada vez le resultaba más sencillo querer a Jack y a Christian, a los dos a la vez. Pero no era tan ingenua como para no darse cuenta de que, ahora que Christian parecía haber recuperado su parte shek, su odio hacia Jack se había renovado igualmente. Pensó, inquieta, que también Jack era ahora más dragón que nunca.
Y supo que, si Christian se quedaba con ellos, los días siguientes iban a ser muy, muy difíciles.
Jack se despertó al cabo de un rato. Estaba aturdido, y Victoria no quiso hablarle de lo que había sucedido para no confundirlo más. Sólo le dijo que estaban a salvo, le dio las gracias por haberse enfrentado al swanit para salvarla, pero también lo riñó por haber puesto su vida en peligro de aquella manera. Jack se dejó mimar, feliz de tenerla de nuevo junto a él. Pero, según fue despejándose, no tardó en preguntarse cómo habían salido del desierto.
Victoria desvió la mirada.
—Nos rescataron.
—¿Quién?
En aquel momento, la sombra de Christian surgió junto a ellos, de entre los árboles. Jack dio un respingo y trató de incorporarse, pero Victoria lo retuvo junto a ella.
El shek les dirigió una breve mirada y arrojó algo al regazo de Victoria.
—Descansad —dijo solamente—. Partiremos mañana al amanecer.
—¿Qué? —pudo decir Jack, receloso—. ¿Partir? ¿Adónde? No pienso...
Pero Christian ya se había marchado.
Victoria examinó lo que el shek le había dado. Era una bolsa que contenía víveres y un odre con agua. Había bastante para Jack y para ella.
—Haz el favor de ser un poco más educado, Jack —dijo con suavidad—. Christian nos ha salvado la vida a los dos. Si no fuera por él, estaríamos muertos.
Jack se encerró en un silencio enfurruñado. Victoria lo comprendía en el fondo. Habían pasado muchos días juntos, compartiéndolo todo, y el chico había tenido a su amiga sólo para él. Por si fuera poco, acababa de jugarse la vida por ella, como un auténtico héroe, y Victoria no lo culpaba por esperar a cambio algo distinto a tener que soportar la presencia de su enemigo, a tener que asumir, de nuevo, la relación que existía entre Christian y ella.
Victoria se preguntó cómo resolverían aquel rompecabezas. Tiempo atrás había elegido marcharse con Jack, pero ahora ella y Christian habían vuelto a encontrarse, y la chica había sabido desde el mismo momento en que lo había mirado a los ojos en el desierto, que no era tan sencillo romper el lazo que los unía a ambos, que, por muchas vueltas que dieran, por muchas veces que se separaran, siempre volverían a encontrarse, una y otra vez...
Brajdu se inclinó, temblando, ante Sussh, el shek. Ni siquiera un hombre poderoso como él osaba mirar a los ojos a la gran serpiente alada.
Sussh era uno de los sheks más viejos de los que habían llegado a Idhún. Había luchado contra dragones en el pasado. El día de la conjunción astral había sido el primero en seguir a Zeshak a través de la Puerta interdimensional que conducía a Idhún desde el oscuro mundo de las serpientes, una puerta que se había abierto de nuevo gracias al poder de los seis astros. Se había dado tanta prisa en cruzar el umbral porque deseaba encontrar a algún dragón con vida para matarlo. Y había tenido la satisfacción de luchar contra uno de ellos, una hembra verde bastante joven. Pero la pelea no había tenido emoción, ya que ella ya estaba medio muerta. El placer que sintió Sussh al matarla había sido sólo momentáneo. Al fin y al cabo, comprendió, aquella hembra de dragón no habría sobrevivido mucho tiempo más al poder de la conjunción astral, de modo que la intervención del shek sólo había acelerado las cosas.
Y ahora había un dragón, joven, fuerte, perfectamente sano, deambulando libremente por Kash-Tar. Se ocultaba en el interior de un cuerpo humano, por eso era difícil de localizar. Pero era un dragón, no cabía duda. Los sheks que vigilaban la frontera de Awinor lo habían visto caer al mar de Raden días atrás. Sussh sabía que, desde el mismo momento en que aquel dragón había caído al agua, estaba en su territorio y, por tanto, era su responsabilidad.
Sus szish lo habían encontrado moribundo en pleno desierto, junto al cadáver de un swanit. El shek entornó los ojos al recordarlo. Un swanit, nada menos. Aquel condenado dragón era un rival a tener en cuenta, no cabía duda.
Pero algo había salvado a aquel dragón y al unicornio que lo acompañaba. Sussh había recibido los confusos informes telepáticos de los hombres-serpiente, los últimos antes de que una sombra veloz y letal se cerniera sobre ellos. A Sussh le había parecido un shek.
No había logrado contactar mentalmente con aquel shek, ni tampoco con nadie de la patrulla, después de aquello. Se había desplazado hasta el lugar para averiguar lo que había sucedido. Había visto el cuerpo del enorme insecto y los cadáveres de los hombres-serpiente.
Había reconocido en ellos la marca de Haiass.
Justo entonces habían llegado Brajdu y su gente, sin duda con intención de hacerse con el valioso caparazón del swanit. Las noticias corrían deprisa en el desierto, pero Sussh sabía que ni siquiera Brajdu podría haberse enterado tan pronto... a no ser que lo supiera de antemano.
Había informado a Zeshak de que el traidor Kirtash se había interpuesto en su camino, salvando la vida del dragón. Aquello era inconcebible y cualquier shek lo encontraría repugnante. Pero Zeshak no le había concedido importancia.
Sussh sospechaba que el Nigromante tenía algo que ver en ello, que seguía protegiendo a su hijo, por alguna razón que le resultaba desconocida. Podía entenderlo, al fin y al cabo no era más que un débil humano, por mucho poder que la magia le hubiera conferido. Lo que no entendía... y jamás llegaría a entender... era que el gran Zeshak, rey de los sheks, le siguiera el juego, sometiéndose a su voluntad.