Read Tratado de ateología Online
Authors: Michel Onfray
La construcción del mito se lleva a cabo durante varios siglos, por medio de plumas diversas y múltiples. Se vuelve a copiar, se agrega, se suprime, se omite, se transforma y se tergiversa, a propósito o no. A fin de cuentas, se obtiene un corpus considerable de textos contradictorios. De ahí proviene el trabajo ideológico que consiste en seleccionar sólo lo que apunte a una historia unívoca. En consecuencia, se consideran verdaderos los Evangelios y se descartan los que atentan contra la hagiografía o la credibilidad del proyecto. Así surgen los sinópticos y los apócrifos, incluso los escritos intertestamentarios a los que los investigadores otorgan un estatuto extraño de ¡extraterritorialidad metafísica!
¿Jesús vegetariano o el que le devuelve la vida a un pollo asado en un banquete? ¿Jesús niño que estrangula pajaritos para lucirse después resucitándolos, cambia el curso del arroyo con la voz o modela pájaros en arcilla y los transforma en aves reales, mientras realiza otros milagros antes de cumplir los diez años? ¿Jesús el que cura las picaduras de víbora soplando en el lugar donde se clavaron los colmillos? ¿Qué pensar del deceso de su padre José a los ciento once años? ¿Del de su madre, María? ¿De Jesús que ríe a carcajadas? Y de tantas otras historias contadas en varios miles de páginas de escritos apócrifos cristianos. ¿Por qué los han descartado? Porque no permiten un discurso unívoco... ¿Quién ordena el corpus y decide el canon? La Iglesia, sus concilios y sus sínodos a fines del siglo IV.
Sin embargo, esa limpieza no elimina una cantidad impresionante de
contradicciones
y de aspectos inverosímiles en el texto de los Evangelios sinópticos. Por ejemplo: según Juan, el pedazo de madera en el que los jueces inscribieron el motivo de la condena —el
titulus
— está clavado en la cruz, encima de la cabeza de Cristo; según Lucas, se encuentra alrededor del cuello del ajusticiado; Marcos, impreciso, no permite zanjar la cuestión... Sobre ese
titulus,
si comparamos a Marcos, Mateo, Lucas y Juan, el texto dice cuatro cosas diferentes... Yendo hacia el Gólgota, Jesús carga solo la cruz, dice Juan. ¿Por qué los otros comentan que lo ayudó Simón de Cirene? Según uno u otro Evangelio, Jesús se aparece después de muerto a una sola persona, a algunos o a un grupo... Y las apariciones ocurren en distintos lugares... Abunda ese tipo de contradicciones en el texto de los Evangelios. No obstante, la Iglesia oficial las ha suprimido con la finalidad de fabricar en forma unívoca el mismo y único mito.
Además de las contradicciones, encontramos también hechos
inverosímiles.
Por ejemplo, el intercambio verbal entre el condenado a muerte y Poncio Pilatos, un gobernante de alta jerarquía del Imperio romano. Aparte de que en casos similares el jefe nunca realizaba el interrogatorio sino sus subordinados, no resulta creíble que Poncio Pilatos recibiera a Jesús, que no era aún Cristo, ni lo que la historia hizo de él más adelante: una
vedette
universal. En ese tiempo, éste dependía estrictamente del derecho consuetudinario, como tantos otros en esas cárceles. Es poco probable, por lo tanto, que el alto funcionario se dignara a entrevistar al pequeño delincuente local. Más aun, Poncio Pilatos hablaba latín y Jesús, arameo. ¿Cómo dialogar, en los mismos términos, según lo establece el Evangelio de Juan, sin intérprete, traductor o intermediario? Fantasías...
Por su parte, Pilatos no pudo ser procurador, de acuerdo con el término utilizado en los Evangelios, sino prefecto de Judea, porque el título de procurador no existía antes del año 50 de nuestra era... Tampoco el funcionario romano pudo ser el hombre amable, cordial y benévolo con Jesús, como indican los evangelistas, salvo que los autores de esos textos desearan denigrar a los judíos, culpables de la muerte de su héroe, y adular el poder romano, para colaborar un poco... Pues el gobernador de Judea figura en la historia más bien por su crueldad, cinismo, ferocidad y deleite por la represión. Reconstrucciones...
Otra inverosimilitud, la crucifixión. Los testimonios históricos demuestran que en esa época se lapidaba a los judíos, no se los crucificaba. ¿De qué se acusaba a Jesús? De pretender ser el Rey de los Judíos. Roma se burlaba de esa historia de mesianismo y profetismo. La crucifixión implicaba el cuestionamiento del poder imperial, lo que el crucificado nunca hizo en forma explícita. Aceptemos la crucifixión. En este caso, habrían dejado al reo en la cruz, abandonado a las aves rapaces y a los perros que hubiesen despedazado con facilidad el cadáver, pues las cruces apenas tenían dos metros de alto. Luego, habrían tirado el cuerpo a la fosa común... De todos modos, queda excluida la sepultura en una tumba. Ficciones...
La tumba, pues. Otra inverosimilitud. Un discípulo secreto de Jesús, José de Arimatea, recibe el cuerpo de su maestro de manos de Pilatos para sepultarlo en una tumba. ¿Sin los cuidados mortuorios? Impensable para un judío... Uno de los evangelistas menciona plantas aromáticas, mirra y áloes —treinta kilos—, y vendas, la versión egipcia de la momificación; los otros tres omiten esos detalles... Pero el significado del nombre del lugar de donde proviene José —Arimatea, que significa «después de la muerte»— podría resolver las contradicciones. José de Arimatea, conforme al principio performativo, nombra lo que ocurre después de la muerte y se ocupa del cuerpo de Jesús, una especie de primer discípulo... Invenciones...
La lectura comparada de los textos conduce a muchas otras preguntas: ¿por qué los discípulos estuvieron ausentes el día de la crucifixión? ¿Cómo creer que después de aquel acontecimiento fatal —el asesinato de su mentor— regresaran a su casa, sin reaccionar, ni reunirse, ni continuar la obra que había emprendido Jesús? Pues todos volvieron a su pueblo y continuaron con su trabajo... ¿Cuáles fueron las razones por las que ninguno de los doce apóstoles llevó a cabo la obra que realizó Pablo, aunque no conoció a Jesús, la de evangelizar y difundir la palabra divina en todas partes?
¿Qué podemos decir de esto? Qué hacer con esas contradicciones e inconsistencias: textos descartados, otros conservados pero llenos de artificios, fantasías y aproximaciones, entre otros indicios que dan prueba de la construcción posterior, lírica y militante de la historia de Jesús. Comprendemos que la Iglesia haya prohibido formalmente, durante siglos, la lectura histórica de los textos llamados sagrados. ¡Leerlos como a Platón o Tucídides es demasiado peligroso!
Jesús es, pues, un personaje conceptual. Toda su realidad se basa en esta definición. Existió, sin duda alguna, pero no como figura histórica..., sino de una manera tan increíble, que poco importa que haya existido o no. Existe como la materialización de las aspiraciones proféticas de su época y de lo maravilloso propio de los autores antiguos, conforme al principio performativo que crea al nombrar. Los evangelistas escriben una historia y en ella narran menos el pasado de un hombre que el futuro de una religión. Argucias de la razón: creen en el mito y éste los crea. Los creyentes inventan su criatura y luego le rinden culto: el principio mismo de la alienación...
Pablo se adueña del personaje conceptual, lo viste y lo provee de ideas. El Jesús primitivo casi no habla contra la vida. Dos frases (Marcos 7:15 y 10:7) demuestran que no se oponía al matrimonio y que de ningún modo estaba a favor del ideal ascético. En vano buscaremos sus prescripciones rigurosas sobre el cuerpo, la sexualidad y la sensualidad. Esa condescendencia relativa respecto de las cosas de la vida se complementa con el elogio y la práctica de la mansedumbre. Pablo de Tarso transforma el silencio de Jesús sobre dichas cuestiones en una estridencia ensordecedora al promulgar el odio al cuerpo, a las mujeres y a la vida. El radicalismo antihedonista del cristianismo se debe a Pablo, no a Jesús, personaje conceptual que calla sobre estos asuntos...
Al comienzo, ese judío histérico e integrista gozaba persiguiendo a cristianos y asistiendo a sus castigos. Cuando los fanáticos lapidaron a Esteban, los acompañó. Y otras veces también, según parece. La conversión en el camino de Damasco, en el año 34, se relaciona puramente con la patología histérica: cae al suelo (y no de un caballo, como muestran el Caravaggio y la tradición pictórica...), una luz intensa lo ciega, oye la voz de Jesús, no ve durante tres días y no come ni bebe durante ese tiempo. Recupera la vista después de la imposición de manos de Ananías, un cristiano enviado por Dios en
missi dominici.
A partir de entonces, se alimenta, se recupera y se lanza a los caminos durante años en su misión evangelizadora delirante por toda la cuenca mediterránea.
No es difícil hacer un diagnóstico médico: la crisis aparece siempre en presencia de otras personas —como en este caso...—, la caída, la ceguera llamada histérica —o amaurosis transitoria—, por lo tanto pasajera, suspensión sensorial —sordera, anosmia, ageusia— durante tres días, la tendencia mitómana —Jesús le habla en persona...—, histrionismo o exhibicionismo moral —una treintena de años de teatralización de un personaje imaginario, designado por Dios y elegido por él para cambiar el mundo—. Toda la crisis se asemeja, hasta el punto de confundirse con ella, a la descripción de la histeria de un manual de psiquiatría, capítulo de las neurosis, sección histerias... Ni más ni menos que una verdadera histeria... ¡de conversión!
¿Cómo vivir con la propia neurosis? Haciendo de ella el modelo del mundo, neurotizando el mundo... Pablo creó el mundo a su imagen y semejanza. Y esa imagen es lamentable: fanática, siempre cambiando de objeto —los cristianos, luego los paganos, otro síntoma de histeria...—, enferma, misógina, masoquista... ¿Cómo no ver en nuestro mundo el reflejo de la personalidad de un individuo dominado por la pulsión de muerte? Porque el mundo cristiano exhibe a las mil maravillas esa manera de ser y de actuar. La brutalidad ideológica, la intolerancia intelectual, el culto a la mala salud, el odio al cuerpo del goce, el desprecio hacia las mujeres, el placer en el dolor que uno mismo se inflige y el desprecio por la tierra en nombre de un más allá de pacotilla...
Bajo, delgado, calvo y barbudo, Pablo de Tarso no da pormenores de la enfermedad que describe con metáforas: declara que Satanás le ha clavado una
astilla en la carne
—una expresión que Kierkegaard retomará—. No da detalles, excepto algunas observaciones sobre el estado andrajoso en que apareció un día ante su público gálata, después de una golpiza que le dejó marcas... De modo que la crítica ha elucubrado durante siglos varias hipótesis sobre la naturaleza de esa espina. No podemos evitar el inventario a la manera de Prévert: artritis, cólico nefrítico, tendinitis, ciática, gota, taquicardia, angina de pecho, comezones, sarna, prurito, ántrax, forúnculos, hemorroides, fisuras anales, eccema, lepra, zona, peste, rabia, erisipela, gastralgia, cólico, alteraciones bioquímicas, otitis crónica, sinusitis, traqueo-bronquitis, retención de orina, uretritis, fiebre Malta, filariosis, paludismo, pilariosis, tina, cefaleas, gangrena, supuraciones, abscesos, hipo crónico (?), convulsiones, epilepsia... Las articulaciones, los tendones, los nervios, el corazón, la piel, el estómago, los intestinos, el ano, las orejas, los senos nasales, la vesícula, la cabeza, de todo un poco...
Todo menos lo sexual... Ahora bien, la etiología de la histeria registra un potencial libidinal debilitado, casi nulo, problemas relacionados con la sexualidad, incluso la tendencia, por ejemplo, a verla en todas partes y a erotizarlo todo en forma desmedida. ¿Cómo no considerarla cuando advertimos
ad nauseam,
a través de la lectura de los escritos de Pablo, el odio, el desprecio y el recelo permanente con relación a las cosas del cuerpo? Su aborrecimiento de la sexualidad, su alabanza de la castidad, su veneración de la abstinencia, su elogio de la viudez, su pasión por el celibato y su invitación a comportarse como él —abiertamente formulada en la primera Epístola a los Corintios (7:8) y su resignación a tolerar el matrimonio, desde luego, pero en el peor de los casos, pues lo mejor es renunciar a la carne— constituyen varios de los síntomas de una histeria cada vez más evidente.
Esta hipótesis tiene el mérito de corroborar algunos datos: no hay reconocimiento de ninguna patología, sea cual sea. Ahora bien, es posible admitir sin problemas que se sufre de dolores estomacales o de reumatismo de las articulaciones. Las dermatosis y también el hipo son evidentes. Pero no se reconoce abiertamente una
impotencia sexual,
que puede salir a la luz de modo muy parcial en forma metafórica: la astilla en este caso. Así como se oculta la impotencia sexual, también se niega la fijación de la libido en un objeto socialmente prohibido: la madre, una persona del mismo sexo o cualquier otra perversión en el sentido freudiano de la palabra. Freud remite la histeria a la lucha contra las angustias de origen sexual reprimidas y a su realización parcial en forma de conversión, en el sentido psicoanalítico, pero el otro sentido también se adapta a nuestro propósito...
Hay una ley que triunfa en el mundo desde tiempos inmemoriales. En homenaje al gran La Fontaine, llamémosla el «complejo del zorro y las uvas»: consiste en convertir la necesidad en virtud, para no perder prestigio. Jugada del destino o de la necesidad, Pablo de Tarso sufre toda su vida de impotencia sexual o de una libido problemática: en forma reactiva, tiene la ilusión de libertad y de independencia al creer librarse de lo que lo determina, luego afirma lo que quiere, lo elige y lo decide a plena conciencia. Incapaz de poder llevar una vida sexual digna de ese nombre, Pablo decreta nula y sin valor cualquier forma de sexualidad para él, sin duda, pero también para todos. Quiere ser como el resto del mundo y al mismo tiempo exige que todo el mundo lo imite. De ahí surge el poderoso deseo de que toda la humanidad se pliegue a las reglas de sus propios determinismos...
Esta lógica aparece en una proclama de la segunda Epístola a los Corintios (12:2-10), en la que afirma: «Me complazco en las debilidades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte». Reconocimiento de la lógica de compensación en que se encuentra inmerso el histérico abatido en el camino de Damasco. A partir del deterioro de su fisiología, Pablo milita por un mundo que se le parezca.