Read Tratado de ateología Online
Authors: Michel Onfray
Durante ese tiempo, Fausta, la segunda esposa del nuevo cristiano, lo convence de que su hijo político ha tratado de seducirla. Sin verificarlo, manda a sus sicarios a torturar y luego decapitar a su propio hijo y a su sobrino, también involucrado en la conspiración. Cuando se da cuenta de que la emperatriz lo ha engañado, le envía los mismos esbirros, que se aprovechan de uno de sus baños para llenarlo con agua hirviente... Comete infanticidio, homicidio, uxoricidio, pero el emperador cristiano compra su salvación y el silencio de la Iglesia —que no condena los asesinatos...— con nuevas dádivas: exención de impuestos, subvenciones generosas, construcción de nuevas iglesias: San Pablo y San Lorenzo. Variaciones sobre el tema del amor al prójimo...
Así, bien dispuesto, el clero, colmado de beneficios, generosamente provisto y enriquecido con las remuneraciones del Príncipe, le otorga plenos poderes en el Concilio de Nicea en el año 325. El Papa no asiste, por razones de salud, diríamos hoy en día. Constantino se autoproclama el «decimotercer apóstol». A partir de entonces, Pablo de Tarso cuenta con un fiel de brazo armado. ¡Y qué brazo armado! La Iglesia y el Estado conforman entonces lo que Henri-Irénée Marrou, un historiador cristiano, lejos del anticlericalismo, ateísmo o izquierdismo, denomina un «Estado totalitario». El primer Estado cristiano.
En ese tiempo, un tanto preocupada por la salvación de su hijo, alterado por el hacha y el agua hirviente, Helena viaja a Palestina. Cristiana y muy inspirada, descubre en el lugar tres cruces de madera, y, en una de ellas, el famoso
titulus,
sin duda la cruz de Cristo. Muy oportunamente, el sitio del Calvario está ubicado bajo el templo de Afrodita, que por cierto habrá que destruir... Helena, de ochenta años, gasta sumas considerables —dinero asignado por Constantino a esa empresa— en la construcción de tres iglesias: el Santo Sepulcro, el Huerto de los Olivos, y la Natividad, en las que guarda las reliquias. A pesar de que esos lugares fueron creados por conveniencia sin que la historia legitimara o justificara sus fundamentos topográficos, el culto aún continúa... En retribución por ofrenda tan importante, la Iglesia llegó a la conclusión de que Dios había perdonado los crímenes del hijo e hizo de su madre una heroína de su mitología. Por consiguiente, Helena fue canonizada y se convirtió en la primera emperatriz romana en formar parte del panteón tanatofílico cristiano.
En Pentecostés del año 337, en su lecho de muerte, Constantino recibió el bautismo de un obispo arriano, de credo hereje con respecto a los decretos del emperador en Nicea..., decisión que pone en evidencia las habilidades políticas del emperador. Así pues, por medio de ese gesto reunió a ortodoxos y herejes, y luego impuso la unidad de la Iglesia, señalando una fecha en el futuro, mucho después de su reinado. Aun
post mortem,
siguió trabajando en pro de la unidad del Imperio.
Como ocurre con todos los tiranos incapaces de establecer su sucesión, su muerte dejó vacante el poder y desestabilizó a los altos funcionarios del clero y del Estado. Así, durante más de tres meses —desde el 22 de mayo hasta el 9 de septiembre, en pleno verano...—, todos los días, los ministros civiles, militares y religiosos rindieron cuentas de sus decisiones ante el cadáver expuesto. Consecuencias de la neurosis, comienzo del culto y de la fascinación cristiana por los muertos, cadáveres y reliquias.
El cristianismo fue objeto de persecuciones, es cierto. Pero no siempre tanto como lo pretende la Vulgata. Los historiadores deseosos de apartarse del ámbito apologético católico y llevar a cabo su trabajo a conciencia, han presentado cifras bastante más bajas de los que cayeron en garras de los leones en la arena. Decenas de miles de muertos, escribe Eusebio, el pensador oficial de Constantino. Las cifras actuales giran alrededor de tres mil; a modo de comparación, diez mil gladiadores lucharon en los juegos de Trajano sólo para celebrar el fin de la guerra contra los dacios en el año 107 de nuestra era...
Lo que hoy en día define a los regímenes totalitarios corresponde punto por punto al Estado cristiano tal como lo concibieron los sucesores de Constantino: el uso de la coerción, persecuciones, torturas, actos de vandalismo, destrucción de bibliotecas y de lugares simbólicos, asesinos impunes, omnipresencia de la propaganda, poder absoluto del jefe, reforma de la sociedad según los principios ideológicos del gobierno, exterminio de los opositores, monopolio de la violencia legal y de los medios de comunicación, abolición del límite entre la vida privada y el espacio público, politización general de la sociedad, destrucción del pluralismo, organización burocrática, expansionismo, entre otras características del totalitarismo de siempre y de aquel del Imperio cristiano.
En el año 380, el emperador Teodosio impuso el catolicismo como religión de Estado. Doce años después prohibió formalmente el culto pagano. El Concilio de Nicea ya había marcado la tónica. Teodosio II y Valentiniano III, en 449, ordenaron la destrucción de todo lo que podía provocar la ira de Dios o herir las almas cristianas. La lista es amplia e incluye cantidad de abusos en todos los campos. La tolerancia, el amor al prójimo y el perdón de los pecados tenían sus límites...
Constantino inició la cacería en el año 330, al romper con los filósofos Nicágoras, Hermógenes y Sopatros, ejecutados por brujería mientras los escritos del neoplatónico Porfirio eran lanzados a la hoguera... Se sucedieron los autos de fe parecidos: en una oportunidad fueron quemadas las obras de Nestorio; en otra, las de los eumonistas y de los montañistas, las de Arrio, desde luego. En las calles de Alejandría, Hipatia, la neoplatónica, experimentó en carne propia el amor al prójimo de los cristianos: fue perseguida, asesinada y descuartizada por los monjes, que arrastraron su cadáver por la calle y calcinaron sus restos...
Siempre listos para legitimar la infamia y otorgarle fuerza de ley bajo la protección del derecho, los juristas legalizaron todos esos abusos, crímenes y delitos, persecuciones y asesinatos. Basta con leer el Código teodosiano, ejemplo cumbre que demuestra que el derecho está
siempre
al servicio de la dominación de la casta en el poder en la mayoría de los casos. (El código perverso y las leyes de Vichy, ambos rebosantes de cristianismo [!], son prueba suficiente para los dubitativos...)
Veámoslo en detalle: a partir del año 380 la ley condenaba a la infamia a los no cristianos, lo cual equivale a decir que justificaba la anulación de sus derechos cívicos y, por lo tanto, la posibilidad de participar en la vida de la ciudad, en la enseñanza y en la magistratura, por ejemplo. Decretaba la pena de muerte para todo individuo que atentara contra la persona o los bienes de los ministros del catolicismo y de los lugares de culto. Durante ese tiempo, los cristianos destruyeron los templos paganos, confiscaron, saquearon y destruyeron los templos y su mobiliario amparados por la ley, puesto que los códigos legales lo permitían...
La interdicción a practicar los cultos paganos se complementaba con la lucha sin cuartel contras las herejías, definidas como todo aquello que no coincidía con los decretos imperiales. Prohibieron las reuniones y, desde luego, también el maniqueísmo; los judíos sufrieron persecuciones, del mismo modo que la magia o el libertinaje en las costumbres. La ley alentaba la delación... Autorizaba la confiscación de los bienes no cristianos. Muy pronto Pablo de Tarso dio el ejemplo, puesto que fue testigo de un auto de fe de libros supuestamente de magia. Los Hechos de los Apóstoles lo confirman (19:1).
Fieles al método de la madre de Constantino, los templos arrasados se convirtieron en iglesias católicas. En todos lados, desaparecieron sinagogas y santuarios gnósticos devorados por las llamas. Las estatuas, a veces valiosas, fueron destruidas, hechas pedazos, y sus fragmentos fueron utilizados en las edificaciones cristianas. Los lugares de culto sufrieron saqueos de tal magnitud que los escombros se emplearon durante un tiempo para empedrar caminos y construir rutas y puentes. Muestra de la amplitud de los estragos... En Constantinopla, el templo de Afrodita pasó a ser la cochera de los carros de caballos. Arrancaron de raíz los árboles sagrados.
Un texto de 356 (19 de febrero) castigaba con la pena de muerte a toda persona que adorara ídolos o realizara sacrificios. ¿Cómo sorprenderse, por lo tanto, de los casos de muertes de seres humanos? Escenas de tortura se repetían en Dídima y Antioquía, donde los cristianos apresaron a un profeta de Apolo para someterlo al martirio. En Escitópolis, Palestina, Domiciano Modesto presidía los interrogatorios de los más altos funcionarios de los medios políticos e intelectuales de Antioquía y Alejandría. El cristiano, carnicero sanguinario, se propuso eliminar a todos los hombres cultivados. Muchos filósofos neoplatónicos murieron durante la feroz represión. En su
Homilía a las estatuas,
San Juan Crisóstomo justifica la violencia física y escribe de modo explícito que «los cristianos son los depositarios del orden público»...
En Alejandría, en 389, los cristianos atacaron el templo de Serapis y un mitraeo. Exhibían y se burlaban en público de los ídolos paganos. Los fieles se sublevaron, «sobre todo los filósofos», dicen los textos. Sobrevino un motín, y hubo, de ambos lados, gran cantidad de muertos. En Sufetula, en el norte de África, a comienzos del siglo v, los monjes hicieron lo mismo con la estatua de Hércules, el dios de la ciudad: hubo más de sesenta muertos. Bandas de monjes saquearon los santuarios de la montaña fenicia azuzados por el ya citado Juan Crisóstomo. La exhortación paulina a menospreciar la cultura, el saber, los libros y la inteligencia, y contentarse con la fe tuvo aquí su desenlace...
Los cristianos lo aseveraron después de Pablo de Tarso: la cultura impide el acceso a Dios. De allí provienen los carniceros sanguinarios. Todos los autores sospechosos de herejía, desde luego, Arrio, el primero, Maniqueo, igualmente, incluso los nestorianos, y también las obras neoplatónicas y los libros de adivinación supuestamente de magia, y probablemente todos los ejemplares de las bibliotecas privadas, cuyos dueños, como en Antioquía en el año 370, aterrorizados por la persecución y los riesgos que corrían, se presentaron ante los comisarios del pueblo cristiano y quemaron ellos mismos sus libros. En el año 391, el obispo de Alejandría dio la orden de destruir el Serapeo: la biblioteca desapareció en el humo...
En el año 529, la escuela neoplatónica de Atenas fue clausurada. El Imperio cristiano confiscó sus bienes. El paganismo había perdurado en la capital griega durante varios siglos. La enseñanza de Platón contaba con diez siglos de transmisión continua. Los filósofos optaron por el exilio y se fueron a Persia. Fue el triunfo de Pablo de Tarso, de quien se habían burlado en el pasado los estoicos y los epicúreos en la capital de la filosofía durante sus intentos de evangelización. ¡Éxito póstumo del aborto de Dios y de su calamitosa neurosis! Cultura de muerte, cultura del odio, cultura del desprecio y la intolerancia... En Constantinopla, en 562, los cristianos arrestaron a los «helenos» —epíteto insultante...—, los pasearon por la ciudad y los ridiculizaron. En la plaza del Kenegión, encendieron una hoguera en la que quemaron sus libros y las imágenes de sus dioses.
Justiniano empeoró las cosas y endureció la legislación cristiana contra la heterodoxia. Prohibió a los cristianos el legado o la cesión de bienes a paganos; prohibió atestiguar ante la justicia contra los sectarios de la Iglesia; prohibió la tenencia de esclavos cristianos; prohibió la presentación de demandas legales; en el año 529, prohibió la libertad de conciencia (!) y obligó a los paganos a adquirir instrucción cristiana, luego a bautizarse, bajo pena de exilio o de la confiscación de sus bienes; les prohibió retornar al paganismo a los conversos a la religión del amor; prohibió enseñar o disponer de pensiones públicas. Filosofar se volvió peligroso por lo menos durante mil años... La teocracia se manifestó en esa época, y en todas las que siguieron, como lo opuesto, punto por punto, a la democracia.
Teocracia
Todos sabemos que existen tres libros del monoteísmo, pero muy pocos conocemos las fechas o sabemos quiénes fueron sus autores y cuáles fueron las aventuras que acompañaron la elaboración del texto, la redacción definitiva y los últimos toques del corpus indiscutible. Pues la Tora, el Antiguo Testamento, la Biblia, el Nuevo Testamento y el Corán tardaron mucho tiempo en despojarse de la historia para dar la impresión de provenir sólo de Dios y de no tener que rendir cuentas sino a los que ingresaban en sus templos de papel provistos únicamente de la fe, desembarazados de la razón y de la inteligencia.
Una anécdota: buscar las fechas de escritura y de origen de todos los textos que constituyen los libros sagrados en una biblioteca especializada en historia de las religiones plantea problemas considerables. Como si incluso los historiadores, personas razonables, fueran indiferentes a las condiciones de elaboración de los textos, muy útiles, sin embargo, para abordar y comprender su contenido. ¿El Génesis, por ejemplo? ¿Contemporáneo de qué libro y de qué autor? ¿La
Epopeya de Gilgamesh
o la
Ilíaddi
¿La
Teogonia
de Hesíodo, los
Upanishads
o las
Conversaciones
de Confucio?
Abordamos ese texto inaugural de la Tora, del Antiguo Testamento y de la Biblia sin saber casi nada de él, e incluso sin conciencia de la falta de conocimiento sobre el tema. Esas páginas, como todas las otras, gozan del beneficio del estatuto de la extraterritorialidad histórica. Lo extraño de la metodología les da la razón a los devotos, que apoyan esos libros sin autores humanos, sin fecha de origen, caídos un día del cielo de modo milagroso o dictados a un hombre inspirado por un soplo divino insensible al tiempo, a la entropía, y a salvo de la generación y la corrupción. ¡Misterio!
Durante cientos de años, el clero prohibió la lectura directa de los textos. Juzgaba humano, demasiado humano, su cuestionamiento histórico. Aún vivimos, poco más o poco menos, bajo ese dominio. En forma intuitiva, los servidores de las religiones saben que el contacto directo, la lectura inteligente y llena de sentido común saca a relucir la incoherencia de esas páginas escritas por numerosas personas después de siglos de tradición oral en un período histórico muy extenso, durante el cual la totalidad fue copiada mil veces por escribas poco escrupulosos, necios, incluso por falsificadores reales y voluntarios. Al dejar de abordarlos como objetos sagrados, pronto se deja de creer en su santidad. De allí proviene el interés de leerlos verdaderamente, con la pluma en la mano...