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Authors: Arthur Hailey

Tags: #Intriga

Traficantes de dinero (38 page)

BOOK: Traficantes de dinero
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El hombre más joven quedó en silencio, después dijo, a la defensiva:

—Creo que Roscoe supone que, ahora que él va a formar parte de la Dirección, podrá vigilar a la compañía más de cerca.

—Me desilusiona usted, Tom. Nunca había sido tan deshonesto consigo mismo, especialmente cuando conoce los motivos reales tan bien como yo… —al ver que Straughan se ruborizaba, Alex insistió—: ¿Se hace idea del tipo de escándalo que habría si el Servicio Secreto examinara esto? Hay conflicto de intereses; abuso de la ley de limitación de préstamos; uso de los fondos confiados al banco para influir en los negocios del banco mismo; y no me cabe la menor duda de que hay acuerdo para votar el
stock
de la Supranational en la próxima reunión anual de la SuNatCo.

Straughan dijo con agudeza:

—Si es así, no será la primera vez… ni siquiera aquí.

—Desgraciadamente es verdad. Pero el olor del guisado no mejora.

La cuestión de la ética en el departamento de depósitos era un tema antiguo. Se supone que los bancos mantienen una barrera interna —que llaman a veces la Muralla China— entre sus propios intereses comerciales y los fondos que se les confían. De hecho no lo hacen.

Cuando un banco tiene miles de millones de dólares en fondos confiados por clientes para invertir, es inevitable que la «cantidad» dada de este modo sea usada comercialmente. Se espera que las compañías en las que un banco invierte fuertemente respondan recíprocamente con negocios bancarios. Con frecuencia también, las compañías eran presionadas para que hubiera un director de banco en su propio consejo director. Si no se hacía ninguna de las dos cosas, otras inversiones rápidamente reemplazaban a ésas en los portafolios de depósitos, con los valores disminuidos como resultado de la venta del banco.

Igualmente, las agencias de bolsa que manejaban el gran volumen del departamento de depósitos, comprando y vendiendo, debían mantener a su vez amplios balances bancarios. Generalmente así era. De lo contrario el ansiado negocio de bolsa se iba a otra parte.

Pese a la propaganda de relaciones públicas, el interés de los clientes depositantes —incluidas las proverbiales viudas y huérfanos—, con frecuencia se cotiza después de los intereses del banco. Era uno de los motivos por los cuales el resultado del departamento de depósitos era generalmente pobre.

De este modo Alex sabía que la situación entre la Supranational y el FMA no era única. De todos modos el saberlo no hacía que la cosa le gustara más.

—Alex —se adelantó Tom Straughan—, es mejor que le prevenga que mañana, en la reunión del comité monetario, pienso apoyar el préstamo a la Supranational.

—Lo lamento.

Pero la noticia no era inesperada. Y Alex se preguntó cuánto tiempo iba a pasar hasta quedar tan solo y aislado que su situación en el banco resultara insostenible. Podía suceder pronto.

Después de la reunión de mañana del Comité de Política Monetaria, donde seguramente las propuestas referentes a la Supranational iban a ser apoyadas por mayoría, todo el consejo director volvería a reunirse el próximo miércoles, con la Supranational nuevamente en la agenda. En ambas reuniones, Alex estaba seguro, él iba a ser la única voz discordante y solitaria.

Examinó una vez más el siempre ocupado Centro de Operaciones Monetarias, dedicado a la riqueza y las ganancias, idéntico en principio a los antiguos templos del oro de Babilonia y de Grecia. No era, pensó, que el dinero, el comercio y la ganancia fueran en sí algo indigno. Alex estaba dedicado a las tres cosas, aunque no ciegamente, y con reservas que implicaban escrúpulos morales, la razonable distribución de riqueza y la ética bancaria. Sin embargo, cuando se presentaba la perspectiva de un beneficio excepcional, según lo demostraba toda la historia, aquellos que tenían tales reservas eran obligados a callar, o eran dejados de lado.

Frente a las poderosísimas fuerzas del gran dinero y el gran negocio —representados ahora por la Supranational y la mayoría del FMA— ¿qué podía esperar un individuo solo en la oposición?

Muy poco, pensó desesperanzado Alex Vandervoort. Quizá nada.

Capítulo
11

La reunión de la Dirección del banco First Mercantile American en la tercera semana de abril fue memorable desde muchos puntos de vista.

Dos temas mayores de la política bancaria fueron tema de intensa discusión: uno, era la línea de crédito a la Supranational; el otro una propuesta para expandir la actividad ahorrista del banco y la apertura de nuevas sucursales suburbanas.

Incluso antes que se iniciaran los procedimientos, el tono de la reunión se hizo evidente. Heyward, desusadamente jovial y relajado, con un elegante traje gris claro, se presentó temprano. Saludó a otros directores en la puerta del salón de conferencias, a medida que llegaban.

Por las cordiales respuestas era claro que la mayoría de los miembros, no sólo había oído hablar del acuerdo con la Supranational, por misteriosas vías financieras, sino que estaba entusiastamente a favor.

—Felicidades, Roscoe —dijo Philip Johannsen, presidente de la MidContinent Rubber—, realmente ha metido usted a este banco en la gran canasta. ¡Más poder, eso… es lo que usted necesita!

Radiante, Heyward reconoció:

—Agradezco su apoyo, Phil. Y quiero que sepa que tengo otras metas en la mente.

—Las logrará, no tema.

Un director con cejas de escarabajo procedente del interior, Floyd LeBerre, presidente de la General Cable and Switchgear Corporation, entró. En el pasado LeBerre nunca había sido muy cordial con Heyward, pero ahora le estrechó la mano con efusión.

—Encantado de oír que formará usted parte de la Dirección de la Supranational, Roscoe —el presidente de la General Cable bajó la voz—. Mi división de ventas de repuestos tiene algunos negocios con la SuNatCo. Me gustaría poder hablar pronto de ello.

—Hagámoslo la semana próxima —dijo Heyward amablemente—. Puede tener la certeza de que ayudaré todo lo que pueda.

LeBerre se apartó, con expresión satisfecha.

Harold Austin, que había oído la charla, guiñó un ojo con picardía.

—Nuestro viajecito nos está dando ya beneficios. Cabalgas muy alto.

El Honorable Harold parecía más que nunca un
playboy
envejecido: una chaqueta a cuadros de colores, pantalones acampanados marrones, una camisa de alegres colores y una cerúlea corbata azul cielo. El flotante pelo blanco estaba arreglado y cortado en un nuevo estilo.

—Harold —dijo Heyward—, si hay algún favor que quieras pedirme…

—Los habrá —aseguró el Honorable Harold, y después se dirigió a grandes pasos a su asiento junto a la mesa de conferencias.

Incluso Leonard L. Kingswood, el enérgico presidente de la Northam Steel, y ferviente sostenedor de Alex Vandervoort en el Directorio, tuvo una palabra amable al pasar.

—He oído que ha atrapado usted a la Supranational, Roscoe. Es un negocio de primera clase.

Otros directores también lo felicitaron.

Entre los últimos en llegar estaban Jerome Patterton y Alex Vandervoort. El presidente del banco, con su cabeza calva brillante y bordeada de blanco, con su aspecto de granjero de siempre se dirigió a la cabecera de la larga mesa ovalada del salón de reuniones. Alex, que llevaba una carpeta llena de papeles, se sentó como de costumbre en el centro de la mesa, del lado izquierdo.

Patterton golpeó con el martillo para llamar la atención y rápidamente abordó varios asuntos de rutina. Después anunció:

—El primer punto a tratar es: «Préstamos sometidos a la aprobación de la Dirección».

Alrededor de las mesas un agitarse de páginas que daban la vuelta señaló la apertura de las tradicionales agendas azules de préstamos del FMA, preparadas para uso de los directores.

—Como de costumbre, señores, tienen ustedes ante sí detalles de las propuestas de la dirección. Lo que hoy ofrece especial interés, como la mayoría de ustedes ya sabe, es nuestra nueva cuenta con la Supranational Corporation. Personalmente estoy encantado con los términos negociados y recomiendo con énfasis su aprobación. Dejo a Roscoe, que es responsable de haber traído este nuevo e importante negocio al banco, el completar los detalles y el contestar preguntas.

—Gracias, Jerome —Roscoe Heyward acomodó sus lentes sin aro, que había estado limpiando por costumbre y se inclinó hacia adelante en su silla. Al hablar sus maneras parecieron menos austeras que de costumbre, su voz era agradable y segura.

—Señores: al embarcarse en el compromiso de un gran préstamo es prudente asegurarse de la solidez financiera del peticionario, incluso en el caso de que este peticionario tenga un promedio de crédito de una triple «A», como pasa con la Supranational. En el apéndice «B» de las agendas azules —nuevamente se oyó el ruido de páginas que pasaban— encontrarán un sumario que he preparado personalmente sobre los activos y proyectados beneficios del grupo SuNatCo, incluidas todas las subsidiarias. Se basa en declaraciones financieras de auditores más datos adicionales proporcionados por el contador de la Supranational, Stanley Inchbeck. Como pueden ustedes ver las cifras son excelentes. Nuestro riesgo es mínimo.

—No conozco la reputación de Inchbeck —intervino un director; era Wallace Sperrie, dueño de una compañía de instrumentos científicos—. Pero conozco la suya, Roscoe, y, si usted aprueba estas cifras, son cuatro «A» para mí.

Varios otros canturrearon su asentimiento. Alex Vandervoort jugueteaba con un lápiz ante una libreta que tenía delante.

—Gracias Wally, gracias, señores —Heyward se permitió una leve sonrisa—. Espero que la confianza de ustedes se extienda a la acción concomitante que he recomendado.

Aunque las recomendaciones estaban anotadas en la carpeta azul, las describió de todos modos… la línea de crédito de cincuenta millones debía ser totalmente concedida a la Supranational, en cortes financieros en otras áreas del banco, que debían hacerse efectivos inmediatamente. Los cortes, aseguró Heyward a los atentos directores, serían restablecidos «en cuanto fuera posible y conveniente», aunque prefería no especificar cuándo. Terminó:

—Recomiendo este flete para nuestro navío y prometo que, en su compañía, nuestras cifras de beneficios serán muy buenas de verdad.

Cuando Heyward se echó hacia atrás en la silla, Jerome Patterton anunció:

—La reunión está abierta para preguntas y discusiones.

—Francamente —dijo Wallace Sperrie— no veo necesidad de ninguna de las dos cosas. Todo está claro. Creo que estamos en presencia de un golpe maestro de los negocios para este banco, y propongo una aprobación inmediata.

Varias voces dijeron al unísono:

—De acuerdo.

—Propuesto y acordado —entonó Jerome Patterton—. ¿Estamos listos para votar? —Evidentemente lo esperaba. Tenía levantado el martillo.

—No —dijo con voz tranquila Alex Vandervoort. Hizo a un lado el lápiz y la libreta con la que había estado jugueteando—. Y no creo que nadie deba votar sin que haya bastante discusión sobre el asunto.

Patterton suspiró. Dejó el martillo. Alex ya le había prevenido, por cortesía, de sus intenciones, pero Patterton había esperado que, al sentir la casi unanimidad de la Dirección, Alex hubiera cambiado de idea.

—Lamento profundamente —dijo Alex Vandervoort— encontrarme en la Dirección en conflicto con mis compañeros Jerome y Roscoe. Pero no puedo, por deber de conciencia, acallar mi ansiedad acerca de este préstamo y mi oposición a hacerlo.

—¿Qué pasa? ¿A su amiga no le gusta la Supranational? —La espinosa pregunta provenía de Forrest Richardson, antiguo director del FMA; era de maneras bruscas, tenía reputación de ser muy preciso y era príncipe heredero en la industria de la carne envasada.

Alex se puso colorado de rabia. No cabía duda de que los directores recordaban la pública vinculación de su nombre con la «invasión al banco» de Margot, hacía tres meses; de todos modos, no estaba dispuesto a que su vida personal fuera examinada. Pero contuvo una violenta respuesta y contestó:

—Miss Bracken y yo rara vez discutimos asuntos bancarios. Les aseguro que no hemos discutido éste.

Otro director preguntó:

—¿Qué es lo que no le gusta del acuerdo, Alex?

—Todo.

Alrededor de la mesa se oyeron inquietos movimientos y exclamaciones de enojada sorpresa. Las caras que se volvieron hacia Alex revelaban una actitud hostil.

Jerome Patterton aconsejó brevemente:

—Es mejor que explique el motivo.

—Sí, lo haré —Alex buscó el portafolio que había traído y extrajo una página de notas.

—En primer lugar me opongo a la «amplitud» del compromiso con un solo cliente. Y no sólo me parece una mal aconsejada concentración de riesgos, en mi opinión es una acción fraudulenta bajo la Sección 23A de la Ley de Reserva Federal.

Roscoe Heyward se puso de pie de un salto.

—Protesto ante la palabra «fraudulento».

—El protestar no cambia la verdad —dijo Alex con calma.

—¡No es verdad! Hemos establecido claramente que el compromiso no es para la Supranational Corporation, sino para sus subsidiarias. Son la Hepplewhite Distillers, la Horizon Land, la Atlas Jet Leasing, la Caribbean Finance y la International Bakeries —Heyward se apoderó de una agenda azul—. Las colocaciones de dinero están detalladas aquí específicamente.

Alex dijo:

—Todas esas compañías son subsidiarias controladas por la Supranational.

—Pero también son compañías largo tiempo establecidas, viables y con derechos propios.

—¿Entonces por qué, precisamente hoy, hemos estado hablando únicamente de la Supranational?

—Por simplicidad y conveniencia —dijo Heyward furioso.

—Usted sabe tan bien como yo —insistió Alex— que, una vez que el dinero del banco esté en
cualquiera
de esas subsidiarias, G. G. Quartermain podrá moverlo a cualquier parte que le dé la gana.

—¡Atención,
un momento
! —La interrupción provenía de Harold Austin, que se había inclinado hacia adelante y golpeaba la mesa con la mano para llamar la atención—. El Gran George Quartermain es mi amigo personal. Y no me voy a quedar sentado tranquilamente oyendo una acusación de mala fe.

—No ha habido acusación de mala fe —contestó Alex—. Estoy hablando de un hecho de la vida global. Grandes sumas de dinero son transferidas frecuentemente entre las subsidiarias de la Supranational; las páginas de balance así lo demuestran. Y esto sólo sirve para confirmar que estamos prestando a una sola entidad.

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