Traficantes de dinero (29 page)

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Authors: Arthur Hailey

Tags: #Intriga

BOOK: Traficantes de dinero
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La actividad del banco ocupaba la mayor parte del espacio disponible. Le prestaban mucha, mucha más atención de la que se había atrevido a esperar.

El titular principal decía:

GRAN BANCO INMOVILIZADO POR LOS DEL

FORUM EAST

Y debajo:

¿ESTA EN DIFICULTADES EL FIRST MERCANTILE AMERICAN?

MUCHOS HAN IDO A «AYUDARLO»

CON PEQUEÑOS DEPÓSITOS.

Seguían fotografías y un artículo a dos columnas.

—¡Hermano! —exhaló Margot—. ¡Esto no va a gustarle nada al FMA!

No les gustó.

Poco después de mediodía tuvo lugar una conferencia rápidamente convocada en el piso treinta y seis de la Torre de la Casa Central del First Mercantile American, en las oficinas de la presidencia.

Jerome Patterton y Roscoe Heyward estaban allí, con las caras torcidas. Alex Vandervoort se les unió. Él también estaba serio, aunque a medida que la discusión progresaba, Alex pareció menos preocupado que los otros, su expresión era por momentos pensativa, con algún chispazo divertido. El cuarto asistente era Tom Straughan, el estudioso y joven jefe de los economistas del banco; el quinto era Dick French, vicepresidente de relaciones públicas.

French, corpulento y ceñudo, caminaba a zancadas masticando un cigarro sin encender; traía un montón de diarios de la tarde que fue echando uno tras otro, ante los presentes.

Jerome Patterton, sentado detrás de su escritorio, abrió un periódico. Cuando leyó las palabras: «¿Está en dificultades el FMA?», estalló:

—¡Ésta es una inmunda mentira! ¡Habría que poner pleito a ese diario!

—No hay motivo para ponerle pleito —dijo French, con su acostumbrada rudeza—. El periódico no lo afirma como un hecho. Está puesto como un interrogante y, en todo caso, está citando a otro. Y la frase original no era maligna —guardó silencio en una actitud que significaba «hay que aceptar la cosa como es», con las manos cruzadas a la espalda y el cigarro proyectándose como un torpedo acusador.

Patterton se puso colorado de rabia.

—¡Claro que es maligna! —exclamó Roscoe. Había permanecido desdeñosamente junto a una ventana y se volvió ahora hacia los otros cuatro—. Todo el asunto está hecho con malignidad. Cualquier imbécil puede verlo.

French suspiró:

—Está bien, tendré que deletrear la cosa. Quienquiera que esté detrás de esto, es alguien que conoce bien la ley y las relaciones públicas. El asunto, como usted lo dice, está hábilmente planeado para dar la impresión de algo amistoso y cooperativo hacia el banco. Claro, sabemos que no es así. Pero es algo que nunca podrá probarse y sugiero que dejemos de perder tiempo hablando de intentar hacerlo.

Recogió uno de los diarios y lo tendió mostrando la primera página.

—Uno de los motivos por el que gano mi principesco salario es porque soy experto en noticias y en el ambiente. Y en este momento mi experiencia me dice que esta historia… que está bien escrita y preciosamente presentada, ¿para qué negarlo?… está corriendo por todos los servicios telegráficos del país y
será utilizada
. ¿Por qué? Porque es una historia de David y Goliat, que apesta a interés humano.

Tom Straughan, sentado junto a Vandervoort, dijo tranquilamente:

—Puedo confirmar eso en parte. La historia ha estado en el servicio de noticias del Dow Jones y casi en seguida nuestros valores han bajado un punto.

—Otra cosa —Dick French siguió como si no lo hubieran interrumpido— es conveniente que nos preparemos esta noche para las noticias en la televisión. Habrá mucho en las emisoras locales, seguramente y mi entrenamiento en estas cosas me dice que habrá información en cadena en los tres canales mayores. Y afirmo que si algún guionista puede resistirse a hacer algo con la frase «Banco en dificultades», estoy dispuesto a tragarme un sapo.

Heyward preguntó con frialdad:

—¿Ha terminado?

—No del todo. Sólo quiero añadir que, si yo hubiera desperdiciado todo el presupuesto de relaciones públicas del año en una sola cosa,
nada más que en una
, para presentar
mal
a este banco, no podría igualar el daño que han hecho ustedes, sin ayuda de nadie.

Dick French tenía una teoría personal. Era que un buen encargado de relaciones públicas debe estar cada día preparado para actuar. Si el conocimiento y la experiencia requerían de él que dijera a sus superiores hechos desagradables, que hubieran preferido no oír, y si era necesario ser brutalmente franco al hacerlo, lo hacía. La sinceridad formaba también parte de las relaciones públicas… era una treta para llamar la atención. Hacer menos, o procurar ganar favores por medio del silencio o el sigilo, hubiera sido faltar a sus responsabilidades.

Algunos días requerían más rudeza que la habitual. Éste era uno de ellos.

Frunciendo el ceño, Roscoe Heyward preguntó:

—¿Sabemos ya quiénes son los organizadores?

—No concretamente —dijo French—. He hablado con Nolan Wainwright que se está ocupando de eso. No es que vaya a importar mucho.

—Y si le interesa conocer las últimas noticias de la sucursal —añadió Tom Straughan— le diré que he ido allí por el túnel, antes de venir aquí. La plaza está todavía repleta de manifestantes. Casi nadie puede entrar para hacer transacciones regulares.

—No son manifestantes —corrigió Dick French—. Que esto también quede claro, ya que estamos en ello. No hay un cartel ni ninguna consigna, como no sea, quizás «Acto de Esperanza». Son clientes, y ése es el problema.

—Está bien —dijo Jerome Patterton—, ya que está usted tan enterado: ¿qué sugiere?

El vicepresidente de relaciones públicas se encogió de hombros:

—Son ustedes los que retiraron la alfombra del Forum East. Es a ustedes a quienes corresponde volverla a poner.

Las facciones de Roscoe Heyward se endurecieron.

Patterton se volvió hacia Vandervoort.

—¿Qué opina, Alex?

—Ustedes conocen mis sentimientos —dijo Alex; era la primera vez que hablaba—. Yo estuve, en principio, en contra de que se cortaran los fondos. Sigo estándolo.

Heyward dijo con sarcasmo:

—Entonces probablemente estará usted encantado con lo que está ocurriendo. Y supongo que cedería de buena gana ante esa chusma y sus intimidaciones.

—No, no estoy en modo alguno encantado —los ojos de Alex llamearon enojados—. Lo que estoy es turbado y ofendido de ver al banco colocado en esta situación. Creo que lo que está ocurriendo podía haber sido previsto… es decir, podía haberse previsto alguna respuesta, alguna oposición. Pero lo que importa en este momento es arreglar cuanto antes la situación.

Heyward dijo, con desprecio:

—Por lo tanto usted
cede
ante la intimidación. Tal como he dicho.

—Ceder o no ceder no tiene aquí importancia —contestó Alex con frialdad—. La cuestión real es: ¿Teníamos razón o no al cortar los fondos al Forum East? Si estábamos equivocados, debemos rectificar y tener el valor de reconocer nuestro error.

Jerome Patterton observó:

—Rectificaciones o no, si ahora retrocedemos, haremos el papel de idiotas.

—Jerome —dijo Alex— en primer lugar, no creo eso. En segundo lugar: ¿qué importa?

Dick French intervino:

—La parte financiera de todo esto no es asunto mío. Lo sé. Pero les diré algo: si decidimos ahora cambiar nuestra política con respecto al Forum East, quedaremos bien y no mal.

Roscoe Heyward dijo agriamente a Alex:

—Si el valor es aquí un factor, yo diría que usted carece de él enteramente. Lo que usted hace es negarse a hacer frente a unos patanes.

Alex movió la cabeza, con impaciencia.

—Vamos, Roscoe, no hable como un comisario de pueblo. A veces negarse a cambiar una decisión equivocaba es simple testarudez y nada más. Todos los periodistas lo han dicho claramente. Además, esa gente que está en la sucursal no es chusma.

Heyward dijo, desconfiado:

—Parece usted sentir una afinidad especial con ellos. ¿Sabe acaso algo que los demás no sabemos?

—No.

—De todos modos, Alex —rumió Jerome Patterton—, no me gusta la idea de someterme tan fácilmente.

Tom Straughan había escuchado los dos argumentos. Ahora dijo:

—Yo, como todos saben, me opuse a que se cortaran los fondos al Forum East. Pero tampoco me gusta que me lleven por delante unos desconocidos.

Alex suspiró.

—Si todos están de acuerdo con eso, es mejor que nos hagamos a la idea de que la sucursal del centro quedará paralizada por algún tiempo.

—Esa gentuza no podrá continuar con lo que está haciendo —afirmó Roscoe—. Me atrevo a predecir que, si nos mantenemos fuertes, si nos negamos a que nos hagan a un lado o nos pisoteen, toda la demostración se evaporará mañana.

—Y yo —dijo Alex— me atrevo a predecir que continuará toda la próxima mañana.

Finalmente ambos cálculos resultaron equivocados.

En ausencia de una actitud de suavización en el banco, la inundación de la sucursal del centro por los sostenedores del Forum East se prolongó todo el jueves y el viernes, hasta el cierre de las transacciones, el viernes por la tarde.

La gran sucursal estaba inutilizada. Y, como había predicho Dick French, toda la atención del país se concentró en aquel aprieto.

Parte de la atención prestada era humorística. Sin embargo, los inversores no estaban tan divertidos, y en la Bolsa de Nueva York, el viernes, las acciones del First Mercantile American cerraron con dos puntos y medio menos.

Entretanto Margot Bracken, Seth Orinda, Deacon Euphrates y otros continuaban planeando y reclutando.

El lunes por la mañana el banco capituló.

En una conferencia de prensa rápidamente convocada a las 10 de la mañana, Dick French anunció que la total financiación del Forum East sería restablecida inmediatamente. Por cuenta del banco, French expresó la cordial esperanza de que muchos habitantes del Forum East y sus amigos, que habían abierto cuentas en FMA en los días pasados, siguieran siendo clientes del banco.

Detrás de la capitulación del banco hubo varios motivos de fuerza. Uno fue: antes de que se abriera la sucursal el lunes por la mañana, la fila fuera del banco y en la Plaza Rosselli era todavía mayor que en días anteriores, de manera que resultaba evidente que la situación de la semana anterior iba a repetirse.

Y, para mayor desconcierto, otra fila apareció en otra sucursal del FMA, en el suburbio de Indian Hill. Aquello no fue del todo inesperado. La extensión de las actividades del Forum East a otras sucursales del First Mercantile American había sido prevista en los diarios del domingo. Cuando se empezó a formar la fila en Indian Hill, el alarmado gerente telefoneó a la Casa Central, pidiendo ayuda.

Pero fue un último factor el que desencadenó el resultado.

Al final de la semana, el sindicato que había prestado dinero a los inquilinos del Forum East y proporcionado almuerzo gratuito para los que formaban fila, la Federación Norteamericana de Empleados, Cajeros y Trabajadores de Oficina, públicamente anunció que participaba en el asunto. Afirmaron que darían apoyo adicional. Un portavoz del sindicato calificó al FMA como a «una máquina egoísta y pantagruélica de hacer dinero, puesta en marcha para enriquecer a los poderosos a costa de los que nada tienen.» Una campaña para sindicar a los empleados del banco, anunció, iba a iniciarse pronto.

El sindicato, de aquel modo, hizo inclinar la balanza, no con una brizna de paja, sino con un saco de ladrillos.

Los bancos —todos los bancos— temen, incluso odian a los sindicatos. Los dirigentes y ejecutivos bancarios miran a los sindicatos como una serpiente podría mirar a una mangosta. Lo que asusta a los bancos, si los sindicatos se hacen fuertes, es una disminución de la libertad financiera de los bancos. A veces ese miedo ha sido irracional, pero ha existido.

Aunque los sindicatos lo habían intentado con frecuencia, pocos habían abierto camino en lo que concierne a los empleados bancarios. Una y otra vez, hábilmente, los banqueros fueron más ingeniosos que los organizadores de sindicatos y pensaban seguir siéndolo. Si la situación en el Forum East significaba una palanca para que se formara un sindicato,
ipso facto
la palanca debía ser removida. Jerome Patterton, que había llegado temprano a su oficina y se movía con velocidad desusada, tomó la decisión de autorizar la restitución de fondos al Forum East. También aprobó el anuncio que iba a hacer el banco y que Dick French corrió a propagar.

Después, para calmar los nervios, Patterton cortó todas las comunicaciones y se dedicó a practicar puntería con palillos en la alfombra de su despacho.

Más tarde, esa misma mañana, en una reunión informal del comité de política bancaria, se acordó la restitución de los fondos aunque Roscoe Heyward rezongó:

—Se ha creado un precedente y es una entrega que lamentaremos.

Alex Vandervoort guardó silencio.

Cuando el anuncio del FMA fue leído a los partidarios del Forum East, en ambas sucursales bancarias, se oyeron algunos aplausos, y los grupos reunidos tranquilamente se dispersaron. En media hora los negocios en ambas sucursales volvieron a la normalidad.

El asunto hubiera terminado allí de no ser por una información que se había deslizado y que, vistas las cosas retrospectivamente, fue quizás inevitable. La filtración apareció dos días después en el comentario de un periódico —un comentario en la columna
Con la Oreja en Tierra
—, sección que había sido la primera en sacar a luz el asunto.

¿Se ha preguntado usted quién estaba detrás de los inquilinos del Forum East que esta semana pusieron de rodillas al orgulloso y poderoso First Mercantile American? La Sombra lo sabe. Es la abogada feminista y defensora de los Derechos Civiles, Margot Bracken… la misma de «la sentada en los servicios de aseo del aeropuerto», famosa por esta y otras batallas a favor de los humildes y los pisoteados.

Esta vez, aunque el «banqueo» fue idea suya, en la que trabajó activamente, miss Bracken actuó con sumo secreto. Se encargaron otros de dar la cara, pero ella se mantuvo oculta, evitó a la prensa, su aliada normal. ¿Esto también les parece raro?

¡Que no les parezca! El mejor y más grande amigo de Margot, con quien ha sido vista frecuentemente, es el equidistante banquero Alexander Vandervoort, importante ejecutivo del FMA. Si usted fuera Margot y tuviera esa relación en la cacerola: ¿no se habría mantenido aparte?

Sólo nos preocupa una cosa: ¿conocía Alex y aprobó la invasión de su propio hogar?

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