Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil (42 page)

BOOK: Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil
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   Estas publicaciones fueron también instrumentos decisivos para atraer a otras mujeres a la causa. Sin embargo, el alcance de los artículos y debates iba más allá de la política antifascista y, a menudo, las mujeres se dedicaban a fijar sus propios intereses con respecto a la guerra y la revolución, así como a suministrar recursos para las iniciativas culturales femeninas. Esta comunicación cultural entre las lectoras, escritoras y editoras de estas revistas creó un universo específico para mujeres, una importante experiencia de afirmación en una cultura femenina tradicionalmente oral.
   La resistencia civil y la supervivencia cotidiana durante la guerra se explican por el enorme esfuerzo y energía que desplegaron las mujeres cuyo trabajo de asistencia voluntario constituyó una gran aportación a la economía bélica y al funcionamiento de la sociedad civil. Asimismo, tuvieron un papel decisivo en la administración de distintos organismos de servicios sociales y participaron en labores voluntarias de asistencias médica y sanitaria, crearon guarderías para mujeres trabajadoras y servicios de comedores colectivos, atención infantil y asistencia social para refugiados de guerra. Su entrega permitió que los servicios sociales y sanitarios funcionaran a pesar de que la guerra provocó un aumento inusitado de la demanda.
   Las mujeres exigían un papel activo en el trabajo, la resistencia civil, la asistencia social y la lucha antifascista, y eso obligó a las instituciones oficiales y autoridades políticas reticentes a redefinir unos roles de género que permitiera la entrada de las mujeres en la esfera pública. Desde el comienzo mismo de la guerra, las organizaciones femeninas llevaron adelante una enérgica campaña para tener acceso al empleo remunerado. Enfrentadas al antagonismo masculino generalizado y a las ideas convencionales y pertinaces que se oponían al trabajo femenino asalariado, las mujeres intentaron, sin mucho éxito, desarrollar sus propios programas de formación profesional. Aunque se abordó el tema del trabajo femenino retribuido, todavía estaba circunscrito a las necesidades bélicas. No obstante, esta experiencia agudizó la conciencia de muchas mujeres, sobre todo la de las generaciones más jóvenes y, en cierta medida, ayudó a redefinir sus expectativas en cuanto a su derecho a tener una profesión y un empleo.
   Las mujeres ocuparon puestos en la asistencia social y la salud pública, participaron activamente en la supervivencia de la sociedad en la retaguardia, tanto en zonas urbanas como rurales, ejercieron un papel decisivo en la resistencia civil y en la movilización antifascista masiva de la retaguardia y resistieron el avance del fascismo suministrando servicios de alimentación, de apoyo, asistenciales, sanitarios y culturales. Como resultado de este activismo, cuestionaron su destino exclusivo al hogar y desafiaron las muchas limitaciones tradicionales de la sociedad española. La movilización femenina durante la Guerra Civil ensanchó los límites de las esferas pública y privada y redefinió las fronteras de la domesticidad.
   La experiencia de la guerra trajo consigo una nueva dimensión de las funciones clásicas de madre, ama de casa y proveedora del hogar porque ahora las mujeres proporcionaban alimentos, servicios de asistencia y las necesidades básicas para la supervivencia diaria de toda la población civil. Esta dimensión colectiva y pública del papel proveedor de las mujeres constituyó una línea divisoria y un reflejo exacto del desvanecimiento de las fronteras entre las esferas pública y privada en la retaguardia republicana. Los intereses que compartían en la supervivencia de la comunidad dieron una nueva legitimidad a la exigencia femenina de que les reconocieran un rol social más allá de los confines del hogar. Aunque dentro de las limitaciones de género, el estatus de las mujeres pasó de amas de casa a proveedoras de la comunidad con un papel significativo en la resistencia civil. Es cierto, también, que la participación de las mujeres en un nuevo contexto comunitario de base más amplia avivó la conciencia de sus derechos, pero nunca se cuestionó seriamente el núcleo del discurso de género.
   Indudablemente, las opciones de las mujeres aumentaron durante los años de la guerra, lo que significó un cierto reajuste de las normas de conducta de género que les permitió, por primera vez, el acceso a ciertos ámbitos de la vida pública que previamente estaban reservados a los hombres. Los modelos tradicionales de la feminidad se adaptaron a las nuevas circunstancias de la guerra, lo que legitimó sus actividades en ese ámbito. Esta reestructuración de las fronteras de las esferas pública y privada y, más concretamente, la redefinición del espacio público, estaba claramente restringida. Si bien es cierto que a las mujeres ya no se les negaba el acceso a la esfera pública, la definición de lo que era público estaba todavía delimitada según el género. Se elaboraron nuevos modelos de conducta dentro del discurso modificado que establecía un papel femenino en la retaguardia pero excluyéndolo de los frentes. A pesar de la tremenda energía y el ímpetu que pusieron las mujeres en los nuevos campos de actividades, los roles de género nunca se redefinieron de tal modo que la división de los ámbitos público y privado se pusiera seriamente en duda. Aunque en cierto modo se cuestionaron los valores culturales tradicionales, nunca afloró una idea revolucionaria sobre las esferas pública y privada.
   Las mujeres forjaron cambios apreciables en sus ideas, sus expectativas y, de un modo significativo, en su condición social. La realidad histórica y los procesos de cambio social y de género no son lineales y no encajan dentro de los marcos interpretativos de la transformación global. El cambio revolucionario no implica necesariamente una ruptura de las relaciones patriarcales o una honda oposición a la “civilización masculina”. En el caso de la Guerra Civil española, las mujeres republicanas, como colectivo social, ganaron un terreno significativo al mejorar su condición de género y abrieron nuevas perspectivas en sus opciones sociales, laborales y personales. No obstante, este progreso tuvo lugar dentro del contexto global de la limitación de los roles de género. Las pautas de cambio y continuidad con respecto a la situación general de las mujeres durante la Guerra Civil estaban todavía modeladas por las restricciones imperantes de las normas de género, que limitaban seriamente los cambios en las relaciones de poder entre los sexos.
   El aprendizaje de las mujeres en el ejercicio público durante la guerra y la revolución puso de manifiesto su capacidad para contribuir a la lucha contra el fascismo. Su nueva identidad colectiva en la lucha antifascista y, para muchas, en la causa revolucionaria, conformaron su compromiso político, creando su propio movimiento femenino de masas, popular y sin precedentes, que abordaba abiertamente los temas políticos. Su causa era la lucha antifascista y, para algunas, también el combate revolucionario, en el que jugaron un papel decisivo.
   Las mujeres se politizaron en grado sumo durante la guerra y, por primera vez, consideraron que la política tenía un gran interés para ellas. Al oponerse a los conceptos de género tradicionales que siempre habían defendido el monopolio masculino de la vida política, no sólo pusieron voz a sus ideas políticas sobre la guerra y la amenaza del fascismo, sino que también se convirtieron en protagonistas políticas comprometidas.
   Su compromiso en la causa antifascista las impulsó a emprender una amplia gama de empeños políticos. Lograron movilizar a miles de españolas para tomar parte activa en defensa de la democracia; de hecho, su vigoroso antifascismo constituyó un aprendizaje político decisivo de los valores democráticos que para algunas fue un primer paso para reconocer que la sociedad española necesitaba un cambio revolucionario. La enérgica adhesión de las mujeres a la batalla antifascista agudizó su compromiso político global con la Segunda República y, por lo tanto, con la democracia, la libertad y los derechos humanos. Algunas activistas desafiaron a la “civilización masculina” cuestionado públicamente el monopolio y la hegemonía tradicionales de los hombres en el mundo de la política. Figuras excepcionales como Federica Montseny, Dolores Ibárruri y Margarita Nelken lograron el reconocimiento de las mujeres en la política. Sin embargo, lo más significativo es que, a nivel colectivo, la apatía histórica femenina hacia la esfera pública de los hombres cambió durante la guerra y la revolución mientras intentaban diseñar una nueva visión suya de la política.
   El compromiso político antifascista configuró la experiencia bélica de las mujeres. Sin embargo, también es significativo que definieran un programa femenino en relación con su realidad social. Aunque muchas de sus exigencias específicas se perdieron en las circunstancias apremiantes de la guerra, su creciente capacidad para precisar los problemas específicamente femeninos fue decisiva para facilitar el desarrollo de su identidad colectiva. Definieron su programa y fijaron las prioridades respecto a su emancipación. Sus inquietudes feministas evolucionaron a partir del momento en que se dieron cuenta de las condiciones y necesidades de las mujeres. El camino hacia la emancipación femenina pasaba por la educación, el compromiso político, el derecho al empleo y el reconocimiento de su valía social. En el contexto de una guerra devastadora, el problema de la prostitución fue calificado también de interés prioritario en su programa.
   Las ideas y las acciones innovadoras y revolucionarias de las mujeres en relación con la prostitución dio una nueva visión teórica que tenía su origen en un concepto de hermandad femenina que contradecía la clasificación habitual de las mujeres en ángeles, vírgenes o putas. Esta visión las llevó a cuestionar de manera decisiva el discurso de domesticidad. Se negaron a aceptar la categoría tradicional de “ángel del hogar” y aspiraron a que se reconociera su respetabilidad y dignidad. Sus ideas sobre la prostitución no admitían las actitudes sexistas habituales sobre la sexualidad y ponían en tela de juicio el derecho de los hombres al comercio sexual mercenario con las mujeres. Debatieron públicamente este componente de la “civilización masculina” y vincularon el problema a la necesidad de una revolución de los valores culturales y la conducta personal.
   Durante la guerra y la revolución, los objetivos feministas eran la educación, la formación profesional, el empleo remunerado y los derechos políticos de las mujeres. Como hemos visto, una de las grandes prioridades era resolver el dilema de la prostitución; sin embargo, otros problemas que habitualmente se ligaban a los derechos de las mujeres, tales como la reforma sexual y el aborto, no estaban incluidos en su programa a favor de la transformación social y la emancipación femenina. En esta época de cambio radical, las cuestiones que preocupaban a las españolas todavía estaban configuradas por su experiencia histórica colectiva. Su historia social, política, cultural y de género inspiró sus estrategias de resistencia, sus alternativas y su forma de concebir el cambio feminista. Definieron su programa en sus propios términos y, por supuesto, se vieron influidas por las necesidades excepcionales de la guerra. A pesar de que el contexto era favorable a la legalización del aborto, las mujeres lo excluyeron de su lista de prioridades al igual que el control de la natalidad, y nunca definieron su derecho a la reproducción como un camino hacia la emancipación.
   En la lucha contra Franco, la abundancia y la complejidad de la acción colectiva femenina puso de manifiesto la existencia de numerosas vías de protesta, cambio revolucionario y emancipación. La actividad social de las mujeres durante la Guerra fue muy clara, al igual que los múltiples frentes en los que desafiaban a la sociedad española tradicional y a “la civilización masculina”. Sin embargo, su actividad a favor de la transformación social se vio también constantemente influida por la interacción con la tradición, los mecanismos de control de género y la presión de los roles y los valores de género convencionales. Los valores culturales que seguían funcionando generaban conformidad, impedían los desafíos globales a la “civilización masculina” y constituían los límites al programa feminista de las mujeres. El consenso de género, así como las desavenencias, formaron las fronteras del cambio que abarcó la experiencia histórica colectiva femenina durante la Guerra Civil. Aun en épocas de cambio revolucionario, la capacidad de las mujeres para poner en tela de juicio el orden patriarcal establecido estaba sometida todavía a la constante influencia de su experiencia histórica y a los obstáculos socioculturales bien afianzados que se oponían a los cambios de género. El nuevo aprendizaje social de las mujeres, sus experiencias innovadoras y sus esfuerzos sociales durante la guerra y constituyeron un legado magnífico para el futuro del movimiento femenino. El trágico resultado de la Guerra impidió su desarrollo.
   La desoladora derrota final de las fuerzas republicanas el 1 de abril de 1939 dio paso a cuarenta años de dictadura bajo el mando de Franco. La Segunda República fue aplastada implacablemente y España perdió la democracia, la libertad constitucional y los derechos políticos hasta 1978, fecha en la que se instauró una constitución democrática. El nuevo régimen autoritario estaba marcado por una represión brutal, la eliminación de los derechos políticos e individuales y la abolición de la legislación democrática de la Segunda República. Franco creó un nuevo Estado basado en una estructura estrictamente jerárquica en la que los pilares de la nueva España eran el nacionalsindicalismo y el nacionalcatolicismo.
   La propaganda franquista trató de desacreditar al régimen democrático anterior afirmando que era depositario de la decadencia política y cultural. En esta crónica difamatoria destacaba los factores culturales y de género como culpables de la alteración de los valores sociales tradicionales como la irreligiosidad y, muy especialmente, dele cambio en la situación femenina. Se afirmaba que el feminismo y las demandas de igualdad habían demostrado plenamente la creciente corrupción de las mujeres y el rechazo de su misión biológica natural como madres. El tradicional modelo femenino de “ángel del hogar”, la esposa y madre dedicada y sumisa, se había deteriorado al otorgárseles los derechos políticos. Así, la emancipación femenina fue acusada de ser un signo de la decadencia moral del régimen democrático republicano.

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