Generalmente se ha considerado que la guerra conduce a laxitud sexual y así fue durante la Guerra Civil. Según una petición a los soldados para que observaran el “equilibrio moral” y el control sobre la carne, la “locura sexual” había vencido a los “honestos proletarios” en armas.
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Era también un período en el que los soldados de permiso tenían dinero para gastar. Además, en una época en la que muchas mujeres estaban tremendamente angustiadas por los problemas económicos y miles de refugiadas no tenían donde vivir, es posible que algunas se hicieran prostitutas como estrategia provisional para sobrevivir.
Más importante aún que la afirmación de que la prostitución estaba en alza, era el argumento de que la propagación para la salud, sobre todo para la población militar. En efecto, los datos del Departamento de Dermato-Sifilografía del Hospital General de Cataluña, uno de los hospitales más grandes de Barcelona, revelaban un aumento significativo del mal desde el comienzo de la guerra. El Departamento, bajo la dirección de los doctores Horta Vives y Noguer-Moré, registraba en julio de 1936 un total de veinte pacientes dados de alta.
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Un año después, en julio de 1937, este número ascendió a cincuenta y ocho, casi el triple.
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Aunque, naturalmente, estos datos indican la afluencia de pacientes a un solo centro hospitalario, otros muchos hospitales y dispensarios antivenéreos trataron pacientes en Barcelona; asimismo, se recurría a los curanderos y a los remedios caseros tradicionales en busca de tratamiento.
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Igualmente importante es el elevado número de soldados que recibieron tratamiento en ese Departamento; cuando se les preguntaba su profesión, en julio de 1937 más del 65% de los pacientes tratados por el doctor Horta respondían que eran milicianos o soldados.
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La organización anarquista femenina Mujeres Libres subrayaba que la clientela de las prostitutas eran milicianos y soldados antifascistas: “Los teatros de variedades y las casas de prostitución estaban atestados de pañuelos rojos y rojos y negros y toda clase de distintivos antifascistas”
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. Carmen Adell, de la localidad de Villanueva y Geltrú, señalaba: “Hoy día, en medio de la Revolución, abundan la embriaguez y la prostitución; y no es la antigua clase privilegiada ni los niños mimados de clase alta quienes se comportan de esta manera; no, son los que se llaman a sí mismos revolucionarios”
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.
En las memorias de la joven enfermera Ana Pibernat se cuenta una historia que indica lo profundamente inserta que estaba la prostitución en las normas culturales, incluso en esos momentos de cambio social radical. En un hospital de guerra de las afueras de Tarragona habían operado varias veces a un joven conductor de ambulancia de una herida de bala en los genitales. Todo el personal del hospital siguió su caso con gran interés y cuando pareció que su recuperación era significativo, el hospital, como prueba final, le envió a una “casa de placer” de la cercana ciudad de Tarragona para poner a prueba su “miembro viril” con “chicas públicas”. Pibernat describe el intenso interés tanto del personal como de los pacientes: “¡Todo el hospital pendiente del suceso como si se tratara de su noche de boda!, y su alegría por su éxito: ¡Milagro! ¡Funcionó!”
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. El ingenuo relato que hace Pibernat de esta experiencia indica hasta qué punto la prostitución era, al parecer, una práctica común, no sólo porque la habían recetado como tratamiento médico sino a causa de su cándida descripción y el lenguaje utilizado para exponer el suceso.
Conforme a las necesidades de higiene del momento, el tratamiento de la enfermedad venérea en el contexto de la guerra y la revolución condujo a una actitud pública compleja hacia la prostitución. La logística de la guerra impuso una estricta disciplina sobre el cuerpo y, de ahí, sobre la actitud sexual y la higiene. Sin embargo, la lógica de la revolución dio un nuevo enfoque a los presupuestos ideológicos que inspiraban las opiniones convencionales sobre la prostitución; las discusiones de esa época revelan que su interpretación tenía una clara orientación de clase. En tanto que siempre se había estigmatizado como una manifestación de la inmoralidad sexual de las mujeres de clase obrera, la prensa comunista, socialista y anarquista divulgaron durante la guerra la idea de que la prostitución era una tacha social degenerativa heredada del capitalismo.
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Las organizaciones femeninas se hacían eco de esta línea de análisis y sostenían que “la prostitución era una institución absolutamente necesaria del capitalismo”
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Esta idea presentaba dos argumentos: el más común se basaba en un conflicto económico y el otro en la política sexual. Según la línea argumental económica más habitual, las prostitutas eran miembros del proletariado, mujeres de clase obrera que vendían sus cuerpos para sobrevivir. Este análisis económico dejaba muy claro que, a veces, las mujeres de familias obreras económicamente explotadas no tenían otro recurso para sobrevivir que ejercer la prostitución. La extrema pobreza y la explotación capitalista eran las fuerzas motoras fundamentales que había detrás de la prostitución de estas mujeres, lo que se consideraba como una medida temporal para aliviar el hambre:
Las mujeres que venden su cuerpo se ven obligadas a ello por muchas razones. La prioridad es la necesidad. El paro obrero y la explotación económica de las mujeres son características del capitalismo. Con el fin de ganar un salario miserable trabajando como esclavas, muchas mujeres, en su ignorancia, prefieren prostituirse. En una familia desempleada, la prostitución puede ser una solución momentánea. Los amos, empresarios y todo tipo de canallas se aprovechan de la indigencia de los pobres para prostituir a sus mujeres.
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Aunque este discurso representaba a las prostitutas como víctimas de la opresión de clase y de la vulnerabilidad sexual, también reseñaba la capacidad femenina para la acción y presentaba la prostitución como una estrategia de resistencia de las mujeres obreras indigentes.
Las ideas revolucionarias ofrecían también otro argumento de clase basado en la doble moralidad sexual de la burguesía y la clase media. Las mujeres de clase obrera eran vehículos adecuados de satisfacción sexual para los hombres de clase alta que aseguraban la virginidad y la castidad de las mujeres burguesas.
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El Secretariado Femenino del POUM pensaba que las mujeres de clase alta mantenían su pureza virginal y los matrimonios de conveniencia gracias la prostitución de las mujeres de clase obrera. En
Emancipación
, las marxistas disidentes sostenían que la eliminación de la prostitución tendría lugar en el contexto del cambio social revolucionario global que transformaría tanto las estructuras económicas como las sociales:
La intolerancia del amor libre, el sistema matrimonial y, especialmente, toda la vida económica sobre la que está construida la sociedad burguesa, hace que esta institución sea necesaria. Así pues, para que la prostitución desaparezca, es necesario luchar contra todo eso...
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Al tiempo que las ideas revolucionarias sobre la prostitución abordaban la opresión de clase y la necesidad de un cambio social, el discurso público se construía de igual modo con una visión de género de la política sexual. Así, a diferencia de sus camaradas varones, muchas mujeres pensaban que una perspectiva de clase de la prostitución era demasiado simplista. En un artículo publicado en 1938, la anarquista Ada Martí afirmaba que una de las primeras obligaciones de la revolución era “poner fin a este sucio y lamentable espectáculo de una mujer que, en plena lucha por la Libertad, se ve obligada a vender su cuerpo... por un trozo de pan”
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. Al igual que la mayoría de las organizaciones femeninas, Martí sostenía que era imprescindible encontrar una solución económica que eliminara la prostitución. Un puesto de trabajo decente supliría sus necesidades y acabaría con su dedicación al “amor mercenario”. Más significativo aún era su argumento de que esto sólo sucedería cuando los hombres hubieran sido reeducados en sus relaciones con las mujeres; los hombres tenían que superar el condicionamiento cultural que les hacía considerar a las mujeres como “bestias de carga” y objetos sexuales y sólo entonces podría abolirse la prostitución. Las circunstancias revolucionarias de la guerra y, de un modo más significativo, la agudizada conciencia feminista de las mujeres, trajo este asunto a un primer plano.
Mujeres Libres, la agrupación femenina más activa en la lucha contra la prostitución, denunció el hecho de que los clientes de las prostitutas no eran burgueses sino obreros. No había barreras ideológicas ni conciencia revolucionaria que impidiera a los soldados recurrir al comercio sexual con sus hermanas de clase:
Es una incomprensible incoherencia moral que nuestros milicianos —luchadores magníficos en los frentes de unas libertades tan queridas— sean en la retaguardia los que sustenten y aun extiendan la depravación burguesa en una de sus más penosas formas de esclavitud: la prostitución de la mujer. No se explica que espíritus dispuestos en las trincheras a todos los sacrificios necesarios para vencer en una guerra a muerte, fomenten en las ciudades la humillante compra de carne, hermana de clase y de condición.
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No obstante, esta interpretación de las mujeres anarquistas seguía teniendo una definición de clase visto que este extravío sexual se atribuía a la influencia de los valores morales burgueses sobre la clase obrera e incluso sobre los hombres revolucionarios. La conducta de los milicianos contradecía los verdaderos valores revolucionarios y sólo podía explicarse como el resultado de haber adoptado la “conducta de los amos”.
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Conforme a este punto de vista, se consideraba que los proletarios eran esencialmente inocentes pero que estaban corrompidos por los valores sexuales burgueses que mancillaban a las mujeres de clase obrera. De ese modo, se creó una nueva interpretación de regeneración moral que ya no criticaba a las mujeres sino más bien a los obreros.
Al principio, las ideas femeninas sobre la prostitución estaban impregnadas de una perspectiva de clase, como en el caso de Mujeres Libres, que fue la primera en interpretar la inmoralidad sexual de los trabajadores como una consecuencia de los valores culturales burgueses. Sin embargo, esta organización fue modificando poco a poco su enfoque. Sus ideas sobre la prostitución estaban fuertemente estructuradas en términos de clase, pero sus ideas específicas de género cobraron importancia. Las prostitutas eran las primeras y las principales víctimas de la explotación económica y la degradación sexual ejercidas por el sistema capitalista y los burgueses, pero también eran las víctimas de la degeneración sexual de los obreros.
Mujeres Libres condenó enérgicamente la opresión sexual interclasista que ejercían los hombres sobre las mujeres, contradiciendo de ese modo la idea predominante en la izquierda de que la prostitución era una institución burguesa. Estas anarquistas entendían que era una consecuencia de la doble moral sexual que toleraba las relaciones sexuales prematrimoniales o extramaritales en los hombres en tanto que las condenaba en las mujeres. Según esa organización, la doble moral era un mecanismo que no sólo protegía la virtud de las mujeres “decentes”, sino que también les aseguraba unos embarazos y crianzas felices.
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Mujeres Libres iba más allá de los argumentos convencionales de la izquierda al construir una nueva categoría de mujeres como colectivo social. De este modo, la percepción de la diferencia sexual definía su visión de la prostituta y rechazaba su definición específica como categoría. Acabar con las diferencias entre mujeres “decentes” y prostitutas crearía un vínculo de género entre todas ellas.
Al generalizar la categoría de prostituta para englobar a todas las mujeres, Mujeres Libres consideraba que ninguna mujer podría ser decente hasta que no se hubiera erradicado la prostitución. Su eliminación constituyó, así, una “misión liberadora”, específica de género, en la que “todas las españolas tenían que participar inmediatamente”.
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Como hemos comentado en un capítulo anterior, la construcción de una identidad colectiva femenina más convencional utilizando el símbolo de la maternidad fue decisiva a la hora de movilizar a las mujeres antifascistas. En contraste, esta noción de la prostitución condujo a la formulación teórica de una categoría global de mujeres que no estaba definida en función de sus roles de género tradicionales como madres y esposas, sino más bien como hermanas amenazadas por la conducta sexual de los varones.
Aunque fue formulación teórica era innovadora, el discurso de Mujeres Libres sobre la prostitución apenas encontró respuesta en una sociedad como la española, en la que la concepción tradicional estaba sumamente arraigada en las normas culturales. Además, el anterior concepto de sexualidad y prostitución de las anarquistas había tomado un rumbo diferente. Desde comienzos del siglo XX, el movimiento de reforma sexual anarquista se había alineado claramente con el movimiento obrero y pretendía dotar a la clase obrera, y concretamente a las mujeres, de asesoramiento médico e información sobre las técnicas del control de natalidad, eugenesia obrera y educación sexual y reproductiva.
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Naturalmente, propuso también una idea contracultural de la conducta sexual que ponía en tela de juicio muchas normas sociales predominantes promoviendo especialmente la “desintoxicación religiosa” del sexo. Aunque la “nueva ética sexual” propuesta por los reformadores sexuales anarquistas tenía en cuenta la interpretación cultural de la sexualidad humana, todavía predominaba una idea esencialista entre algunos reformadores notables.
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La sexualidad se consideraba una fuerza instintiva y un mandato biológico básico. Así, si el instinto sexual humano no se satisfacía podría producirse una degeneración física.
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Si bien los reformadores sexuales anarquistas eran innovadores en lo que respecta al reconocimiento de las necesidades sexuales de las mujeres, tendían a definir su concepto esencialista de la sexualidad desde el punto de vista masculino. Así, el modelo de la doble moralidad de la sexualidad humana impregnaba la reforma sexual anarquista llevando a considerar que la sexualidad masculina era incontrolable.