Nacida bajo el signo del Toro (16 page)

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Authors: Florencia Bonelli

BOOK: Nacida bajo el signo del Toro
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♦♦♦

 

Al día siguiente, durante el primer recreo, Sebastián Gálvez se sentó a su lado en el suelo y guardó silencio. Con las piernas flexionadas y los codos sobre las rodillas, mantuvo una postura cabizbaja y ensimismada. Camila lo observó en silencio y, un momento después, cayó en la cuenta de que, pese a que tenía las piernas estiradas, no le importó que pareciesen “jamones”; las mantuvo en esa posición. Un tenue sentimiento de triunfo le confirió seguridad.

Estudió el entorno. Su mirada tropezó con la de Gómez. “Desearía que fueses vos el que se sentase a mi lado”. Los ojos de él la abandonaron para posarse en Sebastián. Camila intuyó que, mientras este no la tocase ni la molestase, Lautaro conservaría la calma.

—¿Qué querés, Sebastián? Estoy leyendo.

Gálvez ladeó la cabeza y le destinó una sonrisa nostálgica, que Camila no devolvió. Se sintió superior y se preguntó cómo era posible que ese chico le hubiese atraído.

—El sábado la cagué con vos, ¿no, Cami?

—¿A qué te referís?

—Sabés a qué me refiero. —Camila se quedó mirándolo a los ojos, y Gálvez apartó la cara—. Quiero decir que… Bueno… Ya no tenés onda conmigo.

Le molestó que diese por sentado que ella, en el pasado, había tenido onda con él. Sin embargo, ¿no era cierto? Estaba cansada de fingir y prefirió contestar con el silencio. Volvió la vista a las páginas del libro.

—¿Qué hice mal el sábado?

—Además de drogarte, emborracharte y tratar de darme un beso por la fuerza, no hiciste nada mal.

—¡Ah, la mierda! Vos sí que la tenés clara.

—¿Qué tengo claro? —preguntó de mal modo, porque no descifró si Gálvez hablaba con admiración o mordacidad.

—Lo que está bien y lo que está mal. No parecés de tu edad.

“Vos tampoco”, habría replicado con sarcasmo, y volvió a la lectura.

—Esperá, no leas. Quiero que hablemos.

—¿De qué?

—De vos y de mí. De nosotros.

—Ajá. ¿Qué hay de nosotros?

—Sos dura. Antes eras mucho más simpática conmigo. ¿Por qué ahora me mirás con esa cara de ortiba?

—¿Será porque no podés decir dos palabras sin insultar?

—Estoy acostumbrado a hablar así.

—Resulta evidente que tu vocabulario es reducido.

—Bueno, Señorita Perfección. No todos somos tan cultos y educados como usted.

—Sebastián —Camila habló luego de un suspiro—, no pretendo ser perfecta ni nada por el estilo. Solo quiero que me dejen tranquila para leer.

—Antes te hubiese gustado que me sentase aquí, con vos. ¿Qué pasa que ahora no te gusta? Es por Gómez —afirmó, con enojo—. Estás saliendo con él, ¿no?

Camila levantó la vista. Lautaro los estudiaba con ojos atentos.

—Sí, estoy saliendo con él.

—¿Qué? —se ofuscó Gálvez, a quien, más allá de su afirmación previa, la corroboración de Camila lo tomó por sorpresa—. Entonces es verdad. Estás con la Langosta. ¿Vos con la Langosta? ¡Es la ley del embudo! ¡La más linda con el más boludo! —Se puso de pie de un salto—. Pero vas a volver… Yo sé que vas a volver —repitió, antes de alejarse.

Después de un momento de estupor, Camila volvió la vista hacia Gómez. “Se va a enojar”, pensó. Sin embargo, no se arrepentía de haber hecho público su noviazgo con Lautaro. Gálvez se ocuparía de desperdigar la información.

 

♦♦♦

 

—Cuando te pregunté qué pasaba entre Gómez y vos, me dijiste que nada —la encaró Bárbara en el baño, durante el segundo recreo. Camila se quedó mirándola—. Sebas dice que vos le dijiste que están saliendo.

—Sí, es verdad.

—¡Te dije que era una ortiba! —se inmiscuyó Lucía Bertoni.

—No te metas, Lucía. ¿Por qué no me lo dijiste?

A punto de contestar: “Porque estaba enojada con vos por lo del sábado”, decidió callarse; no era cierto. No le había mencionado el noviazgo con Gómez porque no le tenía confianza.

—¿Era obligación decírtelo?

—¡Las amigas se cuentan las cosas!

—Esta no es tu amiga, Barby.

—Sí es mi amiga, Lucía. No jodas más.

Lucía Bertoni se alejó con talante ofendido. Camila sostuvo la mirada de Bárbara, incapaz de definir si albergaba ira o tristeza.

—Creí que éramos amigas.

—Una amiga no hace lo que vos me hiciste el sábado.

—Ya te pedí perdón.

—Es fácil perjudicar a alguien y después decir: “¡Ups, lo siento!”.

Bárbara bajó el rostro y permaneció largos segundos en silencio. Camila le observaba la coronilla.

—¿Por qué estás saliendo con Gómez? —preguntó, sin alzar la vista.

—Porque me gusta.

—¿Qué te gusta de él?

—Me gusta su forma de ser.

—¡Su forma de ser! Es un limón, Camila. No me acuerdo haberlo visto dirigiéndote la palabra. —Camila guardó silencio mientras luchaba con sus ganas de justificarse. Pensó en Alicia, en lo que habían hablado, y se dijo: “No tengo por qué hacerlo”—. ¿Estás segura de que él está enamorado de vos?

—Confío en lo que me dice.

—¿Qué te dice?

—Eso es algo entre él y yo. Si querés que seamos amigas, me gustaría dejarte algo en claro: no soy de esas que ventilan los detalles de su intimidad con nadie. Mi intimidad es mía y de nadie más. ¿Está claro? —Inspiró profundo después del discurso y, tan azorada como Bárbara, se preguntó si la seguridad y la fuerza que había empleado para aclarar los tantos provendrían de la influencia del poderoso Plutón en su Casa I. Alicia le había afirmado que contaba con ese as. Se conminó a echar mano de él con más frecuencia.

—Yo —expresó Bárbara—, para hablar así, tan bien como vos, primero tendría que escribirlo.

—Y lo harías con un montón de horrores de ortografía.

 

♦♦♦

 

Por la noche, se conectó a Facebook. Gómez le había enviado un mensaje privado. Igual hubiese dado que lo escribiese en el muro pues era su único amigo, el único que podía leerlo. “¿Por qué le dijiste a Gálvez que estamos de novios? Se lo contó a todo el mundo”. “Me preguntó si estábamos saliendo. No pude negarlo”. “¿Por qué?”. “Porque sentí que, si lo negaba, te traicionaba”. Aunque esperó media hora, no obtuvo respuesta. Aceptó la solicitud de amistad de Brenda antes de desconectarse y apagar la computadora. Se fue a dormir angustiada y se preguntó si, al día siguiente, Gómez la cortaría. La perspectiva le resultó desoladora. Alicia le había leído esa tarde un párrafo interesante del libro
Doce reinas
, de Mimy Cirocco.
Tauro en modalidad básica… No soporta el apuro,
los cambios, abandonos o separaciones, eso la desgarra.

—Cami querida, tendrás que aprender a aceptar la separación de tus padres y que él, probablemente, no volverá al hogar familiar. Es parte de los aspectos de Tauro que tienen que evolucionar en tu interior. Es parte del aprendizaje que te impone tu Ascendente en Escorpio. No olvides que Escorpio es muerte, pérdida, para luego resurgir de las cenizas.

Con desesperanza y también con algo de asombro, Camila se dio cuenta de que le resultaría más fácil aceptar el divorcio de sus padres que el abandono de Lautaro Gómez. ¿Cuándo y cómo ese chico había ganado tanta preponderancia en su vida? ¿Cómo se había convertido en el centro de sus pensamientos en pocos días de relación?

 

 

 

A la mañana siguiente, Camila experimentó alivio, y la compresión en el plexo solar cedió, al descubrir a Lautaro Gómez en la puerta de su edificio: había ido a buscarla. Una mirada más atenta le reveló que estaba enojado. Le temió, y no conjuró el orgullo ni la seguridad para disimular la angustia.
Si te has enamorado de un varón Escorpión,
evocó los consejos de Linda Goodman,
y la palabra pasión te
da miedo, ponte un calzado cómodo y escapa como si te persiguiera
King Kong, porque Escorpión lo es.
En ese instante, hubiese deseado echar a correr. Gómez se le antojaba igual de poderoso que el simio gigante.

—Hola, Lautaro —lo saludó Nacho.

—Hola, Nacho. Hola —dijo, en dirección a Camila.

—Hola —contestó, con aplomo.

Lo que duró el trayecto hasta el subte, Nacho disparó un sinfín de preguntas a Gómez acerca del karate y sus secretos, y le confesó que había estado investigando en internet. Camila admiró en silencio la paciencia con que le respondía.

—Si querés —ofreció Lautaro—, te llevo a mi instituto para que veas una clase.

—¡Sería mortal!

La discusión, la segunda de su noviazgo de apenas unos días, explotó en el vagón del subte. Lautaro se sentó junto a ella y, al oído, le cuestionó:
—¿Por qué justo a él, justo a Gálvez, tuviste que decirle que estamos saliendo? ¿Por qué a él?

—Porque él me preguntó. Se sentó a mi lado y me preguntó. ¿Qué iba a decirle?

—Que no. Yo te había dicho que no dijeras nada.

—Es cierto: me dijiste que no dijese nada. Pero, por un lado, Sebastián me tomó por sorpresa. Por el otro, no me había quedado muy claro el porqué de tanto misterio. Y cuando a mí no me quedan claras las cosas, no sé fingir. —Como le dolía la garganta de hablar forzadamente, se puso una pastilla de menta en la boca; además, quería asegurarse de tener buen aliento—. Yo no te prometí que no iba a decir nada. Vos lo diste por sentado, como si con darme una orden, yo tuviese que cumplir. No sos mi jefe, Lautaro.

Gómez, que la miraba fijamente, alzó las cejas en señal de asombro, un gesto fugaz que se diluyó en su semblante imperturbable como si nunca hubiese existido. Camila se acomodó con la vista hacia delante, y la sensación de triunfo la impulsó a envararse en el asiento. A los pocos segundos, percibió la mano de Gómez sobre la suya, y la emocionó la manera en que sus dedos buscaban enredarse con los de ella; al final, los abrió y permitió que se uniesen. Viajaron en silencio el resto del trayecto. Cada tanto, Camila bajaba la vista y estudiaba la mano de Gómez. Alicia tenía razón: era grande, incluso desproporcionada.

No se separaron a las puertas del colegio; por el contrario, Gómez la detuvo en los escalones de la entrada y la miró a los ojos. ¿Qué se proponía? ¿Besarla frente a los demás alumnos?

—¡Tu vieja es una hija de puta!

El aullido arrancó a Camila del trance, mientras un sacudón la hacía balancearse peligrosamente en el filo del peldaño. Gómez la sujetó y le devolvió el equilibrio. Se trataba de Lucía Bertoni.

—¡Tu vieja es una reventada! —insistió, y lanzó un manotazo en dirección a la cara de Lautaro, que este detuvo en seco—. ¡Ay! —se quejó Lucía—. ¡Soltame, langosta inmunda!

—No vuelvas a tratar de pegarme —le advirtió Gómez.

—¿Qué pasa? —intervino Camila, nerviosa, incómoda, como cada vez que se desataba una discusión; ni qué hablar de una pelea con puños.

—¡Pasa que la vieja de la Langosta es una reventada!

—Vamos —habló Gómez, y tiró de Camila, que emitió un grito cuando Lucía golpeó con saña la espalda de Lautaro. Se oyó un golpe seco y el quejido de este al soltar el aire de manera violenta.

—¿Qué te pasa, Lucía? —se enfureció Camila—. ¿Te volviste loca?

—Dejala. Vamos.

—¿Que qué me pasa? ¡Preguntale a tu noviecito! ¡Tu vieja es una reventada, Gómez, y las va a pagar!

Lautaro y Camila entraron en el colegio sin volverse. Detrás quedaba Lucía, que profería amenazas e insultos.

—¿Qué pasa? Por favor, explicame —susurró Camila.

—El padre de Lucía era Jefe de Compras y de Depósito de nuestra fábrica. Ayer, mi mamá lo echó.

—¿Por qué?

—Porque descubrió que robaba y hacía otros chanchullos.

Camila no siguió indagando porque Bárbara los interrumpió.

—Hola, Cami —saludó en el tono casual y despreocupado de costumbre; empleó uno más estudiado para decir—: Hola, Lauti. ¿Qué le pasa a Lucía? ¿Por qué grita como loca?

Gómez le destinó un vistazo que, Camila juzgó, habría amedrentado al más valiente. Agitó los hombros y siguió su camino hacia el aula.

—¿Qué pasó?

—No sé —admitió Camila—. Lucía está enojada por algo que tiene que ver con su papá y la fábrica de la mamá de Lautaro.

—Ah, sí. El viejo de Lucía trabaja en la fábrica de los Gómez. Alguna cagada se habrá mandado. Es un chanta.

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