Nacida bajo el signo del Toro (15 page)

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Authors: Florencia Bonelli

BOOK: Nacida bajo el signo del Toro
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—¿Que no sea mala? ¿Y vos, que me mentiste y me usaste como si fuera una basura? ¿Que te drogaste y emborrachaste como una cualquiera?

—¡Perdón! ¡Estoy arrepentida!

Camila exhaló un suspiro. Tenía demasiados problemas para soportar una escena.

—Está bien, Bárbara. En verdad. No tengo ganas de hablar del sábado. Lo pasé muy mal y quiero olvidarme.

—Fue Sebastián el que me pidió que lo organizara así.

—¿Fue Sebastián el que te pidió que llevases esas botellas de alcohol y que fumaras marihuana?

—No, claro que no.

—¿Él te pidió que me mintieras acerca de que tu papá iría a buscarnos?

—¡En eso sí! ¡Él me pidió! ¡Él quería llevarte a tu casa!

—¡Por favor, Bárbara! No importa qué te pidió. Lo que importa es que me mentiste. Tramaste todo esto a mis espaldas. Pensé que éramos amigas.

Bárbara se acuclilló y le aferró las manos.
El amante diabólico
cayó al suelo.

—¡Claro que somos amigas! Sos la única verdadera amiga que tengo.

—¿La que te salvó la vida? —Bárbara bajó la vista y asintió—. ¿Por qué querías tirarte a las vías del subte? Decime la verdad, si es que somos amigas.

—Sos la única persona buena que conozco.

—¿Por qué, Bárbara?

—¡Porque mi vida es una mierda!

—Mi vida tampoco es un lecho de rosas.

Bárbara soltó un bufido y se apoltronó de nuevo a su lado.

—Tu vida es perfecta al lado de la mía. Vos no tenés que bancarte a la pareja de tu vieja que te manosea cuando ella no ve. No tenés que bancarte que tu vieja no te crea cuando se lo contás. No tenés un viejo que no sabe que existís; todo lo contrario.

—Bárbara… —susurró, pasmada por la confesión.

—Ya ves, no te miento cuando te digo que mi vida es una mierda.

Camila le apretó la mano. No sabía cómo proceder.

—¿No le hablaste a nadie de esto? ¿No vas a la psicóloga?

—Iba. Pero hace unos meses mi papá dejó de pasarle la cuota alimentaria a mi mamá y tuve que dejar.

—Entiendo. ¿Pudiste estudiar Química? —La mueca de Bárbara bastó como respuesta.

—Ayer me lo pasé durmiendo la mona —agregó.

—¿Qué quiere decir “durmiendo la mona”?

—¡Ay, Cami! Vos sí que vivís en un saquito de té. “Dormir la mona” quiere decir que me lo pasé durmiendo después de la borrachera.

—¿Por qué tomás? ¿Por qué te drogás?

Bárbara sacudió los hombros y fijó la vista en el suelo.

—Es divertido.

—No me vengas con esa. Esperaba una respuesta un poco más inteligente de tu parte.

—Cuando me pongo en pedo, me olvido de todo.

Camila habló al cabo.

—Como yo cuando leo. Cuando leo, me sumerjo en la historia y me evado.

—¿Sí? Nunca leí un libro.

—Este es superatrapante. Cuando lo termine, te lo paso.

—Bueno —contestó Bárbara, sin entusiasmo.

—¿Querés que repasemos Química?

—Después, en el otro recreo. Ahora contame cómo volviste a tu casa. Te vi salir con la Langosta Gómez.

—Le pedí que me acompañase. Volvimos en un taxi.

—¿Qué pasa entre él y vos? Me volvió loca por el celular preguntándome en qué boliche estábamos.

—Nada pasa —se apresuró a replicar, asaltada por la desconfianza de contarle la verdad, que eran novios.

—¿Sebas no te gusta ni un poco?

—Sebastián… Es muy lindo y me parece simpático, pero nada más.

El timbre anunció el final del recreo. Volvieron al aula en silencio.

 

♦♦♦

 

Camila se empeñaba en contarle las últimas novedades a Alicia antes de que llegase el primer paciente.

—En cuando a lo de la pareja de su mamá, no digo que Bárbara miente, Cami, pero andá con cuidado con ella. Es evidente que no le resulta difícil engañar. El sábado se lo pasó mintiendo para llevarte con argucias a ese boliche. Hasta simuló hablar por teléfono con su papá frente al tuyo. Hay que tener estómago de acero para proceder así.

—No puede seguir yendo a la psicóloga porque su mamá no tiene plata.

—¿Ni siquiera por la obra social? —Camila permaneció callada—. Ya ves, Cami, Bárbara podría estar mintiendo. ¿Qué otra cosa importante tenías que contarme? ¿Es acerca del escorpiano?

—No, no es acerca de él, aunque quería avisarte que, tal vez, venga a terminar un trabajo para Geografía. Como me dijiste que querías conocerlo, me atreví a invitarlo. ¿Hice mal? Si te molesta, lo llamo al…

—No, no, me encanta que venga. En verdad, quiero conocerlo.

—Lo otro que tenía que contarte es que… mi papá… y mi mamá… El domingo mi papá se fue de casa. Creo… Me parece que van a divorciarse.

—Oh, Cami.

La mirada dulcificada de Alicia y la caricia que le hizo en la frente se convirtieron en las llaves para abrir las puertas que mantenía cerradas al dolor. Las lágrimas brotaron. Su vecina la abrazó.

—Es por mi culpa —logró balbucear.

—¿Cómo que es por tu culpa?

—Por mi Ascendente en Escorpio.

Alicia la apartó y la observó con un ceño que resumía su extrañeza.

—¿De qué estás hablando?

—En el libro de Ascendentes…

—¿El de Carutti?

—Sí. Ahí dice que es común que los niños con este Ascendente vean discutir a sus padres y que sean testigos de la ruptura de su matrimonio.

—Camila, primero, no sabés si tus padres van a divorciarse. Segundo, no es tu culpa, ni de tu Ascendente. Es lo que te toca vivir. Tenés que aceptarlo con madurez.

—¡Odio mi Ascendente!

Alicia volvió a abrazarla.

—No voy a negarlo, es un Ascendente intenso, en especial para vos, que sos taurina, tan apegada a todo. Pero jamás pienses que las cosas ocurren por tu culpa o por culpa de tu ascendente escorpiano. Es difícil de entender, lo sé, pero la vida te está mostrando lo que necesitás para recorrer el camino que es preciso que recorras para tu evolución como persona. No te cierres a esa realidad.

—¿Necesito sufrir? —preguntó con sorna.

—Necesitás conocer el sufrimiento para disfrutar del bienestar, y, sobre todo, para compadecerte de quienes sufren y saber cómo ayudarlos. Nadie comprende lo que no conoce, Cami. Y vos viniste a este mundo para ayudar y comprender a los demás. Para curar.

—¿Qué hago, Alicia? Odio lo que está pasándome, odio que mi papá no esté en casa. No lo soporto. Mi mamá está destruida. No sé qué hacer.

—Aparte de quejarte y llorar, lo cual es normal y humano, ¿qué te nace hacer en una situación como esta?

—Me dan ganas de irme a una isla desierta y no volver más.

—¿Y dejar a tu escorpiano?

La chicharra del portero eléctrico irrumpió en el diálogo.

—Mi primer paciente. Seguimos charlando después.

Aunque debería haberse puesto a estudiar, se dedicó a jugar con Lucito. Sus risas y gorjeos constituyeron un bálsamo sanador y, al igual que le ocurría con un buen libro, le borraron de la memoria los malos tragos de la vida, aun el desaire de Gómez.

Cuando el timbre sonó y anunció su llegada –tenía que ser él; todavía faltaba media hora para el próximo paciente de Alicia–, la asaltó una sensación de pánico. Se calzó a Lucito en el hueso de la cadera y bajó a abrirle.

—Pasá —dijo, con acento beligerante, y se apartó para permitirle que entrase.

—Hola —la saludó, y se inclinó para besarla en los labios.

Camila apartó la cara y marchó deprisa hacia el ascensor, cuyo pequeño habitáculo la obligó a compartir un confinamiento intolerable. Se empecinó en mirar fijamente la manija de la puerta, a sabiendas de que él la miraba a ella con igual fijeza. Entró en el departamento de Alicia y depositó a Lucito en el corralito.

—¿Querés tomar algo? ¿Café, jugo, Coca?

Gómez apoyó los libros en la mesa del comedor, se quitó la campera y la acomodó en el respaldo de una silla. Camila seguía sus movimientos, hipnotizada, y fue incapaz de moverse cuando él se aproximó y se plantó frente a ella.

—¿Qué pasa? ¿Por qué estás enojada?

—No estoy enojada —su orgullo la impulsó a contestar.

La sonrisa ladeada de Gómez la excitó y la fastidió a un tiempo. Sacó a Lucito del corral y caminó deprisa hacia el
living
. Depositó al niño en el sillón, entre almohadones.

—Sí, estás enojada —declaró Gómez, y le impidió evadirse al aferrarla por las muñecas—. Decime por qué.

—¿Acaso los escorpianos no tienen el don de ver en el interior de las personas? —Se sacudió las manos de Gómez—. Si es así, deberías saber qué me pasa.

—Estás enojada porque no te di bola en el cole.

Camila se cruzó de brazos a la espera de una explicación, que no llegó.

—¿Y? —se ofuscó—. ¿No vas a decirme por qué me trataste como si fuese el último orejón del tarro?

—Camila, no te traté como si fueses el último orejón del tarro.

—A mí me pareció que sí. Te sentaste con Karen…

—No voy a cambiar mi lugar con Karen por haberme puesto de novio con vos. No sería justo con ella.

—Pero sí te pareció justo ignorarme como si no fuese nada para vos, como si yo no significase nada.

—Vos sos todo para mí.

No la tocó al expresarlo; de igual modo, Camila se quedó sin aire, lo mismo que si la hubiese aplastado contra la pared y le hubiese apretado los pulmones.

—Entonces, ¿por qué…?

—No quiero que se enteren en el colegio de que estamos de novios.

—¿Qué tiene de malo?

—Sos ingenua.

—Querés decir que soy tonta.

—No tenés un pelo de tonta. No soportaría estar con una tonta. Pero sos demasiado buena y pensás que todos son tan buenos como vos. Confiás en la gente. Yo, en cambio, confío en pocas personas.

Camila se quedó mirándolo y, al tiempo que estudiaba su rostro largo y flaco, se acordaba de un párrafo del libro de los Ascendentes en el cual Carutti afirmaba que a los nativos de Escorpio les resulta natural evitar exponerse porque saben que, tras las máscaras sociales, se agitan energías complejas y oscuras. Por el contrario, los que poseen Ascendente en Escorpio se ofrecen a los demás con confianza e ingenuidad.

—No soy tan buena como creés, Lautaro. Tengo mis partes oscuras.

Él volvió a proferir esa risita con aire de sapiencia y cansancio, que tanto la conmovía.

—Sí,
muy
oscuras.

—No te burles.

—No me burlo. ¿Por qué le hiciste la prueba de Química a Bárbara después de lo que te hizo el sábado? El profe podría haberte puesto un uno por eso.

—Me pidió disculpas. Está llena de problemas.

—Todos tenemos problemas. Ella es una serpiente. No quiero que seas su amiga.

—No quiero hablar de Bárbara, no quiero desviarme del tema. Explicame por qué no querés que se enteren de que somos novios en el colegio. ¿Qué peligro hay?

A juzgar por la mala cara y el suspiro que emitió, creyó que no le respondería.

—Porque quiero proteger lo que tengo con vos. No voy a exponerlo a esa manada de boludos de la división.

—¿De qué tenés miedo?

—No le tengo miedo a nada, Camila. Soy ferozmente protector de lo mío. Y vos sos mía.

Le deslizó la mano por la cintura y, con un tirón suave, la atrajo hacia él. Sus ojos la hechizaron, y, mientras Gómez inclinaba la cabeza para besarla, cesó de respirar. Cayó en la cuenta de que había añorado el contacto, lo había necesitado a lo largo del día lo mismo que el alimento. Bajó los párpados antes de que se tocasen los labios. Experimentó en su carne la conmoción de él, y la envaneció la certeza de que ella le gustaba. El beso cobró pasión, y, en medio de la bruma en que la sumía, se filtró un rayo de luz que le devolvió la cordura.

—No, Lautaro, aquí no. Lucito está viéndonos. Alicia y su paciente podrían aparecer en cualquier momento.

Gómez le permitió alejarse en dirección al bebé. La siguió y se lo quitó de los brazos.

—Hola, Lucio. —Lo elevó sobre su cabeza y lo agitó con suavidad, lo que provocó risas en el niño—. Yo soy Lautaro, el novio de Camila.

Hubo una nota de orgullo en el modo en que Gómez pronunció “el novio de Camila”. La hizo sonreír hasta que, al seguir con la mirada la línea visual de Lautaro, descubrió que apreciaba el cuadro
L’Origine du monde
. Entonces, la sonrisa se le congeló en el rostro, se desvaneció poco a poco, y el cuerpo se le llenó de agitaciones.

 

♦♦♦

 

Lautaro se marchó alrededor de las siete. Por fortuna, habían terminado el trabajo para Geografía. Camila estaba conforme. A él se le había ocurrido alternar la exposición oral con imágenes de películas y videos que hallaron en Youtube y que reflejaban de manera descarnada la realidad en la República Democrática del Congo. Faltaba completar el último capítulo de la monografía, titulado “Conclusiones”, del cual Gómez se haría cargo.

—¡Me encantó tu escorpiano! —exclamó Alicia, mientras Camila daba de cenar a Lucito—. Espero que no te haya molestado que le preguntase la hora de su nacimiento. Esta noche me voy a fijar un poco en su carta, pero el olfato me dice que es ideal para vos. ¿Estás contenta, Cami?

—Todo sucedió tan rápido. Me siento rara —dijo, después de una reflexión—. Jamás imaginé que yo le gustase a Gómez… a Lautaro —se corrigió—. También es raro que él ahora me guste cuando hace una semana no me habría imaginado ni siquiera dándole la mano.

—¿Por qué?

—Porque… Bueno, no me parece lindo. Habrás visto que no lo es.

—A mí me resultó interesante. Es atractivo, como buen escorpiano. Y de buena estampa.

—¿Qué quiere decir “estampa”?

—Me refiero a que tiene buena apariencia. Es alto, derecho, con mirada penetrante y segura. ¿Te fijaste en sus manos? Son enormes.

Camila tomó nota mental; se las observaría al día siguiente.

—Es muy educado —prosiguió Alicia—. Se desenvuelve con la seguridad de un adulto. Parece mayor de lo que es. No habla como un adolescente común.

—Conmigo siempre era antipático.

—Pura pantalla. ¿Qué me decís del leonino? ¿Sigue gustándote? Según me dijiste, está fuertísimo.

—Eso es raro también. Sebastián es muuuuy lindo, sin duda, pero después del sábado, después de verlo drogarse con cristal y emborracharse, perdió el encanto. Ya no lo veo tan lindo como antes. Te parezco muy inconstante, ¿no?

—Para nada —desestimó Alicia—. Además, lo que a mí me parezca no cuenta. Cami, es importante que te sientas atraída físicamente por Lautaro. Me decís que no es lindo. Pero, ¿te gusta? ¿Te gusta que te bese?

—Sí, me gusta —admitió, en voz baja y con la cara roja.

—¿Qué más te gusta de él?

Camila cortó bife para Lucito, en tanto meditaba la respuesta. Se dio cuenta de que había muchos aspectos de Gómez que le resultaban agradables.

—Que no sea acomplejado como yo. Me encanta su seguridad. Tiene una nariz horrible, pero estoy segura de que no se le movería un pelo si alguien le dijese “narigón”. Jamás se inmuta cuando le dicen
nerd
,
boy
scout o langosta. Le resbala.

—Sin duda, esa es una gran cualidad.

—Es bueno con su mamá y con su hermana. Me gusta que sea el mejor alumno. Es superinteligente. Me gusta que trabaje.

—¿Ah, sí? ¿En qué trabaja?

—Da clases de karate.

—¿Así que karateca?

—Sí. Es cinturón negro, primer dan, a pesar de que solo tiene dieciséis años.

—¿Le contaste a tu mamá que estás de novia con él?

—No. —Su sonrisa se esfumó—. Mi mamá parece un zombi. Hoy no fue a dar clase. No sé qué hacer para ayudarla.

—Cami, la ayudás siendo la buena hija que sos. Quedate tranquila. Tu mamá y tu papá son los adultos en este contexto. Ellos tienen que resolver sus problemas, no vos.

—La relación con mi mamá siempre fue difícil. Ahora creo que todo empeorará.

—¿Por qué sentís que la relación con ella es difícil?

De nuevo se tomó unos segundos para ponderar su contestación.

—Siento que para ella no existo.

—Bueno, es un sentimiento normal si tenemos en cuenta que la conjunción Urano y Neptuno que tenés en la Casa IV cumple un rol parecido al de una Luna en Capricornio.

—¿Qué efecto tiene la Luna en Capricornio?

—Justamente eso: sentir que nadie te lleva el apunte, que sos invisible para tu familia. Pero debés comprender que, al igual que tu Luna en Virgo, es una energía que está en vos y no en tu mamá. Para ella existís y sos el centro de su vida. Es tu percepción la que te lleva a pensar y sentir que no existís para ella. ¿Supiste algo de tu papá? ¿Llamó?

Camila negó con una sacudida de cabeza. Un rato más tarde, mientras cenaban en un silencio lúgubre, Juan Manuel Pérez Gaona tocó el timbre del portero eléctrico. Nacho saltó de la silla y atendió. Volvió exultante al comedor.

—¡Es papá! Dice que Camila y yo bajemos para hablar con él.

A Camila, que esperaba un berrinche por parte de su madre, la asombró la respuesta mesurada.

—Está bien. Bajen a hablar con él. Pero abríguense. Se ha puesto frío.

Aunque le había prometido que, si los abandonaba, no volvería a verlo, Camila se echó a los brazos de su padre y lo abrazó como no recordaba haberlo hecho en sus casi dieciséis años.

—Mis amores —repetía Pérez Gaona, mientras les besaba las coronillas y los mantenía pegados a él.

—¿Cuándo vas a volver a casa, papi? —quiso saber Nacho.

—Por ahora, no, hijo. Sé que te parece muy feo que me haya ido, pero vas a ver que nos hará bien a todos poner un poco de distancia. No era bueno para ustedes vernos pelear a tu mamá y a mí día y noche.

—¡A mí no me importa que peleen! —porfió el chico—. Lo único que quiero es que no se separen.

—Bueno, ya veremos —contestó Juan Manuel.

—¿Adónde dormiste anoche, papi? —se interesó Camila.

—En lo de mi primo Carlos. Hoy me dediqué a ver departamentos. Quiero alquilar uno cuanto antes.

—¡Vas a alquilar un departamento! —se horrorizó Nacho—. ¡Eso quiere decir que no vas a volver!

—Nacho —intervino Camila—, cortala. No te pongas pesado. Papá y mamá necesitan un tiempo para reconstruir su relación. ¿Querés que papá viva de prestado en lo de su primo?

—Además —acotó Pérez Gaona—, quiero tener un lugar donde vayan a visitarme.

Al despedirse, Camila evaluó la posibilidad de contarle a su padre que estaba de novia con Lautaro Gómez. Enseguida desistió; Juan Manuel Pérez Gaona tenía demasiados problemas para interesarse.

Antes de irse a dormir, Camila se sirvió del Facebook para contarle a Lautaro acerca de la aparición de su papá, y se dio cuenta de que a nadie se lo hubiese referido excepto a él, aunque lo más importante era contar con la certeza de que a nadie le hubiese interesado la noticia tanto como a él.

 

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