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Authors: Eiji Yoshikawa

Musashi (39 page)

BOOK: Musashi
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—¡Me ha pegado! —gritó Jōtarō.

La ropa doblada en el suelo de la antesala indicó a Musashi que había otras personas en el baño. Se desnudó y abrió la puerta de la pieza llena de vapor. Había allí tres hombres que hablaban jovialmente, pero al ver su cuerpo fornido se interrumpieron, como si un elemento extraño hubiera hecho irrupción entre ellos.

Musashi se sumergió en el baño comunal exhalando un suspiro de satisfacción, y su corpulencia hizo que el agua caliente rebosara. Esto, por alguna razón, sobresaltó a los tres hombres, y uno de ellos miró fijamente a Musashi, el cual había apoyado la cabeza en el borde de la piscina y permanecía con los ojos cerrados.

Gradualmente reanudaron su conversación en el punto en que la habían interrumpido. Se estaban lavando en el exterior de la piscina; la piel de sus espaldas era blanca y sus músculos flexibles. Parecían hombres de ciudad, pues su manera de hablar era pulida y urbana.

—¿Cómo se llamaba... el samurai de la casa de Yagyū?

—Creo que dijo llamarse Shōda Kizaemon.

—Si el señor de Yagyū envía un servidor para que transmita su negativa a un encuentro, no puede ser tan bueno como dicen que es.

—Según Shōda, Sekishūsai se ha retirado y ya no lucha nunca con nadie. ¿Crees que eso es cierto o se lo ha inventado?

—No, no creo que sea cierto. Es mucho más probable que cuando supo que el segundo hijo de la casa de Yoshioka le desafiaba, prefiriese ser prudente.

—Bueno, por lo menos ha tenido tacto al enviarnos fruta y decir que confía en que disfrutemos de nuestra estancia.

¿Yoshioka? Musashi alzó la cabeza y abrió los ojos. Puesto que, cuando estuvo en la escuela Yoshioka oyó mencionar a alguien el viaje de Denshichirō a Ise, Musashi supuso que los tres hombres se dirigían de regreso a Kyoto. Uno de ellos debía de ser Denshichirō. ¿Cuál sería?

«No tengo suerte con los baños —pensó tristemente Musashi—. Primero Osugi me tendió una trampa en un baño, y ahora, de nuevo desnudo, tropiezo con uno de los Yoshioka. Sin duda se habrá enterado de lo que sucedió en la escuela. Si supiera que me llamo Miyamoto, saldría por esa puerta y volvería con su espada en menos que canta un gallo.»

Pero los tres hombres no le prestaban atención. A juzgar por su conversación, nada más llegar habían enviado una carta a la Casa de Yagyū. Al parecer, Sekishūsai había tenido alguna conexión con Yoshioka Kempō en la época en que éste era tutor de los shogunes. Por este motivo, sin duda, Sekishūsai no podía permitir que el hijo de Kempō se marchara sin acusar recibo de su carta y, en consecuencia, había enviado a Shōda para que les hiciera una visita de cortesía en la posada.

Como respuesta a esta deferencia, lo mejor que aquellos jóvenes de la ciudad podían decir era que Sekishūsai tenía «tacto», que había «preferido ser prudente» y que no podía ser «tan bueno como dicen que es». Parecían satisfechos de sí mismos en grado sumo, pero a Musashi le parecieron ridículos. En contraste con lo que él había visto del castillo de Koyagyū y el envidiable estado de los habitantes de la zona, no parecían tener nada mejor que ofrecer que una conversación inteligente.

Esto le recordó un proverbio sobre la rana en el fondo de un pozo, incapaz de ver lo que sucedía en el mundo exterior. Pensó que a veces se daba el caso contrario. Aquellos mimados hijos de Kyoto estaban en condiciones de ver lo que sucedía en los centros del poder y saber lo que pasaba en todas partes, pero no se les había ocurrido pensar que mientras contemplaban el gran mar abierto, en otro lugar, en el fondo de un profundo pozo, una rana se iba haciendo continuamente más grande y fuerte. Allí, en Koyagyū, muy lejos del centro político y económico del país, los robustos samuráis habían llevado durante décadas una saludable vida rural, preservando las virtudes antiguas, corrigiendo sus puntos débiles y aumentando en estatura.

Con el paso del tiempo, Koyagyū había producido a Yagyū Muneyoshi, un gran maestro de las artes marciales, y a su hijo, el señor Munenori de Tajima, cuyo valor había sido reconocido por el mismo Ieyasu. Estaban también los hijos mayores de Muneyoshi, Gorōzaemon y Toshikatsu, famosos en todo el territorio por su valentía, y su nieto Hyōgo Toshitoshi, cuyas prodigiosas hazañas le habían valido una posición altamente remunerada a las órdenes del renombrado general Katō Kiyomasa de Higo. En fama y prestigio, la casa de Yagyū no estaba a la altura de la casa de Yoshioka, pero desde el punto de vista de la habilidad, la diferencia era cosa del pasado. Denshichirō y sus compañeros estaban cegados por su propia arrogancia. Sin embargo, Musashi sentía cierta lástima por ellos.

Fue a un rincón donde estaba la cañería del agua. Se desató la cinta de la cabeza, cogió un puñado de arcilla y empezó a restregarse el cuero cabelludo. Por primera vez en muchas semanas, se regalaba con el lujo de un buen champú.

Entretanto, los hombres de Kyoto estaban finalizando su baño.

—Ah, qué grato ha sido.

—En efecto. ¿Por qué no pedimos ahora que unas chicas vengan a servirnos el sake?

—¡Espléndida idea! ¡Espléndida!

Los tres terminaron de secarse y salieron. Tras un lavado a fondo y otro remojón en el agua caliente, Musashi también se secó, se ató la cabellera y regresó a su habitación. Allí encontró a Kocha, la chiquilla que parecía un muchacho, anegada en lágrimas.

—¿Qué te ha pasado?

—Es ese chico vuestro, señor. ¡Mirad dónde me ha pegado!

—¡Eso es mentira! —gritó Jōtarō, airado, desde el rincón opuesto.

Musashi estaba a punto de regañarle, pero Jōtarō protestó.

—¡Esta incauta ha dicho que eres débil!

—Es mentira, no he dicho tal cosa.

—¡Sí que lo has dicho!

—Señor, no he dicho que ni vos ni nadie sea débil. Este mocoso empezó a jactarse diciendo que sois el espadachín más grande del país, porque habéis matado a docenas de rōnin en la planicie de Hannya, y le he dicho que no hay nadie en Japón mejor con la espada que el señor de este distrito. Entonces la ha emprendido a bofetadas conmigo.

Musashi se echó a reír.

—Ya veo. No debería haber hecho eso, y le daré una buena reprimenda. Espero que nos perdones. ¡Jō! —dijo en tono severo.

—Sí, señor —respondió el chico, todavía enfurruñado.

—¡Ve a bañarte!

—No me gustan los baños.

—Ni a mí tampoco —mintió Musashi—. Pero estás tan sudado que apestas.

—Mañana por la mañana iré a nadar al río.

El muchacho se estaba volviendo cada vez más testarudo a medida que se iba acostumbrando a Musashi, pero a éste no le importaba realmente. De hecho, le gustaba bastante esa faceta de Jōtarō. Al final el niño no fue a bañarse.

Poco después Kocha trajo las bandejas con la cena. Comieron en silencio, Jōtarō y la doncella intercambiando miradas furibundas mientras ella les servía.

Musashi estaba absorto, pensando en su objetivo particular de entrevistarse con Sekishūsai. Considerando su baja categoría, quizá eso era pedir demasiado, pero tal vez, sólo tal vez, sería posible.

«Si he de batirme con alguien —se decía—, debe ser alguien fuerte de veras. Vale la pena que arriesgue la vida para ver si puedo superar el nombre del gran Yagyū. No tiene sentido seguir el camino de la espada si no tengo el valor de intentarlo.»

Musashi era consciente de que la mayoría de la gente se reiría abiertamente de él por acariciar semejante idea. Aunque Yagyū no era uno de los daimyōs más prominentes, era el dueño de un castillo, su hijo estaba en la corte del shōgun y la familia entera estaba empapada en las tradiciones de la clase guerrera. En la nueva era que ahora despuntaba, cabalgaban en la ola de los tiempos.

«Ésta será la prueba verdadera», se dijo Musashi, e incluso mientras comía el arroz se preparaba para el encuentro.

La peonía

La dignidad del anciano había ido en aumento con el paso de los años, hasta que ahora a lo que más se parecía era a una grulla majestuosa, mientras que al mismo tiempo conservaba el aspecto y las maneras de un samurai cultivado. Tenía los dientes sanos y una mirada de extraordinaria agudeza. «Viviré hasta los cien», aseguraba con frecuencia a todo el mundo.

Sekishūsai estaba convencido de que así sería.

—La familia Yagyū siempre ha sido longeva —le gustaba observar—. Los que murieron a los veinte y treinta años cayeron en combate. Todos los demás vivieron hasta mucho más allá de los sesenta.

Entre las innumerables guerras en las que él mismo había participado figuraban varias importantes, entre ellas la revuelta de los Miyoshi y las batallas que señalaban el ascenso y caída de las familias Matsunaga y Oda.

Incluso aunque Sekishūsai no hubiera nacido en semejante familia, su modo de vida, y sobre todo su actitud cuando llegó a la vejez, daban motivos para creer que llegaría en efecto a los cien años. A los cuarenta y siete, y por razones personales, decidió dejar de guerrear. Desde entonces nada había alterado esta resolución. Había hecho oídos sordos a los ruegos del shōgun Ashikaga Yoshiaki, así como a las repetidas solicitudes por parte de Nobunaga y Hideyoshi para que se uniera a sus fuerzas. Aunque casi vivía a la sombra de Kyoto y Osaka, se negaba a enredarse en las frecuentes batallas de esos centros de poder e intriga y prefería permanecer en Yagyū, como un oso en una cueva, y atender a su finca de quince mil fanegas de tal manera que pudiera transmitirla a sus descendientes en buenas condiciones. Cierta vez observó:

—He hecho bien en conservar esta finca. En esta época incierta, cuando los dirigentes se levantan hoy y caen mañana, resulta casi increíble que este pequeño castillo haya logrado sobrevivir intacto.

Esto no era ninguna exageración. De haber apoyado a Yoshiaki, habría caído víctima de Nobunaga, y si hubiera apoyado a Nobunaga muy posiblemente se habría indispuesto con Hideyoshi. Si hubiera aceptado los factores políticos de Hideyoshi, habría sido desposeído por Ieyasu después de la batalla de Sekigahara.

La perspicacia, que la gente admiraba en él, era uno de los factores, mas para sobrevivir en unos tiempos tan turbulentos Sekishūsai debía poseer una fortaleza interior de la que carecían los samuráis ordinarios de la época, los cuales tenían una notable tendencia a ponerse un día al lado de un hombre y abandonarle descaradamente al siguiente, en busca de sus propios intereses, sin dedicar un solo pensamiento al decoro o la integridad, e incluso mataban sin escrúpulos a sus mismos familiares si obstaculizaban sus ambiciones personales.

«Soy incapaz de hacer esa clase de cosas», se limitaba a decir Sekishūsai. Y decía la verdad. Sin embargo, no había renunciado al arte de la guerra. En el lugar de honor de su sala de estar colgaba un pergamino con un poema compuesto por él mismo, que decía:

No poseo ningún método inteligente

para tener éxito en la vida.

Tan sólo confío

en el arte de la guerra.

Es mi refugio definitivo.

Cuando Ieyasu le invitó a visitar Kyoto, Sekishūsai se vio obligado a aceptar y puso fin a décadas de serena reclusión para efectuar su primera visita a la corte del shōgun. Llevó consigo a su quinto hijo, Munenori, que tenía veinticuatro años, y a su nieto Hyōgo, que por entonces sólo contaba dieciséis. Ieyasu no sólo confirmó al anciano y venerable guerrero en sus tenencias de tierras, sino que le pidió que fuese tutor de artes marciales para la casa de Tokugawa. Sekishūsai declinó el honor aduciendo su edad y solicitó que Munenori fuese nombrado en su lugar, cosa que obtuvo la aprobación de Ieyasu.

En opinión de Sekishūsai, el arte de la guerra era, desde luego, un medio para gobernar a la gente, pero era también un medio para controlar el yo. Esto lo había aprendido del señor Kōizumi, de quien le gustaba decir que era la deidad protectora de la familia Yagyū. El certificado que el señor Kōizumi le dio para demostrar su dominio del estilo de esgrima Shinkage estaba siempre en un estante de la habitación de Sekishūsai, junto con un manual en cuatro volúmenes de técnicas militares que le regaló su señoría. En los aniversarios de la muerte del señor Kōizumi, Sekishūsai nunca descuidaba colocar una ofrenda de alimentos junto a esas preciadas posesiones.

Además de unas descripciones de las técnicas de la espada oculta propias del estilo Shinkage, el manual contenía ilustraciones realizadas por la mano del señor Kōizumi. Incluso en su retiro, a Sekishūsai le complacía abrir los rollos y examinar su contenido. Constantemente le sorprendía descubrir de nuevo la habilidad con que su maestro había empuñado el pincel. Las ilustraciones mostraban gentes luchando y batiéndose a espada en todas las posiciones y posturas concebibles. Cuando Sekishūsai las contemplaba, tenía la sensación de que los espadachines estaban a punto de bajar del cielo para reunirse con él en su casita de montaña.

El señor Kōizumi llegó por primera vez al castillo de Koyagyū cuando Sekishūsai tenía treinta y siete o treinta y ocho años y aún estaba rebosante de ambición militar. Su señoría, acompañado de dos sobrinos, Hikida Bungorō y Suzuki Ihaku, estaba recorriendo el país en busca de expertos en las artes marciales, y un día llegó al Hōzōin. Era la época en que In'ei visitaba a menudo el castillo de Koyagyū, e In'ei habló a Sekishūsai acerca del visitante. Ése fue el comienzo de su relación.

Sekishūsai y Kōizumi realizaron encuentros de esgrima durante tres días seguidos. En el primer asalto, Kōizumi anunció dónde atacaría, y entonces llevó a cabo el encuentro exactamente como había dicho.

Lo mismo sucedió el segundo día, y Sekishūsai, herido en su orgullo, se concentró en idear un nuevo enfoque para el tercer día.

Al ver su nueva postura, Kōizumi se limitó a decirle:

—Eso será inútil. Si lo haces, yo haré esto.

Y, sin más, atacó y derrotó a Sekishūsai por tercera vez. A partir de entonces, Sekishūsai abandonó el enfoque egoísta de la esgrima. Como más adelante recordaría, en aquella ocasión tuvo por primera vez un atisbo del verdadero arte de la guerra.

Atendiendo a las vehementes instancias de Sekishūsai, el señor Kōizumi permaneció seis meses en Koyagyū, y durante ese tiempo Sekishūsai estudió con la resuelta dedicación de un neófito. Cuando por fin se separaron, el señor Kōizumi le dijo:

—Mi método de esgrima es todavía imperfecto. Tú eres joven y deberías tratar de llevarlo a la perfección. —Entonces le propuso un acertijo Zen—: ¿Qué es la lucha a espada sin una espada?

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