—¡No, majestad! Él uso un nombre, es verdad, pero estábamos jugando al romance, un juego donde la verdad es prescindible. Así lo queríamos, y así jugamos la partida. Yo usé el nombre de Lis de los Ópalos Blancos y él se llamó Pellinore de Aquitania. Quién sabe. Tal vez lo era.
—Rarísimo —dijo el rey Throbius—. Extraordinario, en todo sentido.
La reina Bossum intervino.
—Te pregunto esto, majestad: ¿acaso los caballeros anuncian siempre su nombre y título completo a sus amadas, no importa cuan sublime o poética sea la ocasión?
—Acepto esta interpretación —dijo el rey Throbius—. Por el momento, conoceremos a este caballero como Pellinore.
—¿De qué otra manera se describió Pellinore? —preguntó ansiosamente Madouc.
—¡Sus referencias siempre eran extravagantes! Decía ser un trovador errabundo consagrado a los ideales de la caballería. Preguntó si yo conocía a algún caballero malvado que necesitara escarmiento, o si sabía algo sobre damas que necesitaran ser liberadas. Mencioné al ogro tricéfalo Throop, y describí los malvados actos cometidos por Throop contra todos los buenos caballeros que habían venido en busca del Santo Grial. Pellinore se horrorizó ante mis historias y juró vengarse de Throop. Quién sabe. Pellinore era más diestro con el laúd que con la espada. Aun así, no conocía el miedo. Finalmente nos despedimos. Cada cual siguió su camino y jamás volví a ver a Pellinore.
—¿Adónde fue? —preguntó Madouc—. ¿Qué le ocurrió después?
—Prefiero no pensar —dijo Twisk—. Pudo haber viajado hasta Avallen o regresado a Aquitania, pero supongo que su juramento de odio lo llevó al castillo Doldil, para vengar los mil crímenes de Throop. En tal caso fracasó, pues Throop aún vive. Tal vez hirvió a Pellinore para la sopa, o tal vez lo encerró en una jaula, y de ese modo ahora anima las cenas de Throop con canciones, acordes y melodías.
Madouc abrió la boca consternada.
—¿Es posible?
—Claro que sí. Pellinore tocaba el laúd con exquisita gracia, y sus canciones eran tan dulces que arrancaban lágrimas a un oso.
Madouc procuró controlar sus emociones.
—¿Por qué no intentaste rescatar a Pellinore, a quien tanto amabas?
Twisk se acarició el pelo color lavanda.
—Mi atención se concentraba en otros acontecimientos, entre ellos el asunto del Poste de Idilra. Una persona como yo vive de instante en instante, experimentando al máximo cada gota de sklemik
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de la aventura de la vida. Así transcurren las horas y los días, y a veces no recuerdo cuál fue cuál ni cuál vino a continuación.
—Al margen de tus defectos o locuras —dijo Madouc sin entusiasmo—, eres mi madre y debo aceptarte como eres, con tu pelo lavanda y todo lo demás.
—Una hija afectuosa tampoco está tan mal —dijo Twisk—. Me complace oír tus cumplidos.
El rey Throbius se fatigó y decidió sentarse. Con un gesto trajo un trono desde el castillo y lo acomodó a sus espaldas. Los duendecillos que le llevaban la túnica corretearon frenéticamente para que el trono no clavara la capa real en el césped, con malas consecuencias para ellos.
El rey Throbius se repantigó en el trono, una estructura de ébano bordeada con rosetas de hierro negro y perlas, coronada por un abanico de plumas de avestruz. Por un instante el rey Throbius permaneció erguido mientras los duendecillos, a gran velocidad, aunque entre riñas y peleas, le acomodaban la capa. Luego se reclinó cómodamente.
La reina Bossum enfiló hacia el castillo, donde se pondría un traje adecuado para las actividades que había planeado para la tarde. Pasó junto al trono e hizo una sugerencia que el rey Throbius consideró sensata. La reina Bossum continuó su marcha hacia el castillo mientras el rey Throbius llamaba a tres funcionarios: Triollet, Gran Camarero, Mipps, Proveedor Principal de la Mesa Real, y Chaskervil, Guardián de Depósitos.
Los tres acudieron deprisa y escucharon en respetuoso silencio mientras el rey Throbius impartía sus instrucciones.
—Hoy es un día auspicioso —manifestó el rey Throbius—. Burlamos al duende Mangeon y redujimos su predilección por ciertas tretas malignas. Mangeon lo pensará dos veces antes de intentar nuevos agravios.
—Es un día de orgullo —declaró Mipps.
—Es un día de triunfo —exclamó Triollet.
—Convengo con mis colegas —expresó Chaskervil.
—Pues bien —dijo el rey Throbms—, celebraremos la ocasión con un pequeño pero magnífico banquete de veinte platos, los cuales se servirán en la terraza del castillo, con treinta invitados y quinientas lámparas. ¡Procurad que el evento sea perfecto!
—Así se hará —dijo Triollet.
Los tres funcionarios se marcharon para dar cumplimiento a la orden real. El rey Throbius se relajó en el trono. Inspeccionó el prado, observando a sus súbditos y evaluando su conducta. Reparó en Madouc, que se hallaba junto a la mesa de Osfer, observando tristemente cómo el rostro de Pellinore se disolvía en la niebla.
El rey Throbius bajó del trono y se acercó a la mesa con andar majestuoso.
—Madouc, noto que tu rostro revela poca alegría, aunque se ha cumplido tu esperanza más ferviente. Has averiguado la identidad de tu padre y tu curiosidad está satisfecha. ¿Estoy en lo cierto?
Madouc meneó la cabeza melancólicamente.
—Ahora debo descubrir si está vivo o muerto y, si está vivo, cuál es su paradero. ¡Mi búsqueda se ha vuelto más difícil que nunca!
—¡No obstante, deberías batir esas bonitas palmas de alegría! Has demostrado que el duende Mangeon no está incluido entre tus ancestros. Esto sólo debería bastar para provocarte una delirante euforia.
Madouc atinó a sonreír.
—En ese sentido, majestad, estoy más feliz de lo que pueden expresar mis palabras.
—Bien —el rey Throbius se acarició la barba y miró en torno buscando a la reina Bossum, que no estaba a la vista. Habló en voz algo más ligera—: Esta noche celebraremos la derrota de Mangeon. Habrá un elegante y exclusivo banquete: sólo acudirán personas eminentes, con sus mejores galas. Cenaremos en la terraza bajo quinientos faroles. La fiesta continuará hasta medianoche, y será seguida por una pavana bajo la luna, con melodías de gran dulzura.
—Suena muy agradable.
—Ésa es nuestra intención. Bien, ya que visitas el sbee con un propósito especial, y te has granjeado cierta reputación, se te permitirá asistir al banquete —el rey Throbius sonrió, acariciándose la barba—. Has oído la invitación. ¿Estarás presente?
Madouc titubeó, sin saber cómo responder. Sintió la mirada del rey; inspeccionándolo de reojo, descubrió algo que la sorprendió: una expresión semejante a la que había visto una vez en los ojos rojizos de un zorro. Madouc parpadeó y miró de nuevo: el rey Throbius lucía tan benévolo y majestuoso como siempre.
—¿Qué dices? —insistió el rey—. ¿Asistirás al banquete? La costurera de la reina te dará un vestido… quizás una exquisitez tejida en diente de león, o una ondeante seda de araña salpicada de granada.
Madouc meneó la cabeza.
—Te lo agradezco, majestad, pero no estoy preparada para una ocasión tan espléndida. Tus invitados me resultarían extraños, con costumbres desconocidas, e inadvertidamente podría ofender a alguien o ponerme en ridículo.
—Las hadas son tan tolerantes como comprensivas —dijo el rey Throbius.
—También son célebres por sus sorpresas. Temo las francachelas de las hadas. Por la mañana podría encontrar que soy una marchita anciana de cuarenta años. Muchas gracias, majestad, pero he de declinar la invitación.
El sonriente rey Throbius hizo un gesto ecuánime.
—Debes obedecer tus deseos. Ya llega la tarde. Allá está Twisk. Ve a despedirte, y luego podrás marcharte de Thripsey Shee.
—Una pregunta, majestad. En cuanto a los artilugios mágicos que me diste…
—Son transitorios. El guijarro ya ha perdido su fuerza. El hechizo del encanto perdura un poco más, pero mañana te tirarás en vano de la oreja. Ahora ve a consultar a tu díscola madre.
Madouc se acercó a Twisk, quien fingió interesarse en el lustre de sus uñas plateadas.
—¡Madre! Pronto me marcharé de Thripsey Shee.
—Sabia decisión. Adiós.
—Pero, querida madre, debes hablarme más del caballero Pellinore.
—Como gustes —dijo Twisk sin entusiasmo—. El sol está tibio. Sentémonos a la sombra del haya.
Las dos se sentaron sobre la hierba con las piernas cruzadas. Las hadas se acercaron una por una para sentarse alrededor de ellas, oírlo todo y compartir cada nueva sensación. Pom-Pom también se aproximó y se apoyó contra el haya. Al poco se le unió Travante.
Twisk mascó pensativamente una hoja de hierba.
—Hay poco que decir, al margen de lo que ya sabes. Sin embargo, esto es lo que ocurrió.
Twisk narró la historia con voz meditabunda, como si evocara un sueño ambiguo. Admitió que había azuzado a Mangeon, burlándose de su espantosa cara y denunciando sus fechorías, que incluían una artera táctica para sorprender por detrás a una desprevenida doncella, atraparla en una red y llevarla a su lúgubre morada, donde la sometió a sus malignos propósitos hasta ajar su belleza y hartarse de ella.
Un día, mientras Twisk vagaba por el bosque, Mangeon la atacó por detrás y le arrojó la red, pero Twisk se escabulló y huyó. Mangeon la persiguió dando saltos bamboleantes.
Twisk lo eludió sin dificultad y se ocultó detrás de un árbol. Mangeon pasó de largo sin verla. Twisk rió y emprendió el regreso al prado de Madling. Pasó por un bonito claro, donde se topó con Pellinore, que, sentado junto a una quieta laguna, observaba las libélulas que revoloteaban sobre el agua y arrancaba ociosos acordes al laúd. Pellinore llevaba sólo una espada corta, sin escudo, pero de una rama colgaba una capa negra bordada con lo que Twisk tomó por su emblema: tres rosas rojas sobre campo azul.
El aspecto de Pellinore impresionó favorablemente a Twisk, y se le acercó tímidamente. Pellinore se puso de pie y la saludó con una grata mezcla de cortesía y franca admiración, y a ella le agradó tanto que se quedó a hacerle compañía. Ambos se sentaron en un tronco caído. Twisk le preguntó el nombre, y el porqué se aventuraba en las profundidades del Bosque de Tantrevalles. Al cabo de unos instantes de duda él respondió:
—Puedes llamarme Pellinore, caballero andante de Aquitania en busca de aventuras románticas.
—Estás lejos de tu tierra natal —dijo Twisk.
—Para un vagabundo, aquí es lo mismo que allá —dijo Pellinore—. Además, quién sabe… tal vez encuentre mi fortuna en este viejo y secreto bosque. Ya he descubierto la más bella criatura que jamás atormentó mi imaginación.
Twisk sonrió y lo miró entrecerrando las pestañas.
—Tus observaciones son agradables, pero las dices con tal facilidad que dudo de su franqueza. ¿De veras eres sincero?
—¡Aunque estuviera hecho de piedra lo diría con convicción! Claro que mi voz sería menos melodiosa…
Twisk rió discretamente y rozó con el hombro el cuerpo de Pellinore.
—En cuanto a la fortuna, el ogro Gois ha robado, saqueado y pillado treinta toneladas de oro, que en su vanidad empleó para crear una monumental estatua de sí mismo. El ogro Carabara posee un cuervo que habla diez idiomas, pronostica el tiempo y juega a los dados, obteniendo grandes sumas de todo el que se topa con él. El ogro Throop es dueño de varios tesoros, entre ellos un tapiz que cada día muestra una escena diferente, un fuego que arde sin combustible y un lecho de aire sobre el cual reposa cómodamente. Según los rumores, arrebató a un monje fugitivo un cáliz sagrado para los cristianos, y muchos bravos caballeros de toda la Cristiandad han intentado quitarle ese objeto.
—¿Y cómo les fue?
—Mal. Algunos retan a Throop a combatir; habitualmente son muertos por un par de caballeros duendes. Otros llevan obsequios y son admitidos en el castillo de Doldil, pero todos terminan en la gran olla negra de Throop o en una jaula, donde deben entretener a Throop y sus tres cabezas mientras éstas comen. Busca tu fortuna en otra parte; ése es mi consejo.
—Sospecho que he hallado la más maravillosa fortuna del mundo en este claro —dijo Pellinore.
—Qué grácil sentimiento.
Pellinore cogió la delicada mano de Twisk.
—Con gusto aprovecharía la ocasión, si no sintiera temor ante tu belleza de hada, y también ante tu magia de hada.
—Tus temores son absurdos —dijo Twisk.
Así que por un tiempo ambos retozaron en el claro, hasta que los venció la languidez.
Twisk acarició la oreja de Pellinore con una brizna de hierba.
—¿Y adonde irás cuando abandones este claro?
—Tal vez al norte, tal vez al sur. Tal vez visite la guarida de Throop y vengue sus asesinatos, y de paso lo despoje de sus riquezas.
—Eres valiente y gallardo —exclamó tristemente Twisk—, pero sólo compartirías el destino de todos los demás.
—¿No hay manera de burlar a esa maligna criatura?
—Puedes ganar tiempo mediante una estratagema, pero al final te engañará.
—¿Cuál es la estratagema?
—Preséntate ante el castillo de Doldil con un obsequio. Entonces él deberá ofrecerte hospitalidad y corresponderte con algo del mismo valor. Te ofrecerá comida y bebida, pero has de aceptar únicamente lo que te dé, y ni siquiera una migaja más; o luego, con un gran rugido, te acusará de robo y ésa será tu perdición. ¡Escucha mi consejo, caballero Pelinore! ¡Busca venganza y fortuna en otra parte!
—Eres persuasiva —Pelinore se inclinó para besar su bello rostro, pero en ese momento Twisk vio el deforme semblante del duende Mangeon espiando a través del follaje. Soltó un grito de alarma y contó a Pellinore lo que había visto, pero cuando éste se puso de pie, espada en mano, Mangeon había desaparecido.
Twisk y Pellinore se despidieron al fin. Twisk regresó a Thripsey Shee; en cuanto a Pellinore, sólo esperaba que no se hubiera encaminado hacia el castillo de Doldil, tal como había anunciado.
—Eso es todo lo que sé del caballero Pellinore —dijo Twisk.
—Pero ¿dónde podré encontrarlo ahora?
Twisk hizo un gesto desdeñoso.
—Quién sabe. Tal vez intentó derrotar a Throop, tal vez no. Sólo Throop sabrá la verdad.
—¿Throop se acordaría después de tanto tiempo?
—Los escudos de sus caballerescas víctimas adornan las paredes del salón; para recordarlo, Throop sólo tiene que mirar la hilera de escudos. Pero no te dirá nada a menos que a cambio le cuentes algo de similar importancia.