Lyonesse - 3 - Madouc (39 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 3 - Madouc
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—No es tan lejos en línea recta, pero el camino es tortuoso y se estrecha a medida que se interna en el bosque. Llegaréis a la cabaña de un leñador; luego el sendero se estrecha más y más, pero debéis seguir hasta donde el bosque acaba y estaréis ante el prado de Madling.

—Parece bastante simple —dijo Travante.

—¡Así es, pero cuidaos de las hadas! Ante todo, no permanezcáis allí después del anochecer, pues los duendes os harían una jugarreta. Al pobre Fottern le pusieron unas orejas de asno y un instrumento de asno, todo porque orinaba en el prado.

—Sin duda seremos más educados —dijo Madouc.

Los tres continuaron la marcha; el bosque se erguía adelante, oscuro y silencioso. El camino, ahora un sendero, viró hacia el este y luego dobló para internarse en el bosque. Las ramas se arqueaban en lo alto; el follaje tapaba el cielo; el campo abierto se perdió de vista.

El sendero se adentraba en el corazón del bosque. El aire fresco se impregnó del aroma de cien plantas distintas. En el bosque los colores variaban sin cesar. Los verdes eran variados: musgo y helecho, hierba, malva, bardana y hojas doradas por el sol. Los pardos eran densos y matizados; pardo negruzco y oscuro en el tronco del roble, rojizo y tostado en el suelo del bosque. Allí donde los árboles se apiñaban y el follaje se volvía más tupido, las profundas sombras se teñían de marrón, índigo, verde oscuro.

Los tres pasaron frente a la cabaña del leñador; el sinuoso sendero se hizo más angosto, sorteando troncos, atravesando penumbrosos claros, formaciones de negra roca. Finalmente salieron a una abertura entre los árboles: el prado de Madlíng. Madouc se detuvo y dijo a sus compañeros:

—Esperad aquí mientras busco a mi madre. Esto causará menos perturbaciones.

Pom-Pom habló insatisfecho:

—¡Quizá no sea la mejor idea! Quiero hacer mis preguntas cuanto antes… ¡Martillar mientras el hierro está candente, como quien dice!

—No es el modo de tratar con las hadas —dijo Madouc—. Si intentas guiarlas, o someterlas a tu voluntad, se reirán, te esquivarán y se escurrirán, y quizá se nieguen a hablarte.

—Al menos puedo preguntar cortésmente si saben algo sobre el Grial. Si no es así, estamos perdiendo el tiempo, y sería mejor marchar hacia la isla de Weamish.

—¡Paciencia, Pom-Pom! Recuerda que nos las habernos con hadas. Debes controlar tu ansiedad hasta que descubra cómo son las cosas.

—No soy un palurdo —objetó Pom-Pom—. Yo también sé tratar con las hadas.

Madouc se irritó.

—Quédate aquí, o vuelve a la ciudad de Lyonesse a hacerle preguntas a tu propia madre.

—No me atrevo —masculló Pom-Pom—. Ella se reiría de mi participación en esta expedición, y me enviaría a buscar un cubo de rayos de luna —se fue a sentar a un tronco caído, y Travante lo acompañó—. Apresúrate, por favor; y, si tienes oportunidad, pregunta por el Santo Grial.

—También puedes aludir a mi búsqueda —dijo Travante—, si hay un hueco en la conversación.

—Haré lo que pueda.

Madouc fue cautelosamente hasta la linde del bosque, se quitó la gorra y se liberó los rizos. Se detuvo a la sombra de una gran haya y miró en torno: el prado era una zona circular de trescientos metros de diámetro. En el centro se elevaba una loma a la cual un roble achaparrado y deforme aferraba sus raíces. Madouc escrutó el prado, pero sólo vio flores meciéndose en la brisa. No oía nada salvo un murmullo que evocaba el bordoneo de las abejas y el canturreo de los insectos, pero Madouc intuía que no estaba sola, y lo confirmó cuando una mano traviesa le pellizcó su redondo trasero. Una voz rió entre dientes; otra susurró:

—¡Manzanas verdes, manzanas verdes!

—¿Cuándo aprenderá? —susurró la primera voz.

—No me molestéis, por la ley de las hadas —exclamó Madouc indignada.

Las voces se volvieron desdeñosas.

—¡Y para colmo arrogante! —se mofó la primera.

—¡Es difícil de conocer! —dijo la otra.

Madouc ignoró los cuchicheos. Miró el cielo, y calculó que ya era cerca del mediodía. Llamó con voz suave:

—¡Twisk! ¡Twisk! ¡Twisk!

Pasó un instante. En el prado, como si los ojos se le hubieran aclarado, Madouc distinguió un centenar de formas vaporosas realizando sus enigmáticas labores. Encima de la loma central un penacho de niebla se arremolinó en el aire.

Madouc esperó atentamente, con los nervios de punta. ¿Dónde estaba Twisk? Una de las formas se paseaba lánguidamente por el prado, cobrando sustancia a medida que se acercaba, y finalmente reveló el encantador contorno del hada Twisk. Llevaba un vestido de gasa casi impalpable que realzaba el efecto de su lozana y fascinante silueta. Había escogido un color lavanda para el pelo; como antes, flotaba como una nube sobre su cabeza y su cara. Madouc estudió su rostro con ansiedad, esperando ver indicios de bondad maternal. La expresión de Twisk era impasible.

—¡Madre! —exclamó Madouc—. ¡Me alegra verte de nuevo!

Twisk se detuvo y miró a Madouc de arriba abajo.

—Tu pelo es un nido de grajos —dijo Twisk—. ¿Dónde está el peine que te di?

—Unos payasos de la feria robaron mi yegua Juno, junto con la silla, la alforja y el peine.

—Los payasos y actores no son gente de fiar; que esto te sirva de lección. De cualquier modo, debes acicalarte, sobre todo si piensas participar en nuestro gran festival. Como ves, los festejos ya se han iniciado.

—No sé nada sobre el festival, querida madre. No había planeado divertirme.

—¡Pues será una gran gala! ¡Mira los bonitos adornos!

Madouc miró en torno y comprobó que el prado había cambiado. El remolino de niebla de la loma se había transformado en un alto castillo de veinte torres con largas banderolas flameando en cada punta. Frente al castillo, festones de flores enlazaban sinuosos puntales de plata y hierro, los cuales rodeaban una larga mesa atiborrada de manjares y altas botellas con licores.

Aparentemente el festival aún no había comenzado, aunque todos se paseaban y bailaban por el prado con gran alegría. Todos excepto uno, que estaba encaramado a un poste y se rascaba con empeño.

—Parece que he llegado en un momento feliz —dijo Madouc—. ¿De qué se trata?

—Celebramos un acontecimiento notable —dijo Twisk—. Es la emancipación de Falael al cabo de siete años de picazón. El rey Throbius le infligió ese castigo por sus malicias e injurias. La maldición pronto habrá terminado. Entretanto, Falael se sienta allá, rascándose con tanto entusiasmo como siempre. Ahora me despido de ti una vez más, y te deseo un futuro afortunado.

—¡Espera! —exclamó Madouc—. ¿No te complace ver a tu querida hija?

—En absoluto, a decir verdad. Tu nacimiento me causó desagradables sufrimientos, y tu presencia me recuerda esa repugnante circunstancia.

Madouc frunció los labios.

—La olvidaré por completo si tú haces lo mismo.

Twisk rió: un alegre tintineo.

—¡Bien dicho! ¡Me has levantado el ánimo! ¿Por qué estás aquí?

—Por la razón habitual. Necesito el consejo de una madre.

—¡Apropiado y normal! ¡Describe tus problemas! ¿No serán problemas del corazón?

—No, madre. Sólo deseo hallar a mi padre, para averiguar cuál es mi linaje.

Twisk lanzó un gemido plañidero.

—¡El tema no me interesa! ¡Hace tiempo que olvidé ese episodio! ¡No recuerdo nada!

—¡Sin duda recuerdas algo! —exclamó Madouc.

Twisk hizo un gesto desdeñoso.

—Un momento de frivolidad, una risa, un beso. ¿Por qué iba alguien a desear catalogarlos por lugar, fecha, fase lunar, detalles de nomenclatura? Conténtate con saber que ese acontecimiento condujo a tu existencia. Eso es suficiente.

—¡Para ti, no para mí! Deseo descubrir mi identidad, es decir, el nombre de mi padre.

Twisk rió con un gorjeo burlón.

—Ni siquiera sé nombrar a mi padre, mucho menos al tuyo.

—Aun así, mi padre te trajo una niña adorable. Sin duda eso creó una impresión perdurable.

—Hmm. Así parece —Twisk echó una ojeada al prado—. ¡Has tocado una cuerda sensible! Ahora recuerdo que fue una ocasión singular. Puedo decirte esto… —Twisk miró hacia el bosque—. ¿Quiénes son esos solemnes vagabundos? Su presencia atenta contra el ánimo del festival.

Madouc se volvió para descubrir que Pom-Pom se había arrastrado por el bosque y ahora estaba cerca. A poca distancia, pero oculto entre las sombras, acechaba Travante.

Madouc se volvió hacia Twisk.

—Son mis compañeros, que también se han embarcado en importantes búsquedas. Pom-Pom busca el Santo Grial. Travante busca su juventud, que se perdió cuando él no prestaba atención.

—¡Si no contaran con tu respaldo, lamentarían estar aquí! —dijo altivamente Twisk.

Pom-Pom, a pesar de la mirada furiosa de Madouc, se les acercó.

—Distinguida Hada de Ojos de Plata, déjame hacerte una pregunta. ¿Dónde he de buscar el Santo Grial?

—Averigua dónde está y dirígete a ese lugar. Ése es mi sabio consejo.

—Si me guías hacia mi juventud perdida, te estaré muy agradecido —se aventuró Travante.

Twisk saltó, giró en el aire y se posó lentamente en el suelo.

—No soy un índice de los pesares del mundo. Nada sé sobre alfarería cristiana ni sobre la tiranía del tiempo. ¡Y ahora, silencio! ¡El rey Throbius ha aparecido y declarará la amnistía de Falael!

—¡Sólo veo volutas y borrones! —murmuró Pom-Pom.

—¡Mira de nuevo! —susurró el asombrado Travante—. ¡Todo cobra claridad! ¡Veo el castillo, y mil delicias de color!

—¡Ahora veo lo mismo! —susurró el azorado Pom-Pom.

—¡Chitón! ¡Ni un sonido más!

Altas puertas de perla y ópalo se abrieron en el castillo; el rey Throbius avanzó con paso majestuoso, seguido por un docena de duendes de cara redonda que le sostenían la cola de la larga capa púrpura. Para la ocasión llevaba una corona con dieciséis púas de plata, que se curvaban hacia afuera culminando en puntas centelleantes de fuego blanco.

El rey Throbius avanzó hasta la balaustrada y se detuvo. Contempló el silencioso prado y hasta Falael dejó de rascarse para mirarlo con reverencia. El rey Throbius alzó la mano.

—El día de hoy marca una época significativa en nuestras vidas, pues celebra la regeneración de uno de los nuestros. ¡Falael, has cometido errores! Planeaste males y agravios por docenas, y llevaste a cabo muchos de tus planes. Por tales ofensas, has sufrido una condición correctiva que al menos ha ocupado tu atención y ha causado una agradable cesación de las injurias. ¡Bien, Falael! ¡Te pedí que hablaras ante los presentes y anunciaras tu redención! ¡Habla! ¿Estás preparado para que se anule la maldición de la picazón?

—Estoy preparado —exclamó fervientemente Falael—. En todos los aspectos, arriba y abajo, a derecha e izquierda, adentro y afuera: estoy preparado.

—¡Muy bien! Por ende…

—¡Un momento! —interrumpió Falael—. Tengo una picazón especialmente irritante que debo aplacar antes de que anules la maldición —Falael se rascó empeñosamente el vientre—. Bien, majestad, estoy preparado.

—¡Muy bien! Por ende, anulo la maldición y espero, Falael, que los contratiempos de tu castigo te hayan inclinado hacia la tolerancia, la afabilidad y la contención, además de poner término a tu propensión hacia las tretas malévolas.

—¡Desde luego, Majestad! ¡Todo ha cambiado! ¡De hoy en adelante se me conocerá como Falael el Bueno!

—Una noble aspiración que apoyo y aplaudo. ¡Procura respetarla siempre! ¡Bien, que comience el festival! ¡Todos deben participar en la alegría de Falael! ¡Una última palabra! Allá, por lo que veo, hay tres criaturas del mundo de los hombres… dos mortales y la amada hija de nuestra querida Twisk. En el espíritu del festival, les damos la bienvenida. Que nadie los moleste ni les gaste chanzas, por divertidas que sean. Hoy reina la jovialidad, y todos la compartiremos.

El rey Throbius saludó con la mano y regresó al castillo.

Madouc había escuchado cortésmente el discurso del rey Throbius. Cuando se volvió, vio que Twisk se alejaba correteando por el prado.

—Madre, ¿adónde vas? —llamó con desconsuelo.

Twisk se volvió sorprendida.

—¡Voy a regocijarme con los demás! Habrá bailes y se beberá vino de hadas; te han permitido reunirte con nosotros. ¿Lo harás?

—No, madre. Si bebiera vino de hadas, me marearía y quién sabe qué ocurriría.

—Pues bien, ¿vas a bailar?

Madouc meneó la cabeza sonriendo.

—He oído decir que quienes bailan con las hadas no pueden parar nunca. No beberé vino ni bailaré, y tampoco lo harán Pom-Pom ni Travante.

—Como gustes. En tal caso…

—¡Ibas a hablarme de mi padre!

Pom-Pom se adelantó.

—También podrías aclarar cómo hallaré el paradero del Santo Grial, para que pueda ir a ese sitio y encontrarlo.

—¡Agradecería alguna sugerencia acerca de mi juventud perdida! —dijo Travante con vacilación.

—Qué fastidio —se quejó Twisk—. Debéis esperar otra ocasión.

Madouc se volvió hacia el castillo y exclamó:

—¡Rey Throbius! ¡Rey Throbius! ¿Dónde estás? ¡Ven aquí en seguida, por favor!

Twisk se volvió consternada.

—¿Por qué actúas de modo tan extraño? Violas todas las convenciones.

Habló una voz profunda. El rey Throbius se había presentado.

—¿Quién pronuncia mi nombre con tales chillidos, como ante la inminencia del peligro?

—Majestad —dijo Twisk con voz sedosa—, fue sólo un exceso de excitación juvenil. Lamentamos haberte molestado.

—No es así —declaró Madouc.

—No comprendo —dijo el rey Throbius—. ¿No fue un exceso o no lo lamentáis?

—Ninguna de ambas cosas, majestad.

—Pues bien… ¿qué te ha provocado esa frenética euforia?

—En verdad, majestad, deseaba consultar a mi madre en tu presencia, para que la ayudes a recordar cuando le falle la memoria.

El rey Throbius asintió sabiamente.

—¿Y qué recuerdos deseas explorar?

—La identidad de mi padre y la índole de mi linaje.

El rey Throbius miró a Twisk con severidad.

—Por lo que recuerdo, el episodio no fue meritorio para ti.

—No fue de un modo ni del otro —dijo la alicaída Twisk—. Ocurrió como ocurrió y eso fue todo.

—¿Y cómo son los detalles? —preguntó Madouc.

—No es una historia para oídos inmaduros —dijo el rey Throbius—. Pero en este caso debemos hacer una excepción. Twisk, ¿contarás la historia o deberé encargarme yo de la tarea?

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