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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 3 - Madouc (45 page)

BOOK: Lyonesse - 3 - Madouc
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Madouc frunció el ceño.

—¿Y podría arrojarme en su olla de sopa?

—¡Claro! Si intentaras apropiarte de sus pertenencias —Twisk se puso en pie—. Mi consejo es que evites el castillo de Doldil. Las tres cabezas de Throop son igualmente despiadadas.

—Aun así, ansío conocer el destino de Pellinore.

—¡Ay! —suspiró Twisk—. Mejor consejo no puedo darte. Si por obstinación emprendes esa aventura, recuerda lo que dije a Pellinore. Primero debes vencer a un par de caballeros duendes montados sobre grifos.

—¿Y cómo lo haré?

—¿No te he enseñado el Cosquilleo? —exclamó Twisk con irritación—. Aplícalo en triple potencia. Una vez que hayas burlado a los duendes y sus corceles de pesadilla, puedes pedir autorización para entrar en el castillo. Throop te recibirá con gusto. Saluda a cada una de las tres cabezas por turno, pues son muy celosas de su jerarquía. A la izquierda está Pism, en el centro Pasm, a la derecha Posm. Di que vas como huésped y que llevas un obsequio. Luego acepta sólo lo que te den gratuitamente y nada más. Si obedeces esta regla, Throop no puede causarte daño, gracias a un hechizo que le fue impuesto hace mucho tiempo. Si te convida a un plato de potaje frío, y descubres un gorgojo en la comida, ponlo aparte o pregunta qué hacer. No aceptes ninguna dadiva por la cual no puedas dar algo a cambio. Si das tu obsequio primero, él debe corresponderte con uno de igual valor. Ante todo, no intentes robarle nada, pues sus ojos ven por doquier.

—¿De veras Throop tiene el Santo Grial? —preguntó el caballero Pom-Pom.

—Posiblemente. Muchos han perdido la vida en esa búsqueda.

—¿Qué obsequio le llevaremos a Throop para aplacarlo? —preguntó Travante.

—¿También tú pretendes arriesgar la vida? —exclamó la sorprendida Twisk.

—¿Por qué no? ¿No es posible que Throop tenga mi juventud perdida guardada en su gran armario, junto con otros objetos de valor?

—Es posible, pero poco probable —dijo Twisk.

—No importa. Buscaré donde pueda. Empezaré por los sitios más probables.

—¿Y qué cosa de similar valor le ofrecerás a cambio? —preguntó Twisk con voz burlona.

Travante reflexionó.

—Lo que yo busco es invalorable. Debo meditar cuidadosamente.

—¿Qué puedo ofrecer a Throop para que él se desprenda del Santo Grial? —preguntó Pom-Pom.

Las hadas que habían ido a escuchar perdieron interés y se alejaron una por una, hasta que sólo quedaron tres duendecillos, que, tras algunos cuchicheos, se habían echado a reír. Twisk se volvió para reprenderlos.

—¿Por qué estáis tan joviales de repente?

Uno de los duendecillos se le acercó y le habló al oído entre risitas y susurros, y Twisk sonrió. Miró hacia el prado; el rey Throbius y la reina Bossum aún conversaban sobre el inminente banquete con sus altos funcionarios. Twisk dio instrucciones a los duendecillos; los tres enfilaron con disimulo hacia la parte trasera del castillo. Entretanto Twisk dio instrucciones a Travante y Madouc sobre los obsequios que debían ofrecer a Throop.

Los duendecillos regresaron, de nuevo con actitud sigilosa, llevando un bulto envuelto en un paño de seda púrpura. Se escurrieron entre las sombras del bosque y llamaron a Twisk con voz suave:

—¡Ven! ¡Ven! ¡Ven!

—Retirémonos a un sitio apartado —dijo Twisk a los aventureros—. El rey Throbius es muy generoso, especialmente cuando no sabe nada de los obsequios que da.

A salvo de toda observación, Twisk desenvolvió el paquete, revelando un recipiente de oro adornado con cornalinas y ópalos. Tres picos sobresalían del extremo superior, apuntando en tres direcciones.

—He aquí un ánfora de extrema utilidad —dijo Twisk—. El primer pico vierte hidromiel, el segundo cerveza picante y el tercero vino de buena calidad. El ánfora tiene un artilugio inesperado, para impedir que se use sin autorización. Cuando se aprieta esta piedra de ónix, la bebida de los tres picos se altera para peor. La hidromiel se transforma en un líquido viscoso y horrendo; la cerveza parece destilada a partir de excrementos de ratón; el vino se transforma en un ácido mezclado con tintura de cantáridas. Para restaurar la bondad de la bebida, hay que tocar este abalorio de granate. Si el abalorio de granate se presiona durante el uso normal, las tres bebidas duplican su excelencia. El hidromiel se transforma en néctar de flores saturado de luz solar. La cerveza cobra grandiosidad y el vino es como el fabuloso elixir de la vida.

Madouc inspeccionó el ánfora con reverencia.

—¿Y si uno aprieta el granate dos veces?

—Nadie se atreve a afrontar tales niveles de perfección. Están reservados a las Entidades Sublimes.

—¿Y si uno aprieta dos veces el ónix?

—Los picos vierten un oscuro licor de mefalima, cacodilo y cadaverina.

—¿Y tres veces? —sugirió Pom-Pom.

Twisk gesticuló con impaciencia.

—Esos detalles no nos conciernen. Throop codiciará el ánfora, que será vuestro obsequio. No puedo hacer otra cosa salvo exhortaros a viajar hacia el sur, y no hacia el norte, donde está el castillo de Doldil. Y ahora, ¡llega el anochecer! —Twisk besó a Madouc y dijo—: Puedes conservar el pañuelo rosado y blanco. Te brindará refugio. Si sobrevives, quizá volvamos a vernos.

2

Madouc y Travante envolvieron la vasija dorada en la seda púrpura y la instalaron sobre los fuertes hombros de Pom-Pom. Sin más demoras, rodearon el prado de Madling y echaron a andar por el camino del Bamboleo.

Aquella grata tarde el camino estaba transitado. Habían andado sólo un trecho cuando oyeron el sonar de unos clarines cada vez más estridentes y brillantes. Por el camino se acercó una procesión de seis jinetes feéricos con trajes de seda negra y yelmos de complejo diseño. Montaban extraños corceles negros, de pecho profundo, patas cortas con garras, y cabezas semejantes a negros cráneos de oveja con centelleantes ojos verdes. Los seis caballeros pasaron haciendo gran alboroto, encorvados sobre las monturas, las negras capas al viento, los rostros pálidos y burlones. El trepidar de cascos se alejó; los clarines se perdieron en la distancia; los tres viajeros reanudaron su marcha hacia el norte.

Travante frenó de golpe y corrió hacia el bosque. Regresó al cabo de un momento, meneando la cabeza.

—A veces creo que me sigue de cerca, por soledad o por una necesidad que no atino a comprender. A menudo la entreveo, pero cuando voy a mirar ya no está.

Madouc escrutó el bosque.

—Yo podría vigilar mejor si supiera qué buscar.

—Ahora está un poco sucia, y algo zarrapastrosa —dijo Travante—. A pesar de todo, me parece útil y agradable de poseer.

—Nos mantendremos alerta —dijo Madouc, y añadió—: Espero no perder mi juventud de la misma manera.

Travante meneó la cabeza.

—¡Jamás! Tú eres mucho más responsable de lo que yo era a tu edad.

Madouc rió tristemente.

—¡Mi reputación dice lo contrario! Además me preocupa nuestro caballero Pom-Pom. Tiene un ánimo más melancólico del que conviene en un joven de su edad. Tal vez haya trabajado demasiado tiempo en los establos.

—¡Tal vez! —dijo Travante—. Sin duda el futuro estará colmado de sorpresas. ¡Quién sabe qué hallaremos si Throop abre su gran arca!

—No creo que lo haga, incluso aunque Pom-Pom lleve un valioso regalo.

—Mi obsequio es menos ostentoso, pero Twisk insistió en que es muy apropiado.

—El mío no es mucho mejor —dijo Madouc. Señaló a Pom-Pom, que los precedía—. Fíjate cuan atento está Pom-Pom. ¿Qué habrá despertado su interés?

El objeto en cuestión apareció: una sílfide de superlativa belleza cabalgando de costado sobre un unicornio blanco, una rodilla plegada, una torneada pierna colgando con displicencia. Sólo vestía los dorados mechones de su larga melena, y guiaba al unicornio tirándole de la crin. Los dos brindaban un magnífico espectáculo, y sin duda Pom-Pom, por una vez, se sentía favorablemente impresionado.

La sílfide detuvo el corcel blanco e inspeccionó a los tres viajeros con franca curiosidad.

—Buenas tardes —dijo—. ¿Cuál es vuestro destino?

—Somos vagabundos, y cada cual persigue un sueño —dijo Travante—. Por el momento nuestra búsqueda nos lleva al castillo de Doldil.

La sílfide sonrió con suavidad.

—Lo que encontréis quizá no sea lo que buscáis.

—Intercambiaremos cortesías con Throop —dijo Travante—. Cada uno de nosotros lleva un valioso obsequio, y esperamos una cordial bienvenida.

La sílfide meneó la cabeza dubitativamente.

—He oído gemidos, gruñidos, chillidos y quejas en el castillo de Doldil, pero nunca un saludo cordial.

—Quizá el temperamento de Throop sea excesivamente solemne —dijo Travante.

—El temperamento de Throop es siniestro y su hospitalidad es precaria. Sin embargo, indudablemente vosotros conocéis vuestros asuntos mejor que yo. Debo seguir viaje. El banquete comienza cuando salen las luciérnagas, y no deseo llegar tarde a los festejos —tiró de la crin del unicornio.

—¡Un momento! —exclamó Pom-Pom—. ¿Debes irte tan pronto?

La sílfide tiró de la crin; el unicornio agachó la cabeza y pateó el suelo.

—¿Qué necesitas?

—No es nada importante —dijo Madouc—. El caballero Pom-Pom admira los juegos que hace la luz en tu largo cabello dorado.

Pom-Pom apretó los labios.

—Cambiaría el Santo Grial y todo lo demás por cabalgar contigo hasta Thripsey Shee.

—Controla tu admiración, caballero Pom-Pom —advirtió Madouc—. Esta dama tiene cosas mejores en qué pensar que en tus frías zarpas manoseándole el pecho hasta llegar al prado de Madling.

La sílfide rió alegremente.

—¡Debo darme prisa! ¡Adiós, adiós! Por lo que sé, nunca os veré de nuevo —asió la blanca crin y el unicornio echó a andar por el camino del Bamboleo.

—¡Vamos, Pom-Pom! —dijo Madouc—. No tienes por qué mirar tan atentamente camino abajo.

—Pom-Pom está admirando la bonita cola blanca del unicornio —dijo gravemente Travante.

—Bah —dijo Madouc.

El caballero Pom-Pom explicó la razón de su interés:

—Simplemente me preguntaba cómo se mantiene en calor siendo la brisa tan fría y húmeda.

—Por cierto, yo me pregunté lo mismo —dijo Travante.

—Miré atentamente —dijo Pom-Pom—, y no le vi la carne de gallina.

—El tema carece de interés —dijo Madouc—. ¿Continuamos la marcha?

Los tres continuaron por el camino del Bamboleo. Cuando el sol se puso detrás de los árboles, Madouc escogió una zona abierta a poca distancia del camino, dejó el pañuelo blanco y rosado en el suelo y exclamó: «¡Aroisus!». El pabellón de rayas blancas y rosadas se irguió ante ellos.

Dentro descubrieron, como siempre tres, lechos mullidos, una mesa cargada de manjares y cuatro pedestales de bronce que sostenían cuatro lámparas. Cenaron a gusto, pero en silencio, cada cual pensando en el castillo de Doldil y la dudosa hospitalidad del ogro Throop; y cuando se acostaron, ninguno durmió serenamente.

Por la mañana los aventureros se levantaron, desayunaron, guardaron el pabellón y se encaminaron hacia el norte, hasta llegar a la encrucijada de Idilra. Por la derecha la calzada de Munkins conducía al este, hasta unirse con el camino de Icnield. Por la izquierda se internaba aún más en el Bosque de Tantrevalles.

Los tres viajeros se detuvieron un instante junto al Poste de Idilra; luego, no habiendo más remedio, viraron a la izquierda, y con aire fatalista avanzaron por la calzada de Munkins.

A media mañana llegaron a un amplio claro a orillas de un río. Junto al río se erguía la maciza silueta del castillo de Doldil. Se detuvieron para inspeccionar la fortaleza de piedra gris y el parque donde tantos bravos caballeros habían sufrido derrotas. Madouc se volvió a Pom-Pom y Travante.

—¡Recordad! ¡No toméis nada excepto lo que os den! ¡Throop recurrirá a toda clase de tretas y debemos estar más alerta que nunca! ¿Estamos preparados?

—Estoy preparado —dijo Travante.

—He llegado hasta aquí —dijo Pom-Pom con voz hueca—. No pienso retroceder.

Los tres salieron del bosque y se aproximaron al castillo. De inmediato el rastrillo se elevó con un chirrido y dos robustos caballeros con armadura negra, la visera del yelmo cerrada y la lanza en ristre, salieron a caballo del castillo. Montaban grifos de cuatro patas con escamas verdes y oscuras, chatas cabezas —medio dragón, medio avispa— y espinas de hierro en las alas.

Uno de los caballeros bramó:

—¿Qué insolente locura trae intrusos a esta tierra privada? ¡Os lanzamos un reto, y no aceptamos excusas! ¿Cuál de vosotros osará presentarnos combate?

—Ninguno —dijo Madouc—. Somos inocentes vagabundos y deseamos presentar nuestros respetos al famoso caballero Throop de las Tres Cabezas.

—Eso está muy bien, pero ¿qué traéis con vosotros, para provecho o diversión del caballero Throop?

—Ante todo, el ingenio de nuestra conversación y el placer de nuestra compañía.

—Eso no es mucho.

—También traemos obsequios para Throop. Admitid que nuestras buenas intenciones les otorgan mayor riqueza que su valor intrínseco.

—Por vuestra descripción, los obsequios parecen pobres y mezquinos.

—Sin embargo, no queremos nada a cambio.

—¿Nada?

—Nada.

Los caballeros conferenciaron un instante; luego el primero dijo:

—Hemos decidido que no sois más que unos vagabundos famélicos. A menudo debemos proteger al buen Throop de gentes de vuestra ralea. ¡Preparaos para el combate! ¿Quién se prestará a la primera justa?

—Yo no —dijo Madouc—. No tengo lanza.

—Yo no —dijo Pom-Pom—. No tengo caballo.

—Yo no —dijo Travante—. No tengo armadura, yelmo ni escudo.

—Entonces intercambiaremos fuertes estocadas, hasta que uno de los contrincantes quede despedazado.

—¿No habéis notado que no tenemos espada? —preguntó Travante.

—¡Cómo gustéis! Entonces nos aporrearemos con mazas hasta que este verde prado quede manchado de sangre y sesos.

Madouc, perdiendo la paciencia, dirigió el Cosquilleo-Salto-del-Trasgo hacia la temible montura del primer caballero. El grifo soltó un vibrante chillido, brincó y a continuación, corcoveando, saltó de aquí para allá hasta caer en el río, donde el caballero, atrapado en la armadura, se hundió rápidamente y no reapareció. El segundo caballero soltó un feroz grito de batalla y acometió lanza en ristre. Madouc dirigió el hechizo contra el segundo grifo, que saltó y brincó aún con mayor agilidad, de modo que el caballero voló por los aires, cayó de cabeza y se quedó inmóvil.

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