Twisk respondió hurañamente:
—Los episodios son ridículos y vergonzosos. No son dignos de alarde, y prefiero conservar distancia.
—Entonces yo referiré la historia. Ante todo, señalaré que la vergüenza es la otra cara de la vanidad.
—Siento una profunda admiración por mí misma —dijo Twisk—. ¿Eso es vanidad? Habría mucho que decir al respecto.
—El término quizá sea adecuado, quizá no. Ahora retrocederé algunos años en el tiempo. Twisk, entonces como ahora, se consideraba una gran belleza… y por cierto lo era y lo es. En su locura provocó y atormentó a Mangeon el duende, azuzándolo, huyendo de su abrazo y gozando con sus maldiciones. Por último Mangeon fue presa de la maldad y decidió castigarla por sus estratagemas. Un día sorprendió a Twisk desprevenida, la arrastró por el camino del Bamboleo hasta la calzada de Munkins y la encadenó al Poste de Idilra, que se yergue junto a la encrucijada. Mangeon le arrojó un hechizo para que las cadenas no cediesen hasta que Twisk hubiera persuadido a tres viajeros de celebrar con ella una conjunción erótica. Twisk ahora continuará con los detalles, si le apetece.
—No me apetece —refunfuñó Twisk—. Pero, con la esperanza de que mi hija Madouc saque provecho de mi error, referiré las circunstancias.
—Habla —dijo el rey Throbius.
—Hay poco que contar. El primero en pasar fue el caballero Jaucinet del Castillo Nube de Dahaut. Fue cortés y compasivo y se habría quedado más tiempo del necesario, pero al final lo despedí, pues se acercaba el anochecer y no deseaba desalentar a otros viajeros. El segundo fue Nisby, un labriego que regresaba de sus faenas. Fue muy servicial, de manera ruda pero vigorosa. No perdió tiempo, pues, según me explicó, tenía tocino para cenar. Yo estaba desesperada por liberarme antes del anochecer y sentí alivio al verlo partir. ¡Ay, sufrí una decepción! El ocaso se hizo noche, despuntó la luna, brillando en el cielo como un escudo de plata bruñida. Por el camino vino una figura sombría, arropada de negro, con un sombrero de ala ancha que le protegía los rasgos del claro de luna. Se acercó despacio, deteniéndose cada tres pasos, quizá por cautela, quizá por hábito. Me pareció desprovisto de todo atractivo, y no lo llamé para que me liberase del poste. No obstante, me vio bajo el claro de luna y se detuvo para estudiarme. Ni su actitud ni su silencio calmaron mis temores; aun así, no podía irme, pues estaba encadenada al poste, así que hice una virtud de la necesidad y me quedé donde estaba. Con pasos lentos y cuidadosos el oscuro viajero se aproximó y me sometió a su voluntad. No fue abrupto como Nisby ni elegante como Jaucinet, sino que la oscura criatura se vació de un feroz entusiasmo carente de todo sentimentalismo, y ni siquiera se quitó el sombrero. No dijo su nombre, ni siquiera hizo comentarios sobre el tiempo. Mi respuesta, dadas las circunstancias, se limitó a un frío desdén.
»Eventualmente todo terminó y quedé libre. La oscura criatura se fue bajo el claro de luna, el andar más lento y más pensativo que antes. Yo regresé deprisa a Thripsey Shee.
En ese momento la reina Bossum, espléndida en su vestido de lentejuelas de zafiro y clara telaraña, se reunió con el rey Throbius, quien la saludó con toda galantería.
Twisk continuó su historia:
—A su tiempo di a luz una niña que no me causó placer ni orgullo, a causa de su origen. En cuanto tuve oportunidad, y sin remordimientos, la cambié por el bebé Dhrun, y el resto es sabido por todos.
—La situación es aún más confusa que antes —exclamó Madouc con tristeza—. ¿A quién pediré cuentas de mi linaje? ¿A Nisby? ¿A Jaucinet? ¿A la oscura criatura de las sombras? ¿Tiene que ser uno de ellos?
—Eso parece —dijo Twisk—, pero no garantizo nada.
—Todo esto es muy enrevesado —dijo Madouc.
—¡El ayer es el ayer! —dijo Twisk con petulancia—. ¡El presente es el presente, y el presente es el festival! La alegría tintinea en el aire, las hadas danzan y juegan. Falael hace alegres piruetas, disfrutando de su liberación.
Madouc se volvió para mirarlo.
—Da grandes muestras de vivacidad. Aun así, querida madre, antes de que te unas al jolgorio, necesito más consejos tuyos.
—¡Te los daré con gusto! Te aconsejo que te vayas al instante del prado de Madling. El día termina, y pronto comenzará la música. Si te demoras, tendrás que pasar la noche aquí, para tu pesar. Por lo tanto, adiós.
El rey Throbius terminó su galante diálogo con la reina Bossum. Al volverse oyó los consejos de Twisk a Madouc, y los tomó a mal.
—¡Twisk, quédate ahí! —ordenó.
El rey avanzó, y los doce duendecillos de cara redonda que le llevaban la capa tuvieron que brincar y correr para seguirle el paso. Throbius se detuvo e hizo un ademán admonitorio.
—Twisk, tu conducta no concuerda con este día de regocijo. ¡En Thripsey Shee, «fe», «verdad» y «lealtad» no son lemas que se abandonen ante el primer inconveniente! Tienes el deber de ayudar a tu hija, aunque sea una mozuela extravagante.
Twisk alzó las manos desesperada.
—Majestad, he satisfecho sus necesidades hasta el hartazgo. Llegó desprovista de progenitores, excepto yo, su madre. Ahora puede escoger entre tres padres, cada cual con un linaje distintivo. No podría haberle brindado más opciones y conservar al mismo tiempo mi dignidad.
El rey Throbius asintió con mesurada aprobación.
—Elogio tu delicadeza.
—¡Gracias, majestad! ¿Ahora puedo unirme a los demás?
—Aún no. Estamos de acuerdo en este punto: Madouc tiene amplitud de opciones. Veamos si está satisfecha.
—¡En absoluto! —exclamó Madouc—. ¡La situación es peor que antes!
—¿Por qué?
—Tengo opciones, pero ¿adónde conducen? Tiemblo al pensar en el linaje que puede derivar de la criatura oscura.
—¡Aja! Creo entender tu dilema —el rey Throbius se volvió hacia Twisk—. ¿Puedes resolver este problema, o debo intervenir?
Twisk se encogió de hombros.
—Es evidente que mis esfuerzos han sido en vano, Madouc, el rey ha ofrecido su ayuda. Sugiero que la aceptes, tras preguntar qué desea a cambio. Es un consejo sabio y maternal.
—En este día de regocijo —anunció el rey Throbius—, haré lo que sea preciso sin pedir nada a cambio. Escucha pues mis instrucciones. Trae aquí a tus tres padres putativos: Nisby, Jaucinet y la criatura oscura. Ponlos juntos e identificaré a tu padre al instante y descubriré la extensión de su linaje.
Madouc reflexionó un instante.
—Muy bien, ¿pero qué pasa si los tres rehúsan venir a Thripsey Shee?
El rey Throbius recogió un guijarro del suelo. Se lo llevó a la frente, la nariz, la barbilla y la punta de la filosa lengua. Entregó el guijarro a Madouc.
—Aquel a quien toques con esta piedra debe seguirte adonde desees, o cumplir tus órdenes, hasta que le toques la espalda con esta misma piedra y grites: «¡Largo de aquí!». Por este medio puedes inducir a los tres a acompañarte.
—¡Gracias, majestad! Sólo queda un detalle.
—¿De qué se trata?
—¿Dónde hallaré a esos tres individuos?
El rey Throbius frunció el ceño.
—Es una pregunta razonable. ¿Qué dices, Twisk?
—Majestad, no sé nada con certeza. Nisby venía de Dillydown; Jaucinet mencionó el Castillo Nube de Dahaut; en cuanto al tercero, no sé absolutamente nada.
El rey Throbius se llevó a Twisk aparte. Ambos conferenciaron varios minutos y se volvieron hacia Madouc.
—El problema, como siempre, tiene una solución.
—¡Qué buena noticia! —dijo Madouc—. ¿Mi querida madre Twisk se ha ofrecido para emprender la búsqueda?
El rey Throbius contuvo a Twisk, que ya iba a protestar.
—Esa posibilidad se comentó, luego se abandonó. ¡Nuestro plan es mucho más astuto! No buscarás a esos tres individuos. En cambio, ellos te buscarán a ti.
Madouc se quedó boquiabierta.
—No entiendo.
—He aquí el plan. Difundiré por todas partes una información. ¡Bosnip! ¿Dónde está Bosnip?
—¡Aquí estoy, majestad!
—Copia con exactitud el siguiente decreto. ¿Estás preparado?
Bosnip, el escriba real, extrajo una hoja de papel de morera, un frasco de tinta de escarabajo y una larga pluma.
—¡Estoy preparado, majestad!
—He aquí el decreto, escribe con tu letra más florida:
¿Alguien puede olvidar la pena impuesta al hada Twisk, tan orgullosa y altiva, en el Poste de Idilra? Ahora su hija, igualmente bella, debe sufrir el mismo castigo. ¿No es una lástima? Como Twisk, exhibió provocativamente sus encantos y luego corrió a ocultarse. La pena es justa: al igual que Twisk, será atada al Poste de Idilra hasta que un compasivo viandante la libere.
Así lo decreto yo, Throbius, rey de Thripsey Shee.
Bosnip escribía con concentración. La punta de la negra pluma se movía con celeridad.
—¿Transcribiste mis palabras? —preguntó el rey Throbius.
—¡Con exactitud, majestad!
—Ése es pues mi decreto —dijo el rey Throbius—. Se dará a conocer a todos, excepto a los ogros Fuluot, Carabara, Gois y el tricéfalo Throop. Nisby lo oirá, y también Jaucinet, y también la criatura oscura, sean cuales fueren su nombre y naturaleza.
Madouc se había quedado atónita al escuchar el decreto. Al fin preguntó con voz ahogada:
—¿Ése es el astuto plan? ¿Debo ser encadenada a un poste de hierro y ser sometida a actos degradantes?
El rey explicó los detalles del plan con voz paciente, aunque un poco huraña.
—Nuestra teoría es que las tres personas que liberaron a Twisk desearán ayudarte de la misma manera. Cuando se aproximen para ejecutar sus buenas intenciones, sólo tendrás que tocarlas con el guijarro para tenerlas bajo control.
Madouc descubrió un defecto en el plan.
—¿No lo has notado? ¡No tengo las cualidades de mi madre Twisk! ¿Alguno de los tres deseará siquiera acercarse al poste? Ya los veo venir deprisa, fijarse en mí, detenerse y regresar por donde vinieron, sin que les importe un bledo mi liberación.
—Buena observación —dijo el rey Throbius—. Te arrojaré un hechizo para que esas gentes queden embelesadas y te confundan con una criatura cautivante.
—Hmm —rezongó Madouc—. Supongo que así debe ser.
—Es un plan sensato —observó Twisk.
Madouc no estaba del todo convencida.
—¿Y si nuestros planes fracasaran de un modo imprevisto? Supongamos que el guijarro perdiera su fuerza, de tal modo que, quisiéralo o no, yo fuera liberada aunque no necesitara tal ayuda.
—Es un riesgo que debemos correr —dijo el rey Throbius. Se acercó a Madouc, agitó los dedos sobre la cabeza de la princesa, masculló un sortilegio de diecinueve sílabas, le tocó la barbilla y retrocedió—. El encantamiento está hecho. Para que tenga efecto, tírate de la oreja izquierda con los dedos de la mano derecha. Para anularlo, tírate de la oreja derecha con los dedos de la mano izquierda.
—¿Puedo probarlo ahora? —preguntó Madouc con interés.
—¡Cómo gustes! Notarás el cambio sólo en la reacción de los demás. Tú no sufrirás ninguna alteración.
—Para verificarlo, pues, pondré a prueba el hechizo —Madouc se tiró de la oreja izquierda con los dedos de la mano derecha y se volvió hacia Pom-Pom y Travante—. ¿Notáis el cambio?
El caballero Pom-Pom aspiró el aire. Le castañeteaban los dientes.
—El cambio es definitivo.
Travante hizo un gesto extravagante pero mesurado.
—Describiré el cambio. Ahora eres una doncella esbelta, de configuración perfecta, o incluso mejor que eso. Tus ojos son tan azules como el tibio mar estival; son líquidos y fascinantes, y miran desde un rostro pícaro y dulce, sagaz y enérgico, de cautivante fascinación. Suaves rizos de oro y cobre enmarcan ese rostro; el cabello está impregnado con el perfume de los capullos del limón. Tu silueta debilitaría a un hombre fuerte. El encantamiento surte efecto.
Madouc se tiró de la oreja derecha con los dedos de la mano izquierda.
—¿Soy yo misma de nuevo?
—Sí —dijo Pom-Pom con voz compungida—. Eres como de costumbre.
Madouc soltó un suspiro de alivio.
—Bajo el hechizo me siento algo conspicua.
El rey Throbius sonrió.
—Debes aprender a ignorarlo, pues ese hechizo no es más que un reflejo de tu futuro cercano —miró al cielo e hizo una seña. Descendió una hadilla verde de alas transparentes. El rey Throbius impartió instrucciones—: Reúne a tus primos, vuela de aquí para allá, y asegúrate de que todas las criaturas del vecindario, excepto el tricéfalo Throop, Fuluot, Carabara y Glois, se enteren del decreto que Bosnip te recitará. Tres personas en especial deben escucharlo: el caballero Jaucinet del Castillo Nube, el labriego Nisby y la criatura sin rostro que se pasea bajo el claro de luna usando un sombrero negro de ala ancha.
La hadilla se fue. El rey Throbius saludó gravemente a Madouc.
—Espero que nuestro pequeño plan cumpla su propósito, sin errores ni inconvenientes. A su debido momento… —Un repentino tumulto llamó su atención. El rey exclamó con asombro—: ¿Cómo es posible? Shemus y Womin, funcionarios de alto rango, están en desacuerdo.
El rey Throbius echó a andar por el prado con tal celeridad que los duendecillos que le sostenían la capa volaron por el aire.
El rey se acercó a una larga mesa atiborrada de delicias: licores y vinos en raras botellas de cristal; pasteles aderezados con crema de vencetósigo y polen de narciso, ranúnculo y croco; tartas de pasas negras y rojas; manzanas silvestres y gelatinas acarameladas; néctar cristalizado de agavanzo, rosa y violeta. Junto a la mesa un altercado había degenerado de repente en una confusión de gritos, golpes y juramentos. Las partes enfrentadas eran Womin, Actuario de Aciertos, y Shemus, Director de Rituales. Shemus había cogido la barba de Womin con una mano y le golpeaba la cabeza con un pichel de madera que antes había contenido cerveza de pastinaca.
—¿Qué es este sórdido alboroto? —intervino el rey Throbius—. ¡Es una conducta vergonzosa en un día de tanta felicidad!
—Estoy de acuerdo contigo, majestad —exclamó apasionadamente Shemus—. ¡Pero este carroñero con dientes de rata me ha infligido una afrenta abominable!
—¿Qué ha sucedido? Describe tu queja.
—¡Con gusto! Este degenerado actuario quiso hacerme víctima de una vulgar travesura. Cuando me descuidé un instante, arrojó su mugriento calcetín en mi pichel de cerveza de pastinaca.