—Bien —dijo Madouc—. Probemos suerte con la hospitalidad del caballero Throop.
Los tres pasaron bajo el rastrillo alzado y entraron en un patio hediondo, rodeado por una hilera de parapetos a cierta altura. De una alta puerta de madera forrada de hierro colgaba una aldaba con forma de cancerbero. Usando toda su fuerza, Pom-Pom la alzó y la dejó caer.
Al cabo de unos instantes, un torso descomunal y tres cabezas asomaron sobre el parapeto. La cabeza del medio preguntó con voz áspera:
—¿Quién hace ese ruido estentóreo que ha turbado mi descanso? ¿Acaso mis sicarios no os advirtieron que a estas horas reposo?
Madouc respondió con toda la cortesía que le permitió su trémula voz.
—Nos vieron, caballero Throop, y echaron a correr aterrorizados.
—¡Qué conducta extraordinaria! ¿Qué clase de personas sois?
—Viajeros inocentes, nada más —dijo Travante—. Como pasábamos por aquí, juzgamos apropiado presentarte nuestros respetos. Si crees adecuado ofrecernos hospitalidad, traemos obsequios, según la costumbre de esta comarca.
Pism, la cabeza de la izquierda, pronunció un juramento:
—¡Busta batasta! Tengo un solo criado… mi senescal Naupt. Es viejo y frágil. No debéis hacerlo enfadar, ni poner bultos pesados sobre sus viejos y cansados hombros. ¡Tampoco podéis birlar mis valiosos bienes, u os exponéis a mi extremo disgusto!
—¡No temas! —declaró Travante—. ¡Somos tan honestos cuan largo es el día!
—¡Me alegra oírlo! Espero que vuestro comportamiento esté a la altura de vuestro alarde.
Las cabezas se alejaron del parapeto. Un momento después se oyó una voz atronadora impartiendo ásperas órdenes:
—Naupt, ¿dónde estás? ¿Dónde te ocultas, torpe reptil? ¡Muéstrate al instante o prepárate para una tunda ejemplar!
—¡Estoy aquí! —exclamó una voz—. ¡Listo para servirte, como siempre!
—¡Bah batasta! Abre el portal y haz entrar a los huéspedes que aguardan fuera. Luego ve a recoger nabos para la marmita negra.
—¿También corto puerros, señoría?
—Corta una buena cantidad de puerros, que darán sabor a la sopa. Primero, haz entrar a los huéspedes.
Poco después el alto portal se abrió, haciendo crujir y chirriar los goznes. En la abertura estaba Naupt el senescal: la criatura era una mezcla de duende, hombre y quizá wefkin. Su estatura superaba a Pom-Pom en una pulgada, aunque el corpulento torso tenía dos veces su grosor. Pantalones de fustán gris ceñían sus flacas piernas y sus rodillas nudosas; una apretada chaqueta gris le cubría los brazos delgados y los puntiagudos codos. Negros y húmedos rizos le colgaban sobre la frente; unos ojos redondos y saltones brillaban a ambos lados de la larga y curva nariz. La boca era un capullo gris sobre una barbilla diminuta y puntiaguda, los gruesos mofletes le colgaban blandamente de ambos costados.
—Entrad —dijo Naupt—. ¿Qué nombres he de anunciar a Throop?
—Yo soy la princesa Madouc. Éste es el caballero Pom-Pom del castillo de Haidion, o al menos de sus edificios laterales; y este otro es Travante el Sabio.
—¡Muy bien, señorías! Venid por aquí, por favor. Caminad con delicadeza, para no arañar las losas de piedra.
Naupt, trotando de puntillas, los condujo por un corredor oscuro de alto techo que despedía el tufo dulzón del deterioro. Las fisuras de la piedra rezumaban humedad; cascadas de hongos grises colgaban de rendijas cubiertas por los desechos de siglos.
El corredor giró, el piso se combó y volvió a nivelarse; el corredor dobló de nuevo y desembocó en un salón tan alto que el techo se perdía entre las sombras. En la pared del fondo, un balcón exhibía una hilera de sillas desocupadas; a lo largo de las paredes colgaban cien escudos con igual cantidad de blasones. Sobre cada escudo, un cráneo humano con el yelmo de acero de un caballero miraba desde unas cuencas vacías.
El mobiliario era tosco, exiguo y mugriento. Una mesa de macizo roble se erguía frente al hogar, en el que ardían seis leños. La mesa estaba flanqueada por una docena de sillas, y en la cabecera había otra de un tamaño tres veces el habitual.
Naupt los condujo al centro del salón y luego, volviéndose sobre sus delgadas piernas, les indicó que se detuvieran.
—Anunciaré vuestra llegada a Throop. Tú eres la princesa Madouc, tú eres el caballero Pom-Pom y tú eres Travante el Sabio. ¿Correcto?
—Casi —dijo Madouc—. ¡El es Travante el Sabio, y yo soy la princesa Madouc!
—¡Ah! ¡Ahora todo está claro! Llamaré a Throop, y luego me iré a preparar la cena. Podéis esperar aquí. Procurad no coger nada que no os pertenezca.
—¡Desde luego que no! —dijo Travante—. ¡Empiezan a ofenderme estas insinuaciones!
—No importa, no importa. Cuando llegue el momento, no podréis decir que no fuisteis advertidos —Naupt se marchó.
—Hace frío en este salón —gruñó Pom-Pom—. Acerquémonos al fuego.
—¡De ningún modo! —exclamó Madouc—. ¿Quieres transformarte en sopa para la cena de Throop? Los leños que alimentan el fuego no nos pertenecen; no debemos utilizar su calor para nuestro uso personal.
—Es una situación delicadísima —gruñó Pom-Pom—. Me pregunto si podremos aspirar el aire.
—Eso sí, pues el aire está en todas partes y no es propiedad de Throop.
—Buena noticia —Pom-Pom volvió la cabeza—. Oigo pasos. Throop se acerca.
Throop entró en el salón. Dio cinco zancadas e inspeccionó a los huéspedes con toda la atención de sus tres cabezas. Throop era grande y corpulento, de tres metros de altura, el pecho de un toro, brazos enormes y redondos y piernas nudosas, gruesas como troncos de árbol. Las cabezas eran esféricas, con pómulos gruesos, ojos redondos y grisáceos, nariz chata, y boca carnosa y roja. Cada cabeza llevaba un sombrero ladeado de diferente color: el del Pism era verde, el de Pasm de color hígado y el de Posm, de un color mostaza chillón.
Las tres cabezas concluyeron su inspección. Habló Pasm, la del centro:
—¿Cuál es vuestro propósito al venir aquí, a ocupar espacio y buscar refugio dentro de mi castillo de Doldil?
—Vinimos a presentar nuestros respetos, tal como lo estipula la cortesía —dijo Madouc—. Tu invitación a entrar no nos dejó más opción que ocupar espacio y procurarnos refugio.
—¡Bah batasta! Una respuesta perspicaz. ¿Por qué estáis ahí, quietos como estacas?
—No deseamos aprovecharnos de tu bondadoso temperamento, de modo que aguardamos instrucciones.
Throop se dirigió a la cabecera de la mesa y se sentó en la gran silla.
—Podéis sentaros a la mesa.
—¿Debemos ocupar las sillas, caballero Throop, sin consideración por el desgaste que les causemos?
—¡Ah! ¡Debéis tener cuidado! ¡Estas sillas son valiosas antigüedades!
—En tal caso, nuestro respeto hacia ti y tu propiedad nos aconseja que permanezcamos de pie.
—Podéis sentaros.
—¿Al calor del fuego o en otra parte?
—Como gustéis.
Madouc detectó una artera ambigüedad en la frase.
—¿Sin incurrir en deuda ni penalidad? —preguntó.
Las tres cabezas fruncieron el ceño.
—En vuestro caso haré una excepción y no exigiré pago por el calor ni la luz del fuego.
—Gracias, Throop —los tres se sentaron cuidadosamente y observaron a Throop en respetuoso silencio.
—¿Tenéis hambre? —preguntó Posm.
—No demasiada —dijo Madouc—. Como somos huéspedes de paso, no deseamos consumir alimentos que tal vez hayas reservado para ti o para Naupt.
—¡Sois la gentileza personificada! Aun así, veremos —Pism dobló el grueso cuello y gritó—: ¡Naupt! ¡Trae fruta, y en generosa cantidad!
Naupt se acercó a la mesa con una bandeja de peltre cargada de fruta madura: peras, duraznos; cerezas, uvas y ciruelas. Primero ofreció la bandeja a Throop.
—Cortaré una pera —dijo Pism.
—Para mí, una docena de esas lustrosas cerezas —dijo Pasm.
—Hoy comeré un par de ciruelas —dijo Posm.
Naupt presentó la bandeja a Madouc, quien rehusó sonriendo.
—Gracias, pero los buenos modales nos obligan a no aceptar, pues no tenemos nada que dar a cambio.
—Cada uno de vosotros puede probar una uva, sin obligación alguna —dijo Posm con una amplia sonrisa.
Madouc meneó la cabeza.
—Inadvertidamente podríamos romper el tallo, o tragar una semilla, y así exceder el valor de tu obsequio, causándonos embarazo.
Pism frunció el ceño.
—Tus modales son excelentes, pero algo fatigosos, pues demoran nuestra comida.
—Al margen de esto —intervino Posm—, ¿no se habló de obsequios?
—¡Es cierto! —dijo Madouc—. Como ves, somos gentes modestas, y nuestros presentes, aunque carecen de gran valor, vienen sinceramente del corazón.
—¡Tales obsequios son los mejores, a fin de cuentas! —dijo Travante—. Merecen una apreciación más profunda que las joyas o los frascos de raros perfumes.
—Batasta —dijo Pism—. Todo tiene su lugar en el esquema de las cosas. ¿Qué traéis, pues, para nuestro placer?
—Todo a su tiempo —dijo Madouc—. Por el momento tengo sed, y deseo beber.
—¡Eso tiene rápida solución! —declaró Pism con magnífico buen humor—. Posm, ¿acaso no tengo razón?
—Cuanto antes mejor —dijo Posm—. Las horas pasan y aún no hemos empezado con la marmita.
—Naupt, llévate la fruta —ordenó Pasm—. Trae copas al instante, para que podamos beber.
Naupt se marchó con la fruta, regresó con una bandeja de copas y las puso en la mesa.
—¡Estas copas son de buena calidad! —observó Madouc—. ¿Nos ofreces su uso gratuitamente, sin obligación por nuestra parte?
—¡No somos teóricos poco prácticos! —protestó Pasm—. Para beber, se necesita un receptáculo adecuado, similar a una copa. De lo contrario, el líquido, al verterse, cae al piso.
—En síntesis, podéis usar las copas sin cargo —declaró Pism.
—¡Naupt, trae el vino de bayas de saúco! —ordenó Posm—. ¡Deseamos aplacar la sed!
—Mientras bebemos —dijo Madouc—, puedes reflexionar sobre los obsequios que te corresponde ofrecer a cambio. Según las reglas de la gentileza, los presentes que recibamos deben ser de igual valor a los que ofrezcamos.
—¿Qué necedad es ésa? —rugió Pasm.
Pism habló con mayor contención, y llegó al extremo de guiñar el ojo a sus hermanos.
—No hay perjuicio en hablar de ello. ¡No olvidéis nuestra costumbre habitual!
—¡Cierto! —rió Posm—. Naupt, ¿has preparado suficientes cebollas para la sopa?
—Sí, señoría.
—Puedes servir el vino de saúco que nuestros huéspedes han pedido para aplacar la sed.
—¡De ninguna manera! —dijo Madouc—. Jamás se nos ocurriría aprovecharnos de tu generosidad. Pom-Pom, saca tu ánfora de oro. Yo beberé hidromiel.
Pom-Pom desenvolvió el ánfora y del primer pico sirvió hidromiel para Madouc.
—Creo que yo beberé un buen vino tinto —dijo Travante.
Pom-Pom llenó la copa de Travante.
—En cuanto a mí, tomaré cerveza, buena y áspera —dijo.
Del último pico Pom-Pom vertió espumosa cerveza en su copa.
Las tres cabezas de Throop observaron intrigadas la operación; luego cuchichearon entre sí.
—¡Qué excelente ánfora! —exclamó Pasm.
—En efecto —dijo Pom-Pom—. Y ya que estamos en este tema, ¿qué sabes del Santo Grial?
Las tres cabezas se volvieron al instante hacia Pom-Pom.
—¿Qué es esto? —preguntó Pism—. ¿Hiciste una pregunta?
—¡No! —exclamó Madouc—. ¡Por cierto que no! ¡Jamás! ¡Ni por asomo! ¡En absoluto! ¡Has oído mal a Pom-Pom! Sólo dijo que nada le complacía más que la cerveza.
—Hmm. ¡Qué lástima! —dijo Pasm.
—La información es costosa —dijo Posm—. Le damos gran valor.
—Ya que se os ha permitido el generoso y liberal uso de las copas, quizá nos permitáis saborear el producto de esa extraordinaria ánfora.
—¡Desde luego! —dijo Madouc—. ¡Es cuestión de buenos modales! ¿Cuáles son vuestros gustos?
—Yo beberé hidromiel —dijo Pism.
—Yo beberé vino —dijo Pasm.
—Yo beberé esa fuerte cerveza —dijo Posm.
Naupt trajo copas y Pom-Pom las llenó con el ánfora. Naupt sirvió a cada cabeza la bebida que había pedido.
—¡Excelente! —declaró Pism.
—¡Sabroso y de gran calidad! —señaló Pasm.
—¡Batasta! —exclamó Posm—. ¡Hace años que no probaba tan buena cerveza!
—Quizá sea momento de ofrecer nuestros obsequios a los anfitriones. Así podréis dar a vuestra vez los regalos a los huéspedes y reanudaremos nuestra jornada.
—¡Bah batasta! —gruñó Pasm—. Esta cháchara sobre obsequios para huéspedes me raspa el oído.
Pism volvió a guiñar un gran ojo blanco.
—¿Has olvidado nuestra pequeña broma?
—¡No importa! —dijo Posm—. No distraigamos a nuestros huéspedes. Princesa Madouc, tan dulce y tierna, ¿cuál es tu obsequio?
—Mi ofrenda es valiosa. Es una noticia reciente acerca de tu amado hermano, el ogro Higlauf. El mes pasado derrotó a un contingente de dieciséis fuertes caballeros bajo los peñascos de Kholensk. El rey de Moscovia se propone recompensarlo con un carruaje tirado por seis osos blancos, y escoltado por doce pavos reales persas. Higlauf viste una nueva capa de piel de zorro rojo y lleva sombreros altos de piel en todas sus cabezas. Está bien, salvo por una fístula en el cuello; también tiene la pierna un poco dolorida porque lo mordió un perro rabioso. Envía sus fraternales saludos y te invita a visitarlo a su castillo del Alto Tromsk, sobre el río Udovna. Esta noticia, que espero te depare alegría, es mi obsequio.
Las tres cabezas parpadearon y moquearon con desdén.
—Bah —dijo Posm—. El obsequio es de poco valor. Me importa un comino si a Higlauf le duele la pierna, y no envidio sus osos.
—Hice lo posible —dijo Madouc—. ¿Qué hay de mi obsequio de huésped?
—Será un artículo de similar valor, y ni una pluma de búho más.
—Como gustes. Podrías darme noticias sobre mi amigo Pellinore de Aquitania, quien pasó por aquí hace muchos años.
—¿Pellinore de Aquitania? —Las tres cabezas reflexionaron y se consultaron—: Pism, ¿recuerdas a Pellinore?
—Lo confundo con Priddelot de Lombardía, que era tan recio. Posm, ¿qué dices tú?
—No localizo el nombre. ¿Cuál era su emblema?
—Tres rosas rojas sobre campo azul.
—No recuerdo el nombre ni el emblema. Muchos, la mayoría o aun todos los que visitan el castillo de Doldil carecen de moralidad, y piensan en robar y en cometer actos de traición. Estos malhechores son castigados y hervidos en una nutritiva sopa, que, en la mayoría de los casos, es el logro más notable de sus fútiles vidas. Sus emblemas cuelgan a lo largo de las paredes. Mira, libremente y sin obligaciones. ¿Ves las tres rosas de tu amigo Pellinore?