Authors: Schätzing Frank
—Bueno, tenía ganas de dar una vuelta por el otro lado del cañón para contemplar el Gaia desde allí.
—¿Tú solo?
—¡Por supuesto que yo solo! —La expresión de escolar de Hanna se transformó de nuevo en la de un adulto—. Ya me conoces, no soy el tipo de persona que duerme ocho horas. Tal vez no me he socializado lo suficiente como para participar en viajes en grupo; en cualquier caso, estaba tumbado en la cama y de repente pensé en lo que podría sentirse siendo el único hombre en la Luna. Percibir lo que se siente paseando completamente solo por ahí fuera, sin los demás. Imaginar que no hay nadie más aquí aparte de mí.
—Una idea descabellada.
—Que también podría ser tuya. —Hanna torció los ojos—. Venga, no te lo tomes así. Quiero decir, vamos a estar los próximos días dando vueltas en manada, ¿no es así? Y eso está bien, de verdad. Me caen bien los demás, no pretendo largarme ni mucho menos. Pero quería saber.
Julian se peinó la barba con la punta de los dedos.
—En realidad, no parece que haya razones para preocuparme —sonrió—. Te has extraviado antes de poder poner un pie fuera, ¿no?
—Sí, vaya estupidez, ¿verdad? —Hanna rió—. ¡Olvidé dónde están las malditas esclusas! Ya sé que nos las habéis enseñado, pero...
—Ahí, están justo allí delante.
Hanna volvió la cabeza.
—Vaya, estupendo —dijo, cortado—. Pero si hasta lo dice en letras bien grandes.
—Menudo viajero solitario estás hecho —repuso Julian en tono burlón—. A decir verdad, tenía el mismo propósito que tú.
—¿Cuál? ¿Salir solo ahí fuera?
—No, idiota, con toda la experiencia práctica que a ti te falta. ¡Esto no es uno de esos tramos por donde sueles hacer
jogging!
Es peligroso.
—De acuerdo. Pero la vida, en sí misma, es peligrosa.
—Te lo digo en serio.
—¡Chorradas, Julian, conozco el funcionamiento del traje! Hice una EVA en la OSS, otra en el vuelo hacia aquí, todas ellas más peligrosas que pisar aquí un poco de regolito.
—Eso es cierto, sólo que... —«Sólo que yo también me escabullí fuera, como tú», pensó Julian—. Las normas establecen que nadie salga solo, por lo menos ningún turista.
—Pues, estupendo —replicó Hanna, muy animado—. Ahora somos dos. A menos que tú desees estar solo...
—Tonterías —dijo Julian, riendo; fue hasta la esclusa e hizo que se levantara la escotilla interior—. Tú te has dejado pillar, así que te toca hacerme compañía, lo quieras o no.
Hanna lo siguió. La esclusa estaba concebida para veinte personas, de modo que ellos dos, allí dentro, se perdían en su enormidad, mientras los trajes efectuaban los test automáticos. Desconcertado, Hanna no dejaba de preguntarse cuán altas eran las probabilidades de ese encuentro. Si era cierto que el hombre habitaba sólo uno de los innumerables universos paralelos, en los que tomaba su curso cada acontecimiento posible de la realidad, desde los casi idénticos a los más divergentes mundos en los que había saurios inteligentes y en los que Hitler habría ganado la guerra, ¿por qué entonces él tenía que habitar justamente en aquel universo en el que Julian, exactamente a la misma hora, cruzaría el mismo corredor que él? ¿Por qué no lo había hecho diez minutos más tarde, lo que le habría dado la oportunidad de llegar a su suite sin ser visto? El único consuelo se lo proporcionaba pensar que las cosas habrían sido mucho peores si Julian lo hubiera visto llegar con el expreso lunar. Pero de ese detalle no parecía haberse enterado.
Tendría que prestar más atención en adelante, estar más alerta.
Él y Ebola.
—Interesante, tu programa —dijo Jericho.
—¡Ah! —Tu parecía satisfecho—. Ya me estaba preguntando cuándo llamarías. ¿Cuál de los programas has probado?
—El del barrio francés. No pretenderás en serio ponerlo en circulación, ¿o sí?
—Hemos suprimido cualquier detalle picante —dijo Tu, sonriendo irónicamente—. Como ya te dije, es sólo un prototipo, estrictamente para consumo interno, así que procura no pasearte con él por ahí. Pensé que te sentaría bien un poco de diversión; además, querías conocer a Yoyo.
—¿Fue idea suya? ¿Eso de las indirectas al Partido?
—El texto íntegro es de la autoría de Yoyo. Son sólo grabaciones de prueba, improvisó bastante. ¿Intentaste por casualidad coquetear con ella?
—Por supuesto. Coqueteé y la insulté.
Tu soltó una risita.
—Impresionante, ¿verdad?
—No le iría nada mal tener un poco de variedad en las réplicas. Pero, por lo demás, está muy logrado.
—La versión comercial trabaja sobre la base de la inteligencia artificial. Puede generar cualquier reacción sin dilaciones de tiempo. Y para ello no tendríamos ni siquiera que filmar de nuevo a Yoyo. Tampoco necesitamos sonidos en
off.
El sintetizador puede simular su voz, el movimiento de sus labios, sus gestos, en fin, todo. Tu versión ha sido bastante simplificada, pero en cambio has tenido a una Yoyo pura.
—Hay algo que tienes que explicarme.
—Siempre y cuando no le vendas la información a Dao It.
«Idiota», pensó Jericho, pero se lo guardó para sí.
—Sabes que jamás lo haría —dijo en su lugar.
—Sólo era un chiste —dijo Tu, trasteándose los dientes; a continuación, se sacó algo verde y lo arrojó lejos.
Jericho intentó no mirar. No obstante, fue inevitable que su mirada se dirigiera hasta el lugar donde había aterrizado aquel rudimento. Su irritación se debía al hecho de que Tu, en su nueva terminal multimedia, no sólo aparecía en tamaño natural, sino en perfecta modulación espacial, de modo que parecía como si el
loft
de Jericho se hubiera ampliado temporalmente con una habitación más. En nada le habría asombrado poder ver aquel resto de comida, eliminado con tal naturalidad, sobre el parquet de su vivienda. Obviamente, el placer de poder ver a Tu en tres dimensiones no podía compararse en nada con el de disfrutar de la presencia de Naomi Liu.
Esa mujer tenía unas piernas verdaderamente bonitas.
—¿Owen?
Los párpados de Jericho empezaron a batir.
—Me ha llamado la atención que la presencia de Yoyo entre las multitudes es asombrosamente estable. ¿Cómo lo conseguís?
—Secreto de empresa —dijo Tu con voz aflautada.
—Explícamelo. De lo contrario me veré obligado a hacer una visita a mi oculista.
—Tus ojos están en perfecto estado.
—Por lo visto, no. Quiero decir, esas gafas son tan transparentes como una ventana común y corriente. A través de ellas veo la realidad. Tu programa puede proyectar algo encima, pero no cambiar la realidad.
—¿Y acaso lo hace? —dijo Tu, riendo socarronamente.
—Sabes muy bien qué hace y qué deja de hacer. Hace que la gente desaparezca temporalmente.
—¿Nunca has pensado que la realidad es tan sólo una proyección?
—¿Podrías ser un poco menos críptico?
—Digamos que podríamos dejar fuera también la superficie de cristal.
—¿Y a pesar de eso Yoyo también aparecería?
—Bingo.
—Pero ¿cómo?, ¿con qué medio?
—Aparecería, ya que nada de lo que ves es mera realidad. En las patillas y en la montura de las gafas se ocultan unas pequeñas cámaras, diminutas, que transmiten al ordenador una imagen del mundo real, a fin de que el aparato sepa cómo y dónde tiene que añadir a Yoyo. Lo que tal vez hayas pasado por alto son los proyectores en la parte interior de la montura de las gafas.
—Lo que sé es que Yoyo es proyectada sobre el cristal.
—No, eso es precisamente lo que no sucede. —El cuerpo de Tu se estremeció a causa de la risa contenida—. El cristal es un elemento superfluo. Las cámaras crean una imagen completa consistente en tu entorno más Yoyo, y esa imagen es proyectada directamente a tu retina.
Jericho miró a Tu.
—¿Quieres decir que nada de lo que vi...?
—Bueno, has visto el mundo real, pero no de primera mano. Ves lo que las cámaras graban, y esa grabación es manipulable. En tiempo real, se sobrentiende. Podemos colorear el cielo de rosado, hacer desaparecer a gente o hacer que le crezcan cuernos. Transformamos tus ojos en pantallas de cine.
—Increíble.
Tu se encogió de hombros.
—Son aplicaciones de la realidad virtual que arrojan un sentido. ¿Sabías, por ejemplo, que la mayor parte de las cegueras tienen que ver con un enturbiamiento de la lente? La retina, situada debajo, puede estar en perfecto estado, y nosotros proyectamos el mundo visible directamente sobre ella. Hacemos que los ciegos vuelvan a ver. En eso consiste todo el truco.
—Entiendo —dijo Jericho, frotándose el mentón—. Y Yoyo colaboró en todo ello.
—Exacto.
—Depositas en ella una confianza enorme.
—Esa chica es buena. Es una fábrica de ideas.
—Pero ¡es una chica que hace sus prácticas!
—Eso es irrelevante.
—No para mí. Tengo que saber con quién tengo que vérmelas, Tian. ¿Cuán mañosa es la chica realmente? ¿Es una simple di...? —Hubiera querido decir «una disidente», pero eso habría sido un estúpido error. El Escudo de Diamante habría filtrado inmediatamente el término de la conversación y lo habría añadido a su expediente.
—Yoyo es una experta —le explicó Tu escuetamente—. Jamás he dicho que iba a ser fácil encontrarla.
—No —dijo Jericho, casi para sí—. No lo has dicho.
—Ánimo. En cambio, he recordado algo.
—¿Y? ¿Qué es?
—Yoyo parece tener amigos entre una banda de motoristas. A mí no me presentó a los tipos, pero recuerdo que llevan en su chaqueta el nombre de City Demons. Tal vez eso te lleve a otra parte.
—Eso ya lo sé, gracias. ¿No mencionó Yoyo, por casualidad, dónde tenían su cuartel general?
—Supongo que eso tendrás que averiguarlo por tu cuenta.
—Está bien. Si se te encendieran otras bombillas...
—Te informaría. Espera.
Al otro lado de la proyección sonó la voz de Naomi Liu. Tu se puso de pie y salió del campo visual de Jericho. El detective los oyó a ambos hablar bajito, y entonces Tu regresó.
—Perdona, Owen, pero todo parece indicar que tenemos a un suicida. —Tu vaciló—. O la víctima de algún accidente.
—¿Qué ha sucedido?
—Algo horrible. Alguien se ha despeñado de la torre y ha muerto. La montaña rusa estaba funcionando fuera de horario. Por lo visto, se trata de la persona que trabaja ahí arriba. Te llamaré de nuevo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Pusieron fin a la conversación. Jericho se quedó todavía un rato sentado frente a la pared vacía, pensativo. Algo en aquel comentario de Tu lo inquietaba, y se preguntaba cuál sería la razón. En todas partes había gente que se arrojaba de los edificios. China registraba el mayor índice de suicidios del mundo, por delante incluso de Japón, y los altos edificios ofrecían a los suicidas la posibilidad más barata y efectiva para decir adiós a esta vida.
No se trataba del suicidio en sí.
¿De qué se trataba, entonces?
Jericho sacó el lápiz electrónico que Tu le había entregado, lo colocó sobre la superficie de la consola de trabajo e hizo que el ordenador descargara las visitas guiadas de Yoyo, su expediente personal, las actas de sus conversaciones y documentos. El expediente contenía, además, su código genético, grabaciones escaneadas de su voz y sus ojos, las huellas dactilares y el grupo sanguíneo. A partir de las visitas guiadas, el detective podía familiarizarse con su manera de moverse, su mímica, la modulación de su voz, y a partir de los documentos y de las grabaciones de conversaciones se podían extraer las expresiones y los giros usados con mayor frecuencia, las paráfrasis y la manera de construir las frases. Con ese material, estaba en posesión de un perfil de personalidad muy útil. Una orden de busca y captura con la que se podía trabajar.
Sin embargo, tal vez debería comenzar con lo que aún no tenía.
Jericho se conectó a la red y ordenó al ordenador ir en busca de los City Demons. Sucesivamente, le fueron presentados un club de fútbol de la ciudad de Nueva Gales del Sur, en Australia, otro en Nueva Zelanda, un club de béisbol de Dodge City, en Kansas, así como una banda de música gótica en Vietnam.
No había «demonios» en Shanghai.
Después de ampliar el modo de búsqueda y de haberlo instruido para que tuviera en cuenta cualquier error ortográfico, consiguió un primer éxito. Dos miembros de un club de motociclismo llamado City Damons se habían enfrascado en una riña a golpes, en el Club Dkd de la calle Huaihai Zhong, con una docena de norcoreanos borrachos que se habían puesto a cantar un himno de alabanza a su asesinado líder. Los motociclistas habían salido del asunto con una amonestación, lo que había que agradecer al hecho de que la alta jerarquía china había declarado a Kim Jong-un de manera póstuma, persona non grata, a fin de rendir tributo a la atmósfera reinante en la Corea reunificada. Por muchas razones, Pekín se esforzaba por sofocar desde su origen cualquier embellecimiento nostálgico del totalitarismo norcoreano.
Los City Damons. Con «a».
Lo siguiente que encontró el ordenador fue un blog de la escena del hip-hop de Shanghai que retomaba el tema del incidente en el Club Dkd y alababa la valerosa intervención de dos miembros de los City Demons —esta vez con «e»—, que, arriesgando su vida, habían mostrado la salida a los demonios norcoreanos. Allí había un enlace que lo llevaba hasta un foro de motociclistas que Jericho revisó de punta a cabo, con la esperanza de averiguar más cosas sobre los Demons. Allí confirmó sus sospechas de que las entradas de los City Demons habían sido colgadas en la red por ellos mismos. El foro se reveló como una plataforma de publicidad de un taller de motos eléctricas e híbridas llamado Demon Point, y cuyo dueño, con toda probabilidad, pertenecía a los City Demons.
Y ésa era una información interesante.
Porque el taller estaba en las afueras de Quyu: un universo paralelo en el que apenas nadie poseía un ordenador propio o una conexión con la red; por otra parte, en cada esquina de Quyu había un antro oscuro con el nombre de Cyber Planet, un agujero capaz de absorber a los adolescentes para no volver a escupirlos nunca afuera. Un universo dominado por varios subclanes de las tríadas, que a veces pactaban entre sí y, otras veces, rivalizaban y sólo se ponían de acuerdo en la práctica de todos los crímenes imaginables. Un mundo de complejas jerarquías, fuera del cual ninguno de sus habitantes valía nada. Un mundo que cada día enviaba ejércitos enteros de mano de obra barata y auxiliares no cualificados a los mejores barrios para luego absorberlos de nuevo; un mundo, finalmente, que tenía poco que ofrecer en cuanto a cosas dignas de ver, pero que, no obstante, atraía mágicamente a los representantes de otras clases más favorecidas, pues éste les ofrecía algo que ya no podía encontrarse en una Shanghai completamente renovada: la fascinante y multicolor irisación de la corrupción humana.