Read Límite Online

Authors: Schätzing Frank

Límite (66 page)

BOOK: Límite
9.12Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Y era justo ahí donde radicaba la debilidad de la mayoría de los programas.

—Algunos elementos de la entrada no son estilísticamente homogéneos —dijo el ordenador—. Eso confirma tu teoría, Owen.

Eso era amable, que usara su nombre de pila. También era una cortesía presentarlo todo como una teoría suya, como si no fuera el ordenador el que hubiera mencionado los programas de distorsión. Un cincuenta por ciento de complicidad era, bien lo sabía Dios, suficiente. Con un ochenta por ciento, en cambio, el ordenador le haría todo el tiempo la pelota. Jericho vaciló. En realidad, ya no tenía ganas de seguir llamando a la máquina por el apelativo de «ordenador». ¿Cómo podría bautizar a aquella muchacha? Tal vez...

Jericho le programó un nombre de pila.

—¿Diana?

—¿Sí, Owen?

Magnífico. Le gustaba el nombre de
Diana.
Ella sería la nueva mujer que estaría a su lado.

—Por favor, lee el mensaje en voz alta.

—Con mucho gusto: «Hola a todos. Desde hace un par de días estoy de nuevo en nuestra galaxia. He padecido mucho estrés últimamente, ¿hay alguien que esté enfadado conmigo? No tuve otra alternativa, de verdad. Todo sucedió tan de prisa... Mierda. Qué rápidamente se cae en el olvido. Ahora sólo falta que me visiten de nuevo los viejos demonios. Bueno, estoy escribiendo nuevas canciones, pero sólo con la mitad del empeño. Por si acaso alguien de la banda pregunta, actuaremos en cuanto tenga listas un par de letras que suenen bien. ¡Hagamos
prog!»

Una vez más, Jericho se preguntó cómo el programa era capaz de determinar quién era el autor en un embrollo como aquél, pero la experiencia le decía que bastaba tener mucho menos. Ahora bien, no tenía por qué entenderlo. Era un usuario, no un programador.

—Proporcióname un análisis —dijo el detective. En realidad todo se hacía la mar de cómodo si se estaba acompañado de la música de Satie y aquella voz aterciopelada.

—Con mucho gusto, Owen.

Jericho debía deshacerse de ese «Con mucho gusto». Le recordaba a
HAL 6000,
el ordenador de
2001: Una odisea del espacio.
Desde que se había inventado el sistema de navegación, cualquier ordenador que hablara se empeñaba en emular al chiflado
HAL.

—El texto debe sonar insolente —dijo el ordenador—. Hay rupturas del estilo a través de las palabras «rápidamente» y «que suenen bien». Lo de que «me visiten de nuevo los viejos demonios» suena rebuscado, creo que el programa de distorsión no tiene ninguna influencia en ello. Lo demás son detalles, lo de que «tenga listas un par de letras» no se corresponde, por ejemplo, con el estilo de las frases dos y tres.

—¿Qué te dice el contenido?

—Resulta difícil. Tengo un par de propuestas para ti. Primero, «galaxia». Eso podría haber sido dicho en lenguaje vulgar o como sinónimo de algo.

—¿Por ejemplo?

—Probablemente de un lugar.

—Continúa.

—«Demonios.» Tú ya has estado buscando algo relacionado con demonios. Supongo que Yoyo se refiere a los City Demons o los City Damons.

—Opino lo mismo. Lo de los Damons ha sido, por cierto, un golpe fallido. ¿Algo más que llame la atención?

El ordenador vaciló. Era una vacilación de complicidad.

—Sé muy poco acerca de Yoyo. Acerca de las otras expresiones y términos podría ofrecerte trescientas ochenta mil interpretaciones.

—No, para el carro —murmuró Jericho.

—Me temo que no he entendido esto último.

—No importa. Por favor, busca en Shanghai el término «galaxia» y relaciónalo con una localidad. Esta vez, el ordenador no vaciló.

—Ninguna entrada.

—Bien. Localiza desde dónde ha sido enviado el texto.

—Con mucho gusto.

Entonces el ordenador le mencionó unas coordenadas. Jericho se quedó perplejo. No había esperado que el recorrido del mensaje pudiera reconstruirse tan fácilmente. Era de suponer que Yoyo se comunicara desde distintos rincones a la vez.

—¿Estás totalmente segura de que no existe ningún otro explorador intermedio?

—Segura en un cien por cien, Owen. El mensaje ha sido enviado desde allí, la mañana del 24 de mayo a las 6.24, hora local.

Jericho asintió. Eso estaba bien. ¡Muy bien!

Con ello, su esperanza se convirtió en certeza.

EL MUNDO OLVIDADO

Mientras Jericho conducía el COD a través de Huaihai Donglu en dirección a la vía elevada, resumió sus conclusiones de la última noche una vez más.

«Hola a todos. Desde hace un par de días estoy de nuevo en nuestra galaxia.»

Eso podía significar que estaba desde hacía unos días de nuevo en Quyu. Estaba bastante claro. Lo que no quedaba tan claro era por qué Yoyo calificaba a Quyu de galaxia. Más bien había que suponer que se refería a un lugar específico de Quyu.

«He padecido mucho estrés últimamente, ¿hay alguien que esté enfadado conmigo?»

Estrés: estaba claro.

¿Y por qué iba alguien a estar enfadado? Eso también podía responderse con relativa facilidad. Con ello, Yoyo no estaba formulando ninguna pregunta, sino que estaba dando una información. Decía que alguien la había descubierto y que ese alguien constituía un peligro, y que, además, no estaba segura de con quién se las tenía que ver.

«No tuve otra alternativa, de verdad. Todo sucedió tan de prisa... Mierda.»

Difícil. Había emprendido la huida de manera precipitada. Pero ¿qué significaba la primera parte? ¿No había tenido otra alternativa a qué?

«Qué rápidamente se cae en el olvido.»

Eso era simple. Quyu, el mundo olvidado. Era casi poco original. Yoyo debía de tener mucha prisa cuando escribió el mensaje.

«Ahora sólo falta que me visiten de nuevo los viejos demonios.»

Eso era aún más simple: «City Demons, sabéis dónde estoy.»

«Bueno, estoy escribiendo nuevas canciones, pero sólo con la mitad del empeño. Por si acaso alguien de la banda pregunta, actuaremos en cuanto tenga listas un par de letras que suenen bien. ¡Hagamos
prog

Eso debía de significar: «Estoy intentando resolver esos problemas cuanto antes, pero hasta entonces permaneceremos ocultos.»

¿Y quién era ese «nosotros» implícito en el «permaneceremos»?

Los Guardianes.

En línea transversal a la posición de Jericho, discurría la autovía. Una carretera de ocho sendas, pero con un tráfico que podría haber llenado dieciséis carriles. La cruzaban otras calles de varios niveles. Los coches, los autobuses y los camiones se arrastraban a través de la mañana como si avanzaran sobre gelatina. Cientos de miles de vagabundos provenientes de las ciudades satélite caían sobre el centro de la ciudad, los taxistas, embotados, tenían tiempo para meditar. Ni siquiera los motociclistas encontraban oportunidad de colarse por entre las hileras de coches. Todos llevaban protectores sobre la boca, no obstante, uno esperaba verlos amoratarse y caerse del sillín. Aunque no había ningún otro lugar del mundo donde hubiera más vehículos con células de combustible y motores eléctricos en uso que en las metrópolis chinas, la cubierta de gases de emisión seguía pesando sobre la ciudad.

Por encima de todos discurría un trazado de vía muy particular. Reposaba sobre unas delgadas patas de telescopio y había entrado en funcionamiento hacía sólo unos pocos años: estaba reservada únicamente a los COD. En esa época, las vías para los COD comunicaban todos los puntos importantes de la ciudad y llevaban hasta las afueras, a las ciudades satélite y al mar, algunas, incluso, a unas alturas de vértigo. Jericho se insertó en la siguiente subida, esperó a que su vehículo se enchufara a las vías y, a continuación, introdujo las coordenadas. A partir de ese momento ya no tendría que conducir, algo que, por otra parte, no podría haber hecho. En cuanto el COD se conectaba al sistema, el conductor ya no desempeñaba ningún papel.

En una hilera de vehículos idénticos, el COD de Jericho trepó por la pendiente. A la altura de la vía, el detective observó cómo innumerables vehículos en forma de cabinas pasaban volando a más de trescientos kilómetros por hora, brillando con destellos plateados bajo el sol en su cenit. Un nivel por debajo, por el contrario, se había paralizado todo movimiento.

Jericho se recostó hacia atrás.

Los coches que se aproximaban por la senda externa frenaron de tal modo que le fue posible colarse en un espacio vacío con las medidas exactas para insertar su vehículo. Jericho adoraba el momento de la aceleración, cuando el COD tomaba impulso. Pronto sería comprimido hacia atrás en el asiento, y entonces el vehículo habría alcanzado la velocidad de crucero. Su móvil le hizo saber que había recibido un mensaje del ordenador. El monitor escaneó su iris. No era necesaria una autorización de voz adicional, pero a Jericho le gustaba moverse entre dos aguas.

—Owen Jericho —dijo.

—Buenos días, Owen.

—Hola,
Diana.

—He analizado la leyenda que aparece sobre la camiseta de Yoyo. ¿Quieres ver el resultado?

Le había encargado esa tarea al ordenador antes de partir. Owen conectó su móvil al enchufe que había en el cuadro de mandos del coche.

—¿Qué dice?

—Por lo visto, se trata de un símbolo.

En el monitor del COD apareció una A de gran tamaño. Por lo menos Jericho supuso que se trataba de una A. Le faltaba la raya intermedia, pero, en cambio, un anillo elíptico y deshilachado rodeaba todo el ángulo. Debajo podían leerse cuatro letras: NDRO.

—¿Has buscado el símbolo en la red?

—Lo que ves es el resultado de una manipulación de la imagen, una aproximación con un alto grado de probabilidad. En las bases de datos, el símbolo no aparece por ninguna parte. En el caso de las letras, podría tratarse de una abreviatura o de parte de una palabra. He encontrado la combinación NDRO varias veces en forma de abreviatura, pero no en China.

—¿Por qué palabra apuestas?

—Mis favoritas son «andrógino», «androide» y «Andrómeda».

—Gracias,
Diana.
—Jericho reflexionó un instante—. ¿Puedes verificar si he dejado abierta la ventana del dormitorio?

—Está abierta.

—Ciérrala, por favor.

—Lo haré, Owen.

El COD le indicaba en ese momento que abandonarían la vía al cabo de pocos segundos. Sólo habían necesitado unos escasos minutos para cubrir los casi veinte kilómetros hasta Quyu. Jericho desconectó el móvil del enchufe. El COD aminoró la velocidad, se salió de la fila y se unió a la hilera de vehículos que dejaban la red directamente a la altura de Quyu. Con relativa facilidad, consiguió llegar abajo, a la avenida principal, a través del acceso. También allí, tan lejos del centro, el tráfico avanzaba muy lentamente, aunque, por lo menos, avanzaba. Quyu estaba separado de la ciudad por una autovía de varios carriles. Las calles que conducían fuera de la zona se unían formando auténticos ojos de aguja debido a los bloqueos, siempre situados muy cerca de las comisarías de policía. Había, además, varios cuarteles militares en el este y el oeste. En realidad, eran muy pocas las personas de Quyu que podían permitirse tener un coche o usar un COD, de modo que eran las líneas del metro y los trolebuses los que comunicaban el distrito con la ciudad.

El taller de los City Demons estaba a las afueras de Xaxus, en un sector histórico a menos de dos kilómetros al oeste de allí. Era uno de los últimos barrios verdaderamente antiguos. Antes había sido un pueblo o una pequeña ciudad rural, pero más tarde o más temprano tendría que ceder su sitio a falanges enteras de edificios modernos y anónimos. Después de haber transformado todo lo que era el casco histórico de Shanghai, ahora los urbanistas se lanzaban sobre su periferia.

Sólo Quyu permanecería intacto, como siempre.

Si el detective había conseguido llegar rápidamente a través de la vía para los COD, el camino para llegar al barrio, en cambio, fue lento y tormentoso. Se trataba de un asentamiento típico, con los rasgos de antaño. Casas de ladrillo de dos y tres pisos, con tejas de color rojo oscuro o negro, dispuestas a lo largo de animadas calles de las que partían varias callejuelas y patios interiores. Los negocios y los establecimientos de venta de comida se agazapaban bajo los toldos de colores, y los tendederos de ropa se extendían sobre la calle de un edificio al otro. El taller Demon Point ocupaba la planta baja de una casa descolorida y cubierta de hollín, cuyo primer piso estaba rodeado de balcones de madera incompletos. Las ventanas echaban de menos algunos de sus cristales, y otras estaban empañadas.

Jericho aparcó el COD en un callejón lateral y caminó hasta el taller. Varias motocicletas híbridas y eléctricas de bonito aspecto se alineaban delante de otros ejemplares menos vistosos. No se veía un alma, pero entonces un joven delgado que vestía pantalones cortos y una camiseta deforme, manchada de grasa, salió de una pequeña oficina y, armado con un paño y líquido para limpiar, se puso a sacar brillo a una de las motos eléctricas.

—Buenos días —saludó Jericho.

El joven levantó brevemente la vista y continuó con su faena. El detective se agachó a su lado.

—Bonita, la moto.

—Mmm.

—Ya veo cómo le sacas brillo. ¿Fuiste tú uno de los que le sacaron brillo a la jeta de esos norcoreanos en el Club Dkd?

El joven sonrió y continuó bruñendo la motocicleta.

—Ése fue Daxiong.

—Pues hizo un buen trabajo.

—Les dijo a esos mamones que cerraran el pico. Aunque ellos eran más. Les dijo que no tenía por qué aguantar su fascismo de mierda.

—Espero que no tuviera problemas por eso.

—Bueno, alguno sí tuvo. —Sólo en ese momento el joven pareció comprender que alguien a quien no conocía de nada había iniciado una conversación con él. Dejó caer el trapo y miró a Jericho con recelo—. ¿Y usted quién es?

—Bueno, en realidad iba a Quyu, y por causalidad he visto vuestro taller. Y después de haber leído la entrada en el blog... Me he dicho, en fin, ya que estoy por aquí...

—¿Le interesa alguna moto?

Jericho se levantó. Su mirada siguió la mano extendida del joven. En la parte trasera del taller había una imponente
chopper
eléctrica levantada sobre unos tacos. Le faltaba la rueda trasera.

—¿Por qué no? —El detective se acercó a la máquina y la admiró todo cuanto pudo—. Hace tiempo que acaricio la idea de conseguir una
chopper.
¿Las baterías son de litio y aluminio?

BOOK: Límite
9.12Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Is for Apple by Kate Johnson
The To-Do List by Mike Gayle
One Secret Night by Jennifer Morey
The Raw Shark Texts by Steven Hall
Dead Ahead by Park, Grant
A Companion for Life by Cari Hislop
Spy Game by Gertrude Chandler Warner
Someday Home by Lauraine Snelling
Sleeper by Jo Walton
Losing Gabriel by Lurlene McDaniel