Remer se fue acercando mientras hablaba y la joven se giró para mirarlo. Llevaba un traje negro con una camisa gris pero sin corbata. En su mirada no se veía el menor atisbo de emoción.
—Porque tú eres Katherina, ¿verdad?
Ella no respondió, simplemente dirigió otra vez su atención hacia Jon. Le acarició la frente sin tocar la sangre.
—Espero que no lo hayas golpeado demasiado fuerte —dijo Remer detrás de ella—. Lo necesitamos.
—Vivirá —aseguró Paw—. No puede ser más que una ligera conmoción cerebral.
—Eso es exactamente lo que no necesitamos —replicó Remer airadamente—. Te dije que no le hicieras daño.
—No tuve elección —protestó Paw.
Remer suspiró ruidosamente.
—¿Crees que puedes ocuparte de la muchacha mientras los demás nos preparamos?
Paw farfulló una réplica y Katherina sintió una mano sobre su hombro.
—Vamos, princesa. Hemos reservado un lugar para ti.
La cogió con la mano izquierda y la puso de pie mientras sostenía la palanca en la derecha. Katherina trató de librarse de él retorciéndose, pero no lo logró. Dos hombres entraron en la habitación y se arrodillaron en el suelo junto a Jon. Uno de ellos era el chófer de Kortmann, pero ni siquiera miró a la joven. Entre ambos cogieron a Jon por los brazos y lo arrastraron a través de la puerta por la que acababan de entrar.
Paw condujo a Katherina a la oficina, donde la empujó para que se sentara en una silla giratoria. Jon fue trasladado a otro sitio, introduciéndose por un pasillo. La puerta se cerró detrás de ellos.
—No hay lo llevan? —preguntó Katherina, con la mirada fija en Paw.
—No muy lejos —respondió Paw, sonriendo.
Sin apartar los ojos de ella, estiró la mano hacia un armario y sacó un rollo de cinta adhesiva. La obligó a darse la vuelta y ella oyó que él dejaba la palanca en el suelo de cemento.
Aquélla era su oportunidad.
Puso en tensión todos los músculos de su cuerpo, pero en el momento en que estaba a punto de saltar de la silla, Remer entró en la habitación. Tenía un arma en la mano. No era particularmente grande, sólo un pequeño modelo negro con empuñadura de madera oscura, pero su simple presencia lo cambiaba todo. Aunque Katherina sabía que la Organización Sombra no iba a vacilar en matar a alguien, hasta ese momento siempre habían cometido el asesinato por medios menos directos. Se habían utilizado los poderes —un arma apropiada en aquel contexto— y no un frío revólver, que parecía extrañamente fuera de lugar en el mundo de los Lectores.
Paw aferró los brazos de Katherina y los unió con la cinta, atándolos al respaldo de la silla. Remer se sentó ante el escritorio delante de la ventana y puso el arma sobre un montón de papeles, con la misma naturalidad que si fuera un pisapapeles. Se inclinó sobre la mesa hacia un micrófono y apretó un botón para encenderlo.
—Es mejor que la ates bien —dijo, dirigiendo una rápida mirada a Paw—. No queremos que se haga daño.
Paw hizo girar a Katherina y le ató las piernas con cinta al armazón de la silla. Ella lo miró furiosa, pero él evitó su mirada.
—¿Así que formabas parte de este asunto todo el tiempo?
Él se rió.
—No creas que disfruté —dijo, burlándose de ella—. Todas esas tonterías acerca de las experiencias de lectura, la literatura y «la buena historia» me volvían loco. —Dirigió una mirada de soslayo a Remer—. Pero ahora todo ha terminado. Y he hecho mi trabajo.
—¿Y la librería? —preguntó Katherina—. ¿Y qué me dices de Iversen? ¿Y Luca?
Paw se puso de pie con las manos en los reposabrazos de la silla. Acercó su cara a la de ella. Había odio en sus ojos.
Estaba tan cerca de Katherina que ella podía oír el crujido de sus dientes apretados.
—En lo que a mí concierne, todos vosotros podéis iros al infierno.
Katherina lo escupió en la cara y luego hizo saltar la silla hacia delante, pero Paw logró apartarse justo a tiempo. Se enderezó con una gran sonrisa, secándose la cara con la manga. Luego cogió un trozo de cinta adhesiva y la apretó con fuerza en la boca de la joven. Dio un paso hacia atrás, cruzó los brazos y observó su obra con una sonrisa. Luego se rió y desapareció en el corredor.
Katherina se retorció y giró los brazos, tratando de aflojar la cinta, pero fue en vano. Sólo sirvió para lastimarse la piel, y habría gritado de dolor si Paw no le hubiera tapado la boca también. Desesperada, se desplomó, notando que las lágrimas se agolpaban en sus ojos. ¿Cómo podían haber sido tan ingenuos? El regreso de Paw tenía que haberles hecho sospechar, por lo menos lo suficiente como para mantenerlo apartado de sus planes. Pero habían estado demasiado preocupados por la muerte de Kortmann. Sacudió la cabeza, como si quisiera sacudirse las lágrimas. Tenía que detenerlo; aquél era el momento de concentrar toda su energía en salir de aquella situación. Recorrió rápidamente con los ojos la habitación, buscando algo que pudiera utilizar.
Remer estaba concentrado en el monitor del ordenador sobre el escritorio y no prestaba ninguna atención a lo que estaba ocurriendo en el otro extremo de la habitación. Katherina sólo podía captar fragmentos aislados de lo que él estaba leyendo, pero todo parecía un puro disparate. Números, términos técnicos y frases que ella nunca había escuchado antes, todo mezclado. Cada poco tiempo, Remer miraba a través de la ventana y le hacía señas a alguien en la habitación contigua. Desde su posición, Katherina no podía ver directamente a través del cristal, pero percibió que se había encendido una luz y que alguien se estaba moviendo en la otra estancia. No tenía la menor duda sobre a quién habían atado en ese lugar.
Apoyó los pies contra la base de la silla y trató de estirar la cinta alrededor de los tobillos. Ésta apenas cedió unos milímetros, lo suficiente para reactivar su valor.
—Está bien —dijo Remer al micrófono—. Será mejor que salgas de la habitación. Ahora sólo tenemos que esperar a que él recupere el conocimiento.
Paw y otra persona regresaron a la oficina y fueron a sentarse a cada lado de Remer. El chófer de Kortmann no había vuelto.
Durante los siguientes quince minutos Remer pareció dar una serie de pasos preparatorios e hizo unas pruebas en el ordenador. Paw lo seguía, echando una mirada a Katherina de vez en cuando. El otro hombre buscaba en el montón de papeles mientras daba breves réplicas en tono rutinario cada vez que Remer preguntaba por «valores RL», niveles de tensión y «bloqueos IR», conceptos que Katherina era incapaz de descifrar. Entretanto, ella se concentraba en aflojar la cinta que le envolvía los pies.
—Se ha despertado —anunció de pronto Paw, y los tres hombres dirigieron su atención a la habitación detrás del cristal.
—Buenos días, Campelli —saludó Remer en el micrófono. A través de un altavoz pudieron escuchar quejón farfullaba algo incomprensible—. Lamento este recibimiento un tanto duro, pero parece que usted estaba a punto de dejarnos antes de que tuviéramos la oportunidad de conversar.
—Paw —oyeron en el altavoz, pronunciado como si fuera la respuesta a un rompecabezas.
Remer se rió.
—Paw, como usted lo llama, ha estado a mi servicio todo el tiempo. Un producto de este lugar, se podría decir. Asistió a esta escuela y se sentó en la misma silla donde usted está sentado ahora, con el mismo casco puesto.
—¿Dónde está Katherina? ¿Qué le han hecho?
—Relájese, Campelli —replicó Remer—. La jovencita está en este mismo lugar.
Inclinó la cabeza hacia Paw, que se dirigió hasta Katherina e hizo rodar su silla hasta la ventana.
Al otro lado, Jon estaba sentado en uno de los dos sillones, atado con unas bandas de plástico alrededor de sus brazos y tobillos. La sangre de su frente se había secado y había aparecido un oscuro hematoma en donde la palanca le había golpeado. Cuando vio a Katherina, una expresión de alivio se apoderó de su rostro.
—Como puede ver, está ilesa —continuó Remer—. Por ahora.
—¿Qué es lo que quiere, Remer? —quiso saber Jon, sin apartar sus ojos de Katherina.
—Cooperación. Eso es todo —respondió Remer—. Una pequeña demostración para enseñarnos qué es capaz de hacer, y luego, una actitud abierta con respecto a mi organización. Es mucho lo que podemos ofrecerle a un hombre de su talento.
—¿Qué le hace pensar que quiero ser su conejillo de Indias? ¿Espera usted realmente que yo participe de manera voluntaria en sus experimentos?
—En realidad, sí —dijo Remer con confianza—. Lo contrario sería poco prudente. —Palmeó a Katherina en el hombro, y ella se estremeció al notar su roce—. Como he dicho, ella puede sernos útil.
Jon apretó los dientes.
—Y si acepto colaborar con sus experimentos, ¿la dejará ir?
—Naturalmente —respondió Remer—. Ése es el trato.
—Es inútil —dijo Jon, apretando los ojos cerrados y obviamente dolorido—. No puedo leer nada en este momento. Debe darle las gracias a su perro faldero por eso.
Remer se inclinó hacia delante para dirigirle una intensa mirada a Jon.
—Está exagerando —exclamó Paw—. No lo golpeé tan fuerte.
Remer le lanzó una mirada iracunda a Paw y se echó hacia atrás en su silla.
Jon abrió los ojos y miró directamente a Remer.
—Si usted deja marchar a Katherina, prometo quedarme aquí hasta que pueda hacer su prueba —ofreció.
—Estoy seguro de que usted hará todo lo posible —dijo Remer, cogiendo el arma de la mesa y mostrándosela a Jon.
Katherina sacudió con fuerza la cabeza, pero podía ver la consternación en el rostro de Jon. La presencia de aquel sórdido y pequeño objeto dejaba en evidencia que aquélla era una asquerosa situación en la que había un rehén y no una negociación.
—Está bien —aceptó Jon—. ¿Qué es lo que quiere que haga?
—Lo que usted sabe hacer mejor —respondió Remer—. Leer cuentos.
Hizo una seña con la cabeza a Paw, que abandonó la habitación.
—Primero, déjela ir —exigió Jon.
Remer se rió.
—Ahora usted está siendo ingenuo, Campelli. La muchacha se queda hasta que consigamos lo que queremos.
La puerta de la celda se abrió y entró Paw con un libro en una mano y un cuchillo en la otra.
—Bastardo —gruñó Jon.
Paw se rió al acercarse, asegurándose de que Jon viera el chillo sujetándolo con dos dedos.
—Ten cuidado, Jon —le advirtió—. No querrás salir herido otra vez. —Fijó la mirada en un lugar sobre la ceja izquierda del abogado—. Caramba. ¡Qué mal aspecto tiene eso! ¿Duele?
Paw mostró una amplia sonrisa.
Jon se sacudió, pero sus brazos estaban firmemente sujetos a los reposabrazos de su sillón. Aflojó su cuerpo hacia atrás, lanzando una mirada hostil a Paw.
—Ah, ¿vas a pasar las páginas para mí?
—Oh, no —replicó Paw—. Estaré fuera de aquí mucho antes.
Puso el libro en la mano derecha de Jon.
Jon miró la portada.
—¿Frankenstein? —exclamó sorprendido.
Desde su posición cerca de la mesa, Katherina pudo ver que el libro era una edición en rústica, tan gastado como un ejemplar que alguien hubiera usado en unas vacaciones de verano. También se dio cuenta de que no podía percibir nada de la lectura que hacía Jon de la portada. Como habían comentado antes, aquella habitación como una celda debía de estar aislada de alguna manera.
Con una mano Paw agarró el antebrazo izquierdo de Jon, apretándolo contra el reposabrazos. Usó la otra mano para cortar las bandas de plástico que sujetaban el brazo de Jon. Después de cortarlas rápidamente se alejó para quedar fuera del alcance del abogado.
Jon agitó su brazo libre. Agarró las cintas del otro brazo, pero no pudo tirar de ellas.
Paw se rió.
—Olvídalo, Jon. No puedes hacerlo.
Dio media vuelta y salió de la celda, seguido por la mirada ceñuda de su antiguo compañero.
—Vamos, empiece —ordenó Remer.
Jon dirigió su mirada a la ventana y Katherina le hizo un ligero movimiento de cabeza. Paw volvió a la oficina y permaneció detrás de los otros junto a la mesa.
—¿Tiene usted pasajes favoritos? —preguntó Jon desdeñosamente.
Remer sacudió la cabeza.
—No importa por dónde empiece.
Apretó un par de teclas en el teclado y la imagen en la pantalla cambió para mostrar las oscilaciones de varias curvas que lentamente pasaban de derecha a izquierda. No se apreciaba fluctuación alguna.
Jon cambió la posición del libro, cogiéndolo por el lomo con su mano derecha atada para poder pasar las páginas con la izquierda. Abrió el libro por la mitad y empezó a leer.
Para Katherina era una sensación extraña escuchar a Jon leyendo en voz alta. Hasta ese momento ella siempre había estado con él cuando leía, de modo que podía recibir simultáneamente, pero en este momento sólo escuchaba su voz, mientras que el propio libro permanecía en silencio. Era como escuchar un audiolibro, que también carecía de toda la energía con la que un Lector o un libro podrían cargar el texto. De todas maneras, Jon era un Lector excelente y, si las circunstancias hubieran sido diferentes, habría disfrutado del relato. Katherina trató con toda su fuerza de estirar un poco más la cinta alrededor de sus tobillos. Sintió una pequeña sacudida cuando la cinta cedió, y miró asustada a los otros. Pero todos estaban observando atentamente el monitor que había sobre la mesa y no se habían percatado de nada.
Las oscilaciones en la pantalla habían empezado a moverse. Una línea verde en la parte de arriba del monitor desplegaba ondas senoidales, imagen que Katherina supuso que correspondía al pulso fluctuante producido por los poderes de un transmisor. Por debajo había un trazo rojo que se elevaba bruscamente a medida que Jon avanzaba con el texto.
—Cinco puntos en tres minutos —dijo Remer, impresionado.
Paw se rió con disimulo.
El trazo rojo se aplanó y estabilizó en un nivel por encima de la marca a mitad de camino en la pantalla.
—Siete —anunció Remer—. ¿Se está conteniendo?
—Bueno, de todas formas, no hay fuegos artificiales —comentó Paw.
Remer se inclinó hacia el micrófono, pero en el momento en que iba a decir algo, la onda senoidal cambió de forma. Las fluctuaciones aumentaron el ritmo, como un metrónomo que cambia de velocidad. Al mismo tiempo, la línea roja dio un salto casi vertical, acercándose al máximo de la escala.
—Diez —exclamó Remer asombrado.
Detrás del cristal, Jon no parecía afectado. Sólo las gotas de sudor que bajaban lentamente por su frente revelaban el esfuerzo que estaba haciendo.