Libros de Luca (42 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Libros de Luca
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A la derecha de la entrada había un muro de tres metros de altura que se extendía más allá del edificio y desaparecía en la oscuridad. La valla continuaba a lo largo de la acera por toda la extensión de la propiedad. Al final sólo podían ver otro muro, también de tres metros de alto, que ocultaba el edificio ubicado a la izquierda de la escuela. Delante de ellos estaba el patio escolar, una franja de asfalto pintado con marcas para jugar a la pelota y cuadrículas de la rayuela, y atrás estaba la escuela de ladrillo rojo. En medio del edificio, una amplia escalinata de granito conducía a la maciza puerta principal. La puerta tenía unas pocas ventanitas, cubiertas por rejas de sólido aspecto.

No había ninguna luz encendida en el interior del edificio.

—¿Puedes sentirla? —susurró Paw—. ¿Puedes sentir la energía?

Jon contuvo la respiración un momento, tratando de percibir la fuerza que Paw mencionaba.

—No, nada —respondió en un susurro después de unos segundos, preguntándose si Paw no se estaría riendo de ellos.

—Yo tampoco —dijo Katherina en voz baja.

—Hummm —farfulló Paw, decepcionado—. Por allí —susurró, señalando la esquina más cercana del edificio, donde se veía un camino que corría junto al muro exterior hacia la parte de atrás.

Se deslizaron a lo largo de la pared hacia el camino, que los llevó al otro lado de la escuela. Una franja de césped formaba un pequeño patio con arbustos y algunos árboles frutales se alineaban sobre las paredes exteriores. La parte posterior del edificio tenía dos puertas. Una que daba a una cocina industrial y otra al sótano al final de una escalera de cuatro metros de profundidad.

Jon les hizo señas para que intentaran abrir la puerta del sótano y Paw saltó de inmediato para bajar las escaleras mientras Jon y Katherina permanecían arriba. Observaron que primero echaba un ojo a través de los cristales de la puerta y luego probó el picaporte. Cuando la puerta se abrió, dio un respingo y miró sorprendido hacia arriba, a sus compañeros. Luego esbozó una gran sonrisa que reflejó una extraña blancura en la oscuridad.

Jon y Katherina se deslizaron escaleras abajo para reunirse con Paw.

—Entrad —susurró, sosteniendo la puerta abierta para que pasaran.

Se introdujeron en la oscuridad, seguidos por el joven, que cerró la puerta detrás de ellos. Jon metió la mano en su bolsa de deporte y sacó una linterna, apuntándola hacia abajo antes de encenderla. Se encontraron en un pasillo encalado con tres puertas además de la que acababan de atravesar. Los cristales de la puerta de entrada a sus espaldas estaban tapados en el interior con madera, dificultando la visión tanto desde fuera como desde dentro. Las puertas situadas a la derecha y a la izquierda estaban entreabiertas, y cada una estaba adornada con un símbolo de WC, uno para los niños y otro para las niñas. La puerta al final del pasillo estaba cerrada.

—¿Alguien, aparte de mí, piensa que resulta extraño que la puerta no estuviera cerrada con llave? —susurró Katherina.

Jon estuvo de acuerdo.

En ese momento se encendió una luz y el brillante reflejo que rebotaba en las paredes blancas les hizo entrecerrar los ojos. Jon se volvió de inmediato. Paw estaba detrás de él con un dedo sobre el interruptor de luz junto a la puerta.

—¿No es mejor así? —preguntó sin bajar la voz, de modo que sus palabras resonaron entre las paredes desnudas.

Jon apagó su linterna y se dirigió hacia la puerta al final del pasillo. Estaba revestida de madera pintada de blanco y tenía un pomo de bronce. También estaba abierta, y Jon la fue empujando lentamente hasta que pudo meter la cabeza. Lo que encontró fue otro pasillo más, que aparentemente recorría todo el frente de la escuela. Arriba, cerca del techo, a intervalos de pocos metros, había ventanas que permitían que la luz de las estrellas se reflejara sobre las pálidas paredes. Una reja de amplios barrotes delante de los cristales producía sombras como si hubiera una inmensa telaraña sobre el suelo y las paredes.

Sin abrir la puerta más de lo necesario, Jon se metió en el pasillo e hizo señas para que los otros lo siguieran. Paw cerró la puerta detrás de ellos. Una serie de puertas cubría la pared sobre la que se apoyaban y al final del corredor vislumbraron otras escaleras que subían al edificio.

—¿Todavía no lo percibís? —preguntó Paw, en un tono ligeramente molesto.

Tanto Jon como Katherina dijeron que no notaban nada.

—Es más fuerte por ahí —informó Paw, señalando hacia las escaleras que subían.

Jon encendió la linterna y la apuntó en la dirección que Paw había señalado. Al final del pasillo una escalera conducía a otro nivel inferior. Se deslizaron hacia las escaleras. Jon iba primero con la linterna hacia el suelo. Justo delante de las escaleras había un pesado portón de hierro negro, que estaba abierto.

—No me gusta esto —murmuró Katherina, sosteniendo la puerta. Los barrotes eran de hierro forjado retorcido, por lo menos de dos centímetros de grosor—. Todo parece demasiado fácil, ¿no?

—Tal vez no tengan nada que ocultar —sugirió Paw—. ¿Qué clase de secretos puede tener una escuela?

—Eres tú quien advierte la presencia de algo extraño —señaló Katherina airadamente.

Jon hizo callar a sus dos colegas y dirigió la luz de la linterna hacia abajo, por la escalera que se abría ante ellos.

—¿Estás seguro de que éste es el camino que debemos seguir? —preguntó, volviéndose para iluminar la cara de Paw con la linterna.

—Sí. Estoy seguro —respondió Paw, levantando la mano para tapar el rayo de luz—. ¿No podéis percibirlo? De ahí procede la energía. Confiad en mí.

—Por cierto, te has vuelto muy sensible de pronto —farfulló Katherina.

Jon dirigió la luz otra vez hacia las escaleras y empezó a bajar. Después de un par de metros, las escaleras doblaban bruscamente en una esquina. Al pasar por allí, Jon sintió un extraño hormigueo en la nuca, la misma sensación que había notado la primera vez que entró en la biblioteca del sótano de Libri di Luca.

—Está bien —admitió—. Creo que vamos por buen camino. Ahora puedo sentirlo yo también.

Katherina confirmó que ella sentía igualmente la energía.

—¿Qué os dije? —farfulló Paw.

Cautelosamente, Jon continuó bajando la escalera. A cada paso que avanzaba podía percibir la energía, que se hacía cada vez más fuerte, al mismo tiempo que el aire se enrarecía. Al pie de la escalera había un corredor que continuaba un par de metros antes de doblar en otra esquina. Hasta donde Jon podía ver, se extendía a lo largo de la parte trasera de la escuela.

Las paredes eran más rústicas en esta parte del edificio, con grandes parches irregulares y granito a la vista.

Encontraron dos puertas más cuando doblaron la esquina. La puerta de metal de la derecha tenía una mirilla del tipo de las que se ven en la puerta de una celda. La otra señalaba el final del corredor y era de roble macizo con bisagras y pomo de hierro negro.

Jon miró con atención el agujero de la puerta de metal, pero estaba demasiado oscuro para ver algo. Apoyó la oreja contra la puerta y escuchó atentamente. Al no oír nada, empujó el picaporte de metal hacia abajo y la abrió.

Se trataba de una habitación pequeña, de unos dos metros de ancho y unos cinco de largo. Las paredes estaban revestidas de gastados paneles de madera. En medio de la habitación reposaban dos grandes sillones de cuero uno frente al otro. Ambos tenían amplios reposabrazos y sobre el respaldo de cada uno colgaba un casco de metal conectado a un montón de cables. Con el rayo de luz de su linterna, Jon siguió los cables hasta donde se unían en un cable grueso que salía de la pared.

Esa misma pared estaba dominada por una gran ventana, que permitía observar los sillones desde una habitación adyacente.

Jon encontró un interruptor de la luz y lo encendió. Una luz fluorescente inundó la habitación y los tres entraron. Tan pronto como Jon cruzó el umbral, sintió que la energía desaparecía, como si alguien hubiera apagado un interruptor. A juzgar por la reacción de los otros, ellos también habían notado lo mismo.

—Debe de estar protegida de alguna manera —fue la conclusión de Paw.

—¿Qué es este sitio? —quiso saber Katherina.

—¿La silla eléctrica? —sugirió Paw—. Todos los maestros deben de querer utilizar este tipo de cosa con sus alumnos de vez en cuando.

Jon se inclinó hacia el panel de cristal y miró hacia la habitación contigua. Pudo ver una serie de diodos LED rojos y verdes, una mesa justo al otro lado de la ventana y una fila de ordenadores e impresoras a lo largo de una de las paredes. Sobre la mesa había un monitor rodeado de papeles y tazas de café medio vacías.

—Remer dijo que tenían el equipo para medir los poderes —recordó Jon—. Debe de ser aquí donde lo hacen.

Katherina cogió un casco.

—Es posible —coincidió, mirando con desagrado aquel instrumento—. El casco debe de impedir que las mediciones se vean perturbadas por la energía en este lugar, venga de donde venga.

—Está bien, señor y señora Sherlock, ¿no deberíamos buscar de dónde procede? —dijo Paw, dirigiéndose hacia la puerta—. Este lugar me produce escalofríos.

—¿Todavía crees que éste es un inocente edificio escolar? —preguntó Katherina, pero el joven no respondió.

Al salir de nuevo al corredor sintieron el ya conocido hormigueo, y se intensificó a medida que se acercaban a la puerta de roble al final del pasillo. Aquella puerta tampoco estaba cerrada con llave y les dio acceso libre a la habitación que habían visto a través de la ventana de la habitación-celda. Además de las filas de ordenadores, las impresoras y la mesa con papeles, había otra puerta que se adentraba más en el edificio de la escuela.

Jon dejó su bolsa de deporte en el suelo y se dirigió a la mesa a echar un vistazo a los papeles.

Estaban llenos de gráficos, bosquejos de partes del cerebro y filas de números, algunos de ellos subrayados o encerrados en un círculo. En la parte de arriba de cada página aparecía el nombre y la edad de la persona sometida a la prueba. A juzgar por estos documentos, los últimos sujetos de estas pruebas tenían entre diez y doce años. Para algunos individuos, los números se referían a mediciones de su potencia efectiva; para otros, los números representaban un cálculo aproximado del potencial esperado de esa persona.

—Parece que pueden predecir la potencia de aquellos que no han sido activados todavía —comentó Jon.

—¿Podría ser ése el criterio para ser admitidos en la escuela? —sugirió Katherina, que se había acercado a la mesa y estaba mirando por encima de su hombro.

Paw se quedó cerca de la puerta, dirigiendo miradas nerviosas hacia el corredor.

—Tal vez, pero es difícil imaginar de qué manera podrían hacer las mediciones sin despertar sospechas entre los padres —respondió Jon.

Katherina se encogió de hombros.

—No hay límites a aquello a lo que los padres son capaces de someter a sus amados vástagos con tal de darles alguna ventaja.

—Sólo Dios sabe lo que harían los padres si llegaran a descubrir la verdad —continuó Jon, pensando en voz alta—. No es seguro que ellos sean también Lectores. Pero ¿y los niños? ¿Cuándo se les informa de eso? ¿Los padres están informados o se obliga a los niños a mentirles? —Sacudió la cabeza—. ¿Qué efecto tendría eso sobre un niño?

—No parece sano —intervino Katherina—. Deben de tener más pruebas que ésta para encontrar candidatos apropiados. Una cosa es poseer los poderes, activados o latentes, pero otra muy distinta es determinar si los niños son lo suficientemente maduros como para formar parte de la Organización Sombra.

Katherina buscó debajo de la mesa y encontró lo que estaba buscando. Se agachó y levantó la papelera. De allí sacó varias hojas iguales a las que había en la mesa, las dobló y las metió en el bolsillo trasero de sus vaqueros.

—Ni siquiera se van a dar cuenta de que faltan —dijo, colocando de nuevo la papelera en el suelo.

El monitor sobre la mesa estaba inactivo, pero un rápido golpecito en el teclado lo devolvió a la vida. Lentamente apareció una imagen, pero Jon se sintió decepcionado cuando resultó ser una ventana para entrar en el sistema escribiendo un nombre y la contraseña.

—Ahora nos vendría bien la ayuda de Muhammed —dijo.

Paw todavía permanecía parado en la entrada, moviendo nerviosamente los pies.

—¿No deberíamos marcharnos?

Jon asintió.

—No vamos a sacar nada de aquí, de todos modos.

Se acercó al joven y recogió su bolsa de deporte. Ante la siguiente puerta hizo un gesto con la cabeza a sus compañeros antes de bajar el picaporte. Paw apagó la luz en la habitación detrás de ellos antes de que Jon abriera la puerta. Estaba oscuro, pero Jon pudo notar una suave alfombra bajo sus pies al entrar. Después de manipular un poco la linterna, la encendió y luego buscó el interruptor de la luz.

Estaba de pie dando la espalda a la habitación, Paw permanecía en la entrada con la palanca en la mano y Katherina había dado unos pasos hacia dentro, sobre la alfombra. Sus ojos estaban fijos en el extremo más alejado de la habitación, dando muestras tanto de sorpresa como de horror.

—Campelli —oyeron—. ¡Qué amable por su parte venir a visitarnos!

Jon reconoció la voz inmediatamente.

Era Remer.

—¡Fuera! —gritó Jon, dando un paso hacia la puerta, pero Paw no se movió de la entrada.

En cambio, mostró una gran sonrisa, y sin vacilar dirigió la palanca a la cabeza de Jon.

Éste estaba tan sorprendido que no logró esquivar el golpe, y un feroz relámpago de dolor le atravesó el cráneo.

Capítulo
29

Katherina se arrojó sobre el cuerpo inconsciente de Jon. Había caído como una piedra con el golpe, como si todos sus músculos se hubieran aflojado a la vez dejando que la gravedad hiciera su trabajo. La sangre salía a borbotones de su frente en el punto donde la palanca había golpeado y se deslizaba por su mejilla hasta caer en la alfombra. Dejó escapar un débil gemido.

Katherina miró furiosa a Paw. Allí estaba él con una sonrisa de triunfo en los labios y su arma levantada, lista para dar otro golpe.

—No creo que eso vaya a ser necesario —dijo Remer desde el otro extremo de la habitación.

La sonrisa de Paw desapareció y bajó la palanca.

—Estoy seguro de que Katherina se da cuenta de que el juego ha terminado.

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