—En todo caso, resulta bastante improbable que el homicidio haya sido cometido recurriendo a los poderes de un transmisor, a no ser que Luca estuviese inmovilizado, pero me parece que no hay ningún tipo de indicios en este sentido, ¿no es cierto?
Kortmann sacudió la cabeza.
—Habría dejado alguna marca.
—Bien —concluyó Jon, al cabo de unos segundos de silencio—. La muerte de Luca indica que fue el trabajo de un receptor, pero podría incluso ser el resultado de un paro cardíaco natural, o quizá de un envenenamiento. Ninguno de los otros ataques conduce irrevocablemente a un receptor, de modo que no quiero excluir nada aún. —Examinó los rostros de los demás. La mayoría seguía todo con una expresión más o menos resignada; sólo Line mostraba algo más que consternación: en sus ojos brillaba el miedo—. Tal vez deberíamos hablar acerca de cuál pudo ser el móvil —sugirió Jon.
Después de otros cuantos segundos de silencio, Henning se aclaró la voz. Un instante antes de hablar, entrecerró los ojos.
—Eso es precisamente lo que no tiene ningún sentido —dijo, cruzando las manos por encima de la mesa delante de él—. Ningún Lector, ya sea transmisor o receptor, tiene nada que ganar con toda esta historia. Simplemente, porque es demasiado arriesgado. Quizá la conexión entre estos acontecimientos aún no está clara para la gente supuestamente normal, pero si los ataques continúan, vamos a quedar expuestos, y ninguno de nosotros desea que suceda algo semejante.
—¿Y por qué no? —preguntó Jon—. ¿Por qué tanto secreto? Si vuestros poderes saliesen a la luz, ¿acaso no podrían ser útiles a todos?
—Permíteme responder con otra pregunta —dijo Henning—. ¿Qué piensas sobre el hecho de que existan personas como nosotros capaces de influir sobre tus decisiones y tus opiniones sin que puedas hacer nada por impedirlo?
—Bueno, todo esto es completamente nuevo para mí —comentó Jon—. Quizá no he estudiado detenidamente todas las consecuencias, pero tengo que admitir que la perspectiva se me hace realmente difícil de asimilar.
Lee intervino, inclinándose hacia delante y golpeando su índice contra la mesa.
—Es absolutamente cierto —dijo enfervorizado—. Es la reacción normal. Tal vez, en un primer momento, la gente se sintiera fascinada. Seríamos como fenómenos de circo, expuestos en una feria de monstruos con trajes de colores intensos: se cobraría una entrada para que le «leyéramos la mente» a la gente, o bien les haríamos hacer cosas tontas a través de la lectura, como uno de esos falsos hipnotizadores. Pero al cabo de un rato, la gente comenzaría a preocuparse; tendrían miedo a la manipulación, y quizás hasta rechazaran la lectura, a no ser que estuviesen seguros de estar solos, o al menos entre amigos. —Jon notó como Henning y el matrimonio intercambiaban miradas, y Thor sonreía indulgentemente. Pero Lee no lo notó, o al menos no pareció hacerlo, y continuó con su explicación—: Las personas dotadas de poderes podrían ser marginadas, como leprosos, porque el resto de la gente estaría constantemente en guardia ante su presencia. Y a causa de la paranoia creciente, los Lectores se verían forzados a registrarse o quizás a llevar un símbolo especial, de forma que la gente en la calle pudiera reconocerlos y tomar las debidas precauciones. Poco después, la sociedad podría llegar a la conclusión de que lo más sencillo y seguro sería encerrarnos, escondernos en algún sitio lejano, fuera del alcance de los demás, e incluso quizá se nos impediría tener cualquier tipo de acceso a libros y textos. —Lee interrumpió por un momento su diatriba, para permitir a Jon seguir el hilo—. Pronto nuevos Lectores intentarían ocultar sus poderes —prosiguió Lee con un estremecimiento—. Justo como hacemos ahora, en realidad, y pronto se pondría en marcha una verdadera caza del hombre, con la excusa de encontrar a quienes no estuviesen registrados o los que hubiesen logrado escapar de las prisiones. Mucha energía sería destinada para descubrir la existencia de poderes incluso en los niños más pequeños, y «sabuesos» electrónicos o traidores entrenados nos rastrearían como animales. Serían creados movimientos clandestinos por aquellos de nosotros que lográsemos escapar, y poco después forzarían a los grupos a defenderse usando medios violentos. Estallarían guerras y…
—Bien, gracias —le cortó Kortmann—. Creo que hemos captado el significado, Lee.
Lee se ruborizó.
—Quizá me he dejado llevar un poco por el entusiasmo —dijo a modo de justificación—, pero sólo pretendía ilustrar que ninguno de nosotros tiene nada que ganar saliendo a la luz. Ni transmisores ni receptores.
Se reclinó en la silla.
—Aunque su visión pueda resultar algo exagerada, tiene razón —dijo Kortmann—. Somos diferentes, y como tal podemos esperar un trato particular, y no necesariamente bueno, si alguna vez se llegara a saber lo que somos capaces de hacer.
—¿Nadie os ha traicionado nunca? —preguntó Jon—. Me parece inconcebible que se pueda mantener en secreto una historia de este tipo durante… ¿cuánto?, ¿digamos cien años?
—Oh, mucho más —exclamó Birthe—. Estamos hablando de milenios. Tenemos motivos para pensar que los primitivos Lectores fueron responsables de las bibliotecas de la Antigüedad, mucho tiempo antes del nacimiento de Cristo. En aquella época el trabajo de bibliotecario tenía mucho prestigio —añadió, con un poco de amargura en la voz—. Ellos fueron considerados como hombres de Estado y eruditos. Eran consultados por gente que tenía influencia sobre el desarrollo de la sociedad, cuyas opiniones tenían peso, e incluso eran consultados sobre otro tipo de cuestiones, más personales. Como seguramente comprenderéis, sería una posición ideal para un Lector poder aprovecharse de sus poderes.
—¿Pero no hay ningún caso que haya sido descubierto?
Birthe sacudió la cabeza.
—Hay muy pocas pruebas concretas que señalen en nuestra dirección. Durante ciertos períodos, hubo algunas sospechas dirigidas contra aquellos que podían leer y escribir, pero probablemente esa desconfianza derivaba de la envidia y la ignorancia más que de cualquier otro temor justificable. De todos modos, si miramos lo sucedido más recientemente, no hay nadie que todavía haya insinuado absolutamente nada sobre la existencia de nuestros poderes.
—¿Y no podría ser ése el móvil? ¿Desenmascarar a la Sociedad? —sugirió Jon.
—Sería un modo endemoniadamente complicado de hacerlo —replicó Henning Petersen—. Quiero decir, ¿por qué no exponernos directamente? Las posibilidades de que alguien llegue a captar la conexión entre las acciones que han sido realizadas hasta ahora son mínimas. Si el objetivo es poner en aprietos a los Lectores, sólo una revelación total de sus poderes lo lograría.
Lee asintió con impaciencia.
—Estoy de acuerdo. Sólo una persona de nuestro círculo podría desenmascararnos, y eso sería únicamente a través de una demostración de los poderes. Por eso, si el móvil hubiese sido éste, ya habríamos leído algo sobre ello en los periódicos, lo hubiésemos visto en la televisión y habríamos asistido al estreno cinematográfico.
—Entonces, ¿cuál es tu teoría? —preguntó Jon.
Lee miró a Katherina por un momento.
—Pienso… —comenzó a decir, pero luego observó a Henning y se corrigió—. Pensamos que hay algo más grande por debajo. Alguien está tramando algo verdaderamente importante, y todo esto no son más que maniobras preliminares para desgastarnos, confundirnos o desviar nuestra atención, o las tres cosas a la vez. Ahora, si me preguntas quién podría ser ese alguien, para mí resulta obvio. —Otra vez, su mirada apuntó hacia Katherina—. Todos los indicios conducen a los receptores. —Agitó sus manos hacia ella, en un gesto que ai mismo tiempo parecía ser de defensa y disculpa—. No digo que estés implicada. Es muy probable que te hayan dejado fuera justamente a causa de tu relación con Luca.
—¿Y cuál sería, entonces, nuestro gran plan? —preguntó Katherina—. ¿Dominar el mundo, debo suponer?
Lee examinó a Katherina con un brillo de satisfacción, pero luego dirigió su mirada hacia Jon.
—No sé qué pretenden, pero intento buscar una respuesta.
—¿Tú la buscas?
Lee asintió.
—Sí, en cada ocasión que se me presenta. Las pistas están ahí, en internet, basta con buscar y descubrir las conexiones entre ellas. Hasta ahora no he conseguido resultados, pero seguiré intentándolo. Esto se parece de alguna manera a lo que ocurre con los restos de un naufragio: algo siempre aparece, aunque el día anterior la playa estuviera vacía.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando? —preguntó Kortmann sorprendido.
Lee se encogió de hombros.
—Un par de semanas, supongo. No pensé que fuera necesario solicitar un permiso.
—No, no, en absoluto. Sólo que me hubiese gustado estar informado…
—No sabía que estaba en marcha esta… investigación —añadió Lee—. Y tampoco me pareció que nadie tuviera intención de hacer algo. Por eso, dado que la Sociedad no había asignado ninguna tarea específica, quise mostrar un poco de iniciativa.
Kortmann dio señales de aprobación.
—Muy bien hecho, Lee. Te sugiero que sigas adelante con tu búsqueda.
—Es exactamente lo que tenía pensado —respondió Lee con un hilo de voz.
—Y mantennos al tanto de las novedades —subrayó Kortmann, señalándose a sí mismo y a Jon.
—¿Y en cuanto al resto de nosotros? —preguntó Henning Petersen bruscamente.
—Evidentemente, seréis informados en cuanto hayamos dado con algún resultado irrefutable. Lo más importante ahora es no dejarnos dominar por el pánico o desencadenar una caza de brujas y linchamientos sin tener pruebas.
—Eso suena más bien como si tú no confiaras en nosotros —replicó Henning.
—¿Entonces estamos bajo sospecha? —intervino Paw.
Kortmann hizo un gesto de desdén.
—Como habéis dicho vosotros mismos, no hay ninguna prueba en firme. De hecho, todas las posibilidades permanecen abiertas, incluso las peores. —Miró fugazmente a Katherina—. Es decir, la posibilidad de que exista un traidor entre nosotros. —Se alzó un murmullo de voces descontentas que pretendían hacerse oír, y entonces Kortmann tuvo que levantar su propia voz para ser escuchado—. A pesar de todo, no creo en ello. Aun así, es una alternativa que no podemos excluir y que nos fuerza a tomar precauciones. Aquí no estamos hablando de alguien que calumnia a otra persona o ha robado algo de dinero de la caja. No, estamos hablando de gente a la que se le ha hecho daño, peor aún, que ha sido asesinada. No lo olvidéis.
Nadie dijo nada más, y durante varios segundos un silencio sepulcral invadió la estancia. Cuando Jon los miró, muchos prefirieron dirigir los ojos en otra dirección.
—Pienso que deberíamos dar por finalizada la reunión aquí —dijo Kortmann con toda calma—. El objetivo fundamental era que os presentarais y que todos pudieseis comprender la importancia de esta investigación. Espero que lo hayamos logrado. Jon tendrá acceso a vuestros nombres y direcciones, de modo que podrá ponerse en contacto con vosotros personalmente en caso de que sea necesario. Como os dije, espero de vosotros la mayor colaboración posible. —Unió las manos y aplaudió—. Gracias a todos.
Los presentes se alzaron con gran estruendo de sillas y saludos de despedida. Cuando Jon se acercó a Kortmann, el anciano extrajo un sobre marrón de la bolsa que tenía junto a la silla de ruedas y se lo entregó.
—Mantenme al corriente de lo que descubras —le dijo con un guiño.
Jon asintió y se dirigió al exterior con Katherina. Kortmann permaneció dentro con Birthe.
En la entrada, Paw, Lee y Henning Petersen mantenían una conversación que tenía mucho de confabulación a juzgar por la forma en que hablaban, pero en cuanto Katherina y Jon aparecieron, se separaron y siguieron por distintos caminos. Paw se les acercó a paso lento.
—¿Quieres que te lleve? —preguntó Jon.
—No, gracias —respondió Paw—. He venido en la bici. Además, no quisiera interponerme en el camino del Dúo Dinámico —dijo riendo.
—¿Nuevos amigos? —le preguntó Katherina, haciendo un gesto en la dirección por la que Lee había desaparecido.
Paw se encogió de hombros.
—Yo siempre pensé que Lee era un chulo. Uno de estos días va a enseñarme algunos de sus truquillos informáticos —Paw miró cómo se alejaba Lee—. Supongo que lo que le dijo Kortmann debe de haberle fastidiado. Ni que fuese su viejo. La Sociedad Bibliófila se ha convertido en un club de pensionistas con todo este asunto de la lectura en voz alta, el bingo y toda la mierda. Tenemos que reclutar sangre nueva, y muy pronto… En esto estoy de acuerdo con Lee. —Intercambió una mirada con Jon—. ¿Y tú qué opinas, Jon?
—Tengo cierta dificultad para pronunciarme, ya que aún no soy un miembro activo de la Sociedad.
—No debería haber ningún problema por eso, dado que eres el hijo de Luca. Pero tal vez Kortmann no te deje ingresar. ¿Has pensado por qué él no te lo permitiría?
—No demasiado.
—Los demás piensan que él tiene miedo a que quieras ocupar su lugar.
—Sin embargo, no he tenido la impresión de que quisiera deshacerse de mí, más bien todo lo contrario —contestó Jon en un tono neutro.
—Sí, claro —dijo Paw resignado—. Bueno, tengo que irme. ¡Hasta luego!
Lo saludaron y vieron como la desvencijada bicicleta sin luces se perdía en la oscuridad.
—¿Qué opinas? —quiso saber Jon.
—Es sólo un niño —dijo Katherina.
—Sí, lo sé, pero me refería a la reunión.
Ella sonrió, pero rápidamente volvió a su seriedad habitual.
—Tienen miedo.
Por primera vez en lo que ya le parecía una eternidad, Jon consiguió dormir ocho horas seguidas. Aun así, todavía sentía que necesitaba recuperar horas de sueño, pero se notó lo bastante despejado para seguir su rutina matutina sin saltarse el afeitado.
Con toda la agitación que había sufrido su vida en los últimos días, subjetividades habituales y los ritos de costumbre adquirieron un nuevo valor. Era como si hubiese asumido una nueva identidad: abogado de día, investigador de conspiraciones secretas de noche. Cuando los dos mundos entraron en colisión, pudo advertir lo absurdo que parecía tener que ir a trabajar cuando debía investigar la muerte de su padre, y no menos absurdo jugar al detective aficionado cuando afrontaba! el caso que marcaría un hito en su carrera.
Durante aquel día en particular tuvieron lugar tres colisiones de este tipo.
La primera ocurrió cuando telefoneó a un cristalero para pedir nuevos cristales para la librería. Había elegido a uno que se encontraba en las proximidades de Libri di Luca, y descubrió que el encargado había conocido a Luca. Jon se presentó como el nuevo propietario con tal facilidad que, cuando colgó el teléfono tras hablar con él, se quedó mirando fijamente el aparato durante unos instantes y tuvo que resistir la tentación de mirarse al espejo.