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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Libros de Luca (53 page)

BOOK: Libros de Luca
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—¿Paw?

—O Brian Hansen, como se llama de verdad.

Los papeles de la escuela también habían revelado el nombre verdadero de Paw, así como su valor RL. Aparecía en la lista como 0,7, un número muy bajo comparado con la mayoría de los otros miembros, que en promedio tenían un valor diez veces más alto. No los hacía sentir demasiado bien que alguien de un nivel tan bajo hubiera podido ser capaz de engañarlos durante meses.

—¿No podríamos utilizarlo? —preguntó Katherina, volviendo su rostro hacia Henning.

—No hay un rehén? —Henning sacudió la cabeza—. No lo creo. Ha cumplido ya con su trabajo. Después de neutralizar a Luca y a Jon, ya no tiene ninguna importancia para ellos.

—Tal vez él pueda decirnos lo que va a ocurrir —sugirió Katherina.

—¿Quieres obligarlo a que haga eso? —preguntó Muhammed con una sonrisa torcida.

—No haríamos más que jugar según sus reglas —señaló Katherina—. Henning podría leerle.

Ella no tenía ni idea de la fuerza de Henning como Lector. Hasta ese momento no había sido de gran ayuda. El primer día se había quedado en la cama, enfermo, y no había podido participar en la búsqueda. Tal vez ni siquiera pudiera leer.

—Estoy seguro de que puedo hacer que Nessim encuentre el número de habitación de Paw —dijo Muhammed.

—¿Nessim?

—El recepcionista de la planta baja —respondió Muhammed—. Tengo la sensación de que cuenta con una buena red de información aquí en la ciudad. Cuando se enteró de que conocíamos a Luca, me confesó que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por nosotros.

Antes de abandonar Dinamarca, Muhammed había buscado toda la información que pudo sobre el viaje a Egipto de Luca y una de las cosas que descubrió fue que se había alojado en el hotel donde estaban ellos en ese momento. Por lo demás, el librero había dejado pocas pistas. Había usado su tarjeta de crédito en unos cuantos sitios de la ciudad, incluida la Bibliotheca Alexandrina, pero eso era todo.

—¿Ha podido Nessim decirte algo sobre Luca? —preguntó Katherina.

—No. Nada, salvo que hablaron sobre el clima, la biblioteca y otros temas triviales. Describió a Luca como un hombre simpático que daba propinas generosas. —Muhammed se dirigió a la puerta—. Lo voy a poner a investigar ahora mismo.

Cuando él abandonó la habitación, Katherina se dejó caer en la cama. No se había permitido dormir demasiado desde la noche que pasó en casa de Clara. Sólo cuando estaba a punto de derrumbarse por el agotamiento se vio forzada a ceder y echarse a dormir una o dos horas. Y aun así, tuvo un sueño inquieto y se despertó varias veces empapada en sudor sin sentirse descansada, e incapaz de volver a dormirse. Su encuentro con Jon no facilitaba las cosas. Tenía la sensación de que si no llegaban a él pronto, sería demasiado tarde.

Se sobresaltó cuando sonó el teléfono.

—Nessim tardará un par de horas en conseguir el número de la habitación de Paw —informó Muhammed al otro extremo de la línea—. Trata de dormir un poco mientras tanto. Y Henning también.

De mala gana, Katherina aceptó la sugerencia y dejó el teléfono. Henning pareció aliviado de poder regresar a su habitación.

Katherina estaba encantada de que Muhammed hubiera viajado con ellos. Había resultado ser el guía perfecto; con la velocidad del rayo hacía amigos entre la gente del lugar y había adquirido un conocimiento minucioso de la ciudad. Probablemente tenía que ver con el color de su piel, porque ella y Henningapenas podían andar por ahí sin que se advirtiera su presencia.

El primer día, Henning y ella habían salido para echar un vistazo a la biblioteca, antes de que Henning se pusiera enfermo, pero Katherina estaba demasiado preocupada para disfrutar explorando el impresionante edificio. Por otro lado, Henning se había sentido abrumado al ver el gigantesco monumento, y mucho más cuando entraron en la inmensa sala de lectura bajo el techo de cristal. En ese momento, intercambiaron una mirada. La presencia de energía era tan enorme que a Katherina se le puso la carne de gallina. Fue la misma sensación de hormigueo que había tenido en el sótano de Libri di Luca, pero amplificada diez o incluso cien veces. A Henning le brillaban los ojos como si fuera un hombre que acababa de enamorarse.

Katherina se estiró sobre su cama y cerró los ojos. Paw era su última oportunidad, y no podía hacer otra cosa más que esperar.

Debía de haberse quedado dormida finalmente, porque cuando el teléfono del hotel la despertó, el sol ya se había puesto.

—Soy Muhammed. Os estamos esperando en el vestíbulo.

Todavía un tanto somnolienta, Katherina se levantó de la cama y se dirigió al pequeño baño. Se lavó la cara y se recogió su pelo rojo en la nuca. Luego abandonó la habitación y fue a la planta baja.

Henning estaba todavía pálido como un cadáver, pero aun así logró sonreír cuando la vio. Muhammed, que se había colocado de nuevo el turbante, los condujo por calles que en ese momento estaban casi desiertas. Cuando se acercaron al centro de la ciudad, cerca del puerto, encontraron tiendas para turistas que todavía estaban abiertas y mucha más vida en la calle. Los edificios que rodeaban el hotel Seaview eran todos más altos, de modo que el complejo hotelero parecía encogerse a la sombra de ellos. La fachada estaba deteriorada, la pintura, desconchada en grandes sectores, y las persianas, descoloridas. Quizás en otra época se pudiese ver el mar desde el hotel Seaview, pero seguramente había sido hacía mucho tiempo. Sólo las luces del cartel con el nombre indicaban que el edificio estaba todavía en uso, junto a un par de puertas dobles que estaban abiertas, invitando a entrar.

El suelo del vestíbulo era de mármol, mientras que las paredes tenían revestimientos que iban desde el papel pintado hasta paneles de madera y pesados tapices de terciopelo que colgaban del techo. La recepción era de madera oscura, brillante como un espejo; encima había una campanilla de bronce muy lustrada. En la pared de atrás había espejos con marcos dorados y los casilleros para correspondencia con las llaves de cada habitación.

No había nadie detrás del mostrador, de modo que los tres atravesaron en silencio el vestíbulo para subir por una escalera cubierta con alfombra roja. Cada centímetro de las paredes estaba cubierto con cuadros de ostentosos marcos dorados.

Sólo al llegar al tercer piso se atrevieron a hablar.

—Trescientos cinco —dijo Muhammed, señalando hacia el corredor, que en ese piso tenía paredes blancas y un suelo de mármol rosado.

—¿Estás seguro de que es aquí? —susurró Katherina.

—Nessim dijo que Paw estaría en su habitación, durante más o menos una hora —respondió Muhammed en voz baja.

—¿Cómo puede estar tan seguro de eso?

—Conoce al recepcionista de aquí. Parece que se conocen todos entre sí. Le dijeron que a diez de los huéspedes los recogerían en un minibús dentro de una hora. A Katherina no le gustaba mucho el plan. Le parecía demasiado optimista pensar que iban a poder entrar tranquilamente en un hotel lleno de Lectores para interrogar a alguien sin que nadie se diera cuenta.

—¿Cómo piensas evitar que se nos escape de las manos?

Muhammed metió la mano debajo de sus vestimentas y sacó un revólver.

—Es de juguete —le aseguró—. Sólo voy a asustarlo un poco. —Sonrió—. Pero parece de verdad, ¿no?

Katherina y Henning se colocaron a cada lado de la puerta con el número trescientos cinco, mientras Muhammed llamaba. Llevaba el arma en la mano, pero en la espalda.

—¿Qué ocurre? —se oyó una voz dentro de la habitación.

Decididamente se trataba de Paw.

—¿Está listo? —preguntó Muhammed, disimulando su voz.

Escucharon pasos que se acercaban a la puerta.

—¿Listo? ¿De qué me está hablando?

La llave giró en la cerradura y la puerta se abrió.

Allí estaba Paw. Tenía puesta una túnica larga de color crema con borde negro y un bordado de serpientes en las mangas y el dobladillo. Lo primero que Paw vio fue a Mohammed con su vestimenta árabe. Lo miró de arriba abajo asombrado.

—¿Quién diablos es usted? —preguntó airadamente, pero en ese instante Muhammed sacó el arma y le apuntó a la frente.

Aterrorizado, dio un paso hacia atrás, seguido de cerca por Muhammed. Katherina y Henning entraron detrás de él en la habitación.

—¡Vosotros! —exclamó Paw al verlos—. Mierda.

Capítulo
36

Algo en la expresión del rostro de Katherina preocupaba a Jon. Sus ojos verdes estaban llenos de una mezcla de alivio y una asombrosa calidez. ¿Cómo podía creer ella que semejante truco todavía podía funcionar? ¿Era un truco? Si él no y conociera la verdad, podría decir que su mirada estaba llena de amor. Amor por él. Sacudió la cabeza como si quisiera deshacerse de la incertidumbre que se había filtrado en su mente.

—¿Está usted bien? —preguntó Remer desde el asiento del conductor.

Después de enviar a Poul Holt y al pelirrojo tras Katherina, Remer había llevado a Jon de vuelta al coche apresuradamente. Ya en marcha volvieron a ver a Katherina cuando huía del mercado. Ella también los había visto. A Jon le sorprendió el titubeo de ella cuando se dio cuenta de quiénes eran. Por un momento pareció petrificada en su sitio al calor del mediodía. Luego miró directamente a Jon por última vez antes de desaparecer por una calle lateral.

—Estoy bien —respondió malhumorado.

Advirtió que Remer lo observaba por el espejo retrovisor.

Jon iba sentado en el asiento trasero, mirando la ciudad mientras avanzaban.

Había tanta gente en la calle. ¿Cómo era posible haber tropezado con Katherina, precisamente? ¿Los estaba siguiendo? ¿Planeaba cogerlo desprevenido al aparecer en el mercado? Parecía poco probable. Daba la impresión de que su reacción de sorpresa era auténtica.

Remer no había esperado a que los otros dos hombres regresaran. De inmediato puso en marcha el vehículo y partió sin Poul Holt y sin el hombre pelirrojo, como si Jon estuviera en grave peligro. Jon pensó que aquélla era una reacción exagerada. ¿Qué daño podía hacer Katherina? Por otro lado, se alegraba de que la Orden lo ayudara y le brindara protección. Le hacía sentirse importante, aunque también un poco indefenso, como si no fuera capaz de cuidarse por sí mismo.

No podía sacarse la expresión de Katherina de la mente. Había algo en su interior que se había despertado a causa de aquel instante en que sus miradas se cruzaron. Como si un puño lo hubiera golpeado directamente en el pecho, sacándole todo el aire, impidiéndole respirar. Tal vez fuera realmente peligrosa.

—¿Cómo cree que se las ha arreglado para encontrarnos? —preguntó sin apartar los ojos de la ventanilla.

—Cuestión de suerte —respondió Remer—. Tal vez tienen espías en Egipto. ¿Quién sabe?

Jon frunció el ceño. Algo no encajaba. Todo el tiempo Remer había afirmado que el grupo de Libri di Luca era una horda de fanáticos desorganizados que habían puesto en peligro a todos los Lectores debido al uso poco sistemático que hacían de sus poderes. Pero en ese momento estaba diciendo que podrían tener una red que se extendía por todos los continentes.

—No se preocupe —lo tranquilizó Remer—. Pronto estaremos en casa.

¿Por qué debería estar preocupado? Jon observó el rostro de Remer en el espejo retrovisor. Daba la impresión de ser él quien estaba preocupado. No dejaba de mirarle con aspecto consternado y su manera de conducir rozaba la imprudencia.

Atrás quedaba la ciudad y Jon sabía que no estaban lejos de la casa de campo donde se alojaban.

—¿Tenemos prisa? —preguntó, sin dejar de observar la reacción de Remer en el espejo.

—Bueno, no. En realidad, no —respondió Remer, volviendo a mirar inseguro a Jon—, pero tal vez sea mejor que descanse un poco antes de la tarde. —Esbozó una amplia sonrisa—. Iremos a la biblioteca esta noche —dijo con orgullo—. Es importante que usted esté preparado.

Jon asintió con la cabeza. Había intuido que había algo especial ese día. En parte por el paseo a Alejandría, y también porque un cierto estado de expectación los había acompañado durante toda la jornada. Al menos hasta la aparición de Katherina estropeándolo todo. Había esperado con ansiedad la llegada de aquel día, cuando iba a hacer su contribución a la Orden, pero ya no sentía el mismo entusiasmo. Era obvio que iba a participar en alguna forma de iniciación, pero ya no estaba seguro de cuál era el propósito que había detrás de todo aquello.

Llegaron a la casa de campo y varias personas salieron del edificio cuando el coche avanzó por el sendero de entrada. Remer bajó y habló en árabe con ellos mientras Jon estiraba las piernas después del viaje.

—Vamos, entremos —dijo Remer, invitando a Jon a acompañarlo al interior de la casa.

Se dirigieron de inmediato a la habitación de Jon en el piso superior. Se sentó en la cama. Todavía no había terminado de aclarar sus pensamientos acerca de Katherina y le habría gustado hacerlo en soledad.

Uno de los guardianes entró y le entregó el libro de crónicas a Remer.

—¿Entonces, continuamos? —dijo Remer, acomodándose en la silla junto a la cama.

El vigilante todavía no había abandonado la habitación, sino que permaneció dentro, junto a la puerta. Remer miró a Jon con una expresión expectante en el rostro, como si fuera él quien estaba a punto de oír un cuento para dormir.

—Creo que preferiría esperar un rato —dijo Jon—. Me gustaría estar solo.

La sonrisa de Remer se paralizó.

—Es importante que esté preparado para esta noche, Campelli —insistió—. Y no sólo por usted.

Jon se quedó desconcertado. Había un trasfondo amenazador en la voz de Remer, y no le gustó cómo sonaba.

—Lo único que le pido es media hora para ordenar mis ideas —dijo Jon.

—Lo siento —respondió rápidamente Remer—, pero todavía tenemos muchas cosas que hacer.

Se volvió hacia el hombre que estaba en la puerta y le hizo una rápida inclinación de cabeza.

Jon se levantó de la cama.

—Creo que no ha oído lo que dije —comenzó, pero el vigilante se acercó a él en un par de zancadas.

Cogió a Jon por el brazo y lo hizo acostar a la fuerza. Con expresión de indignación, Jon bajó la mirada hacia la mano del guardián que le sujetaba el brazo.

—¿Esto es realmente necesario? —preguntó—. Sólo necesito…

—Es necesario —repitió Remer—. Ya lo verá.

Otro guardián entró en la habitación, dirigiéndose al otro lado de la cama. Tranquilamente pero con firmeza los dos hombres hicieron que Jon se sentara. Trató de resistirse, pero eran demasiado fuertes. Luego lo ataron con las correas de cuero sin dejarle la menor oportunidad de escapar.

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