—Da igual. Lo que digo es que, sin duda, mañana va a cambiar la situación y tenemos que estar preparados para afrontarla.
A pesar de toda la charla, Thomas notó que Newt no lograba hacerse entender.
—¿Adónde quieres ir a parar?
Newt hizo una pausa mientras miraba a Thomas y a Minho.
—Debemos asegurarnos de que tenemos un líder sólido cuando llegue mañana. No puede haber dudas sobre quién está al mando.
—Esa es la cosa más tonta que has soltado en tu fuca vida —dijo Minho—. Tú eres el líder y lo sabes.
Newt negó con la cabeza con firmeza.
—¿El hambre te hace olvidar los malditos tatuajes? ¿Crees que están sólo para decorar?
—¡Venga ya! —replicó Minho—. ¿De verdad crees que tienen importancia? ¡Tan sólo están jugando con nuestras cabezas!
En vez de contestar, Newt se acercó más a Minho y le retiró la camisa para revelar el tatuaje que había allí. A Thomas no le hacía falta mirarlo. Se acordaba. Marcaba a Minho como el líder.
Minho se encogió de hombros para apartar la mano de Newty. Empezó su retahíla habitual de comentarios sarcásticos, pero Thomas ya se había apagado y el ritmo de su corazón había empezado una rápida serie de latidos casi dolorosos. Tan sólo podía pensar en lo que estaba tatuado en su propio cuello: tenían que matarle.
Thomas se dio cuenta de que se estaba haciendo tarde. Sabía que debían dormir bien aquella noche para estar preparados a la mañana siguiente. Así que él y los clarianos pasaron el resto de la tarde haciendo burdos paquetes con las sábanas para llevar la comida y la ropa extra que había aparecido en las cómodas. Algunos productos habían venido en bolsas de plástico y ahora esas bolsas vacías las llenaban de agua y las ataban con la tela que les habían arrancado a las cortinas. Nadie esperaba que aquel apaño de cantimplora durara mucho sin gotear, pero era lo mejor que se les había ocurrido.
Newt por fin había convencido a Minho de que fuera el líder. Thomas sabía mejor que nadie que necesitaban a alguien al mando, así que se sintió aliviado cuando Minho accedió a regañadientes.
Sobre las nueve en punto, Thomas ya estaba otra vez tumbado en la cama, con la vista clavada en la litera de arriba. La habitación, por extraño que parezca, estaba en silencio, aunque nadie dormía aún. Seguro que el miedo se había apoderado de ellos igual que de él. Habían pasado por el Laberinto y sus horrores. Habían visto muy de cerca de lo que era capaz CRUEL. Si el Hombre Rata tenía razón, y todo lo que había ocurrido era parte de un plan magistral, entonces aquella gente había obligado a Gally a matar a Chuck, habían disparado a una mujer a quemarropa, habían contratado a personas para que los rescataran sólo para matarlos cuando la misión se completara… La lista era interminable.
Luego, para colmo, les habían infectado con una enfermedad horrible, cuya cura era el cebo para hacerles continuar. No se sabía qué era verdad y qué era mentira. Y las señales seguían sugiriendo que habían escogido a Thomas por algún motivo. Era triste pensarlo. Chuck era el que había perdido la vida, Teresa la que había desaparecido. Pero al apartar a esas dos personas de él…
Su vida era como un agujero negro. No tenía ni idea de cómo iba a reunir fuerzas para continuar a la mañana siguiente, para enfrentarse a lo que fuera que CRUEL les había preparado. Pero lo haría, y no sólo para obtener la cura. No se detendría, y menos ahora. No después de lo que les habían hecho a él y a sus amigos. Si el único modo de volver a ellos era pasar todas las pruebas, sobrevivir, que así fuera.
Que así fuera.
Con pensamientos de venganza que le consolaban de un modo enfermizo y retorcido, por fin se quedó dormido.
• • •
Todos los clarianos habían puesto las alarmas de sus relojes digitales a las cinco de la mañana. Thomas se despertó antes y no pudo volverse a dormir. Cuando los pitidos empezaron a inundar la habitación, bajó las piernas de la cama y se restregó los ojos. Alguien encendió la luz y una explosión amarilla iluminó su visión. Con los ojos entrecerrados, se levantó y se dirigió a las duchas. A saber cuánto tiempo pasaría antes de que pudiera ducharse otra vez.
Cuando faltaban diez minutos para la hora que había señalado el Hombre Rata, los clarianos se sentaron a esperar, la mayoría con una bolsa de plástico llena de agua y los fardos a los costados. Thomas, como los demás, había decidido llevar el agua en la mano para asegurarse que no se derramaba o goteaba. El escudo invisible había vuelto a aparecer de la noche a la mañana en medio de la zona común; era imposible traspasarlo, y los clarianos se colocaron en el lado del dormitorio de los chicos, delante de donde el desconocido vestido de blanco había dicho que aparecería el Trans Plano.
Aris estaba sentado al lado de Thomas y habló por primera vez desde… bueno, Thomas no recordaba la última vez que había oído la voz del muchacho.
—¿Creías que estabas loco? —preguntó el chico nuevo—. Cuando la oíste por primera vez en tu cabeza, me refiero.
Thomas le miró e hizo una pausa. Por alguna razón, hasta aquella mañana no había querido hablar con aquel chaval; pero de repente aquella sensación se desvaneció completamente. No era culpa de Aris que Teresa hubiera desaparecido.
—Sí. Más tarde, cuando siguió sucediendo le di unas cuantas vueltas, pero empecé a preocuparme de que los demás creyeran que estaba loco, así que no se lo dijimos a nadie durante un buen tiempo.
—Para mí fue muy extraño —comentó Aris. Parecía sumido en sus pensamientos mientras tenía la vista clavada en el suelo—. Estuve en coma unos cuantos días y cuando me desperté, comunicarme con Rachel parecía la cosa más normal del mundo. Si ella no lo hubiera aceptado y no me hubiera respondido, estoy seguro de que lo habría perdido. Las otras chicas del grupo me odiaban, algunas querían matarme. Rachel era la única que…
Dejó de hablar, y Minho se puso de pie para dirigirse a todos antes de que Aris pudiera terminar lo que estaba diciendo. Thomas se alegró, porque oír una versión alternativa de lo que él había vivido sólo le hacía pensar en Teresa, y dolía demasiado. No quería volver a pensar en ella. Por ahora tendría que concentrarse en sobrevivir.
—Tenemos tres minutos —dijo Minho, que por una vez parecía completamente serio—. ¿Estáis todos seguros de que aún queréis ir?
Thomas asintió y advirtió que los demás hacían lo mismo.
—¿Alguien ha cambiado de opinión esta noche? —preguntó Minho—. Hablad ahora o nunca. Una vez que vayamos adondequiera que vayamos, si algún pingajo decide que es un mariquita e intenta volver atrás, me aseguraré de que lo haga con la nariz rota y sus partes machacadas.
Thomas miró a Newt, que tenía la cabeza apoyada en las manos y estaba refunfuñando en voz alta.
—Newt, ¿tienes algún problema? —inquirió Minho con una voz sorprendentemente severa.
Thomas, impresionado, esperó la reacción de Newt. Este parecía igual de sorprendido.
—Eh… no. Tan sólo estaba admirando tu maldita capacidad de liderazgo.
Minho se retiró la camisa del cuello y se inclinó hacia delante para enseñarles a todos el tatuaje.
—¿Qué pone ahí, gilipullo?
Newt miró a izquierda y derecha, ruborizado.
—Sabemos que eres el jefe, Minho. Corta el rollo.
—No, córtalo tú —replicó Minho, señalando a Newt—. No tenemos tiempo para ese tipo de clonc. Así que calla la boca.
Thomas esperó que Minho estuviera actuando para reafirmar su liderazgo y que Newt lo entendiera. Aunque si Minho estaba actuando, era evidente que había hecho un buen trabajo.
—¡Son las seis en punto! —gritó uno de los clarianos.
Como si aquella proclamación lo hubiera provocado, el escudo invisible se volvió otra vez opaco y se empañó hasta quedar blanco. Una fracción de segundo más tarde desapareció. Thomas advirtió al instante el cambio en la pared que tenían enfrente. Una gran parte se había transformado en una superficie plana y reluciente de un gris oscuro y sombrío.
—¡Vamos! —gritó Minho mientras se colocaba la correa de su fardo al hombro. En la otra mano llevaba una bolsa de agua—. No os entretengáis. Tan sólo tenemos cinco minutos para cruzarlo. Yo iré primero —señaló a Thomas—. Tú serás el último. Asegúrate de que todos me siguen antes de venir.
Thomas asintió al tiempo que intentaba luchar contra el fuego que le quemaba los nervios; levantó el brazo y se secó el sudor de la frente.
Minho se acercó a la pared gris y luego se detuvo justo enfrente. El Trans Plano parecía poco sólido, a Thomas le resultaba imposible concentrarse en él. Sombras y remolinos de oscuras formas cambiantes bailaban por su superficie. Todo en conjunto latía y se desdibujaba, como si pudiera desaparecer en cualquier instante.
Minho se volvió para mirarles.
—Pingajos, nos vemos al otro lado.
Entonces lo atravesó y la pared gris oscuro se lo tragó entero.
Nadie se quejó mientras Thomas apiñaba al resto detrás de Minho. Nadie pronunció palabra, tan sólo intercambiaron miradas asustadas y parpadeantes al acercarse al Trans Plano y cruzarlo. Sin excepción, todos los clarianos vacilaron un segundo antes de dar el último paso hacia la oscuridad del cuadrado gris. Thomas los observaba a todos y les daba un manotazo en la espalda antes de que desaparecieran.
Al cabo de dos minutos, tan sólo quedaban Aris, Newt y Thomas.
¿Estás seguro de esto?
—le preguntó Aris dentro de su mente.
Thomas se atragantó con la tos, sorprendido por el flujo de palabras que pasaba por su conciencia, aquel habla que no oía pero a la vez podía oír. Pensaba —y esperaba— que Aris hubiera pillado la indirecta de que no quería comunicarse de esa manera. Eso era algo que reservaba para Teresa y no lo hacía con nadie más.
—Rápido —masculló Thomas en voz alta, negándose a contestar por telepatía—. Tenemos que darnos prisa.
Aris lo cruzó con una expresión de dolor en el rostro; Newt le siguió justo detrás. Y así, sin más, Thomas se había quedado solo en la zona común.
Echó un último vistazo y recordó los cadáveres hinchados que habían colgado de allí hacía tan sólo unos días. Pensó en el Laberinto y en toda la clonc por la que habían pasado. Suspiró tan fuerte como pudo, esperando que alguien en algún lugar pudiera oírle, agarró su bolsa de agua y su fardo lleno de comida, y se metió en el Trans Plano.
Una línea gélida le atravesó la piel desde delante hacia atrás, como si la pared gris fuese una superficie plana, vertical, de agua helada. Cerró los ojos en el último segundo y los abrió para no ver nada más que oscuridad. Pero sí oyó voces.
—¡Eh! —llamó, ignorando el repentino estallido de pánico en su propia voz—. Chicos…
Antes de que pudiera terminar, tropezó con algo y se cayó al chocar con la parte superior de un cuerpo que se retorcía.
—¡Ay! —gritó la persona mientras se quitaba a Thomas de encima. Fue todo lo que pudo hacer por agarrar fuerte la bolsa de agua.
—¡Que todo el mundo se esté quieto y se calle! —era Minho, y el alivio que inundó a Thomas casi le hizo gritar de alegría—. Thomas, ¿eres tú? ¿Estás aquí?
—¡Sí! —Thomas se puso de pie y palpó a su alrededor para asegurarse de que no se daba con nadie. Tan sólo notó aire y no distinguió más que penumbra—. He sido el último en cruzar. ¿Ha conseguido pasar todo el mundo?
—Estábamos poniéndonos en fila para contarnos uno a uno hasta que apareciste a trompicones como un toro dopado —respondió Minho—. Vamos a hacerlo de nuevo. ¡Uno!
Cuando nadie dijo nada, Thomas gritó:
—¡Dos!
Entonces los clarianos fueron contando hasta que le tocó a Aris, el último, que dijo:
—Veinte.
—Bien —asintió Minho—. Estamos todos aquí, sea donde sea. No veo una fuca clonc.
Thomas se quedó quieto, sintiendo a los otros chicos, oyendo sus respiraciones, pero con miedo a moverse.
—Qué pena que no tengamos una linterna.
—Gracias por exponer lo obvio, señor Thomas —replicó Minho—. Muy bien, escuchad. Estamos en algún tipo de pasillo. Noto las paredes a ambos lados y, por lo que sé, la mayoría de vosotros estáis a mi derecha. Thomas, donde estás es por donde entramos. Será mejor que no corramos el riesgo de retroceder y atravesar el Trans Plano ese, así que seguid mi voz y venid hacia mí. No nos quedan muchas otras opciones, salvo bajar por este camino y ver lo que encontramos.
Había empezado a alejarse de Thomas cuando pronunció aquellas últimas palabras. El susurro de los pies moviéndose y los fardos rozando la ropa le dijeron que los demás iban detrás. Cuando percibió que era el último que quedaba y que ya no chocaría con nadie, se movió despacio hacia su izquierda y extendió una mano hasta que notó una pared dura y fría. Entonces caminó detrás del resto del grupo y dejó que su mano resbalara por la pared para orientarse.
Nadie habló mientras avanzaban. Thomas odiaba que sus ojos no se acabaran de ajustar a la oscuridad. No había ni el más mínimo rastro de luz. El aire era frío, pero olía como a cuero viejo y polvo. Tropezó un par de veces con el que estaba justo delante de él; ni siquiera sabía quién era porque el chico no dijo nada cuando chocaron.
Siguieron caminando. El túnel se extendía hacia delante sin girar a la izquierda o a la derecha. La mano de Thomas apoyada en la pared y el suelo bajo sus pies eran las únicas cosas que le mantenían atado a la realidad o le daban sentido de movimiento. De otro modo, se habría sentido como si estuviera flotando por un espacio vacío, sin hacer el menor avance.