Las pruebas (7 page)

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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

BOOK: Las pruebas
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Thomas puso los ojos en blanco y se levantó despacio. Aquella lamentable debilidad seguía presente, era como si le hubieran absorbido la mayoría de sus entrañas y todo lo que le quedara fueran unos cuantos huesos y tendones para seguir derecho. Pero se mantuvo estable y, después de unos segundos, sintió que estaba mejor que la última vez que había recorrido el largo y anodino trayecto al cuarto de baño.

En cuanto creyó tener equilibrio, se acercó a la puerta y entró en la zona común. Tan sólo hacía tres días, la sala estaba llena de cadáveres. Ahora estaba llena clarianos cogiendo cosas de una gran pila de comida que parecía haber caído allí sin orden ni concierto. Fruta, verdura y paquetes pequeños.

Pero apenas se dio cuenta de aquello cuando algo extraño que vio al otro lado de la sala atrajo su atención. Para estabilizarse, extendió los brazos hacia la pared que tenía detrás.

Habían colocado un gran escritorio de madera enfrente de la puerta del otro dormitorio. Detrás del escritorio, sentado en una silla y con los pies en alto, cruzados por los tobillos, se hallaba un hombre delgado con un traje blanco.

El hombre estaba leyendo un libro.

Capítulo 10

Thomas se quedó allí un minuto entero, mirando al hombre que leía sentado de manera informal en el escritorio. Era como si hubiera estado leyendo de esa manera y en aquel sitio todos los días de su vida. El pelo negro y fino lo llevaba peinado por encima de una cabeza calva y pálida; tenía una larga nariz, torcida ligeramente a la derecha; y unos furtivos ojos marrones seguían las líneas mientras leía. En cierto modo, aquel hombre parecía relajado y nervioso al mismo tiempo.

E iba vestido de blanco. Los pantalones, la camisa, la corbata. Los calcetines. Los zapatos. Todo era blanco.

¡¿Qué demonios era aquello?!

Thomas miró a los clarianos que masticaban la fruta y un aperitivo que habían sacado de una bolsa, una mezcla de frutos secos y semillas. Hacían caso omiso al hombre del escritorio.

—¿Quién es ese tío?

Thomas no se dirigió a nadie en particular.

Uno de los chicos alzó la vista y dejó de masticar por un segundo. Entonces terminó rápido su bocado y lo tragó.

—No nos contará nada. Dice que tenemos que esperar aquí hasta que esté preparado.

El chico se encogió de hombros como si no fuera importante y le dio otro mordisco a una naranja pelada.

Thomas volvió a centrar su atención en el desconocido. Aún estaba sentado allí, seguía leyendo. Pasó una página con un roce susurrante y continuó recorriendo con la mirada las palabras.

Perplejo, y a pesar de que el estómago le pedía más comida, Thomas no pudo evitar acercarse al hombre para investigar. De entre todas las cosas extrañas con las que podía toparse…

—Cuidado —le dijo uno de los clarianos, pero era demasiado tarde.

Justo a tres metros del escritorio, Thomas chocó contra una pared invisible. Primero se dio con la nariz, que se aplastó con lo que parecía una fría lámina de cristal. El resto de su cuerpo hizo lo mismo: se golpeó contra el muro invisible y le hizo retroceder a trompicones. Por instinto, alzó la mano para frotarse la nariz mientras entrecerraba los ojos para ver por qué no había advertido aquella barrera de cristal.

Pero no importaba lo mucho que se esforzara, no veía nada. Ni el más mínimo resplandor o reflejo, ni siquiera estaba manchada por algún lado. Lo único que veía era aire. En todo aquel rato, el hombre no se había molestado en moverse ni había dado la menor señal de haber notado algo.

Thomas se acercó a aquel sitio, más despacio esta vez, con las manos extendidas hacia delante. No tardó en entrar en contacto con la pared totalmente invisible… ¿Qué? Parecía vidrio —liso, duro y frío al tacto—, pero no vio nada en absoluto que indicara que allí había algo sólido.

Frustrado, Thomas se movió hacia la izquierda, luego a la derecha, palpando aún la sólida pared que no veía. Se extendía por toda la habitación; no había manera de acercarse al desconocido del escritorio. Thomas al final la aporreó con una serie de golpazos sordos, pero no pasó nada más. Algunos de los clarianos que había detrás de él, Aris incluido, comentaron que ya lo habían intentado ellos.

El hombre de la extraña vestimenta, tan sólo a unos tres metros delante de él, dejó escapar un suspiro exagerado mientras bajaba los pies del escritorio hasta el suelo. Colocó un dedo en el libro para marcar dónde se había quedado y miró a Thomas sin esforzarse por ocultar su enfado.

—¿Cuántas veces voy a tener que repetirlo? —dijo el hombre, cuya voz pegaba perfectamente con su piel pálida, su pelo fino y su cuerpo flacucho. Y con ese traje, ese estúpido traje blanco. Por extraño que pareciera, sus palabras no quedaron amortiguadas por la barrera—. Aún quedan cuarenta y siete minutos antes de que me autoricen a ejecutar la Fase 2 de las Pruebas. Por favor, sed pacientes y dejadme en paz. Os han dado este momento para comer y reponeros, y te sugiero firmemente que lo aproveches, joven. Ahora, si no te importa…

Sin esperar una respuesta, se recostó en la silla y volvió a apoyar los pies encima del escritorio. Después abrió el libro por donde lo había dejado y retomó la lectura.

Thomas se había quedado mudo. Le dio la espalda al hombre y al escritorio, y se apoyó en la pared invisible, contra la dura superficie. ¿Qué acababa de suceder? Seguramente estaba aún dormido, soñando. Por alguna razón, la mera idea aumentó su hambre y se quedó mirando con ansia el montón de comida. Entonces vio que Minho estaba en la puerta del dormitorio, apoyado en el marco, cruzado de brazos.

Thomas señaló con el pulgar por encima del hombro y enarcó una ceja.

—¿Has conocido a nuestro nuevo amigo? —dijo Minho, con una sonrisita en la cara—. Menuda pieza el tío. Tengo que conseguir uno de esos fucos trajes. No veas qué elegante.

—¿Estoy despierto? —preguntó Thomas.

—Estás despierto. Ahora come. Tienes una pinta horrible; casi estás tan mal como el Hombre Rata que tenemos aquí, leyendo un libro.

Thomas se sorprendió por lo rápido que dejó de darle importancia a lo extraño que era aquel tipo vestido de blanco, que había salido de la nada, y la pared invisible. De nuevo le asaltó la indiferencia que le resultaba tan familiar. Tras la impresión inicial, ya nada le resultaba raro. Todo podía ser normal. Lo apartó todo de su mente y se obligó a comer. Otra manzana. Una naranja. Una bolsa de frutos secos variados y luego una barrita de cereales y pasas. Su cuerpo le pedía agua, pero aún no podía moverse.

—Tienes que cortarte —dijo Minho desde atrás—. Tenemos pingajos vomitando por todas partes porque han comido demasiado. Creo que ya es suficiente, tío.

Thomas se puso de pie, disfrutando de la sensación del estómago lleno. No echaba de menos en absoluto la bestia en su interior que le había atormentado durante tanto tiempo. Sabía que Minho tenía razón, tenía que parar ya. Le hizo un gesto de asentimiento a su amigo antes de pasar por su lado para ir a beber, sin dejar de pensar todo el tiempo en qué podría ser lo que les esperaba cuando el hombre del traje blanco estuviera listo para ejecutar la Fase 2 de las Pruebas.

Fuera lo que fuera lo que significase aquello.

• • •

Media hora más tarde, Thomas estaba sentado en el suelo con el resto de los clarianos; Minho a su derecha y Newt a su izquierda, todos de cara a la pared invisible y a la rata aquella que permanecía sentada tras el escritorio. Todavía tenía los pies en alto y continuaba con la vista fija en las páginas del libro. Thomas notó que poco a poco recobraba la energía y la fuerza.

El chico nuevo, Aris, le había mirado de forma extraña en el cuarto de baño, como si quisiera hablar con él por telepatía, pero tuviera miedo de hacerlo. Thomas le ignoró y enseguida fue hasta el lavabo para tragar toda el agua que pudo con su estómago ahora lleno. Cuando terminó y se secó la boca con la mano, Aris se había marchado. El chico estaba sentado junto a la pared, mirando al suelo. A Thomas le daba lástima. Si los clarianos lo habían pasado mal, Aris aún peor. Sobre todo si estaba tan unido a la chica que habían matado como Thomas lo estaba a Teresa.

Minho fue el primero en romper el silencio:

—Creo que todos nos hemos vuelto unos psicópatas como aquellos… ¿cómo se llamaban? Raros. Los raros de las ventanas. Estamos sentados aquí esperando una charla del Hombre Rata como si fuera una cosa de lo más normal. Como si estuviéramos en algún tipo de escuela. Una cosa está clara: si tuviera algo bueno que decir, no necesitaría una puñetera pared mágica para protegerse de nosotros, ¿no?

—Corta el rollo y escucha —dijo Newt—, A lo mejor se acaba todo.

—Sí, claro —espetó Minho—. Y Fritanga va a tener bebés, a Winston se le va a quitar ese horror de acné y Thomas por fin sonreirá.

Thomas se volvió hacia Minho y exageró una sonrisa falsa.

—Aquí tienes, ¿estás contento?

—¡Tío —respondió—, qué feo que eres!

—Si tú lo dices…

—Callad esas bocazas —susurró Newt—. Creo que ha llegado el momento.

Cuando Thomas miró al desconocido —el Hombre Rata, como Minho había tenido la amabilidad de llamarle—, vio que había bajado los pies al suelo y dejado el libro sobre el escritorio. Retiró la silla hacia atrás para ver mejor uno de los cajones, lo abrió y rebuscó entre cosas que Thomas no alcanzaba a distinguir. Finalmente, sacó una carpeta de Manila, muy llena, repleta de papeles desordenados, muchos de ellos doblados y sobresaliendo por los bordes.

—Ah, aquí está —dijo el Hombre Rata con su voz nasal; luego dejó la carpeta sobre el escritorio, la abrió y miró a los chicos que tenía delante—. Gracias por reuniros de forma tan disciplinada para que pueda contaros lo que me han… ordenado que os diga. Por favor, escuchad con atención.

—¿Por qué necesitas la pared? —gritó Minho.

Newt alargó la mano por detrás de Thomas y pegó a Minho en el brazo.

—¡Cállate!

El Hombre Rata continuó como si no hubiera oído el arrebato:

—Estáis todos aún aquí por una asombrosa voluntad para sobrevivir a pesar de las circunstancias, entre… otras razones. Se enviaron unas sesenta personas a vivir al Claro. Bueno, a vuestro Claro, quiero decir. Hubo otras sesenta personas del Grupo B, pero de momento nos olvidaremos de ellas.

Los ojos del hombre miraron a Aris y después examinaron poco a poco al resto. Thomas no sabía si alguien más se había percatado, pero sin duda hubo cierta familiaridad en aquella mirada rápida. ¿Qué significaba…?

—De toda aquella gente, tan sólo sobrevivió una fracción que está aquí ahora. Supongo que eso ya lo sabréis, pero muchas de las cosas que os suceden son únicamente para juzgar y analizar vuestras reacciones. Y, aun así, no es un experimento del todo…, sino más bien un programa. Potenciamos las zonas letales y recogemos los patrones resultantes. Los juntamos todos para conseguir un gran avance en la historia de la ciencia y la medicina.

»Esas situaciones que se os imponen se llaman Variables y cada una de ellas ha sido elaborada minuciosamente. Pronto os explicaré más. Y aunque no puedo contároslo todo esta vez, es vital que sepáis que estas pruebas por las que estáis pasando son por una causa muy importante. Continuad respondiendo bien a las Variables, continuad sobreviviendo, y seréis recompensados con el conocimiento de haber participado en la salvación de la raza humana. Y de vosotros mismos, claro.

El Hombre Rata hizo una pausa, por lo visto para causar más impresión. Thomas miró a Minho y enarcó las cejas.

—Este tío está fucado de la cabeza —susurró Minho—. ¿Cómo va a salvar a la raza humana que hayamos escapado de un puñetero laberinto?

—Represento a un grupo llamado CRUEL —continuó el Hombre Rata—. Sé que suena amenazador, pero son las siglas de Catástrofe Radical: Unidad de Experimentos Letales. No hay nada amenazador en esta empresa, a pesar de lo que podáis pensar. Existimos por un motivo y tan sólo por un motivo: salvar al mundo de la catástrofe. Los que estáis en esta sala sois una parte esencial de lo que planeamos hacer. Tenemos recursos que ningún grupo de ningún tipo en la historia ha conocido jamás. Disponemos de dinero casi ilimitado, de capital humano ilimitado y de una tecnología tan avanzada que está más allá de lo que el hombre más inteligente pudiera querer y desear.

»Conforme avanzáis en las Pruebas, veis y seguiréis viendo muestras de esta tecnología y los recursos que hay detrás. Si hay algo que puedo deciros es que no deberíais creer nunca lo que ven vuestros ojos. O vuestra mente, en realidad. Por eso hicimos la demostración con los cuerpos colgantes y las ventanas tapiadas. Lo único que diré es que a veces lo que veis no es real. Podemos manipular vuestros cerebros y receptáculos nerviosos cuando es necesario. Sé que esto suena confuso y tal vez dé un poco de miedo.

Thomas pensó que el hombre no podía haberse quedado menos corto. Y la palabra «letal» no paraba de venirle a la cabeza. Su memoria apenas reactivada no podía captar lo que significaba, pero ya lo había visto en una placa de metal en el Laberinto, la que detallaba las palabras que formaban el acrónimo CRUEL.

El hombre pasó despacio los ojos por cada clariano de la sala. El labio superior le brillaba por el sudor.

—El Laberinto era parte de las Pruebas. No se os lanzó ninguna Variable que no sirviera para el propósito de nuestra colección de patrones en la zona letal. Vuestra fuga era parte de las Pruebas. Vuestra batalla contra los laceradores, el asesinato del niño llamado Chuck, el supuesto rescate y el viaje posterior en autobús… Todo era parte de las Pruebas.

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