Las palabras y las cosas (24 page)

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Authors: Michel Foucault

BOOK: Las palabras y las cosas
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Los jardines botánicos y los gabinetes de historia natural eran, en el nivel de las instituciones, los correlativos necesarios de este corte. Y su importancia, con respecto a la cultura clásica, no se refiere esencialmente a lo que permitían ver, sino a lo que guardaban y a lo que, por esta obliteración, dejaban surgir: sustraen la anatomía y el funcionamiento, ocultan el organismo, para suscitar ante los ojos que esperan la verdad el relieve visible de las formas, con sus elementos, su modo de dispersión y sus medidas. Son el libro ordenado de las estructuras, el espacio en el que se combinan los caracteres y en el que se despliegan las clasificaciones. Un día, a fines del siglo XVIII, Cuvier meterá mano a las exquisiteces de museo, las romperá, y disecará toda la conserva clásica de la visibilidad animal. Este gesto iconoclasta, que Lamarck nunca se atrevió a hacer, no traduce una nueva curiosidad por un secreto que no se había tenido ni la preocupación, ni el valor, ni la posibilidad de conocer. Es, lo que resulta mucho más grave, una mutación en el espacio natural de la cultura occidental: el fin de la
historia
, en el sentido de Tournefort, de Linneo, de Buffon, de Adanson, y también en el sentido en que la entendía Boissier de Sauvages al oponer el conocimiento
histórico
de lo visible al
filosófico
de lo invisible, de lo oculto y de las causas;
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y será también el principio de lo que permite, al sustituir la clasificación por la anatomía, la estructura por el organismo, el carácter visible por la subordinación interna, el cuadro por la serie, precipitar hacia el viejo mundo plano y grabado en negro y blanco, los animales y las plantas, toda una masa profunda de tiempo a la cual se le dará el nombre renovado de
historia.

4. EL CARÁCTER

La estructura es esta designación de lo visible que, por una especie de prelingüística triple, le permite transcribirse en el lenguaje. Pero la descripción que así se obtiene no es más que una forma de nombre propio: deja a cada ser su individualidad estricta y no enuncia ni el cuadro al que pertenece, ni la proximidad que lo rodea, ni el lugar que ocupa. Es pura y simple designación. Pero, a fin de que la historia natural se convierta en lenguaje, es necesario que la descripción se convierta en "nombre común". Ya se ha visto cómo, en el lenguaje espontáneo, las primeras designaciones que no concernían sino a representaciones singulares, después de originarse en el lenguaje de la acción y en las raíces primitivas, habían adquirido poco a poco, por la fuerza de la derivación, valores más generales. Pero la historia natural es una lengua bien hecha: no debe aceptar ni la constricción de la derivación ni la de su figura; no debe dar crédito a ninguna etimología.
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Era necesario que reuniera en una sola y única operación lo que el lenguaje cotidiano mantiene separado: debe designar a la vez muy precisamente todos los seres naturales y situarlos al mismo tiempo en el sistema de identidades y de diferencias que los relaciona y los distingue unos de otros. La historia natural debe asegurar, de un solo golpe, una
designación
cierta y una
derivación
dominada. Y como la teoría de la estructura dobla una sobre la otra la articulación y la proposición, de la misma manera, la teoría del
carácter
debe identificar los valores que designan y el espacio en el que se derivan. "Conocer las plantas —decía Tournefort— es saber con precisión los nombres que les han sido dados en relación con la estructura de algunas de sus partes… La idea del carácter que distingue esencialmente unas plantas de otras, debe ir unida invariablemente al nombre de cada planta."
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El establecimiento del carácter es, a la vez, fácil y difícil. Fácil, ya que la historia natural no tiene que establecer un sistema de nombres a partir de representaciones difíciles de analizar, sino que fundamentarlo en un lenguaje que ya se ha desarrollado en la descripción. Se nombrará no a partir de lo que se ve, sino a partir de los elementos que la estructura ha dejado pasar ya al interior del discurso. Se trata de construir un segundo lenguaje a partir de este primer lenguaje, pero cierto y universal. Sin embargo, pronto aparece una dificultad mayor. Para establecer las identidades y las diferencias entre todos los seres naturales, habría que tener en cuenta cada uno de los rasgos que pudieran ser mencionados en una descripción. Tarea infinita que haría retroceder el advenimiento de la historia natural a una inaccesible lejanía, si no existieran técnicas para cambiar la dificultad y limitar el trabajo de comparación. Es posible verificar,
a priori
, que estas técnicas son de dos tipos. O bien hacer comparaciones totales, aunque en el interior de grupos empíricamente constituidos en los que el número de las semejanzas es evidentemente tan elevado que la enumeración de las diferencias no tardará en terminarse; y así podrá asegurarse, cada vez más de cerca, el establecimiento de las identidades y de las distinciones. O bien elegir un conjunto acabado y relativamente limitado de rasgos, en los que se estudiará, en todos los individuos que se presenten, las constantes y las variaciones. Este último procedimiento es lo que se llamó el Sistema. El otro, el Método. Se los opone, como se opone Linneo a Buffon, a Adanson, a Antoine-Laurent de Jussieu. Como se opone una concepción rígida y clara de la naturaleza a la percepción fina e inmediata de sus parentescos. Como se opone la idea de una naturaleza inmóvil a la de una continuidad numerosísima de seres que se comunican entre sí, se confunden y, quizá, se transforman unos en otros… Sin embargo, lo esencial no estriba en este conflicto entre las grandes instituciones de la naturaleza. Está, más bien, en la red de necesidad que en este punto ha hecho posible e indispensable la elección entre dos maneras de formar la historia natural como una lengua. Todo lo demás no es sino una consecuencia lógica e inevitable de ello.

El Sistema delimita tales o cuales de los elementos que su descripción yuxtapone con minuciosidad. Estos elementos definen la estructura privilegiada y, en verdad, exclusiva a propósito de la cual se estudiará el conjunto de identidades o de diferencias. Toda diferencia que no remita a uno de estos elementos será considerada como indiferente. Si, como lo hizo Linneo, se elige como nota característica "todas las partes diferentes de la fructificación",
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deberá descuidarse sistemáticamente una diferencia de hoja, de tallo, de raíz o de peciolo. De igual manera, cualquier identidad que no sea la de uno de estos elementos carecerá de valor para la definición del carácter. En cambio, cuando en dos individuos son semejantes estos elementos, reciben una denominación común. La estructura elegida para ser el lugar de las identidades y de las diferencias pertinentes es lo que recibe el nombre de
carácter
. Según Linneo, el carácter se compondrá de la "descripción más cuidadosa de la fructificación de la primera especie. Todas las otras especies del género se comparan con la primera, desterrando todas las notas discordantes; por último, después de este trabajo, se produce el carácter".
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El sistema es arbitrario en su punto de partida ya que descuida, de manera concertada, toda diferencia y toda identidad que no se remitan a la estructura privilegiada. Pero nada impide que un día se pueda descubrir, por medio de esta técnica, un sistema natural; a todas las diferencias en el carácter corresponderían diferencias del mismo valor en la estructura general de la planta; y, a 4a inversa, todos los individuos o todas las especies reunidas bajo un carácter común tendrían en cada una de sus partes la misma relación de semejanza. Pero no es posible alcanzar el sistema natural sino después de haber establecido con certeza un sistema artificial, cuando menos en ciertos dominios del mundo vegetal o animal. Por ello, Linneo no intenta establecer de inmediato un sistema natural, "antes de que sea perfectamente conocido todo lo pertinente"
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con respecto a su sistema. Es verdad que el método natural constituye "el primero y el último voto de los botánicos", y todos sus "fragmentos deben ser investigados con el mayor cuidado",
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como lo hizo el propio Linneo en sus
Classes Plantarum
; sin embargo, a falta de este método natural aún por venir en su forma cierta y acabada, "los sistemas artificiales son absolutamente necesarios".
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Además, el sistema es relativo: puede funcionar con la precisión que se desee. Si el carácter elegido está formado por una estructura grande, con un número elevado de variables, las diferencias aparecerán muy pronto, en cuanto se pase de un individuo a otro, aun si le está muy próximo: el carácter está, así, muy cerca de la pura y simple descripción.
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Si, por el contrario, la estructura privilegiada es estrecha y conlleva pocas variables, las diferencias serán raras y los individuos se agruparán en masas compactas. El carácter se eligirá en función de la finura de la clasificación que se quiera obtener. Para fundar los géneros, Tournefort ha elegido como carácter la combinación de la flor y el fruto. No a la manera de Césalpin, porque fueran las partes más útiles de la planta, sino porque permitían una combinatoria numéricamente satisfactoria: los elementos tomados de otras tres partes (raíces, tallos y hojas) eran en efecto demasiado numerosos para ser tratados en conjunto y demasiado pocos si se los consideraba por separado.
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Linneo calculó que los 38 órganos de la generación, cada uno de los cuales conlleva las cuatro variables del número, la figura, la situación y la proposición, autorizarían 5776 configuraciones que bastarían para definir los géneros.
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Si se quiere obtener grupos más numerosos que los géneros, es necesario acudir a caracteres más restringidos ("caracteres facticios convenidos entre los botánicos"), por ejemplo, sólo los estambres o sólo el pistilo: será así posible distinguir las clases o los órdenes.
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Así, todo el dominio del reino vegetal o animal podrá cuadricularse. Cada grupo podrá recibir un nombre. En tal medida que una especie, sin tener que ser descrita, podrá ser designada con la mayor precisión posible por medio de los nombres de los diferentes conjuntos en los que está encasillada. Su nombre completo atraviesa toda la red de caracteres que se han establecido hasta las clases más elevadas. Pero, como observa Linneo, este nombre, por comodidad, debe seguir siendo "silencioso" en parte (no se nombran la clase y el orden), aunque, por otro lado, debe ser "sonoro": es necesario nombrar el género, la especie y la variedad.
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La planta así reconocida en su carácter esencial y designada a partir de él, enunciará al mismo tiempo lo que la designa precisamente, el parentesco que la liga a las que le son semejantes y pertenecen al mismo género (así, pues, a la misma familia y al mismo orden). Recibirá a la vez su propio nombre y toda la serie (manifiesta u oculta) de los nombres comunes en los que se aloja. "El nombre genérico es, por así decirlo, la moneda de buena ley en nuestra república botánica."
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La historia natural habrá cumplido con su tarea fundamental que es "la disposición y la denominación".
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El
Método
es la otra técnica para resolver el mismo problema. En vez de recortar, dentro de la totalidad descrita, los elementos —escasos o numerosos— que servirán como caracteres, el método consiste en deducirlos progresivamente. Deducir hay que tomarlo aquí en el sentido de sustraer. Se parte —fue esto lo que hizo Adanson en el examen de las plantas del Senegal—
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de una especie elegida arbitrariamente o dada de antemano por el azar del encuentro. Se la describe por entero de acuerdo con todas sus partes y fijando todos los valores que las variables han tomado en ella. Trabajo que se recomienza en la especie siguiente, dada también por lo arbitrario de la representación; la descripción debe ser tan total como la primera vez, salvo que nada de lo que ha sido mencionado en la primera descripción debe repetirse en la segunda. Sólo se mencionan las diferencias. Lo mismo debe hacerse en la tercera con respecto a las dos primeras y así indefinidamente. De modo que a final de cuentas todos los rasgos diferentes hayan sido mencionados una vez, pero nunca más de una vez. Y, al agrupar en torno de las primeras descripciones las que se han hecho después y que se aligeran a medida que se va progresando, se ve dibujarse en medio del caos primitivo el cuadro general de los parentescos. El carácter que distingue cada especie o cada género es el único rasgo mencionado sobre el fondo de las identidades silenciosas. De hecho, una técnica semejante sería, sin duda, la más segura, pero el número de las especies existentes es tal que no podría llegarse al fin. Sin embargo, el examen de las especies encontradas revela la existencia de grandes "familias", es decir, de grupos muy grandes en los cuales las especies y los géneros tienen un número considerable de identidades. Tan considerable, que se señalan por rasgos muy numerosos, aun a la mirada menos analítica; la semejanza entre todas las especies de ranúnculos o entre todas las especies de acónito cae inmediatamente bajo la vista. En este punto, es necesario invertir la marcha a fin de que la tarea no sea infinita. Se admiten las grandes familias, evidentemente reconocidas y cuyas primeras descripciones han definido, como a ciegas, los grandes rasgos. Estos rasgos comunes son los que ahora se establecen de manera positiva; después, cada vez que se encuentre un género o una especie que se destaque manifiestamente, bastará con indicar qué diferencia los distingue de los otros y les sirve como de ámbito natural. El conocimiento de cada especie podrá adquirirse fácilmente a partir de esta caracterización general: "Dividiremos cada uno de los tres reinos en muchas familias que agruparán todos los seres que tienen entre sí relaciones notables, pasaremos revista a todos los caracteres generales y particulares de los seres contenidos en estas familias"; de esta manera "se podrá estar seguro de relacionar todos estos seres con sus familias naturales; así, empezando por la garduña y el lobo, el peno y el oso, se conocerá lo suficiente al león, al tigre, a la hiena que son animales de la misma familia".
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En seguida se ve lo que opone el método al sistema. Sólo puede haber un método; en cambio, se puede inventar y aplicar un número considerable de sistemas: Adanson definió sesenta y cinco.
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El sistema es arbitrario en todo su desarrollo, pero una vez que se ha definido, en el punto de partida, el sistema de variables —el carácter— ya no es posible modificarlo, añadirle o restarle un solo elemento. El método es impuesto desde fuera, por las semejanzas globales que manifiestan las cosas; transcribe de inmediato la percepción en el discurso; permanece, en su punto de partida, más cerca de la descripción; pero siempre le es posible agregar al carácter general que define empíricamente las modificaciones que se impongan: un rasgo que se considere como esencial para un grupo de plantas o de animales puede muy bien no ser más que una particularidad de algunos, si se descubre que, sin poseerla, pertenecen de manera evidente a la misma familia; el método debe estar siempre dispuesto a rectificarse a sí mismo. Como dice Adanson, el sistema es como "la regla de la falsa posición en el cálculo": resulta de una decisión, pero debe ser absolutamente coherente; el método, por el contrario, es "un arreglo cualquiera de objetos o de hechos relacionados por las conveniencias o cualesquiera semejanzas, que se expresa por medio de una noción general y aplicable a todos esos objetos, sin considerar, empero, esta noción fundamental o este principio como absoluto ni invariable, ni tan general que no pueda admitir excepción… El método no difiere del sistema a no ser por la idea que el autor una a sus principios, al considerarlos como variables en el método y como absolutos en el sistema".
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