Las palabras y las cosas (25 page)

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Authors: Michel Foucault

BOOK: Las palabras y las cosas
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Es más, el sistema no puede reconocer entre las estructuras del animal o del vegetal más que relaciones de coordinación: ya que el carácter ha sido elegido no por razón de su importancia funcional, sino por razón de su eficacia combinatoria, y nada prueba que, en la jerarquía interior del individuo, tal forma de pistilo, tal disposición de los estambres entrañe tal estructura: si la semilla de la adoxa está entre el cáliz y la corola o en el yaro y los estambres están colocados entre los pistilos, éstos no son ahí ni más ni menos que "estructuras singulares":
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su poca importancia no proviene de su rareza, por cuanto una división igual del cáliz y la corola no tiene más valor que el de su frecuencia.
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En cambio, el método, por ir de las identidades y las diferencias más generales a las que lo son menos, es susceptible de hacer surgir relaciones verticales de subordinación. En efecto, permite ver cuáles son los caracteres lo bastante importantes para no ser desmentidos jamás en una familia dada. Con respecto al sistema, lo inverso es muy importante: los caracteres más esenciales permiten distinguir las familias mayores y más evidentemente distintas, ya que, para Tournefort o Linneo, el carácter esencial definía el género; y era suficiente para la "convención" de los naturalistas el escoger un carácter facticio para distinguir las clases o los órdenes. En el método, la organización general y sus dependencias internas lo remiten a la traslación lateral de un grupo constante de variables.

A pesar de estas diferencias, el sistema y el método descansan en el mismo pedestal epistemológico. Se lo puede definir en una palabra, diciendo que, en el saber clásico, el conocimiento de los individuos empíricos sólo puede ser adquirido sobre el cuadro continuo, ordenado y universal de todas las diferencias posibles. En el siglo XVI, la identidad de las plantas y de los animales quedaba asegurada por la marca positiva (con frecuencia visible, a veces oculta) de la que eran portadores: por ejemplo, lo que distinguía las diversas especies de pájaros no era tanto las diferencias entre ellas, sino el hecho de que ésta ahuyentara la noche, aq
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élla viviera en el agua y que la otra se alimentara de carne viva.
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Todo ser era portador de una marca y la especie se medía según la extensión de un blasón común. Tanto que cada especie se señalaba por sí misma, enunciaba su individualidad, independientemente de todas las otras: éstas bien hubieran podido no existir, los criterios de definición no se habrían modificado por ello con respecto a las únicas que hubieran permanecido visibles. Pero, a partir del siglo XVII, ya no puede haber más signos que los que se encuentran en el análisis de las representaciones según las identidades y las diferencias. Es decir, que toda designación debe hacerse de acuerdo con una cierta relación con todas las otras designaciones posibles. Conocer lo que pertenece como propio a un individuo es tener para sí la clasificación o la posibilidad de clasificar el conjunto de los otros. La identidad y lo que la marca se definen por el resto de las diferencias. Un animal o una planta no es lo que indica —o traiciona— el estigma que se descubre impreso en él; es lo que no son los otros; no existe en sí mismo sino en la medida en que se distingue. Método y sistema no son sino dos maneras de definir las identidades por la red general de las diferencias. Más tarde, a partir de Cuvier, la identidad de las especies se fijará también por un juego de diferencias, pero éstas aparecerán sobre el fondo de las grandes unidades orgánicas que tienen sus sistemas internos de dependencias (esqueleto, respiración, circulación): los invertebrados no sólo serán definidos por la ausencia de vértebras, sino por un cierto modo de respiración, por la existencia de un cierto tipo de circulación y por toda una cohesión orgánica que dibuja una unidad positiva. Las leyes internas del organismo se convertirán, ocupando el lugar de los caracteres diferenciales, en el objeto de las ciencias de la naturaleza. La clasificación, como problema fundamental y constitutivo de la historia natural se aloja históricamente y de manera necesaria entre una teoría de la
marca
y una teoría del
organismo.

5. LO CONTINUO Y LA CATÁSTROFE

En el corazón mismo de esta lengua bien hecha en que se ha convertido la historia natural, perdura un problema. Podría muy bien ocurrir que, a pesar de todo, la transformación de la estructura en carácter no fuera posible y que el nombre común jamás pudiera nacer del nombre propio. ¿Quién puede garantizar que las descripciones no hayan de desplegar elementos tan diversos de un individuo al siguiente o de una especie a otra, que toda tentativa de fundar un nombre común fracasaría de antemano? ¿Quién puede asegurar que cada estructura no está rigurosamente aislada de cualquier otra y que no funciona como una marca individual? A fin de que pueda aparecer el carácter más simple, es necesario que, cuando menos, un elemento de la estructura observada en primer lugar se repita en otra. Pues el orden general de las diferencias que permite establecer la disposición de las especies implica un cierto juego de similitudes. Problema que resulta isomorfo con respecto al que ya encontramos a propósito del lenguaje:
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a fin de que sea posible un nombre común, es necesario que haya entre las cosas esta semejanza inmediata que permita a los elementos significantes el correr a lo largo de las representaciones, el deslizarse por su superficie, el asirse a sus similitudes para formar, por último, designaciones colectivas. Pero para esbozar este espacio retórico en el que los nombres toman poco a poco su valor general, no era necesario determinar el estatuto de esta semejanza ni tampoco si en verdad estaba fundada; bastaba con que diera fuerza suficiente a la imaginación. Sin embargo, para la historia natural, lengua bien hecha, estas analogías de la imaginación no pueden tener el valor de garantías; era necesario que la historia natural, amenazada bajo el mismo título que cualquier otro lenguaje, encontrara el medio de rodear la duda radical que Hume planteaba con respecto a la necesidad de la repetición en la experiencia. En la naturaleza debe haber continuidad.

Esta exigencia de una naturaleza continua no tiene, desde luego, la misma forma en los sistemas y en los métodos. Para los sistemáticos, la continuidad sólo está hecha por la yuxtaposición sin falla de las diferentes regiones que los caracteres permiten distinguir claramente; basta con una gradación ininterrumpida de valores para tomar, en el dominio entero de las especies, la estructura elegida como carácter; a partir de este principio, parecerá que todos estos valores estarán ocupados por seres reales, aun si todavía no se los conoce. "El sistema indica las plantas, aun aquellas de las que no hace mención; lo que no podría hacer jamás la enumeración de un catálogo."
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Y sobre esta continuidad de yuxtaposición, las categorías no serán simplemente convenciones arbitrarias; podrán corresponder (si están establecidas de la manera adecuada) a regiones que existen
claramente
sobre esta capa
ininterrumpida
de la naturaleza; serán terrenos más vastos, pero también más reales que los individuos. Así, el sistema sexual ha permitido descubrir, según Linneo, géneros indudablemente fundados: "Sabed que no es el carácter el que constituye el género, sino el género el que constituye el carácter; que el carácter procede del género, y no éste de aquél".
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En cambio, en los métodos, para los que las semejanzas, en su forma maciza y evidente, son dadas de antemano, la continuidad de la naturaleza no será este postulado puramente negativo (nada de espacios en blanco entre las categorías distintas), sino una exigencia positiva: toda la naturaleza forma una gran trama en la que los seres se asemejan cada vez más, en la que los individuos vecinos son infinitamente semejantes entre sí; tanto que cualquier corte que no indique la diferencia ínfima del individuo, sino de las categorías mayores, es siempre irreal. Continuidad de fusión en la que toda generalidad es nominal. Nuestras ideas generales —dice Buffon— "son relativas a una escala continua de objeto, de la que no nos damos cuenta con claridad sino en su medio y cuyas extremidades huyen y escapan siempre en mayor medida a nuestras consideraciones… Mientras más se aumente el número de las divisiones de las producciones naturales, más se acercará a lo verdadero, ya que no existen realmente en la naturaleza más que individuos, y los géneros, los órdenes, las clases, sólo existen en nuestra imaginación".
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Y Bonnet decía, en este mismo sentido, que "no hay saltos en la naturaleza: todo está graduado, matizado. Si entre dos seres cualesquiera existiera un vacío ¿cuál sería la razón del paso de uno a otro? No hay un punto por encima o por debajo del cual se aproximen por ciertos caracteres y se alejen por otros". Siempre se puede, pues, descubrir "producciones medias" como por ejemplo el pólipo entre el vegetal y el animal, la ardilla voladora entre el pájaro y el cuadrúpedo, el mono entre el cuadrúpedo y el hombre. En consecuencia, nuestras distribuciones en especies y en clases "son puramente nominales"; no representan más que "medios relativos a nuestras necesidades y nuestros límites de conocimiento".
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En el siglo XVIII, la continuidad de la naturaleza es exigida por toda la historia natural, es decir, por todo el esfuerzo por instaurar en la naturaleza un orden y descubrir sus categorías generales, ya sean reales y prescritas por distinciones evidentes, o cómodas y simplemente destacadas por nuestra imaginación. Sólo el continuo puede garantizar que la naturaleza se repite y que, en consecuencia, la estructura puede convertirse en carácter. Pero pronto esta exigencia se desdobla. Pues si fuera algo dado a la experiencia, en su movimiento ininterrumpido, el recorrer exactamente, paso a paso, el continuo de los individuos, de las variedades, de las especies, de los géneros, de las clases, no sería necesario constituir una ciencia; las designaciones descriptivas se generalizarían con pleno derecho y el lenguaje de las cosas, por un movimiento espontáneo, se constituiría en discurso científico. Las identidades de la naturaleza se ofrecerían como con todas sus letras a la imaginación y el deslizamiento espontáneo de las palabras en su espacio retórico reproduciría en líneas plenas la identidad de los seres en su generalidad creciente. La historia natural se haría inútil o, más bien, estaría ya hecha por el lenguaje cotidiano de los hombres; la gramática general sería al mismo tiempo la
taxinomia
. universal de los seres. Pero si una historia natural, perfectamente distinta del análisis de las palabras, resulta indispensable, es porque la experiencia no nos entrega, tal cual, el continuo de la naturaleza. Lo da a la vez desmenuzado —ya que hay muchas lagunas en la serie de valores efectivamente ocupados por las variables (hay seres posibles cuyo lugar puede verificarse, pero que nunca se ha tenido ocasión de observar)— y revuelto, ya que el espacio real, geográfico y terrestre, en el que nos encontramos, nos muestra a los seres embrollados unos con otros, en un orden que, con relación a la gran capa de las
taxinomias
, no es más que azar, desorden y perturbación. Linneo hizo observar que al asociar en los mismos lugares a la lernaea (que es un animal) y la conferva (que es un alga), o aun la esponja y el coral, la naturaleza no une, como lo querría el orden de las clasificaciones, "las plantas más perfectas con los animales llamados muy imperfectos, sino que combina los animales imperfectos con las plantas imperfectas".
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Y Adanson verificó que la naturaleza "es una mezcla confusa de seres que el azar parece haber acercado: aquí el oro se mezcla con otro metal, con una piedra, con una tierra; allá la violeta crece al lado del roble. Entre estas plantas vagan igualmente los cuadrúpedos, los reptiles y los insectos; los peces se confunden, por así decirlo, con el elemento acuoso en el que nadan y con las plantas que crecen en el fondo de las aguas… Esta mezcla es tan general y tan múltiple que parece ser una de las leyes de la natu- raleza".
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Ahora bien, este embrollamiento es el resultado de una serie cronológica de acontecimientos. Éstos tienen su punto de partida y su primer lugar de aplicación, no en las especies vivas mismas, sino en el espacio en el que se alojan. Se producen en la relación de la Tierra con el Sol, en el régimen de climas, en los avatares de la corteza terrestre; lo que logran primero son los mares y los continentes, la superficie del globo; los vivientes no son tocados sino de manera secundaria, de rechazo: el Calor los atrae o los aleja, los volcanes los destruyen; desaparecen junto con las tierras que se hunden. Por ejemplo, tal como suponía Buffon,
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es posible que la tierra haya sido incandescente en su origen, antes de enfriarse poco a poco; los animales habituados a vivir en temperaturas más altas, se han reagru- pado en la única región tórrida actual, en tanto que las tierras templadas o frías se poblaron de especies que hasta entonces no habían tenido ocasión de aparecer. Con las revoluciones en la historia de la tierra, el espacio taxinómico (en el que las vecindades son del orden del
carácter
y no del modo
de vida
) se encontró repartido en un espacio concreto que lo trastornó. Además: es indudable que fue roto y muchas especies, vecinas de las que conocemos o intermediarias entre terrenos taxinómicos que nos son familiares, han desaparecido y sólo dejaron tras ellas huellas difíciles de descifrar. En todo caso, esta serie histórica de acontecimientos se suma a la capa de los seres: no le pertenece propiamente, se desarrolla en el espacio real del mundo y no en aquel, analítico, de las clasificaciones; lo que pone en duda es el mundo como lugar de los seres y no los seres en cuanto tienen la propiedad de ser vivientes. Una historicidad, que simbolizan los relatos bíblicos, afecta directamente nuestro sistema astronómico e indirectamente la red taxinómica de las especies; y además del Génesis y el Diluvio, es posible que "nuestro globo haya sufrido otras revoluciones que no nos han sido reveladas. Conviene a todo el sistema astronómico y los enlaces que unen este globo con los otros cuerpos celestes y, en particular, con el sol y los cometas pueden haber sido la fuente de muchas revoluciones de las que no queda ninguna huella perceptible para nosotros y de las que, quizá, los habitantes de los mundos vecinos pueden tener algún conocimiento".
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