Las Fuerzas Especiales lo sabían porque ya habían enviado los trineos en seis ocasiones diferentes, colándose a través de la red de defensa para espiar las comunicaciones emitidas desde la luna. Fue en la última de esas misiones cuando oyeron a Charles Boutin en un rayo de comunicación, emitiendo en abierto, preguntando de viva voz a Obinur por la llegada de una nave de suministros. El soldado de las Fuerzas Especiales que captó la señal la rastreó hasta su fuente, un pequeño destacamento científico en la orilla de una de las muchas grandes islas de Arist. Esperó a oír una segunda transmisión de Boutin para confirmar su localización antes de regresar.
Al enterarse de este hecho, Jared había accedido al archivo grabado para oír la voz del hombre que supuestamente había sido. Ya había escuchado la voz de Boutin antes, en grabaciones que le habían reproducido Wilson y Cainen; la voz de aquellas grabaciones era la misma que en ésta. Más vieja, más cascada y más tensa, pero era imposible confundir el timbre o la cadencia. Jared fue consciente de cuánto se parecía la voz de Boutin a la suya propia, cosa que era de esperar y resultaba algo más que desconcertante.
«Tengo una vida extraña», pensó Jared, y luego alzó la cabeza para asegurarse de que el pensamiento no se había filtrado. Seaborg seguía examinando el trineo y no dio muestras de haberlo oído.
Jared recorrió el conjunto de trineos y se dirigió hacia otro objeto en la sala, un aparato esférico algo más grande que los trineos. Era una «cápsula de captura», una interesante pieza utilizada por las Fuerzas Especiales en sus artimañas cuando querían evacuar algo o a alguien pero no podían evacuarse a sí mismas. Dentro de la esfera había un hueco diseñado para contener a un único miembro de la mayoría de las especies inteligentes de tamaño medio; los soldados de las Fuerzas Especiales los metían dentro, sellaban la cápsula, y luego se apartaban cuando los elevadores de la cápsula la lanzaban al cielo. Dentro de la cápsula un fuerte campo antigravitatorio entraba en acción cuando lo hacían los elevadores, pues de lo contrario el ocupante habría quedado aplastado. La cápsula era más tarde recuperada por una nave de las Fuerzas Especiales en órbita.
La cápsula de captura era para Boutin. El plan era sencillo: atacar la estación científica donde lo habían localizado y cortar sus comunicaciones. Coger a Boutin y meterlo en la cápsula, que se dirigiría a distancia de salto para que la
Milana
apareciera el tiempo suficiente para recuperarla y quitarse de en medio antes de que los obin pudieran perseguirla. Tras la captura de Boutin, la estación científica sería destruida con un viejo subterfugio favorito: un meteoro lo suficientemente grande para borrar la estación del planeta, y que caería lo bastante lejos de la misma para que nadie recelara. En este caso sería un impacto en el océano a varios kilómetros mar adentro, de modo que la estación científica sería arrasada por el tsunami resultante. Las Fuerzas Especiales llevaban décadas trabajando con la caída de rocas: sabían cómo lograr que pareciera un accidente. Si todo iba según lo planeado, los obin ni siquiera sabrían que los habían atacado.
Para Jared, había dos fallos importantes en el plan, ambos relacionados. El primero era que los trineos de impulsión de salto no podían aterrizar; no sobrevivirían al contacto con la atmósfera de Arist y, aunque lo hicieran, no serían maniobrables cuando estuvieran dentro de ella. Los miembros del Segundo Pelotón aparecerían en espacio real al filo de la atmósfera de Arist, y luego realizarían un descenso hacia la superficie. Los miembros del Segundo Pelotón lo habían hecho antes (Sagan lo había hecho en la batalla de Coral, y continuaba de una pieza), pero a Jared le seguía pareciendo que era buscarse problemas.
El método de llegada creaba el segundo fallo importante en el plan: no había ninguna manera sencilla de sacar al Segundo Pelotón de allí después de que se completara la misión. Cuando Boutin fuera capturado, las órdenes del Segundo eran descabelladas: alejarse de la estación científica cuanto fuera posible para no morir en el tsunami previsto (la planificación de la misión había tenido el detalle de proporcionar un mapa de un punto elevado cercano que calculaban que debería —
debería—
permanecer seco durante el diluvio), y luego dirigirse caminando hacia el deshabitado interior de la isla y ocultarse durante varios días hasta que las Fuerzas Especiales pudieran enviar un puñado de cápsulas de captura para recuperarlos. Haría falta más de una ronda de envío de cápsulas para evacuar a los veinticuatro miembros del Segundo que participarían en la misión, y Sagan ya había informado a Jared de que ellos serían los últimos en abandonar el planeta.
Jared frunció el ceño al recordar las palabras de Sagan. La teniente nunca había sido una gran fan suya, lo sabía, y se daba cuenta que era debido a que ella sabía desde el principio que lo habían engendrado a partir de un traidor. Conocía más sobre él que él mismo. Su despedida cuando lo transfirieron a Mattson pareció bastante sincera, pero desde que la había visto en el cementerio y volvía a estar bajo sus órdenes, ella parecía verdaderamente furiosa con él, como si
de verdad
fuera Boutin. En cierto sentido Jared podía comprenderlo (después de todo, como había recalcado Cainen, ahora se parecía más a Boutin que a su antiguo yo), pero a un nivel más inmediato lamentaba que lo trataran como si fuera el enemigo. Se preguntaba si el motivo por el que Sagan le obligaba a quedarse el último con ella era para poder eliminarlo sin que nadie lo supiera.
Entonces descartó la idea. Sagan era capaz de matarlo, estaba seguro. Pero no lo haría a menos que le diera un motivo. «Mejor no darle ningún motivo», pensó.
De todas formas, no era Sagan quien le preocupaba, sino el propio Boutin. La misión esperaba cierta resistencia por parte de la pequeña presencia militar obin en la estación científica, pero ninguna por parte de los científicos o de Boutin. A Jared esto le parecía un error. Tenía en su cabeza la furia de Boutin y conocía la inteligencia de ese hombre, aunque siguiera sin tener claros los detalles de todo su trabajo. Jared dudaba que Boutin se entregara sin luchar. Eso no significaba que fuera a empuñar las armas (no era, desde luego, un guerrero), pero la principal arma de Boutin era su cerebro. Eran los esquemas mentales de Boutin para encontrar un modo de traicionar a la Unión Colonial los que los habían llevado hasta aquí, en primer lugar. Era un error asumir que simplemente podrían atrapar a Boutin y facturarlo. Casi sin ninguna duda, tendría alguna sorpresa preparada.
Sin embargo, cuál podría ser esa sorpresa era algo que Jared desconocía.
—¿Tienes hambre? —le preguntó Seaborg—. Porque pensar en la locura que va a ser una misión siempre hace que me entre hambre.
Jared sonrió.
—Debes tener un montón de hambre.
—Una de las ventajas de pertenecer a las Fuerzas Especiales —dijo Seaborg—. Eso y saltarte los embarazosos años de la adolescencia.
—¿Estás estudiando a los adolescentes? —preguntó Jared.
—Claro. Porque si tengo suerte llegaré a ser uno de ellos algún día.
—Acabas de decir que nos saltamos los embarazosos años de la adolescencia —dijo Jared.
—Bueno, cuando yo llegue a ellos no serán embarazosos —respondió Seaborg—. Vamos. Hoy hay lasaña.
Y se fueron a buscar algo de comer.
* * *
Sagan abrió los ojos.
—¿Cómo le ha ido? —preguntó Szilard, que la había estado observando mientras ella escuchaba a Jared.
—A Dirac le preocupa que estemos subestimando a Boutin —dijo Sagan—. Que haya planeado ser blanco de un ataque de algún modo que hayamos pasado por alto.
—Bien —dijo Szilard—. Porque yo pienso lo mismo.
Por eso
quiero a Dirac en esta misión.
* * *
Arist, verde y nublado, llenaba la visión de Jared, sorprendiéndolo con su inmensidad. Aparecer de pronto en el filo de la atmósfera de un planeta sin nada más que una jaula de fibra de carbono a tu alrededor era profundamente perturbador; Jared sentía como si fuera a caerse. Cosa que era exactamente lo que hacía.
«Ya basta», pensó, y empezó a desconectarse de su trineo. En dirección al planeta, Jared localizó a los otros cinco miembros de su escuadrón; todos habían aparecido antes que él: Sagan, Seaborg, Daniel Harvey, Anita Manley y Vernon Wigner. También divisó la cápsula de captura, y soltó un suspiro de alivio. La masa de la cápsula no llegaba por poco a la marca límite de cinco toneladas; existía la pequeña pero real preocupación de que fuera demasiado grande para usar el mini-impulsor de salto. Todos los miembros del escuadrón de Jared se habían soltado de sus trineos y caían libremente, apartándose muy despacio de los arácnidos vehículos que los habían llevado hasta tan lejos.
Ellos seis eran la avanzadilla; su trabajo era guiar la cápsula de captura y asegurar una zona de aterrizaje para los restantes miembros del Segundo Pelotón, quienes los seguirían rápidamente. La isla en la que se hallaba Boutin estaba cubierta de una densa jungla tropical, lo cual hacía difícil aterrizar; Sagan había elegido un pequeño prado a unos quince kilómetros de la estación científica.
—Dispersaos —ordenó Sagan al escuadrón—. Nos reagruparemos cuando hayamos atravesado lo peor de la atmósfera. Silencio radial hasta que tengáis noticias mías.
Jared maniobró para poder mirar Arist y se regodeó en la visión hasta que su CerebroAmigo, al notar los primeros tenues efectos de la atmósfera, lo envolvió en una esfera protectora de nanobots que fluyeron de la mochila que llevaba a la espalda y lo aseguraron en el centro, para impedir que entrara en contacto con la atmósfera y se friera mientras la atravesaban. El interior de la esfera no dejaba pasar ninguna luz: Jared quedó suspendido en un universo privado, pequeño y oscuro.
Centrado en sus propios pensamientos, Jared regresó a los obin, la misteriosa y fascinante raza cuya compañía frecuentaba Boutin. Los archivos de la Unión Colonial sobre los obin se remontaban a los principios de la Unión, cuando una discusión sobre quién era dueño de un planeta que los colonizadores humanos habían bautizado como Casablanca terminó con los colonizadores eliminados con horrible eficacia; y las Fuerzas Coloniales que tuvieron que atacar para recuperar el planeta, también fueron derrotadas. Los obin no se rendían ni tomaban prisioneros. Cuando decidían que querían algo, continuaban yendo a por más hasta que lo conseguían.
Si te interponías en su camino el tiempo suficiente, acababan por decidir que les interesaba eliminarte personalmente. Los ala, que habían creado la cúpula de diamante del comedor de generales de Fénix, no habían sido la primera raza a la que los obin habían exterminado metódicamente, ni serían la última.
Lo único que podía decirse a favor de los obin era que no eran particularmente ambiciosos, como sí lo eran las demás razas estelares. La Unión Colonial fundaba diez colonias en el tiempo que tardaban los obin en fundar una, y aunque los obin no eran tímidos a la hora de tomar un planeta que estaba en manos de otra raza cuando les venía bien, no les venía bien a menudo. Después de Casablanca, Omagh había sido el primer planeta que los obin habían quitado a los humanos, e incluso así parecía que se trataba más de un caso de oportunismo (se lo quitaron a los raey, quienes presumiblemente habían luchado para quitárselo a los humanos) que de verdadera expansión. La reticencia obin a expandir innecesariamente las posesiones de su raza era uno de los principales motivos por los que las FDC sospechaban que otros habían iniciado el ataque. Si, como se sospechaba, habían sido los raey quienes atacaron Omagh y luego consiguieron conservarlo, la Unión Colonial se habría vengado sin ninguna duda y habrían tratado de recuperar la colonia. Los raey sabían cuándo tenían que rendirse.
La otra cosa interesante de los obin (lo que hacía que su alianza putativa con los raey y los eneshanos resultaran tan sorprendente para Jared) era que, en general, a menos que te interpusieras en su camino o intentaras darles en la cara, a los obin no les interesaban lo más mínimo las otras razas inteligentes. No mantenían ninguna embajada ni tenían comunicación oficial con otras razas; por lo que sabía la Unión Colonial, ni una sola vez habían declarado formalmente la guerra ni firmado ningún tratado con ninguna otra raza. Si estabas en guerra con los obin, lo sabías porque te disparaban. Si no estabas en guerra con ellos, no se comunicaban para nada contigo. Los obin no eran xenófobos; lo contrario implicaría que odiaban a las otras razas. Simplemente, no se preocupaban por ellas. Que los obin, nada menos, se aliaran no con una, sino con otras dos razas era extraordinario; que se aliaran contra la Unión Colonial era siniestro.
Bajo todos los datos sobre las relaciones de los obin (o la falta de ellas) con otras razas inteligentes subyacía un rumor al que las FDC no daban mucho crédito, pero que tenían en cuenta dado que la mayoría de las otras razas sí lo creían: se decía que los obin no desarrollaron la inteligencia, sino que les fue conferida por otra raza. Las FDC descartaban el rumor porque la idea de que cualquiera de las razas ferozmente competitivas de esa parte de la galaxia empleara su tiempo en elevar a unos seres hasta entonces dedicados a hacer entrechocar piedras era inconcebible, si no ridícula. Las FDC conocían razas que habían exterminado a las criaturas casi-inteligentes que habían descubierto en territorios que querían, alegando que nunca era demasiado pronto para eliminar a un competidor. No se conocía a nadie que hubiera hecho lo contrario.
Si el rumor fuera cierto, implicaría que los diseñadores inteligentes de los obin eran los consu, la única especie de la zona que contaba con los medios tecnológicos para intentar hacer evolucionar a toda una especie, y también con los motivos filosóficos, ya que la misión racial de los consu era llevar a todas las especies inteligentes a un estado de perfección (es decir, a ser como los consu). El problema con esa teoría era que el método de los consu para acercar a las demás razas a la perfección cuasi-consu normalmente consistía en obligar a alguna pobre raza indefensa a luchar contra ellos, o bien en enemistar a dos razas inferiores entre sí, como hicieron cuando lanzaron a los humanos contra los raey en la batalla de Coral. Incluso la especie que tenía más puntos para crear a otra especie inteligente era más probable que destruyera a otra, directa o indirectamente, pues ninguna raza cumplía los altos e inescrutables baremos de los consu.