—Buena deducción —contestó Brahe—. Pero equivocada. Estamos diseñados para ser más fuertes, más rápidos y más listos que los otros humanos. Pero eso es
consecuencia
de lo que nos hace diferentes. Lo que nos hace diferentes es que, entre los humanos, sólo nosotros nacemos con un propósito. Y ese propósito es sencillo: mantener a los humanos con vida en este universo.
Los miembros del escuadrón se miraron entre sí. Sarah Pauling levantó la mano.
—Otra gente ayuda a los humanos a seguir con vida. Los vimos en la Estación Fénix, cuando veníamos de camino.
—Pero ellos no nacieron para eso —dijo Brahe—. Esa gente que viste, los realnacidos, nacen sin un plan. Nacen porque la biología les dice a los humanos que creen más humanos; pero no considera qué hacer después con ellos. Los realnacidos pasan años sin tener ni la menor idea de lo que van a hacer consigo mismos. Por lo que tengo entendido, algunos de ellos nunca llegan a descubrirlo. Van por la vida aturdidos y se desploman en sus tumbas al final. Tristes. E ineficaces. Podéis hacer muchas cosas en vuestra vida, pero ir por ahí aturdidos no será una de ellas —continuó Brahe—. Habéis nacido para proteger a la humanidad. Y estáis
diseñados
para ello. Todo en vosotros, hasta vuestros genes, refleja ese propósito. Por eso sois más fuertes, y más rápidos, y más listos que los otros humanos.
Brahe hizo un gesto hacia Jared.
—Y por eso nacéis como adultos, dispuestos para combatir de manera rápida, efectiva y eficiente. Las Fuerzas de Defensa Coloniales tardan tres meses en entrenar a los soldados realnacidos. Nosotros hacemos el mismo entrenamiento, y más, en dos semanas.
Steve Seaborg levantó la mano.
—¿Por qué tardan tanto tiempo en entrenar a los realnacidos? —preguntó.
—Dejadme que os lo demuestre —dijo Brahe—. Hoy es el primer día de entrenamiento. ¿Sabéis cómo hay que estar firmes, o las otras maniobras básicas de instrucción?
Los miembros del escuadrón miraron a Brahe sin decir nada.
—Bien. Ahí van vuestras instrucciones —dijo Brahe.
Jared sintió que su cerebro se inundaba de nueva información. La percepción de este conocimiento se asentó pesadamente en su conciencia, desorganizada; Jared sintió que su CerebroAmigo canalizaba la información hacia los lugares adecuados, y que el proceso de despliegue, ahora familiar, abría caminos de información que conectaban con cosas que Jared, que ahora tenía un día de edad, ya sabía.
Así Jared conoció los protocolos militares para desfilar. Pero aparte de eso llegó una emoción inesperada que se alzó de manera natural en su propio cerebro, y fue ampliada y aumentada por los pensamientos integrados de su escuadrón: su despliegue informal delante de Brahe, con algunos de pie, otros sentados y otros apoyados en los escalones de su barracón, parecía
equivocado.
Irrespetuoso. Vergonzante. Treinta segundos más tarde todos formaron cuatro filas de a cuatro, firmes.
Brahe sonrió.
—Lo habéis pillado a la primera —dijo—. En su lugar, descanso.
El escuadrón adoptó la posición de descanso, los pies separados, las manos a la espalda.
—Excelente —dijo Brahe—. Descanso.
El escuadrón se relajó visiblemente.
—Si os dijera cuánto tarda un realnacido en hacer eso tan bien como vosotros acabáis de hacer, no me creeríais —dijo Brahe—. Los realnacidos necesitan ejercitar, repetir, practicar una y otra vez para hacer las cosas bien, para aprender a hacer las cosas que vosotros aprenderéis y absorberéis en una o dos sesiones.
—¿Por qué no se entrenan los realnacidos de esta forma? —preguntó Alan Millikan.
—No pueden —respondió Brahe—. Tienen mentes viejas, fijas en sus costumbres. Ya les cuesta bastante trabajo aprender a usar un CerebroAmigo. Si yo intentara enviarles protocolos de entrenamiento como acabo de enviaros a vosotros, sus cerebros no podrían manejarlos. Y no se pueden integrar: no pueden compartir automáticamente información entre ellos como hacéis vosotros, y como hacen todas las Fuerzas Especiales. No están diseñados para eso. No han nacido para eso.
—Nosotros somos superiores, pero hay soldados realnacidos —dijo Steven Seaborg.
—Sí. Las Fuerzas Especiales son menos del uno por ciento de toda la fuerza de combate de las FDC.
—Si somos tan buenos, ¿por qué somos tan pocos? —preguntó Seaborg.
—Porque los realnacidos nos tienen miedo —dijo Brahe.
—¿Qué?
—Dudan de nosotros. Nos han creado para defender a la humanidad, pero no están seguros de que seamos lo suficientemente humanos. Nos han diseñado para que seamos soldados superiores, pero les preocupa que nuestro diseño sea defectuoso. Así que nos ven como menos que humanos y nos asignan las tareas que temen que podrían convertirlos a ellos en menos que humanos. Crean los suficientes de nosotros para esos trabajos, pero ni uno más. No se fían de nosotros porque no se fían de sí mismos.
—Eso es estúpido —dijo Seaborg.
—Es irónico —dijo Sarah Pauling.
—Es ambas cosas —respondió Brahe—. La racionalidad no es uno de los puntos fuertes de la humanidad.
—Es difícil comprender por qué piensan de esa forma —dijo Jared.
—Tienes razón —dijo Brahe, mirando a Jared—. Y has dado por casualidad con el defecto racial de las Fuerzas Especiales. A los realnacidos les cuesta trabajo confiar en las Fuerzas Especiales…, pero a las Fuerzas Especiales les cuesta trabajo
comprender
a los realnacidos. Y no desaparece. Yo tengo once años.
Un agudo respingo de sorpresa corrió de un miembro del escuadrón a otro; ninguno de ellos podía concebir ser tan viejo.
—Y os juro que sigo sin comprender a los realnacidos la mayor parte de las veces. Su sentido del humor, que tú y yo hemos discutido, Dirac, es sólo el ejemplo más obvio de esto. Por eso, además de acondicionamiento mental y físico, la instrucción de las Fuerzas Especiales incluye también entrenamiento especializado en la historia y la cultura de los soldados realnacidos que conoceréis, para así poder comprenderlos, y saber cómo ellos nos ven a nosotros.
—Parece una pérdida de tiempo —dijo Seaborg—. Si los realnacidos no se fían de nosotros, ¿por qué debemos protegerlos?
—Es para lo que hemos nacido —respondió Brahe.
—Yo no pedí nacer.
—Estás pensando como un realnacido —dijo Brahe—. Nosotros también somos humanos. Cuando luchamos por los humanos, luchamos por nosotros mismos. Nadie pide nacer, pero nacemos, y somos humanos. Luchamos por nosotros mismos, igual que por cualquier otro humano. Si no defendemos a la humanidad, estaremos igual de muertos que el resto de ellos. Este universo es implacable.
Seaborg guardó silencio, pero su irritación se transmitió sola.
—¿Es eso todo lo que hacemos? —preguntó Jared.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Brahe.
—Nacemos para ese propósito. ¿Pero podemos hacer también algo más?
—¿Qué sugieres?
—No lo sé —dijo Jared—. Pero sólo tengo un día de edad. No sé mucho.
Esto provocó risas de diversión, y una sonrisa por parte de Brahe.
—Nacemos para hacer esto, pero no somos esclavos —dijo Brahe—. Cumplimos un término de servicio. Diez años. Después de eso, podemos elegir retirarnos. Hacer como los realnacidos y colonizar. Hay incluso una colonia reservada para nosotros. Algunos vamos allí; otros elegimos mezclarnos con los realnacidos en las otras colonias. Pero la mayoría se queda en las Fuerzas Especiales. Yo lo hice.
—¿Por qué? —preguntó Jared.
—Es para lo que nací —repitió Brahe—. Y soy bueno en ello. Todos vosotros sois buenos. O lo seréis muy pronto. Empecemos.
* * *
—Hacemos un montón de cosas más rápido que los realnacidos —dijo Sarah Pauling, mientras tomaba su sopa—. Pero supongo que comer no es una de ellas. Si comes demasiado rápido, te ahogas. Eso sería gracioso, pero también malo.
Jared estaba sentado frente a ella en una de las mesas asignadas al Octavo Escuadrón de Instrucción. Alan Millikan había sentido curiosidad por la diferencia entre la formación de los realnacidos y las Fuerzas Especiales, y había descubierto que los realnacidos se entrenaban en pelotones, no en escuadrones, y que los pelotones de instrucción de las Fuerzas Especiales no tenían el mismo tamaño que los pelotones de las FDC. Todo lo que Millikan había aprendido sobre el tema fue enviado a los otros miembros del Octavo Escuadrón y añadido a su almacén de información. Así, se puso de manifiesto otro beneficio de la integración: bastaba con que un solo miembro del Octavo aprendiera algo para que todos los demás miembros lo hicieran también.
Jared sorbió su propia sopa.
—Creo que comemos más rápido que los realnacidos —dijo.
—¿Por qué? —preguntó Pauling.
Jared tomó una gran cucharada de sopa.
—Porque si ellos hablan y toman sopa al mismo tiempo, pasa
esto —
dijo, haciendo que la sopa le resbalara por la boca mientras hablaba.
Pauling se llevó una mano a la boca para sofocar la risa.
—Oh, oh —dijo, después de un segundo.
—¿Qué? —preguntó Jared.
Pauling miró a la izquierda, luego a la derecha. Jared miró alrededor, y vio que todo el comedor lo estaba mirando. Jared advirtió demasiado tarde que todo el mundo podía oírlo hablar cuando usaba la boca. Nadie más en el comedor había hablado con la boca durante toda la comida. Jared de pronto se dio cuenta de que la última vez que había oído hablar a alguien fue cuando el teniente Cloud se despidió de él. Hablar en voz alta era extraño.
—Lo siento —dijo, en la frecuencia general. Todos regresaron a su comida.
—Te estás poniendo en ridículo —le dijo Steven Seaborg, sentado al fondo de la mesa.
—Era sólo una broma —respondió Jared.
—Era sólo una
broma —
dijo Seaborg, burlón—. Idiota.
—No eres muy amable —dijo Jared.
—No eres muy
amable —
repitió Seaborg.
—Puede que Jared sea un idiota, pero al menos puede pensar sus propias palabras —dijo Pauling.
—Eh, cierra el pico, Pauling —dijo Seaborg—. Nadie te ha pedido que te entrometas.
Jared empezó a responder cuando una imagen apareció en su campo visual. Humanos pequeños y deformes discutían sobre algo con vocecillas agudas. Uno de ellos empezó a burlarse de otro repitiendo sus palabras, como acababa de hacer Seaborg con Jared.
—¿Quién es esa gente? —preguntó Seaborg. También Pauling parecía anonadada.
La voz de Gabriel Brahe resonó en sus cabezas.
—Son niños —dijo—. Humanos inmaduros. Y están discutiendo. Advertid que discuten igual que lo estabais haciendo vosotros.
—Empezó él —dijo Seaborg, buscando a Brahe en el comedor. Estaba en la mesa del fondo, comiendo con otros oficiales. No se volvió a mirar al trío.
—Uno de los motivos por los que los realnacidos no se fían de nosotros es porque están convencidos de que somos niños —dijo Brahe—. Niños emocionalmente atrapados en cuerpos de tamaño adulto. Y la cosa es que tienen razón. Tenemos que aprender a controlarnos como adultos, igual que hacen todos los humanos. Y tenemos mucho menos tiempo para aprender a hacerlo.
—Pero… —empezó a decir Seaborg.
—Silencio —ordenó Brahe—. Seaborg, después de tu sesión de entrenamiento de esta tarde tienes una misión. Desde tu CerebroAmigo puedes acceder a la red de datos de Fénix. Tienes que investigar sobre etiqueta y resolución de conflictos personales. Averigua tanto como puedas, y compártelo con el resto del Octavo al final de la tarde. ¿Me comprendes?
—Sí —respondió Seaborg. Miró acusador a Jared y luego se dedicó en silencio a su comida.
—Dirac, tú también tienes un misión. Lee
Frankenstein.
A ver dónde te lleva.
—Sí, señor.
—Y no babees más sopa —dijo Brahe—. Pareces gilipollas.
Brahe cortó su conexión. Jared miró a Pauling.
—¿Cómo es que tú no te has metido en líos? —preguntó.
Pauling introdujo su cuchara en la sopa.
—Mi comida está donde se supone que tiene que estar —respondió ella, y engulló—. Y no actúo como un niño.
Y entonces le sacó la lengua.
* * *
La instrucción de la tarde presentó al Octavo su arma, el rifle de asalto MP-35A. El rifle estaba unido a su propietario por medio de la autentificación del CerebroAmigo; a partir de ese momento, sólo su dueño u otro humano con un CerebroAmigo podía disparar el rifle. Esto reducía las posibilidades de que usaran su propia arma contra un soldado de las FDC. El MP-35A estaba modificado adicionalmente para que los soldados de las Fuerzas Especiales aprovecharan sus habilidades de integración: entre otras cosas, el MP-35A podía disparar por control remoto. Las Fuerzas Especiales habían usado esta habilidad para sorprender de manera fatal a bastantes alienígenas curiosos a lo largo de los años.
El MP-35A era más que un simple rifle. Podía, a discreción del soldado que lo utilizara, disparar balas de rifle, granadas o pequeños misiles teledirigidos. También disponía de lanzallamas y rayos de partículas. Toda esta amplia gama de munición se construía sobre la marcha por medio de un pesado bloque metálico de nanobots. Jared se preguntó cómo conseguía el rifle hacer el truco; su CerebroAmigo le desplegó solícitamente la explicación física del funcionamiento del arma, lo que llevó a un enorme y terriblemente inconveniente despliegue de principios de física general mientras el Octavo hacía prácticas de tiro. Naturalmente, todo este despliegue de información fue enviado al resto del escuadrón, y todos miraron a Jared con diversos grados de irritación.
—Lo siento —dijo Jared.
Al final de la larga tarde, Jared dominaba el MP-35A y sus múltiples opciones. Junto con otro recluta llamado Joshua Lederman se había concentrado en las opciones que el MP permitía para sus balas, experimentando con diversos diseños de balas y calibrando las ventajas y desventajas de cada uno, y enviando cada valoración a los otros miembros del escuadrón.
Cuando estuvieron preparados para pasar a las otras opciones de munición disponibles, Jared y Lederman aprovecharon ampliamente la información sobre el resto de municiones suministrada por los otros miembros del Octavo para dominar también esas opciones. Jared tuvo que admitir que, fueran cuales fuesen los problemas personales que tenía con Steven Seaborg, si alguna vez necesitaba que alguien empuñara por él un lanzallamas, Seaborg sería el más indicado. Jared se lo dijo mientras regresaban a los barracones; Seaborg lo ignoró y comenzó una conversación privada con Andrea Gell-Mann.