La voz de las espadas (68 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantasía

BOOK: La voz de las espadas
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—Se nota que sabe usted muy bien de lo que habla.

—Bueno, lo que pasa es que ha dado usted con el único tema en el que se me puede considerar un experto.

—¿Qué consejo le daría a un hombre que tuviera que enfrentarse a Bethod en una guerra?

Logen frunció el ceño:

—Que se anduviera con mucho cuidado. Y que nunca descuidara su retaguardia.

Jezal no se lo estaba pasando demasiado bien. En un primer momento, desde luego, la idea le había parecido fantástica, no en vano era lo que siempre había soñado: una fiesta en
su
honor que contara con la asistencia de muchos de los más grandes gerifaltes de la Unión. Sin duda se trataba del comienzo de su nueva y maravillosa vida como campeón del Certamen. Todas las grandes cosas que le habían pronosticado, que le habían prometido, estaban a punto de caer en su regazo como fruta madura. Los ascensos y la gloria no tardarían en llegar. Quién sabe, puede que esa misma noche le ascendieran a comandante y que partiera para la guerra de Angland al mando de su propio batallón...

Pero, curiosamente, la mayoría de los comensales parecían estar bastante más interesados en sus propios asuntos. Hablaban unos con otros del gobierno, de los negocios de las casas mercantiles, de tierras, de títulos de propiedad, de política. La esgrima, y su notable talento en tan noble arte, apenas se mencionaban. Y nada permitía suponer que su ascenso estuviera al caer. Al parecer, lo único que se esperaba de él era que estuviera ahí sentado con una sonrisa permanente y que, de vez en cuando, aceptara las tibias felicitaciones que le dirigía algún desconocido fastuosamente vestido que ni siquiera se molestaba en mirarle a los ojos. Una figura de cera podría haber hecho igual de bien el papel. A decir verdad, las muestras de admiración de los plebeyos en la arena le habían resultado bastante más gratificantes. Al menos su entusiasmo parecía sincero.

Claro que también era cierto que nunca antes había estado en el complejo palaciego, una fortaleza dentro de la fortaleza de Agriont que muy pocos tenían derecho a pisar. Ahora, en cambio, se encontraba sentado en la mesa presidencial del mismísimo comedor del Rey, aunque Jezal no albergaba ninguna duda de que la mayoría de las veces Su Majestad hacía sus comidas incorporado en la cama y que muy probablemente se las daría algún sirviente a cucharadas.

En la pared que había al otro extremo de la sala habían montado un pequeño escenario. Jezal recordaba haber oído en cierta ocasión que Ostus, el Rey niño, solía tener juglares que actuaban para él durante las comidas. Morlic el Loco, por su parte, prefería amenizar sus cenas montando ejecuciones. También se decía que todas las mañanas el Rey Casamir hacía que unos sosias de sus peores enemigos le gritaran insultos mientras desayunaba para que así su odio por ellos se mantuviera vivo. Pero como de momento el telón permanecía echado, a Jezal no le quedaba más remedio que buscar la diversión en otra parte, aunque, a decir verdad, no había mucho donde escoger.

El mariscal Varuz no paraba de soltarle parrafadas al oído. A él, al menos, le seguía interesando la esgrima. Lo malo era que no parecía tener otro tema.

—Jamás había visto nada igual. En la ciudad no se habla de otra cosa. ¡Nadie recuerda haber visto jamás un combate como ése! ¡Juraría que es usted mejor aún que Sand dan Glokta, y eso que nunca pensé que volvería a ver a nadie que se le pudiera comparar! ¡En ningún momento sospeché que llevara usted eso dentro, Jezal, jamás tuve el más mínimo presentimiento de que pudiera usted luchar así!

—Hummm —dijo Jezal.

En la cabecera de la mesa, justo al lado del adormilado monarca, se encontraba la deslumbrante pareja formada por el Príncipe Heredero Ladisla y su prometida, Terez de Talins. Parecían ajenos a todo cuanto les rodeaba, aunque no de la forma que suele esperarse de dos jóvenes enamorados: discutían ferozmente sin apenas cuidarse de bajar la voz. Sus vecinos se esforzaban por que no pareciera que se estaban enterando de todo.

—¡... dentro de poco me iré a la guerra de Angland y así ya no tendréis que aguantarme más! —gemía Ladisla—. ¡Puede que me maten! ¿Haría eso más feliz a Su Alteza?

—Os ruego que no os hagáis matar para hacerme un favor —repuso Terez, destilando veneno con su acento estirio—, pero, en fin, si tiene que ser así, que sea, supongo que tendré que aprender a sobrellevar mi dolor...

Un tipo que estaba algo más cerca de Jezal distrajo su atención al descargar un puñetazo sobre la mesa.

—¡Malditos plebeyos! ¡Los campesinos se han alzado en armas en Starikland! ¡Esos perros holgazanes se niegan a trabajar!

—La culpa la tienen esos malditos tributos —refunfuñó su vecino—, son los tributos para la guerra los que los tienen revueltos. ¿Ha oído hablar del tipejo ese al que llaman el Curtidor? ¡Ese maldito campesino que va por ahí pregonando la revolución con todo descaro! Según he oído, uno de los recaudadores del Rey fue asaltado por el populacho a menos de un kilómetro de las murallas de Keln. ¿Puede creerlo? ¡Uno de los recaudadores del Rey! ¡Asaltado por el populacho! ¡Y a menos de un kilómetro de las murallas de Keln!

—¡Maldita sea, nosotros mismos nos lo hemos buscado! —Jezal no podía ver la cara del hombre que acababa de pronunciar aquellas palabras, pero lo reconoció por los puños bordados en oro de su toga. Era el Juez Marovia—. Si se trata a los hombres como si fueran perros, tarde o temprano acabarán por morder, es así de sencillo. Nuestro deber como gobernantes y como nobles es respetar y proteger a los plebeyos, no oprimirlos y despreciarlos.

—¿Quién habla de despreciarlos o de oprimirlos?, Lord Marovia, lo único que yo pido es que se nos pague lo que nos corresponde como dueños de las tierras y como sus señores naturales...

El Mariscal Varuz, entretanto, no había dejado de darle la tabarra ni un solo instante:

—¡Ha sido impresionante! ¡Un solo acero contra dos y va usted y consigue doblegarlo! —el anciano soldado dio un manotazo al aire—. En la ciudad no se habla de otra cosa. Llegará usted muy lejos, no olvide lo que le digo. Muy lejos. ¡Quién sabe, a lo mejor un día acaba usted ocupando mi puesto en el Consejo Cerrado!

Aquello empezaba a pasar de castaño oscuro. Se había pasado varios meses aguantándole, pero había dado por sentado que si ganaba se libraría de él. En eso, como en tantas otras cosas, se había equivocado. Lo curioso era que hasta ese momento Jezal no se había dado cuenta de que el Lord Mariscal fuera tamaño imbécil. Pero ahora lo veía muy claro, vaya si lo veía.

Para mayor consternación, había varios comensales que, de haber dependido de él, jamás habrían sido invitados a la celebración.

El caso de Sult, el Archilector de la Inquisición, podía pasarse por alto, al fin y al cabo era un miembro del Consejo Cerrado, además de un personaje muy importante, pero Jezal no alcanzaba a comprender cómo se le había ocurrido traer consigo al cabrón de Glokta. Los ojos palpitantes del tullido estaban rodeados por unas profundas ojeras que le conferían un aspecto todavía más enfermizo de lo habitual. Por alguna extraña razón, de vez en cuando se dedicaba a lanzarle unas miradas siniestras y desconfiadas, como si le considerara sospechoso de algún crimen. Un comportamiento intolerable, considerando que aquélla era una fiesta en
su
honor.

Para colmo, al otro extremo de la sala estaba aquel viejo calvo, el tipo que se hacía llamar Bayaz. Jezal no había conseguido todavía desentrañar las extrañas palabras de felicitación que había pronunciado a la conclusión del Certamen, ni tampoco, puestos a ello, la reacción de su padre al ver a aquel hombre. Y, por si fuera poco, su horrendo amigo, el bárbaro de los nueve dedos, estaba sentado junto a él.

El comandante West había tenido la desgracia de que le tocara sentarse al lado de aquel salvaje, aunque al parecer había optado por sacarle el máximo partido a la situación: los dos estaban enfrascados en una animada charla. El norteño, de tanto en tanto, prorrumpía en carcajadas y golpeaba la mesa con su enorme puño haciendo traquetear los vasos. Por lo menos había alguien que se lo estaba pasando bien en su fiesta, pensó amargamente Jezal. Por un momento casi deseó haber estado abajo con ellos.

De todos modos, seguía teniendo claro que algún día quería llegar a ser alguien importante. Quería llevar trajes con muchas pieles y lucir las grandes cadenas de oro que llevaban los altos cargos. Quería que le colmaran de atenciones, que le halagaran. Hacía mucho tiempo que había tomado esa decisión y se imaginaba que la idea seguía atrayéndole. Lo que pasaba era que aquel mundo, visto de cerca, le parecía insoportablemente falso y aburrido. Habría preferido mil veces estar a solas con Ardee, y eso que ya la había visto la noche anterior. Aquella chica era todo menos aburrida...

—¡... los bárbaros se aproximan a Ostenhorm, dicen! —exclamó alguien a la izquierda de Jezal—. ¡Pero el Lord Gobernador Meed está reclutando un ejército y ha jurado sacarlos a patadas de Angland!

—¿Meed? ¡No me haga reír! ¡Ese estúpido engreído ni siquiera es capaz de sacar una tarta de un molde!

—Lo que usted diga, pero se basta y se sobra para derrotar a esas alimañas del Norte. Un hombre de la Unión vale por diez de los suyos...

Jezal oyó la voz de Terez alzarse chirriante por encima del murmullo general con una potencia suficiente para que se le oyera en la otra punta de la sala:

—¡... por supuesto que me casaré con quien me ordene mi padre, pero eso no quiere decir que tenga que gustarme!

Parecía estar tan furiosa, que Jezal no se hubiera sorprendido en absoluto de ver cómo le clavaba el tenedor en la cara al Príncipe Heredero. En cierto modo, resultaba gratificante comprobar que él no era el único que tenía problemas con las mujeres.

—¡... oh, sí, un combate excepcional! Todo el mundo habla de ello. —Varuz seguía dale que te pego.

Jezal se revolvió en su silla. ¿Faltaría mucho para que acabara aquel suplicio? Se estaba ahogando. Volvió a echar un vistazo a las caras de los presentes y se topó con el rostro deforme de Glokta, que le miraba con una expresión tétrica y suspicaz. Por mucho que fuera una fiesta en su honor, Jezal seguía sintiéndose incapaz de sostener mucho tiempo aquella mirada. ¿Qué tenía contra él ese maldito tullido?

El muy cabrón ha hecho trampas. No sé cómo, pero lo sé
. Los ojos de Glokta recorrieron lentamente la mesa que tenía enfrente y se detuvieron al llegar a Bayaz. Ahí estaba ese maldito impostor, con pinta de sentirse como en su casa.
Y él también está en el ajo. Han hecho trampas, los dos. No sé cómo pero lo sé
.

—¡Damas y caballeros! —el murmullo se fue apagando mientras el Lord Chambelán se ponía de pie para dirigirse a la concurrencia—. Quisiera darles la bienvenida a esta humilde reunión en nombre de Su Majestad —el Rey se rebulló un instante, lanzó una mirada ausente a su alrededor, parpadeó y volvió a cerrar los ojos—. El motivo de esta reunión es, por supuesto, homenajear al capitán Jezal dan Luthar, que acaba de añadir su nombre a la gloriosa lista de los espadachines que han salido victoriosos del Certamen estival —se alzaron unas cuantas copas y se oyó algún que otro murmullo de asentimiento.

»Reconozco entre los presentes a algunos antiguos vencedores del Certamen, muchos de los cuales ocupan hoy en día altos cargos del Estado: el Lord Mariscal Varuz, el comandante en jefe Valdis de los Caballeros de Su Majestad, el comandante West, que en la actualidad forma parte del estado mayor del Mariscal Burr. Yo mismo, en mi época, gané un Certamen —sonrió y se miró su prominente barriga—, aunque de eso hace ya bastante tiempo, desde luego —el comentario fue recibido con una leve cascada de risas de cortesía.
A mi no se me menciona, claro. No todos los vencedores del Certamen han tenido un destino tan envidiable, ¿eh?

»No es nada infrecuente que los vencedores del Certamen acaben realizando grandes cosas —prosiguió el Lord Chambelán—, y deseo, todos deseamos, que ése sea también el caso de nuestro joven amigo el capitán Luthar. —
Lo que yo deseo es que ese maldito tramposo encuentre una muerte lenta en Angland
. A continuación, sin embargo, Glokta levantó su copa y se unió al brindis general en honor de aquel asno arrogante, mientras Luthar permanecía sentado disfrutando intensamente del momento.

Pensar que después de ganar el Certamen yo estuve sentado en esa misma silla, envidiado por todo el mundo, recibiendo aplausos y palmadas en la espalda. Eran otros los hombres ataviados con lujosos vestidos, otros los rostros empapados de sudor, pero, quitando eso, las cosas apenas han cambiado. ¿Era mi sonrisa menos petulante que la suya? Ni mucho menos. Si acaso, lo sería aún más. Pero, al menos, yo me lo merecía.

Era tal la entrega de Lord Hoff, que no paró de hacer brindis hasta que vació la copa. Luego la depositó de un golpe en la mesa y se relamió.

—Y ahora, antes de que llegue la comida, contamos con una pequeña sorpresa que ha preparado mi colega, el Archilector Sult, en honor de otro de nuestros invitados. Espero que les resulte entretenida. —Dicho aquello, el Lord Chambelán se dejó caer en su asiento y tendió la copa vacía para que se la llenaran.

Glokta echó un vistazo a Sult.
¿Una sorpresa del Archilector? Malas noticias para quien yo me sé
.

El pesado telón rojo se descorrió lentamente. En el escenario había un anciano que yacía sobre las tablas con una vestimenta blanca pintarrajeada con chillonas manchas de sangre. Detrás de él, pintado en un amplio lienzo, se veía un bosque bajo un cielo estrellado. Glokta advirtió que la escena guardaba un desagradable parecido con la que figuraba en el mural que decoraba la sala circular, la sala que había debajo de la destartalada mansión que Severard tenía junto a los muelles.

Un segundo anciano salió de entre bastidores: un tipo alto con unas facciones extraordinariamente finas y afiladas. Tenía el cráneo rasurado y se había dejado una barba blanca corta, pero aun así Glokta lo reconoció al instante.
Iosiv Lestek, uno de los actores más reputados de la ciudad
. Al advertir la presencia del cadáver ensangrentado, expresó su sobresalto con un gesto afectado.

—¡Ooooooooh! —soltó un gemido y abrió ampliamente los brazos, en una aproximación actoral al sentimiento de conmocionada desesperación. Convencido de haber captado ya la atención de todos los presentes, Lestek, agitando las manos a diestro y siniestro para expresar las irrefrenables pasiones que agitaban su alma, procedió a recitar su texto.

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