La voz de las espadas (69 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantasía

BOOK: La voz de las espadas
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«Juvens, mi gran maestro, yace aquí inerte

Y, con él, toda esperanza de paz halla también su muerte

Por la vil traición de Kanedias desbaratada.

Cual ocaso de un sol, su caída inesperada

Marca el final de una era.»

El anciano actor echó la cabeza hacia atrás, y Glokta advirtió que tenía los ojos vidriosos.
Notable habilidad esa de poder llorar a voluntad
. Una solitaria lágrima corrió por su mejilla. El público lo contemplaba hipnotizado. Luego se volvió de nuevo hacia el cadáver.

«Un hermano por su hermano muerto. Jamás la historia

De un crimen más cruento guardó memoria.

Casi espero ver cómo se apagan las estrellas.

¿A qué aguarda la Tierra para arrojar centellas

y pavorosas llamas?»

Se hincó de rodillas y empezó a darse golpes en su pecho avejentado.

«¡Oh, sino cruel, cuán grato sería para mí seguir

El camino de mi señor, mas no, no he de partir!

Cuando muere un gran hombre, los que aquí permanecemos,

Aunque en un mundo menguado, seguir adelante debemos,

Venciendo nuestro dolor.»

Lestek levantó lentamente la vista hacia el público y, con idéntica lentitud, se fue poniendo de pie mientras su expresión de hondo pesar daba paso a otra de inquebrantable determinación.

«Por más que la Casa del Creador, toda ella de roca y acero labrada,

Tras impenetrables muros se encuentre guardada y sellada;

Sea aguardando a que la herrumbre el acero rompa,

Sea pulverizando con mis propias manos la roca...

¡Me cobraré venganza!»

Con los ojos echando chispas, el actor se volvió, sacudiendo su toga, y abandonó con paso firme la escena en medio de una ovación atronadora. Era una versión abreviada de una obra muy conocida que solía representarse con bastante frecuencia.
Aunque pocas veces con tanta maestría
. Glokta se sorprendió al descubrirse a sí mismo aplaudiendo.
Una interpretación impecable, de momento. Llena de nobleza, de pasión, de autoridad. Bastante más convincente que la de ese otro falso Bayaz que yo me sé
. Se recostó en su silla, estiró la pierna izquierda por debajo de la mesa y se dispuso a disfrutar del espectáculo.

El semblante de Logen estaba contraído en una mueca que expresaba la más absoluta perplejidad. Aquello debía de ser uno de esos espectáculos de los que le había hablado Bayaz, pero su dominio de la lengua no era lo bastante bueno y había muchos detalles que se le escapaban.

Un grupo de personas, ataviadas con unos ropajes chillones, que se dedicaban a pasear de un lado a otro, suspirando y agitando los brazos, y que, más que hablar, canturreaban. Dos de ellos, intuyó, pretendían pasar por negros, pero resultaba evidente que no eran más que dos hombres blancos con la cara pintada. En otra escena, el tipo que hacía de Bayaz hablaba en susurros con una mujer a través de una puerta y parecía rogarle que la abriera, pero la puerta en cuestión no era sino un trozo de madera pintada, hincada en medio del escenario, y la mujer era un chico con un vestido. Todo habría resultado bastante más sencillo, pensó Logen, si a uno de los dos se le hubiera ocurrido rodear aquel trozo de madera para así poder hablar cara a cara.

Sólo había una cosa que Logen tenía bastante clara: al verdadero Bayaz todo aquello no parecía hacerle ni pizca de gracia. Podía sentir cómo crecía su enojo a medida que se iban sucediendo las escenas. Su indignación alcanzó el nivel del rechinar de dientes cuando el villano de la obra, un hombretón que llevaba un solo guante y un parche en un ojo, arrojó al chico del vestido por unas almenas de madera. Evidentemente, se suponía que el chico, o la chica, había caído desde una gran altura, pero Logen oyó perfectamente cómo chocaba con algo blando que debía de haber justo detrás del escenario.

—¿Cómo se atreven? —gruñó el verdadero Bayaz. De haber podido, Logen habría abandonado la sala de inmediato, pero tuvo que contentarse con arrastrar su silla hacia donde estaba West para mantenerse lo más alejado posible de la furia del Mago.

Entretanto, en el escenario, el otro Bayaz luchaba con el tipo del guante y el parche, aunque en realidad lo único que hacían era dar vueltas el uno alrededor del otro hablando sin parar. Finalmente, el villano siguió el mismo camino que el chico y cayó por detrás del escenario, pero no sin que antes su adversario le arrebatara una enorme llave dorada.

—Hay muchos más detalles que en el original —masculló el verdadero Bayaz mientras su doble alzaba la llave y soltaba unos cuantos versos más. Logen seguía estando bastante perdido cuando llegó el final de la representación, pero logró entender los dos últimos versos que pronunció el anciano actor antes de hacer una pronunciada reverencia:

«Si en esta historia, que ahora llega a su conclusión,

Habéis hallado ofensa,

Permitirnos decir en nuestra defensa

Que no era esa nuestra intención».

—Y un carajo que no —masculló Bayaz haciendo rechinar sus dientes mientras aplaudía con una sonrisa forzada.

Glokta seguía con la mirada fija en el escenario mientras se corría el telón y Lestek hacía sus últimas reverencias con la llave aún en la mano. Al levantarse el Archilector Sult de su asiento, cesaron los aplausos.

—Me alegro mucho de que este modesto entretenimiento haya sido de su agrado —dijo paseando su acaramelada sonrisa por los semblantes satisfechos del público—. Estoy seguro de que muchos de ustedes ya habían visto antes esta obra; sin embargo, debo decirles que en esta ocasión reviste un significado especial. El capitán Luthar no es la única ilustre figura que se encuentra entre nosotros, esta noche tenemos otro invitado de honor. Y ese invitado no es otro que el protagonista de la obra: ¡el propio Bayaz, el Primero de los Magos! —Sult sonrió y señaló con el brazo hacia el lugar donde se sentaba el viejo impostor. Un leve frufrú inundó la sala mientras los comensales se giraban para mirarle.

Bayaz sonrió a la concurrencia:

—Buenas noches —dijo. Algunos de los próceres, intuyendo que se trataba de una nueva diversión, dejaron escapar una risa, pero Sult no les secundó y su júbilo se extinguió de inmediato. Un silencio tenso descendió sobre el salón.
Un silencio letal, quizás
.

—El Primero de los Magos, en efecto. Ya lleva unas semanas con nosotros en Agriont. Él y algunos de sus... acompañantes —Sult agachó la cabeza, miró en dirección al norteño de las cicatrices y luego volvió a mirar al supuesto Mago—. Bayaz —añadió, jugueteando con la palabra en la boca para que a todo el mundo le entrara bien por los oídos—. La primera letra del alfabeto de la antigua lengua. El nombre del primer aprendiz de Juvens y la primera letra del alfabeto, ¿me equivoco, maese Bayaz?

—¿Qué pasa, Archilector, es que ha estado usted haciendo averiguaciones sobre mi persona? —inquirió el anciano sin perder su sonrisa de suficiencia.
Impresionante. Aunque a estas alturas ya tiene que saber que el juego está a punto de terminar, se resiste a abandonar su papel
.

Pero Sult ni se inmutó:

—Es mi deber investigar a fondo a cualquier persona que pueda suponer una amenaza para mi Rey o mi país —recitó con tono gélido.

—Qué actitud tan tremendamente patriótica la suya. Sin lugar a dudas, sus investigaciones le habrán revelado que, aunque mi asiento se encuentre desocupado por el momento, sigo siendo miembro del Consejo Cerrado, así que me parece que el tratamiento adecuado para dirigirse a mí es el de
Lord
Bayaz.

La gélida sonrisa de Sult no se alteró ni un solo milímetro.

—¿Y cuándo fue exactamente la última vez que nos honró usted con su presencia,
Lord
Bayaz? No deja de ser sorprendente que una persona tan relevante para nuestra historia no haya mostrado el más mínimo interés por nosotros durante todos estos años. ¿A qué se debe que durante todos los siglos transcurridos desde el nacimiento de La Unión y el reinado de Harod el Grande no haya vuelto a pasarse por aquí ni una sola vez?
Buena pregunta. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí
.

—Por supuesto que he vuelto. Durante el reinado de Morlic el Loco, y en el período de guerra civil que vino a continuación fui el tutor de un joven llamado Arnault. Luego, cuando Morlic fue asesinado y Arnault ascendió al trono por mandato del Consejo Abierto, ejercí la función de Lord Chambelán. En aquellos tiempos me hacía llamar Bialoveld. Volví de nuevo durante el reinado del Rey Casamir. Él solía llamarme Zoller, y, por aquel entonces, ocupé su puesto, Archilector.

Glokta apenas pudo reprimir un grito sofocado de indignación, y oyó a varias personas que no habían logrado contenerlo.
Otra cosa no tendrá, pero hay que reconocer que en descaro no hay quien le gane. Bialoveld y Zoller fueron dos de los más leales servidores de La Unión. ¿Cómo se atreve? Y, sin embargo..
. Recordó el retrato de Zoller que había en el despacho del Archilector y la estatua de Bialoveld de la Vía Regia.
Los dos son calvos, los dos tienen un aspecto severo, los dos tienen barba... ¿Pero en qué clase de tonterías estoy pensando? El comandante West también se está quedando sin pelo en la coronilla y no por eso es un mago legendario. Lo más probable es que este charlatán se haya limitado a escoger a dos de los más ilustres calvos de nuestra historia
.

Sult adoptó una nueva táctica.

—Hagamos una cosa, Bayaz. Como es bien sabido, cuando estuvo aquí por primera vez en aquellos tiempos remotos, el propio Harod dudó de usted. En aquella ocasión, para demostrar sus poderes, partió usted en dos su gran mesa. Dado que parece haber algunos escépticos entre nosotros, ¿tendría algún inconveniente en hacernos ahora esa misma demostración?

Cuanto más gélido se volvía el tono de Sult, mayor era la indiferencia del anciano impostor. Desechó su propuesta agitando indolentemente la mano.

—Archilector, eso de lo que usted habla no son unos simples juegos malabares o una mera representación teatral. Ese tipo de cosas tiene sus costes y sus riesgos. Además, sería una pena reventarle la fiesta al capitán Luthar sólo para que yo pudiera lucirme, ¿no cree? Y no digamos ya destrozar una antigüedad tan espléndida como esta mesa. Yo, a diferencia de mucha gente, siento un sano respeto por el pasado.

Mientras asistían al combate de esgrima que sostenían aquellos dos hombres, algunos de los presentes sonreían dubitativamente, tal vez porque seguían sospechando que se trataba de una especie de broma rebuscada. Pero otros, menos ingenuos, tenían el ceño fruncido y trataban de desentrañar qué era lo que estaba pasando y quién se estaba llevando el gato al agua. Glokta se fijó en el Juez Supremo Marovia: parecía estar encantado de la vida.
Como si supiera algo que los demás ignoramos
. Glokta, sin quitarle los ojos de encima al actor calvo, se revolvió inquieto en su silla.
Las cosas no están saliendo todo lo bien que cabía esperar. ¿Cuándo le vendrá el sudor frío? ¿Cuándo?

Alguien acaba de plantar delante de Logen un cuenco humeante lleno de sopa. Para que se lo tomara, sin duda, pero ya no tenía apetito. Puede que Logen no fuera un cortesano, pero sabía reconocer perfectamente una situación que amenazaba con acabar violentamente. A medida que se sucedían los intercambios de palabras, las sonrisas de los ancianos se iban borrando de sus labios, sus voces cobraban más aspereza, la sala parecía encogerse y el ambiente se volvía cada vez más opresivo. Pronto en la cara de todos los presentes asomó un gesto de preocupación: en la de West, en la del joven arrogante que había ganado el juego aquel gracias a las trampas de Bayaz, en la del tullido febril que siempre estaba haciendo preguntas...

De pronto, Logen sintió que se le erizaba el vello de la nuca. En el vano de la puerta que tenía más cerca acechaban semiocultas dos siluetas. Iban de negro y llevaban el rostro cubierto con máscaras de ese mismo color. Sus ojos recorrieron las otras entradas. En todas había dos figuras de negro, a la vista sólo dos, y desde luego no tenían pinta de estar esperando para recoger los platos.

Habían venido a por él. A por él y a por Bayaz, lo sentía. Nadie se oculta el rostro tras una máscara si no es para hacer algún trabajo sucio. No tenía ninguna posibilidad de hacer frente ni a la mitad de ellos, pero de todos modos cogió de la mesa uno de los cuchillos que había junto a su plato y se lo escondió detrás del brazo. Si trataban de cogerlo, se defendería. Eso lo tenía muy claro.

Bayaz estaba empezando a perder la paciencia.

—¡Le he presentado todas las pruebas que me solicitó, Archilector!

—¡Pruebas! —exclamó despectivamente el tipo alto al que llamaban Sult—. ¡Palabras y papeles polvorientos, eso es de lo único que entiende usted! ¡Actúa usted como un mísero burócrata más que como un personaje legendario! ¡Son muchos los que piensan que un Mago sin magia no es más que un viejo intrigante! ¡Estamos en guerra y no nos podemos permitir correr ningún riesgo! Ha aludido al Archilector Zoller. Todo el mundo sabe de su diligencia al servicio de la causa de la verdad. Estoy seguro de que usted comprenderá la mía —se inclinó hacia delante y plantó firmemente los puños sobre la mesa—. ¡Muéstrenos su magia,
Bayaz
, o, si no, muéstrenos la llave!

Logen tragó saliva. No le hacía ni pizca de gracia el cariz que estaban tomando los acontecimientos, aunque no era menos cierto que ignoraba por completo las reglas por las que se regía aquel juego. Por la razón que fuera, había depositado toda su confianza en Bayaz, y ahí la iba a dejar. Ya era un poco tarde para cambiar de bando.

—¿No tiene nada más que decir? —inquirió Sult. Luego volvió a sonreír y se sentó lentamente. Sus ojos recorrieron los arcos de acceso a la sala y Logen sintió cómo los enmascarados comenzaban a moverse, pensando que había llegado su momento—. ¿Ya se ha quedado sin palabras? ¿Ya se ha quedado sin trucos?

—No. Aún me queda uno —Bayaz se metió la mano por el cuello de la camisa. Agarró algo y empezó a sacarlo: una cadena larga y muy fina. Uno de los enmascarados, creyendo que se trataba de un arma, dio un paso adelante, y Logen apretó el mango del cuchillo: pero cuando la cadena salió del todo, lo que apareció colgando del otro extremo fue una varilla de un metal oscuro.

—La llave —dijo Bayaz levantándola para que le diera la luz. El metal apenas brillaba—. Tal vez no sea tan lustrosa como la de su obra de teatro, pero puede estar seguro de que ésta es la verdadera llave. Kanedias nunca trabajaba el oro. Le daba igual que las cosas que hacía no fueran bellas. Lo único que le importaba es que funcionaran.

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