Shigeru esperó a su antiguo preceptor con un temor que iba en aumento. El rostro de Ichiro no le tranquilizó. Se le veía tan afligido como a Chiyo, pero habló con voz firme y haciendo uso de su habitual autocontrol, sin distanciarse de la desgracia ni tratar de suavizarla.
—El señor Takeshi ha fallecido; hemos recibido una carta de Matsuda Shingen. Murió en Yamagata y está enterrado en Terayama.
De manera absurda, Shigeru pensó: "No me estará esperando; ya no tengo que preocuparme por eso". Entonces, no pudo oír nada, salvo el sonido del río al otro lado del jardín, cuyas aguas parecieron elevarse a su alrededor. Al final, había perdido a Takeshi en las lóbregas profundidades de la corriente. Ahora lo único que Shigeru deseaba era que el agua le sumergiera, le ahogara.
Escuchó un sonoro sollozo y cayó en la cuenta de que procedía de él mismo; un dolor insoportable se le iba extendiendo por el pecho y la garganta.
—¿Fueron las fiebres? ¿No consiguió escapar de ellas?
¿Por qué ahora, justo cuando iban a actuar juntos? ¿Por qué la epidemia no se le había llevado a él, en lugar de a su hermano? Vio a Takeshi a lomos de
Raku,
galopando en el prado; se fijó en la expresión de deleite de su hermano pequeño al ganar la carrera, en su rostro brillante, tan lleno de vida; escuchó la emoción con la que hablaba de Tase, la muchacha a la que amaba.
—Me temo que no —respondió Ichiro, desolado—. Nadie sabe qué ha ocurrido. Matsuda dice que el cadáver presentaba muchas incisiones.
—¿Le asesinaron en Yamagata? —Shigeru notó en su propio cuerpo los cortes de la espada—. ¿Sabía alguien quién era él? ¿Se ha llevado a cabo algún desagravio?
—He tratado de averiguarlo, créeme —repuso Ichiro—; pero, si alguien lo sabe, no está dispuesto a decirlo.
—Imagino que mis tíos estarán informados. ¿Cómo han reaccionado? ¿Han exigido disculpas o explicaciones?
—Han expresado su profundo pesar —respondió Ichiro—. Se han recibido cartas del castillo.
—Tengo que ir a verlos —decidió. Shigeru intentó levantarse, pero el cuerpo no le obedecía. Estaba temblando, como si la fiebre le hubiera vuelto a atacar.
—Todavía no estás bien —indicó Ichiro con una gentileza impropia en él—. No te enfrentes ahora a ellos. Espera unos días hasta que te hayas recuperado por completo y hayas recobrado el control de ti mismo.
Shigeru sabía que Ichiro estaba en lo cierto; pero el dolor de la espera, la ignorancia de cómo había muerto Takeshi o cuál sería la respuesta del clan Otori, le resultaba intolerable. Los días de sufrimiento y de duelo siguieron su doloroso curso. Shigeru no acertaba a comprender la crueldad del destino que le había entregado un sobrino al tiempo que le arrebataba a su querido hermano.
"Si alguien sabe qué ha pasado, ése es Kenji", pensó. Escribió a su amigo y mandó la carta con Muto Yuzuru. Mientras tanto, trataba de aplacar el sufrimiento por medio de la cólera. Si sus tíos no daban paso alguno, él mismo vengaría a su hermano acabando con los hombres que le habían matado, con el señor al que servían los asesinos. Pero la falta de información le mantenía paralizado, le impedía pasar a la acción. Deseó que regresaran los días que había pasado postrado por la fiebre, pues a pesar del tormento habían resultado más soportables que aquella congoja tan terrible, tan desoladora. Tiempo atrás había considerado que no estaba hecho para la desesperación; pero ahora, las tinieblas del desconsuelo se cernían a su alrededor. Cuando conciliaba el sueño, soñaba con Takeshi de niño, en el río. Shigeru se sumergía en el agua una y otra vez, pero las pálidas extremidades de su hermano se le escapaban entre las manos y el pequeño cuerpo acababa por desaparecer, arrastrado por la corriente.
Una vez despierto, no daba crédito a que Takeshi estuviera muerto. Escuchaba sus pisadas y su voz, veía su silueta por todas partes. Su hermano parecía estar presente en cada objeto de la casa. En aquel lugar se sentaba; bebía de ese cuenco; solía jugar con este caballo de paja años atrás. Cada rincón del jardín llevaba la huella de Takeshi, al igual que la calle, la orilla del río, la ciudad entera.
Tratando de encontrar una actividad que pudiera distraerle, a Shigeru se le ocurrió ir a ver a los caballos, ahora que Takeshi ya no estaba para cuidarlos, y descubrió que Mori Hiroki se había hecho cargo de supervisarlos. Los animales se encontraban pastando despreocupadamente. Shigeru sintió alivio al comprobar que seguía allí el gris de crines negras,
Raku,
que siempre le recordaría a su hermano; también vio al potro negro, hijo de la misma yegua que
Kyu,
el corcel de su propiedad.
—¿Dónde está el bayo? —preguntó a Hiroki.
—Takeshi se lo llevó. Bromeó diciendo que
Raku
resultaría más llamativo, que
Kuri
le haría más servicio a la hora de ocultar su identidad.
—Entonces no volveremos a ver a ese caballo —respondió Shigeru—. Si ha sobrevivido, a estas alturas alguien lo habrá robado.
—Es una lástima. ¡Con lo listo que era! Y Takeshi lo adiestró a la perfección. —Hiroki siguió mirando a los animales mientras añadía:— Su muerte ha sido una pérdida terrible.
—¡Cuántos de los nuestros han desaparecido! —se lamentó Shigeru. "Cuántos de los niños que participaban en las batallas de piedras ya no están entre nosotros."
* * *
Dos semanas más tarde, cuando Shigeru empezaba a recuperar parte de su fortaleza física, Chiyo le anunció que había llegado un mensajero de Yamagata.
—Le dije que me entregara la carta, pero insiste en que no se la dará a nadie más que a ti. Le expliqué que el señor Otori no recibe a mozos de cuadra, pero se niega a marcharse.
—¿Te dijo cómo se llama?
—Kuroda, o algo parecido.
—Que pase —dijo Shigeru—. Trae vino y encárgate de que nadie nos moleste.
El mensajero entró en la estancia, se hincó de rodillas ante Shigeru y le saludó. Su voz era la propia de un hombre sin formación y tenía el acento de Yamagata. Chiyo estaba en lo cierto: parecía un mozo de cuadra. Debía de haber sido soldado de a pie en el pasado, pues una antigua cicatriz le cruzaba el brazo izquierdo; pero Shigeru sabía que pertenecía a la Tribu y estaba convencido de que debajo de la ropa llevaría los tatuajes característicos de los Kuroda, de los que Shizuka le había hablado. Sin duda, era un hombre capaz de disimular sus rasgos faciales y mostrarse con apariencias diferentes.
—Muto Kenji os envía saludos. Os ha escrito —anunció Kuroda. Sacó un pergamino de la pechera de su casaca y se lo entregó a Shigeru. Éste lo desenrolló y reconoció el sello, el signo ortográfico con el que en la antigüedad se escribía la palabra "zorro"—. También me ha contado lo que ha averiguado; yo mismo conocía ya algunos detalles —explicó Kuroda, con rostro y tono inexpresivos—. Podéis hacerme las preguntas que queráis cuando hayáis terminado de leer.
—¿Estabas tú allí? —preguntó Shigeru al instante.
—Estaba en Yamagata. Me enteré del incidente en cuanto sucedió; pero nadie supo que el hombre asesinado era el señor Takeshi hasta pasados varios días. Iba vestido con ropas de viaje. Las demás personas que se encontraban en la casa murieron con él. Parece ser que los Tohan rodearon la vivienda y le prendieron fuego. Vuestro hermano escapó de las llamas, pero al salir le atacaron con el sable.
Shigeru leyó la carta con los músculos del rostro contraídos, y reservó otras preguntas para después, cuando se sintiera capaz de hablar sin romper en llanto. Una vez que hubo terminado de leer, el silencio reinó en la estancia. En el exterior las cigarras cantaban y la marea del río empezaba a bajar.
Por fin, Shigeru tomó la palabra con actitud tranquila y distante.
—Kenji dice en su carta que se produjo una pelea con anterioridad, a las puertas de una posada.
—Un grupo de soldados de bajo rango pertenecientes a los Tohan provocaron e insultaron al señor Takeshi. Él no se hallaba borracho, pero todos los demás habían estado bebiendo sin parar. Los Tohan suelen actuar de esa manera en Yamagata: andan pavoneándose como héroes conquistadores y siempre acaban por insultar a los Otori y, perdonadme el atrevimiento, al señor Shigeru en particular. El señor Takeshi aguantó la afrenta hasta que le resultó humanamente posible, pero fue inevitable que estallara una pelea: seis o siete contra uno. Después de que el señor Takeshi matara a dos de ellos, el resto salió huyendo a toda velocidad —guardó silencio unos instantes—. Por lo visto, era un espadachín excelente.
—Sí —respondió Shigeru con brevedad, recordando la fortaleza y elegancia de su joven hermano.
—Regresó a la casa donde se alojaba. Estaba con una muchacha joven, una chica muy guapa de sólo diecisiete años; era cantante.
—Supongo que ella también habrá muerto.
—Sí, como toda su familia. Los Tohan dijeron que pertenecían a los Ocultos, pero todo el mundo en Yamagata sabe que no es verdad.
—¿Seguro que los hombres eran de los Tohan?
—Llevaban la triple hoja de roble y procedían de Inuyama. Prohibieron que se moviera el cuerpo del señor Takeshi, pues nadie sabía quién era. Pero un mercader de Hagi que se encontraba de visita en Yamagata le reconoció. Hizo correr la noticia, acudió al castillo en persona y exigió que le entregasen el cadáver. Este verano ha sido muy caluroso, no había más remedio que enterrar al señor Takeshi cuanto antes. El mercader trasladó el cuerpo de inmediato a Terayama. Ni que decir tiene, los asesinos se horrorizaron; no tenían ni idea de que habían matado al hermano del señor Otori. Se entregaron al señor del castillo, suplicando que les permitiera quitarse su propia vida de manera honorable. Pero el señor les aconsejó que regresaran a Inuyama e informaran a Iida personalmente.
—¿Los ha castigado Iida?
—Todo lo contrario. Dicen que recibió la noticia con alegría —Kuroda vaciló—. No quiero ofender al señor Otori...
—Deseo saber lo que dijo.
—Sus palabras exactas fueron: "Uno menos de esos Otori por que preocuparnos. Qué lástima que no haya sido su hermano". Lejos de castigar a sus hombres, les ofreció recompensas y ahora favorece a los asesinos —explicó Kuroda; luego apretó los labios con firmeza y clavó los ojos en el suelo.
La cólera lamió con su lengua fundente las entrañas de Shigeru. Éste le dio la bienvenida, pues provocó que su sufrimiento desapareciera como por arte de magia y sus lágrimas se secaran. A partir de ese momento la cólera le sustentaría, junto con sus ansias de venganza.
El comportamiento de sus tíos no contribuyó a apaciguarle. Expresaron su profunda lástima por la muerte de Takeshi, y por la de la señora Otori, así como su honda preocupación por la salud de Shigeru. Cuando éste exigió saber cuál sería la respuesta de Shoichi y Masahiro y cuándo pedirían a Iida que ofreciera disculpas y compensación, en un primer momento se mostraron evasivos y, a continuación, inflexibles. No se produciría ningún tipo de exigencia. La muerte de Takeshi había sido un desafortunado accidente. El señor Iida no podía ser tomado como responsable.
—No hace falta que te recordemos la temeridad que caracterizaba a tu hermano. Durante su vida participó en numerosos altercados —alegó Shoichi.
—Cuando era más joven —puntualizó Shigeru—. La mayoría de los muchachos comete esa clase de errores. —De hecho, el hijo mayor de Masahiro, llamado Yoshitomi, se había enzarzado recientemente en una desdichada pelea en la que habían muerto dos chicos—. Considero que Takeshi estaba sentando la cabeza.
—Acaso tengas razón —repuso Masahiro con palpable falta de sinceridad—. ¡Ay! Nunca lo sabremos. Dejemos que los muertos descansen en paz.
—Para serte franco, Shigeru —dijo Shoichi, observando cuidadosamente a su sobrino—, se están llevando a cabo negociaciones con objeto de sellar una alianza formal con los Tohan. Nos comprometeríamos a establecer legalmente las fronteras actuales y a respaldar a los Tohan en su expansión al Oeste.
—Jamás deberíamos aceptar semejante alianza —replicó Shigeru con celeridad—. Si los Tohan ocupan el Oeste, estaremos rodeados por todas partes. A continuación, se incautarán de lo que queda del País Medio. Los Seishuu son nuestra defensa contra esa posibilidad.
—Iida tiene la intención de ocuparse de los Seishuu, si es posible por medio del matrimonio; si no, a través de la guerra —comentó Masahiro, y luego se echó a reír como si la perspectiva le divirtiera.
—¡Pero si nadie en el Oeste amenaza con declararle la guerra! Iida imagina enemigos por todas partes.
—Has estado enfermo; no te has enterado de los últimos acontecimientos —respondió Shoichi con voz suave.
—El señor Shigeru debería pensar en un nuevo matrimonio —sugirió Masahiro, cambiando de tema—. Ya que te has retirado del escenario político, deberías disfrutar al máximo de tu vida sencilla. Debemos encontrarte una esposa.
—No deseo casarme de nuevo.
—Aun así, mi hermano tiene razón —insistió Shoichi—. Debes disfrutar de la vida y recuperar tu salud. Sal de viaje, contempla el paisaje de las montañas, visita un santuario, recoge más leyendas antiguas... —propuso; esbozó una sonrisa a su hermano y Shigeru percibió la sorna de ambos.
—Acudiré a Terayama, a la tumba de mi hermano.
—Es un poco pronto para eso —argumentó Shoichi—. No irás al templo; pero tienes permiso para viajar al Este.
"Muy bien. Obedeceré a mis tíos. Viajaré al Este", pensó Shigeru. Partió al día siguiente, tras comunicar a Chiyo e Ichiro que se disponía a visitar el templo de Shokoji, donde pasaría unos días de retiro para rezar por los muertos. Realizó la primera parte del viaje a lomos de
Kyu,
llevando como acompañantes a varios de sus lacayos. Dejó a los hombres y los caballos en Sumasura, el último pueblo antes de la frontera, y continuó a pie solo, como un peregrino. Pasó dos noches en el templo de Shokoji y la tercera mañana se levantó antes del amanecer, bajo la luna llena. Atravesó el puerto de montaña en dirección este, siguiendo las estrellas gemelas conocidas como Ojos de Gato, hasta que el cielo palideció. Entonces se encontró caminando hacia el sol naciente. La luz caía sobre la hierba pardusca de la meseta. Se apreciaban pocas señales de los diez mil soldados que allí habían sucumbido, aunque de vez en cuando aparecían sobre el polvo huesos humanos, o de caballos, que los zorros y los lobos habían desenterrado. Shigeru recordó el día que él mismo había llegado a la zona cabalgando junto a Kiyoshige —los caballos jóvenes, entusiasmados, habían atravesado la llanura a toda velocidad— y las escenas de tortura que les aguardaban al otro extremo, en la aldea fronteriza. Ahora, todo aquel territorio pertenecía a los Tohan. ¿Habría conseguido sobrevivir algún miembro de los Ocultos?