La Red del Cielo es Amplia (13 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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Shigeru dio alguna que otra cabezada, pero pasó despierto la mayor parte de la noche, reflexionando sobre los extraordinarios acontecimientos del día. Ya no creía que el desconocido fuera un ser sobrenatural. Ahora que podía pensar con más serenidad, la identidad del hombre quedaba a las claras: sólo podía pertenecer a la Tribu. Había desaparecido y vuelto a aparecer tal como el padre de Shigeru le había descrito a su hijo cuando hablaba de la mujer a la que amaba. Se trataba de una habilidad sorprendente, de enorme utilidad. Con razón numerosos señores de la guerra, como los Iida, empleaban a aquellos hombres en calidad de espías. Ahora, a Shigeru su propio clan le parecía extremadamente vulnerable, pues ¿qué defensa había contra ellos? El encuentro había despertado en el joven una intensa curiosidad por averiguar más sobre los miembros de la organización, por descubrir cómo podía protegerse él mismo y a su gente contra la Tribu; incluso se preguntaba si llegaría a contratarla él mismo.

Apenas se atrevía a pensar sobre el acontecimiento más asombroso de todos: el hecho de haber derrotado a su maestro en combate. Había dejado inconsciente a Matsuda Shingen. Parecía incluso más increíble que la capacidad de aquel hombre para volverse invisible.

El calor aflojó un poco, se levantó una ligera brisa y los pájaros empezaron a anunciar la llegada del amanecer. Shigeru se encontraba sentado, con las piernas cruzadas, y comenzó la meditación de la mañana. Cuando abrió los ojos era completamente de día y Matsuda estaba despierto.

—Necesito orinar —dijo el anciano—. Ayúdame a salir.

Caminaba de manera un tanto inestable, pero por lo demás parecía haberse recuperado. Una vez que hubo orinado, se dirigió al manantial y se enjuagó la boca.

—¿Notáis dolor en la cabeza? —preguntó Shigeru, mientras ayudaba a su maestro a regresar a la choza.

—Ahora, no mucho. Lo que me diste a beber anoche ha funcionado.

—Lamento... —comenzó a decir Shigeru.

El monje le interrumpió:

—No lo lamentes. Puedes estar orgulloso de ti mismo. Ha sido un logro importante. Nadie había conseguido hacerme eso desde hacía mucho tiempo; aunque ya no soy tan joven como antes, claro está.

—Fue pura casualidad —respondió Shigeru.

—A mí no me lo parece. Pero dime, ¿quién estaba aquí, contigo?

—Encontré a un hombre en el bosque. Salí corriendo detrás de los monjes y tomé una dirección equivocada... Había una tormenta espantosa...

—En otras palabras: te entró el pánico —cortó Matsuda.

—¡Pensaba que os había matado!

—De haber sido así, me lo habría merecido —respondió el maestro entre risas—. Tampoco es para aterrorizarse. ¿Quién era, un aldeano? Tengo que conseguir los ingredientes de esa infusión.

—Nunca le había visto; ni siquiera estaba seguro de si era un ser humano. Parecía más bien un espíritu. Más tarde, caí en la cuenta de que debía pertenecer a la Tribu.

—¡En el nombre del Cielo! —exclamó Matsuda—. ¿Me diste una infusión elaborada por un miembro de la Tribu? Tengo suerte de seguir con vida.

Shigeru volvió el pensamiento al veneno, al rastro que él mismo había visto de alguien que buscaba acónito y tragontino; debía de ser aquel hombre o algún otro como él.

—Soy un estúpido —se lamentó—. No sé por qué razón pensé que podía fiarme de él.

—Eres demasiado rápido al entregar tu confianza —amonestó Matsuda—. Aun así, parece que esta vez no ha causado ningún daño. Esa infusión era un calmante muy efectivo. Me gustaría saber con qué está elaborada.

—Conocía vuestro nombre.

—No es que quiera presumir, pero mucha gente ha oído hablar de mí. No soy muy apreciado entre los miembros de la Tribu. He tratado de mantenerlos alejados del templo; no me gustan los espías. ¿Se hizo invisible?

Shigeru asintió.

—¿Cómo se consigue? —preguntó.

—Es un truco, una manera de moverse que engaña a los ojos de quien mira. No puede aprenderse; es algo innato, como la mayoría de las dotes extraordinarias de la organización. Se perfeccionan con el entrenamiento. Por lo que tengo entendido, éste se asemeja mucho a la meditación, en lo que se refiere a vaciar la mente para concentrarse; sin embargo, la Tribu emplea la crueldad como herramienta de enseñanza, con el fin de silenciar la conciencia y erradicar la compasión. Dicen que los Iida utilizan algunos de esos métodos con sus propios hijos, y que Sadamu en particular se ha beneficiado de ellos.

—Ese Sadamu que también deseaba que fuerais su maestro —observó Shigeru.

—No, yo nunca habría ido a Inuyama. El clima me desagrada. En cualquier caso, ya no tengo por qué hacerlo: estoy satisfecho con mi pupilo Otori. De hecho, me siento muy orgulloso de ti.

—Aunque después de venceros, todo lo hice mal. En el momento que os derroté, os vi como un traidor —confesó Shigeru—. Pensé que formabais parte de una conspiración... Es tan absurdo que me avergüenza recordarlo.

—Te estaba llevando al límite porque sabía que había en tu interior más de lo que me habías dejado ver hasta el momento. Eres de naturaleza confiada, señor Shigeru; se trata de una virtud, pero sólo hasta cierto punto. Ahora ya sabes cómo dar rienda suelta a tu auténtico poder: ante la sospecha de traición, y la furia descarnada que esta sospecha trae consigo. Hoy puedes entrenar a solas. Tienes que reunir a voluntad lo que descubriste a través de la emoción. Yo voy a descansar.

—Deberíamos regresar al templo —indicó Shigeru mientras contemplaba el pálido rostro de su maestro y la magulladura, cada vez más grande—. Allí podrán cuidaros.

—Aún no ha llegado el momento —respondió Matsuda—. Descansaré un par de días; pasaremos aquí el Festival de los Muertos y regresaremos al templo antes de las tormentas de otoño, a menos que me reclamen con anterioridad. La salud de nuestro abad es muy frágil, como sabes. Si muriera, me vería obligado a volver de inmediato. Ya hemos hablado demasiado. Pasaremos el resto del día en silencio. Prepara un poco de sopa y luego empieza tus ejercicios.

Había muchos asuntos sobre los que Shigeru deseaba conversar; los pensamientos se le amontonaban en la mente. Se percató de que anhelaba palabras de elogio y de aliento, si bien era consciente de que Matsuda ya le había ofrecido tantas como estaba dispuesto a dar. Abrió la boca para decir: "Una pregunta más", pero el monje le silenció.

—Sugiero que primero medites, para serenar tus pensamientos.

Mientras Shigeru meditaba, contempló sus acciones de forma desapasionada, con objeto de aprender de ellas. Reconoció la habilidad que yacía bajo su dominio de la esgrima de la misma manera que veía la inmadurez de carácter que le había conducido al pánico y la confusión. Poco a poco, sus pensamientos se calmaron y su mente se quedó en blanco.

A la caída de la tarde salió a recolectar setas para la cena, en parte albergando la esperanza de volver a encontrarse con el hombre de la Tribu. "El Zorro", pensó sonriendo. De manera que El Zorro recorría aquellas montañas recogiendo hierbas para elaborar medicinas y venenos. A Shigeru le picaba la curiosidad tanto por el propio hombre como por los misterios de la Tribu.

"Le reconoceré si le veo de nuevo", se dijo a sí mismo, y tuvo la impresión de que, en efecto, volverían a encontrarse, como si entre ellos existiese algún vínculo procedente de una vida anterior. "Tengo que conseguir más información sobre la Tribu; tal vez debiera emplear a sus miembros, igual que hacen los Tohan."

Sin embargo, no volvió a ver a El Zorro; ni tampoco encontró rastro de la presencia del hombre. Matsuda se recuperó y reanudaron sus combates diarios. Shigeru aprendió a utilizar su recién descubierta fortaleza con mayor precisión: a menudo dominaba a su maestro, pero nunca más volvió a golpearle con tanta fuerza.

Rasaron el día del Festival de los Muertos en ayunas y dedicados a la meditación. Era la primera vez que Shigeru se encontraba lejos de su familia durante la solemne festividad. Su padre alternaba las visitas a los templos de Tokoji y Daishoin, en Hagi, y a los de Yamagata y Terayama. Aquel año permanecería en Hagi. Shigeru imaginó a su hermano y los amigos de éste colocando linternas en barcos de papel que flotaban a la deriva por el río, observando cómo la marea los arrastraba hasta el mar. Recreó en la mente la vista de la bahía de Hagi; las islas que se alzaban, puntiagudas, desde la superficie del agua; las linternas que arrojaban su luz dorada en la bruma azul. Sintió una punzada de añoranza por la ciudad que tanto amaba.

El bosque que le rodeaba no era menos hermoso. Shigeru también había llegado a amarlo a medida que lo exploraba más a fondo y lo conocía mejor; pero se trataba de un lugar solitario, carente de otros seres humanos, y en las noches en que los muertos regresan para visitar a los vivos, se le antojaba aún más desierto.

Las luces parpadeaban en la distancia, donde los aldeanos encendían grandes hogueras para mostrar a los muertos el camino de regreso. Shigeru encendió también una hoguera a las puertas de la choza, aunque no contó con ver a sus antepasados, quienes se hallarían donde estuvieran sus tumbas —en Hagi o en Terayama—. Ni siquiera los muertos los visitarían en aquel lugar remoto.

Durante días enteros, Shigeru y Matsuda apenas habían hablado; el combate, el ejercicio, la meditación y las tareas domésticas se habían llevado a cabo en silencio. Por eso, en la segunda noche del festival, Shigeru se sorprendió cuando, en lugar de dormir inmediatamente después de la cena, Matsuda le pidió que encendiera la lámpara y preparase más té.

—Conversaremos un rato.

Salieron al exterior y se acomodaron en la estrecha veranda. La noche era clara: la Osa y el Cazador alumbraban desde lo alto. Shigeru fue en busca de agua fresca y encendió una lámpara de aceite con una astilla que sacó del fuego. Sirvió la infusión a su maestro y luego se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, aguardando para escuchar lo que Matsuda tenía que decirle.

—Antes tenías muchas preguntas —comentó el monje—. Ahora puedes formularlas.

—He estado pensando sobre los muertos. ¿Se reencarnan inmediatamente, o acaso son sus espíritus los que siguen viviendo? Acuden a visitarnos cada año, pero, mientras tanto, ¿dónde habitan? Cuando rendimos culto a nuestros antepasados, ¿nos ven y nos escuchan?

—Veneramos a nuestros antepasados como si siguieran entre nosotros, y tratamos a todos los seres vivos con compasión, pues nuestros ancestros podrían haberse reencarnado en ellos. El destino de nuestra vida anterior influye en nuestra existencia presente, de la misma forma que esta vida influirá en nuestro futuro. Podemos escapar del ciclo de la vida y la muerte siguiendo las enseñanzas del Iluminado, pero tú has sido llamado a tomar un camino diferente: serás la cabeza de un antiguo y poderoso clan. Tendrás en tus manos la seguridad y el bienestar de muchos. Estás obligado a vivir en el mundo, con todos sus engaños y peligros.

»Nacer Otori no es cosa insignificante. Tu familia es la más ilustre de los Tres Países, a pesar de lo que los Iida puedan pensar de sí mismos. Tu linaje es el más antiguo de todos, compartes sangre con la familia imperial. Las cualidades de
tu
familia son la valentía, la compasión, la calidez de sentimientos, la imparcialidad; vuestras flaquezas son la temeridad, la indulgencia, el enamoramiento pasajero y la indecisión.

—Cada flaqueza es la parte negativa de una de nuestras cualidades —observó Shigeru en voz baja.

—Sí, en efecto. Debes darte cuenta de cómo el sentido de la justicia de tu padre le conduce a menudo a la indecisión. Shigemori examina el punto de vista de todos cuantos le rodean, y quiere ser justo con todos ellos. Posiblemente, se preocupa demasiado de lo que los demás opinan de él. Desea que sus hermanos aprueben sus decisiones; a cambio, ellos le desprecian.

—¿También son traidores mis tíos?

—Considero que lo llegarían a ser, si es que fueran más valientes.

—En caso de que los Tohan se estén preparando para la guerra, ¿cómo podemos proteger el País Medio?

—Derrotándolos. No existe otra manera. Tu padre no desea combatir; tus tíos están a favor de hacer concesiones a cambio de la paz.

—¿Qué clase de concesiones?

—La entrega de territorios, por ejemplo.

—¿Ceder parte del País Medio a los Tohan? Eso es impensable.

—Muchos ya están contemplando la posibilidad. De ti depende que cambien de opinión.

—Debo regresar a Hagi inmediatamente.

Matsuda se rió entre dientes.

—Vas a tener que aprender a ser paciente.

Shigeru respiró hondo. La furia le había ido embargando a medida que progresaba la conversación. La deslealtad y la traición se le antojaban como el mayor de los delitos, y la sospecha de que estuvieran floreciendo en el seno de su propia familia hacía que la garganta le ardiera de rabia.

—Si me lo pedís, eso haré —accedió a regañadientes.

—Pasarás el invierno con nosotros, como estaba planeado. Cuando regreses a Hagi tendrás dieciséis años, se celebrará la ceremonia de tu mayoría de edad y te convertirás en adulto. Entonces, tendrás más influencia entre los notables y con tu propio padre.

—¿Son los notables de fiar?

—En lo que respecta a Irie, Mori y Nagai, apostaría mi vida por su fidelidad. Endo y Miyoshi son pragmáticos: dedican su lealtad al clan por encima de todo, de modo que apoyarán a quienquiera que lo dirija. Cuando regreses, debes mantenerte en guardia. Si aconsejas la guerra contra los Tohan, la facción opuesta sentirá la tentación de eliminarte, y contarán con el respaldo de los propios Tohan. Ten cuidado a la hora de entregar tu confianza. Y trata de apartar de tu vida a cualquier miembro de la Tribu.

—Reconocerlos debe de ser casi imposible —comentó Shigeru al tiempo que esbozaba una sonrisa apesadumbrada.

—Son humanos. A pesar de sus poderes extraordinarios, mueren como cualquier otro hombre. En mi opinión, pueden ser identificados y derrotados.

—Cuento con un enemigo doble: un clan agresivo y ambicioso, y una tribu de asesinos.

—Pero te enfrentas a ellos con armamento doble: tu propio carácter y el amor y la lealtad de tu pueblo.

—¿Serán suficientes para alzarse con la victoria?

Matsuda se echó a reír otra vez.

—No puedo predecir el futuro; sólo sé que son armas suficientes para empezar. Ahora, si lo deseas, puedes dormir. Yo me quedaré un rato sentado, en compañía de los muertos.

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