—Lo lamento mucho —dijo él—. Has sufrido una enorme pérdida.
—Si por una enorme pérdida te refieres a la muerte de mi padre, de todos sus hijos, de todos nuestros guerreros, sí, es verdad —respondió ella con profunda amargura—. Mi matrimonio vinculó mi familia a tu persona, a tu imprudencia y tu temeridad. Les habría ido mejor imitando a Kitano y a Noguchi. Los Tohan han arrasado nuestra casa. Nuestras tierras nos serán arrebatadas y entregadas a los guerreros de Iida.
—Eso está aún por negociar —replicó Shigeru.
—¿Qué negociación me va a devolver a mi familia? Mi madre se matará antes de abandonar Kushimoto. Todos están muertos, salvo yo. Has destrozado a los Yanagi.
—Tu padre fue leal a mi padre y a mí mismo. Los miembros de tu familia no fueron traidores. Deberías sentirte orgullosa de ellos.
Moe levantó los ojos y le miró cara a cara.
—Tú también has sufrido una gran pérdida —dijo con fingido pesar—. Tu amante ha muerto.
Shigeru había creído que le expresaría sus condolencias por la muerte de Shigemori, y por un instante no comprendió lo que acababa de escuchar. Entonces, se percató de lo profundo del odio que Moe sentía por él, su intenso deseo de hacerle daño.
—Akane, la cortesana —prosiguió ella—. Mató a un anciano y luego se suicidó. Parece ser, según las habladurías, que Masahiro fue a verla y le comunicó que habías muerto; la noticia debió de trastornarle el juicio.
Moe seguía mirando a Shigeru fijamente, con cierto aire de triunfo.
—Por descontado, Masahiro había estado en contacto con Akane durante todo el invierno. Debió de acostarse con ella con frecuencia mientras tú te encontrabas fuera de la ciudad.
La ira de Shigeru era tan intensa que lo único que deseaba era matar a Moe. Luchó contra la oleada teñida de rojo que le ardía en los brazos y las manos. Notó que los puños se le agarrotaban y el rostro se le contorsionaba a causa del dolor insufrible. ¿Akane estaba muerta? ¿Había engañado a Shigeru con el propio tío de éste? Ambas cuestiones parecían increíbles e insoportables por igual. Entonces, recordó las historias acerca de Hayato. En la ciudad se rumoreaba que Masahiro había dado orden de matarle, que sus hijos fueron condenados a muerte y luego perdonados gracias a la intercesión de Akane.
—Debes de estar muy cansado —dijo Moe con la misma voz artificial—, y ya veo que te han herido. Te prepararé un poco de té.
Shigeru sabía que si permanecía en la habitación un minuto más perdería todo control. Se puso en pie de manera abrupta, sin volver a dirigir la palabra a su mujer. Alargó la mano hacia la puerta corredera y, al abrirla por la fuerza, rasgó la mampara de papel; luego salió corriendo en dirección al jardín. El pretil de piedra que miraba al mar le obligó a detenerse. Lo golpeó con el puño como si fuera a partirlo en dos, en tanto que las lágrimas le brotaban a chorros.
Se quedó contemplando la bahía. Las azaleas escarlatas salpicaban el verdor de la orilla contraria. Las olas murmuraban al chocar contra el enorme rompeolas y una ligera brisa se elevaba desde el mar, secándole las mejillas. Tras este primer arrebato no volvió a llorar, pero al tiempo que el calor de su furia se iba mitigando notó que ésta se transformaba en un sentimiento diferente, no menos intenso, si bien controlable. Se trataba de una implacable determinación de aferrarse a lo poco que le quedaba.
No había nadie con quien poder hablar, nadie con quien compartir su desdicha. Sólo Kiyoshige le habría entendido, y ahora estaba muerto. Nunca volvería a hablar con él, jamás volvería a escuchar su risa. Shigeru estaba rodeado de gente que le odiaba: sus tíos, su propia esposa. Había perdido a su padre, a su mejor amigo, a Irie Masahide —su consejero de más confianza— y a Akane, quien le habría consolado y a quien no volvería a abrazar.
Endo Chikara acudió a comunicarle que los convocados a la reunión le esperaban. Shigeru tuvo que apartar a un lado su sufrimiento y su rabia para enfrentarse a sus tíos con serenidad. Ahora más que nunca estaba agradecido a Matsuda y a los monjes de Terayama, cuyo riguroso entrenamiento le había aleccionado en el autocontrol. Saludó a sus tíos sin dar señal alguna de sus auténticos sentimientos, recibió sus condolencias y el subsiguiente interrogatorio con actitud tranquila mientras escudriñaba sus rostros con discreción y sopesaba su ademán y su comportamiento. Examinó a Masahiro encubiertamente, asqueado ante la idea de que un ser tan repulsivo pudiera haber abrazado a Akane. Shigeru estaba seguro de que ella jamás se habría acostado con Masahiro, a menos que él la hubiera forzado. La idea misma le causó tal repulsión que tuvo que borrarla de la mente para poder continuar con las conversaciones.
La reunión fue tormentosa. Presidida por la inquietud y el miedo, estuvo plagada de recriminaciones, en un primer momento, hacia el traidor Noguchi; luego, de una manera más sutil, hacia el propio Shigeru, por incitar la hostilidad de Iida, por enfrentarse a los Tohan directamente. Terminó en una especie de callejón sin salida. El señor Shoichi rehusó abandonar su posición de regente, ya que cabía la posibilidad de que los Tohan se negaran a negociar con Shigeru, y se necesitaba a alguien con autoridad que pudiera hablar en nombre del clan.
Endo, tan pragmático como de costumbre, se mantuvo silencioso; pero Miyoshi pronunció palabras de afecto a favor de Shigeru, dejando claro que, en su opinión, la población de Hagi, la de todo el País Medio, se había mostrado a favor de la guerra contra los Tohan, y se resistiría con vehemencia a cualquier decisión que implicara someterse al enemigo. Miyoshi consideraba, al igual que Shigeru, que el Oeste no toleraría el completo control del País Medio por parte de los Tohan, y a su parecer deberían confiar en la alianza con Maruyama y utilizarla como medio de presión.
—Debemos responder a las demandas de los Tohan con nuestras propias exigencias —aconsejó Miyoshi—. Al fin y al cabo, Sadamu atacó Chigawa sin que nadie le provocara.
—Por desgracia, la conducta del señor Shigeru, desde la muerte de Miura, le provocó sobradamente —replicó Shoichi.
No tenía sentido seguir insistiendo sobre lo mismo indefinidamente, de modo que Shigeru dio la reunión por concluida. Regresó a casa de su madre esa misma noche, pues deseaba conversar en privado con Ichiro y, además, no podía soportar la idea de encontrarse bajo el mismo techo que su esposa o sus tíos. Miyoshi quiso acompañarle, pero Shigeru le persuadió de que permaneciera en el castillo, donde necesitaba al menos un lacayo que le guardara fidelidad. Miyoshi envió refuerzos para que custodiaran la casa del río, y Shigeru entendió su propósito. Dada la situación, la muerte repentina del primogénito de Shigemori resultaría conveniente para muchos. El asesinato se había convertido en una posibilidad de lo más factible. Nunca antes había reflexionado Shigeru sobre la cuestión; había estado protegido por su posición indiscutible. Ahora, mientras recorría las calles, aún abarrotadas de gente, cayó en la cuenta de la facilidad con la que un asesino podía ocultarse entre las multitudes. Cierto era que la casa de su madre carecía de una protección segura; pero al menos la servidumbre era leal, al contrario que ocurría en el castillo, donde ya no se podía confiar en nadie.
Le explicó a Ichiro lo que se había discutido en la reunión y su antiguo preceptor se ofreció a asistir a las negociaciones del día siguiente, al estar de acuerdo con Miyoshi en que los Otori tenían sobrados motivos de queja que habían de ser atendidos.
—Recordaré todo cuanto se diga y luego redactaré un informe —prometió.
Una vez que se hubieron dado un baño y hubieron terminado de cenar, Shigeru se sintió entumecido a causa de la fatiga. Quería interrogar a Ichiro acerca de Akane; pero ¿qué sabría él? Deseaba penar por la muerte de su amante, como ella se merecía; pero ¿y si, en efecto, le había traicionado? La posibilidad resultaba demasiado dolorosa como para pararse a reflexionar. Apartó a un lado sus emociones, como si las enterrara en una caja, bajo tierra, y se dispuso a sumirse en el profundo río del sueño.
Justo antes de quedarse dormido, pensó: "Si alguien sabe la verdad sobre Akane, tiene que ser Chiyo". Resolvió interrogar a la anciana, y encontró cierto consuelo en la seguridad de que ella no le mentiría.
* * *
El señor Kitano llegó a Hagi al día siguiente y fue escoltado hasta el castillo con gran ceremonia. La solemnidad de su llegada se vio en cierta forma arruinada por la conducta desquiciada de los ciudadanos, que aún trataban de exorcizar su desgracia y su sentimiento de traición por medio de bailes y cánticos, ataviados, por lo que parecía, con indumentarias aún más llamativas y estrafalarias. La comitiva de Kitano recibió todo tipo de insultos, fue atacada con piedras y basura; como consecuencia, estuvo a punto de correr la sangre.
Tan sólo la aparición de Shigeru impidió que el malestar diera paso a una situación incontrolable. Salió a recibir a Kitano, le dio la bienvenida que la etiqueta exigía y cabalgó a su lado. Su compostura y coraje tranquilizaron y serenaron a la población en cierta medida, al igual que la presencia de Ichiro, quien gozaba de gran respeto y consideración y cuya reputación era la de un hombre de gran sabiduría e integridad. Era un día bochornoso y húmedo; las nubes empezaban a congregarse por el horizonte y en las cumbres de las montañas. Las lluvias de la ciruela darían comienzo de un momento a otro y paralizarían temporalmente las hostilidades.
Al paso de la comitiva los hombres de la ciudad, furiosos, gritaban que incendiarían sus casas y destrozarían sus cultivos antes de entregárselos a los Tohan; las mujeres entonaban canciones que hablaban de arrojarse al mar junto con sus hijos si Sadamu llegase a entrar en Hagi. Shigeru se alegró de que Kitano escuchara las protestas, pues de no ser tomadas medidas para aplacar al pueblo, la cosecha se quedaría sin recoger, la elaboración de productos alimenticios se detendría y todo el mundo moriría de hambre antes de la primavera.
La reunión iba a contar con pocos asistentes, sólo los señores de los Otori —Shigeru y sus tíos— y Kitano. Ichiro también estaría presente con dos escribas, uno de Hagi y otro de Tsuwano. Cuando todos se hubieron acomodado en la sala principal y se hubieron intercambiado las habituales cortesías, Kitano tomó la palabra.
—Me alegro de poder prestar mi servicio al clan en estos tiempos tan desdichados.
Despedía un aire de satisfacción consigo mismo, como un gato que acabara de zamparse un plato de pescado a escondidas.
Shoichi respondió:
—Lamentamos profundamente los acontecimientos recientes; nosotros mismos los desaconsejamos en su momento. De ahora en adelante, mi hermano y yo aceptaremos la responsabilidad por el buen comportamiento de nuestro clan. Confiamos en poder ofrecer compensaciones que el señor Iida encuentre satisfactorias.
—A cambio, nos reconocerá como regentes legítimos hasta que se clarifique el asunto de la sucesión —añadió Masahiro.
—No hay necesidad de semejante clarificación —terció Shigeru, tratando de mantener la calma—. Soy el hijo primogénito del señor Shigemori. Mi hermano Takeshi es mi heredero.
Kitano sonrió con cortesía y respondió:
—Una de las condiciones fundamentales del señor Iida es que no se llevará a cabo negociación alguna mientras el señor Shigeru siga siendo el cabeza del clan.
Al no recibir respuesta de ninguno de los presentes, Kitano añadió:
—Te advertí que no incitaras su enemistad. A menos que accedas a apartarte a un lado, no tiene sentido continuar esta reunión. El señor Iida y su ejército ya han avanzado hasta Kushimoto. No podemos impedir que tomen el control de Yamagata. Después, sólo Tsuwano se encontrará entre los Tohan y Hagi.
—¡No es posible someter Hagi a un asedio! —exclamó Shigeru.
Sus tíos intercambiaron una mirada.
—Pero podrían obligarnos a rendirnos por falta de alimentos, sobre todo ya que estamos a comienzos de verano y aún quedan semanas para la recolección del arroz —replicó Shoichi.
—Shigeru debería quitarse la vida —comentó Masahiro con tono desapasionado—. Eso respondería a los requisitos de Iida y supondría una salida honorable.
—Mi padre me ordenó que siguiera viviendo —respondió Shigeru—, en especial porque
Jato
vino a parar a mis manos.
Ichiro, sentado a espaldas de los interlocutores, tomó la palabra.
—Si se me permite hablar, la muerte del señor Shigeru causaría graves disturbios en la totalidad del País Medio. Si los Tohan hubieran derrotado a los Otori en una batalla justa, sería un desenlace aceptable. Pero dado que la traición ha estado por medio, los derechos de los derrotados adquieren mayor fuerza. La guerra se libró en territorio del País Medio, luego el señor Iida fue el agresor. Hay que sopesar todas estas consideraciones antes de alcanzar un acuerdo.
—La amenaza de sitiar la ciudad de Hagi carece de fundamento —declaró Shigeru—, puesto que los Seishuu acudirán en nuestro auxilio. Puedes decírselo a Sadamu. Además, nuestros informes dan a entender que ha sufrido demasiadas pérdidas para embarcarse en una nueva campaña, sobre todo durante la estación de las lluvias.
—Todos estos argumentos podrían ser de peso —respondió Kitano—, pero no tiene sentido discutirlos a menos que aceptes que de hoy en adelante dejas de ser el cabeza de los Otori y el heredero del clan.
—No es algo de lo que pueda despojarme como si se tratara de una túnica o un sombrero —replicó Shigeru—. Soy el cabeza y el heredero del clan.
—En ese caso, mi presencia aquí resulta inútil —declaró Kitano.
Se produjo un breve silencio. A continuación, Shoichi y Masahiro empezaron a hablar a la vez.
—Es ridículo...
—El señor Shigeru debe apartarse...
—¿Tu hermano está en Terayama? —preguntó Kitano—. He de decirte que mis hombres están rodeando el templo y tienen órdenes de Iida y de mí mismo para atacarlo, matar a todos cuantos lo habitan y reducirlo a cenizas a menos que en esta semana se tomen medidas satisfactorias. La ciudad de Yamagata también será arrasada.
—Sería un acto de inusitada maldad, incluso en tu caso —respondió Shigeru, indignado.
—También se me ocurren unas cuantas descripciones adecuadas de tu persona, Shigeru —replicó Kitano—. Sin embargo, no creo que insultarnos mutuamente sea constructivo. Tenemos que alcanzar un acuerdo.
Se produjo un repentino chaparrón sobre el tejado y el olor a tierra mojada inundó la estancia.