Pero luego, la realidad lo bajó de esas alturas, volviéndolo a su silla de ruedas. ¿Cómo podría llevarse algo de la fortaleza? ¿Cómo podría esconderlo en las montañas si su fuerza era apenas suficiente para hacerlo rodar hasta afuera de la puerta?
—Necesitarás a un hombre completo —le anunció a Molasar con una voz que amenazaba romperse—. Un inválido como yo no te es de utilidad.
Más que verlo, sintió a Molasar moviéndose alrededor de la mesa, hasta su lado. Sintió una suave presión en el hombro derecho: la mano de Molasar. Levantó la vista hacia éste y lo descubrió mirándolo. Sonriendo.
—Tienes aún mucho que aprender sobre la extensión de mis poderes.
La Posada
Sábado, 3 de mayo
10:20 horas
Regocijo.
Eso era. Magda jamás hubiera imaginado lo que sería despertar en la mañana y hallarse cobijada en los brazos de alguien a quien amase. Era una sensación tan pacifica, tan segura… El panorama del día por venir era mucho más brillante sabiendo que Glenn estaría allí para compartirlo con ella.
Glenn yacía sobre un costado. Ella sobre el contrarío, ambos cara a cara. El dormía aún, y aunque Magda no deseaba despertarlo, descubrió que no podía apartar las manos de él. Suavemente corrió la palma de su mano por el hombro de Glenn, tocando las cicatrices de su pecho con los dedos, ordenando la roja confusión de su cabello. Movió su pierna desnuda contra la de él. Se sentía tremendamente sensual bajo las mantas, piel contra piel, poro contra poro. Un deseo irrefrenable empezó a agregar su propia clase de calor a su ardiente piel. Deseó que él despertara ya.
Observó su cara mientras esperaba que él se moviera. ¡Había tanto que aprender de este hombre! ¿De dónde era exactamente? ¿Cómo fue su niñez? ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Por qué tenía esa hoja de espada con él? ¿Por qué era tan maravilloso? Ella era como una niña de escuela. Estaba encantada consigo misma. No podía recordar haber sido más feliz.
Quería que papá lo conociera. Los dos podrían llevarse maravillosamente bien. Pero se preguntó cómo reaccionaría papá ante su relación. Glenn no era judío… ella no sabía qué era; pero ciertamente, no judío. No es que a ella le afectara, aunque tales asuntos siempre fueron importantes para papá.
Papá…
Una súbita oleada de culpabilidad apagó su creciente deseo. Mientras ella estuvo acurrucada en los brazos de Glenn, segura y a salvo entre los asaltos de agitado éxtasis, papá había permanecido solo y frío en un cuarto de piedra, rodeado de demonios humanos mientras esperaba audiencia con una criatura del infierno. ¡Debía sentirse avergonzada!
Y, sin embargo, ¿por qué no podría haber robado un poco de placer para sí? No había abandonado a papá. Todavía estaba en la posada. Él la expulsó de la fortaleza la noche anterior y se negó a abandonarla ayer. Y ahora que pensaba en eso, si papá hubiera regresado ayer en la mañana a la posada con ella, no habría entrado a la habitación de Glenn y no estarían juntos ahora.
Era extraño cómo funcionaban las cosas.
Pero ayer y anoche no cambiaba realmente el estado de cosas, se dijo. Yo he cambiado, pero nuestros predicamentos permanecen inalterados. Esta mañana papá y yo nos encontramos a merced de los alemanes, justamente como estábamos ayer en la mañana y la mañana anterior. Todavía somos judíos. Y ellos, desde luego, aún son unos malvados nazis.
Se deslizó del lado de Glenn y se puso en pie, llevándose la delgada sobrecama con ella. Mientras se acercaba a la ventana se envolvió en la tela. En su interior había cambiado mucho, muchas inhibiciones cayeron como escamas de un artefacto de bronce enterrado, pero todavía no podía permanecer desnuda en la ventana a plena luz del día.
Pudo sentir la fortaleza antes de llegar a la ventana. La sensación de malad de su interior se había extendido hasta la aldea durante la noche… era casi como si Molasar estuviera buscándola. Estaba al otro lado de la cañada y era piedra gris bajo un cielo gris y encapotado, con los últimos restos de la niebla retrocediendo a su alrededor. Los centinelas todavía eran visibles en sus parapetos y la puerta del frente seguía abierta. Y había algo o alguien moviéndose por la calzada hacia la posada. Forzó la vista en la luz del amanecer, para ver de qué se trataba.
Era una silla de ruedas. Y en ella… papá. Pero nadie estaba empujándolo. Se impulsaba él mismo. Con movimientos rápidos, fuertes y rítmicos, las manos de papá se aferraban a los bordes de las ruedas y sus brazos las giraban, apresurándolo por la calzada.
Era imposible, pero ella estaba viéndolo. ¡Y él venía a la posada!
Llamó a Glenn para que despertara y empezó a correr alrededor de la habitación, reuniendo sus esparcidas prendas de vestir y poniéndoselas. Glenn se levantó en un instante, riéndose de sus torpes movimientos y ayudándola a buscar sus ropas. Magda no encontraba la situación divertida en lo más mínimo. Se puso las ropas frenéticamente y salió corriendo de la habitación. Quería estar abajo cuando papá llegara.
Theodor Cuza encontraba su propia alegría esta mañana.
Había sido curado. Sus manos estaban desnudas y abiertas al frío de la mañana, mientras asían las ruedas de su silla y las impulsaban a lo largo de la calzada. Todo sin dolor, sin tensión. Por primera vez en un tiempo más largo del que quería recordar, despertó sintiendo como si alguien se hubiera introducido en él durante la noche y hubiese escayolado firmemente cada una de sus articulaciones. Sus brazos se movían adelante y atrás como pistones bien aceitados y su cabeza giraba libremente de un lado a otro, sin dolor o rechinidos de protesta. Su lengua estaba húmeda, otra vez había suficiente saliva para tragar y la pasaba fácilmente. Su rostro se había aflojado de tal modo, que podía sonreír de nuevo en una forma que no provocaba que los demás respingaran y desviaran la vista.
Y estaba sonriendo ahora, sonriendo idiotamente con la alegría del movimiento, de la autosuficiencia, de ser capaz otra vez de adoptar un papel activo en el mundo que lo rodeaba.
¡Lágrimas! Había lágrimas en sus mejillas. Lloró frecuentemente desde que la enfermedad lo aferrara con firmeza, pero las lágrimas se habían secado hacía mucho tiempo, junto con la saliva. Ahora sus ojos estaban húmedos y sus mejillas resbalosas. Lloraba alegremente, sin vergüenza, mientras se impulsaba hacia la posada.
No supo qué esperar cuando Molasar se detuvo frente a él la noche anterior y colocó una mano en su hombro, pero sintió que algo cambiaba en su interior. No supo qué era en ese momento, pero Molasar le aconsejó que se fuera a dormir y que las cosas serían diferentes en la mañana. Durmió bien, sin las despertadas usuales durante la noche para buscar torpemente la taza con agua y humedecer su boca y garganta resecas, y se levantó más tarde de lo acostumbrado.
Levantarse… esa era la palabra para ello. Se había levantado de ser un muerto viviente. En su primer intento fue capaz de sentarse y luego de ponerse en pie sin dolor, sin aferrarse a las paredes o a la silla en busca de apoyo. Supo entonces que sería capaz de ayudar a Molasar, y lo ayudaría. Haría cualquier cosa que Molasar quisiera.
Hubo momentos difíciles cuando abandonó la fortaleza. No podía dejar que nadie supiera que podía caminar, así que imitó sus dolencias anteriores mientras se impulsaba hacia la puerta. Los centinelas lo miraron con curiosidad cuando pasó, pero no lo detuvieron pues siempre gozó de libertad para visitar a su hija. Por fortuna, ninguno de los oficiales estaba en el patio cuando él pasó.
Y ahora, con los alemanes detrás y una calzada sin obstáculos adelante, el profesor Theodor Cuza giró las ruedas de la silla tan rápido como pudo. Tenía que enseñarle a Magda. Ella tenía que ver lo que Molasar había hecho por él.
La silla rebotó al final de la calzada con un salto que casi lo arrojó de cabeza de la silla, pero siguió avanzando. Era más difícil avanzar en la tierra, pero no le importaba. Le daba la oportunidad de estirar los músculos que sentía anormalmente fuertes a pesar de los años de desuso. Se movió por la parte delantera de la posada y luego dio vuelta a la izquierda rodeándola hacia el lado sur. Allí sólo había una ventana a nivel del suelo. Se detuvo después de pasar junto a ésta y rodó acercándose a la pared de estuco. Aquí no podían verlo, nadie de la posada o de la fortaleza lograría vislumbrarlo y ello significaba que simplemente tenía que hacerlo una sola vez más.
Se colocó de frente a la pared y apretó los frenos de la silla. Un empujón contra los brazos de la misma y allí estaba: erguido sobre sus propios pies, apoyado en nadie y en nada. Solo. De pie. Por sí mismo. Era un hombre otra vez. Podía mirar a los otros hombres directamente a los ojos, en lugar de mirarlos siempre hacia arriba. Ya no más de un punto de vista infantil de la existencia desde allí abajo, donde siempre fue tratado como un niño. Ahora estaba arriba… ¡era un hombre otra vez!
—¡Papá!
Se volvió a ver a Magda en la esquina del edificio, mirándolo con la quijada colgante.
—Hermosa mañana, ¿no es cierto? —proclamó y le abrió los brazos. Después de dudar un instante, Magda se precipitó en ellos.
—¡Oh, papá! —exclamó con una voz que fue ahogada por los pliegues de su chaqueta cuando la estrechó contra él—. ¡Puedes estar de pie!
—Puedo hacer más que eso —afirmó alejándose de ella y comenzando a caminar alrededor de la silla de ruedas, equilibrándose a sí mismo con una mano sobre el respaldo y soltándose luego cuando se dio cuenta de que no lo necesitaba. Sus piernas estaban fuertes, incluso más fuertes de como las sintió más temprano esta mañana. ¡Podía caminar! Sentía como si pudiera correr, danzar. Siguiendo un impulso se inclinó, se volvió y giró en una pobre imitación de un paso de la
abulea
gitana, casi cayendo en el proceso. Pero mantuvo el equilibrio y terminó al lado de Magda, riendo ante su expresión atónita.
—Papá, ¿qué ha sucedido? ¡Es un milagro!
Jadeando todavía por la risa y el agotamiento, le tomó las manos.
—Sí, es un milagro —aceptó—. Un milagro en el sentido más verdadero de la palabra.
—Pero cómo…
—Molasar lo hizo. Me curó. Estoy libre da la escleroderma… ¡completamente libre de ella! ¡Es como si nunca la hubiera tenido!
Miró a Magda y vio cómo brillaba su cara de felicidad por él, cómo parpadeaban sus ojos para reprimir las lágrimas de alegría. Realmente estaba compartiendo con él este memento. Cuando la miró de cerca, percibió que, de algún modo, ella era diferente. Había otra alegría más profunda en ella que nunca antes le viera. Pensó que debía investigar su origen, pero ahora no podía ser molestado con eso. ¡Se sentía demasiado bien, demasiado vivo!
Percibió un movimiento con el rabillo del ojo y alzó la vista. Magda siguió su mirada. Sus ojos danzaron cuando vio quién era.
—¡Glenn, mira! —gritó—. ¿No es maravilloso? ¡Molasar curó a mi padre!
El hombre pelirrojo con la extraña piel olivácea no dijo nada mientras permanecía en la esquina de la posada. Sus ojos azul pálido se clavaron en los de Cuza, haciéndolo sentir como si su alma misma estuviera siendo examinada. Magda siguió hablando excitadamente, precipitándose sobre Glenn y jalándolo del brazo. Casi parecía ebria de felicidad.
—¡Es un milagro! —repetía—. ¡Un verdadero milagro! Ahora podremos irnos de aquí antes de que…
—¿Qué precio pagó? —inquirió Glenn con una voz baja que interrumpió el parloteo de Magda.
Cuza se tensó y trató de sostener la mirada de Glenn. Descubrió que no podía. En los fríos ojos azules no había felicidad por él. Sólo tristeza y decepción.
—No pagué ningún precio. Molasar lo hizo por un compatriota.
—Nada es gratuito. Nunca.
—Bien, me pidió que le hiciera unos cuantos servicios, que lo ayudarán a hacer algunos arreglos después de que abandone la fortaleza, ya que él no puede moverse durante el día.
—Específicamente ¿qué?
Cuza se sentía incómodo con este tipo de interrogatorio. Glenn no tenía derecho a una respuesta y él estaba decidido a no dársela.
—No lo dijo —afirmó.
—¿No es extraño recibir el pago por un servicio que todavía no ha realizado y que ni siquiera ha aceptado realizar? —preguntó Glenn—. Ni siquiera sabe qué es lo que espera de usted y ya ha aceptado el pago.
—Esto no es un pago —desairó Cuza con renovada confianza—. Esto simplemente me permite ayudarlo. No hemos hecho ningún trato, pues no hay necesidad. Nuestro vínculo es la causa común que compartimos… la eliminación de los alemanes de la tierra rumana, y la eliminación de Hitler y del nazismo de la faz del mundo.
Los ojos de Glenn se abrieron y Cuza casi se rió de la expresión de su cara.
—¿Le prometió eso?
—¡No fue una promesa! —refutó el profesor—. Molasar se encolerizó cuando le conté los planea de Kaempffer para establecer un campo de exterminio en Ploiesti, y cuando supo que en Alemania existe un hombre llamado Hitler, que está detrás de esto, juró destruirlo tan pronto como esté lo suficientemente fuerte para abandonar la fortaleza. No hubo necesidad de hacer un trato o un pacto o un pago…
¡tenemos una causa común!
Debió estar gritando, pues notó que Magda dio un paso alejándose de él cuando terminó, con una expresión preocupada en el rostro. Se aferró al brazo de Glenn y se apoyó contra él. Cuza sintió que se enfriaba. Trató de mantener la voz calmada mientras hablaba:
—¿Y qué has estado haciendo desde que me fui ayer en la mañana, niña?
—Oh, he estado con Glenn la mayor parte del tiempo.
No necesitaba decir más. Él sabía. Sí, ella había estado con Glenn. Miró a su hija aferrándose al desconocido con una familiaridad retozona, con la cabeza desnuda y el cabello volando libremente con el viento. Había estado con Glenn. Lo enojó. Fuera de su vista menos de dos días y se entregó a este pagano. ¡Le pondría un alto a eso! Pero ahora no. Pronto. Había demasiados asuntos importantes también a la mano. Tan pronto como él y Molasar terminaran su negocio en Berlín, vería que se encargaran también de este tipo Glenn con los ojos, acusadores.
¿… que se encargaran de…?
Ni siquiera sabía lo que quería decir con eso. Se preguntó sobre el alcance de su hostilidad hacia Glenn.
—Pero ¿no ves lo que significa esto? —estaba diciendo Magda, obviamente tratando de calmarlos—. ¡Podemos irnos, papá! Podemos escapar por el paso y alejarnos de aquí. ¡No tienes que regresar a la fortaleza otra vez! Y Glenn nos ayudará, ¿no es verdad?