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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (44 page)

BOOK: La Edad De Oro
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El último grupo de bancos, que ocupaba el resto de la pared derecha, estaba ocupado por Básicos. Había líderes de las principales empresas, artes y movimientos noosóficos: educadores y pedagogos influyentes, actores del lado oscuro de la Luna, recalculadores, editores, médiums, descargas de la supermente Deméter e historiadores del Museo del Pensamiento. Éfeso Vanwinkle de la Escuela de Matusalén había interrumpido una vez más su secular criosueño, su viaje al futuro infinito, para estar presente en esta reunión.

En esta sección había también famosos mistagogos, avatares de antropoconstructos y parciales emancipados, formando el Parlamento de Fantasmas, que procuraba representar los intereses de seres que no podían hablar por sí mismos, personas albergadas en memoria informática, nonatos, personajes simulados, composiciones desbandadas y similares.

Frente a todos ellos, la primera fila de la sección Básica estaba ocupada por Gannis de Júpiter, con veinte variantes de Gannis (subpersonalidades y semipersonalidades, una veintena de mellizos). Estaban vestidos de aristócratas franceses, con chaqueta azul, volantes, galones y encaje. Aun congelado en el tiempo, Gannis lucía una expresión confiada; sabía que él (siendo Exhortador y Par al mismo tiempo) era una de las voces más influyentes del Colegio, y el que sentiría mayor placer personal ante la caída de Faetón.

Había pocas perspectivas de misericordia en el lado derecho de la cámara.

Faetón se volvió a la izquierda. Le divirtió notar que los señoriales, quizá más conscientes que los demás del realismo riguroso de Helión, se habían sentado frente a las ventanas orientales, para que el sol del ocaso no les diera en la cara. Había arcontes y subalternos de muchas mansiones famosas. Quizá Faetón encontrara apoyo entre ellos.

Los señoriales Dorados superaban a los demás. Las Mansiones Doradas incluían a muchos miembros del Parlamento y del Parlamento Paralelo, teóricos políticos, asesores y demás. Mucho antes de que la tecnología de simulación o extrapolación se usara para el entretenimiento, la Escuela Dorada de los inicios la había empleado para predecir resultados de decisiones político-económicas y de importantes movimientos de datos en el espacio de memoria mundial. En la primera fila estaba Tsychandri-Manyu Tawne, alto arconte de la casa de Tawne, representado con suntuosa túnica ducal, roja y dorada. Casi todos los políticos del Parlamento Paralelo, en toda la Ecumene Dorada, habían utilizado en algún momento plantillas de memoria, aptitudes o consejos del complejo mental Manyu, iniciado por Tsychandri, uno de los fundadores del Movimiento de la Exhortación, y su voz más influyente. Pero, curiosamente, no era el idealista que instaba a todos a ser; sus decisiones dependían del cálculo práctico y político (algunos decían cínico).

Y la corriente política se oponía a Faetón. Era claro que Tsychandri-Manyu pediría el exilio permanente, y quizá humillaciones o denuncias públicas; las otras Mansiones Doradas seguirían su iniciativa.

En las cercanías había arcontesas de las Casas Estrella Vespertina, Fósforo y Meridiana de la Escuela de la Mansión Roja. Sus vestidos eduardianos emitían destellos de seda escarlata, rosado y carmesí, y estaban petrificadas en su pose, inclinadas para susurrar detrás de sus elegantes abanicos. Faetón sabía que los Rojos le tenían antipatía por motivos emocionales, y las reinas y condesas Rojas, criaturas muy apasionadas, sucumbirían a sus emociones.

Hasantrian Hecatón Heo de la Casa Pálida de los Blancos había descendido del espacio mental trascendental y había recobrado la psicología humana para asistir. Tau Continuo Nimvala de la casa de Albión, también un Blanco, había roto sus setenta años de silencio y no había asistido como parcial sino con la presencia de toda su mente. Ambos estaban representados como sacerdotes Victorianos de la iglesia anglicana, alta y baja respectivamente. Los Pálidos eran intelectuales puros; los Albiones sólo permitían las emociones que instaban a los hombres a desdeñar la emoción, como el orgullo, el desdén y la arrogancia. Los Blancos serían imparciales. Científicos e ingenieros, quizá favorecieran la causa de Faetón.

El constructor conocido como Ynought Subwon de la Casa Nuevo Centurión era el único representante Gris Oscuro. Esta escuela, por larga tradición, reprobaba la exhortación. El protocolo Gris Oscuro era más ascético que el Gris Plata. Esta gente austera y lacónica creía más en las leyes que en la oratoria. Los miembros de esta escuela a menudo oficiaban de alguaciles o procuradores de la Curia. Faetón no sabía nada sobre Ynought.

Viridimagus Solitaire (o una reconstrucción) estaba presente como representante de la extinguida Escuela Verde, más notable porque no tenía mansión pero se proyectaba a través de un intelecto público alquilado, un hombre de aspecto común con pantalones oscuros y una larga chaqueta esmeralda. Se destacaba porque era el único hombre vestido con sencillez en ese lado de la cámara. Los Verdes eran los señoriales más primitivistas (si cabía imaginar tal cosa). Si Viridimagus continuaba esa tradición, sin duda reprobaría toda innovación, diría que la colonización de las estrellas era una abominación y pediría una sentencia severa.

Una multitud de señoriales Negros, de las Casas Manchanegra, Repugnancia, En-tu-cara y Retrete, y varias otras casas menores y mansiones parciales de la Escuela Negra, poblaban el banco más alto, en el fondo de la cámara. Estaban vestidos con ropas espléndidas, esmoquin negro y vestidos de terciopelo negro, pero todos estaban desfigurados por enfermedades o defectos de nacimiento comunes en la era victoriana. Su miembro más famoso era Asmodeo Bohost Clamor, de la Casa de Clamor, que se había representado con un cuerpo grotescamente obeso, al menos de doscientos kilos de masa. Su chaqueta negra tenía el tamaño de una tienda, y botones enjoyados seguían la circunferencia de un vasto chaleco globular. Asmodeo Bohost pediría una humillación pública y el festival de insultos, o el castigo conocido como excrementación, pero no el exilio. Las Mansiones Negras amaban la burla y la confrontación, y nunca votaban el exilio, que les causaba un aburrimiento mortal (pues requería ignorar a las víctimas).

En la fila del frente, la Escuela Gris Plata estaba representada por Agamenón XIV de la Casa de Minos, Nausícaa Quemadora de Naves de la Casa Eceo y, por cierto, Helión de la Casa Radamanto.

Aun Helión estaba petrificado en el tiempo. Faetón esperaba cruzar la mirada con su padre, y quizás hallar una sonrisa o una mirada de aliento; pero Helión, fiel a su carácter, no se había otorgado una excepción al estricto protocolo que establecía las reglas del paisaje onírico.

Y ése era el cuerpo del Colegio de Exhortadores. Con disgusto, Faetón desactivó la rutina de teoría de juegos que estaba ejecutando. No necesitaba un proceso intelectual avanzado para adivinar los resultados. Según sus cuentas, dos señoriales de la Escuela Blanca podían votar una sentencia leve, y quizás Helión, pero sólo si estaba dispuesto a sacrificar sus esperanzas de ser Par y arruinar su propio futuro. Irónicamente, Faetón podía esperar mayor apoyo (si así podía llamarse) de los señoriales Negros, que votarían contra el exilio para poder burlarse de él y atormentarlo.

En cuanto a los demás, quizá Kes Satrick Kes lo respaldara. Quizá. Los Taumaturgos podían hacer cualquier cosa. Los demás le tenían cierta inquina, o bien lo odiaban visceralmente.

Para colmo, el modo de sopesar los votos de los Exhortadores tornaba más confusa e imprevisible la situación. Nabucodonosor estaba diseñado para estimar la influencia social de cada uno, evaluando cómo reaccionaría cada miembro de la Ecumene Dorada ante la exhortación de ese Exhortador. (Nabucodonosor tenía espacio de memoria suficiente para conocer íntimamente cada mente de cada ciudadano de todo el sistema solar.) Así, el mismo Exhortador podía tener diferente peso en diferentes cuestiones, o en diferentes ocasiones. Kes Satrick Kes, por ejemplo, representaba un electorado sobre el cual siempre podía influir en todos los asuntos. El peso electoral de Asmodeo Bohost cambiaba día tras día, incluso hora tras hora. Cuando se trataba de opiniones políticas, Asmodeo Bohost era ignorado por su electorado, pero en cuestiones de moda su voto tenía mucho peso, pues todos los Negros seguían su iniciativa.

Faetón miró adelante.

Frente a él, en una tarima, sentado en un trono bajo un dosel, estaba Nabucodonosor Sofotec, representado como presidente del Parlamento, con una brillante toga escarlata con orlas de armiño, usando un sayo y un medallón oficial, con una larga peluca blanca sobre la cabeza y los hombros, y con la maza enjoyada del oficio sobre sus rodillas.

Frente a Nabucodonosor, en sillas más bajas ante la tarima, de frente a Faetón, estaban los Maestros Exhortadores, un personaje histórico, un personaje real y un personaje ficticio.

A la izquierda estaba Sócrates, quien defendía la Noble Mentira en que se basa toda sociedad, con una copa de cicuta en el brazo de la silla. Al otro lado estaba Emphyrio, quien defendía la Verdad, y cuya voz calmaba la ira de los monstruos enviados para destruirlo. Su libro de verdades estaba en su regazo. Una sanguinolenta pica de verdugo descansaba en el brazo de su silla. En el centro, para equilibrar estos dos contrarios, estaba Neo Orfeo el Apóstata, de tez pálida y ojos hundidos, vestido con colores sombríos. Empuñaba, como si fuera un cetro, el mayal destinado a separar la paja del trigo, lo cierto de lo falso.

Neo Orfeo era la centésimo vigésimo octava iteración de Orfeo Averno, cofundador del Colegio; pero, a diferencia de las demás emanaciones de la mente de Orfeo, se negaba a aceptar la reimposición de su plantilla original. Estaba descargado en un cuerpo físico y era legalmente independiente del Orfeo original; había rechazado la Escuela Eonita, pero luego aceptó empleo como emisario y factótum del Orfeo original. Se rumoreaba que el éxito de Orfeo, y su condición de Par, se debía a la creativa labor de Neo Orfeo el Apóstata, y que el Orfeo original era sólo un figurón.

Sus miradas se encontraron. Con espanto, Faetón notó que Neo Orfeo no estaba congelado en el tiempo. El pálido maestro permanecía quieto, observando con paciencia, los ojos ardientes como rescoldos huraños.

Faetón se enderezó. Quizá no debería sorprenderse. Neo Orfeo tenía tanto prestigio que podía ignorar las convenciones sociales, y desdeñar olímpicamente los protocolos de Helión.

Neo Orfeo habló con voz fría y cristalina como una lámina de hielo.

—Faetón ha calculado mal. Los señoriales Blancos desdeñan su visión del viaje estelar como una locura inspirada por la emoción; y los señoriales Negros saben que la célebre indiferencia estoica de Faetón despojaría su sadismo de todo deleite. Los Taumaturgos serán persuadidos por el Par Ao Aoen de que, como el Sol está en Leo, y como Plutón, si aún existiera, habría estado en conjunción con la Tierra en este momento, los presagios exigen la pena más cruel. El exilio será permanente.

Faetón comprendió que Neo Orfeo, con la fortuna órfica a su disposición, quizás hubiera contratado toda la supermente Boreal para ejecutar un programa de predicción y adivinar cada pensamiento de Faetón con precisión cuasitelepática. ¿Por qué Neo Orfeo se molestaba siquiera?

—¿Qué quieres de mí, Maestro Exhortador?

—Suicídate —dijo Neo Orfeo con voz tajante—. Esto nos salvará a todos de la vergüenza y la incomodidad. Podemos ofrecerte varias alteraciones de memoria y pensamiento para que el proceso sea grato, incluso extático, y para reemplazar tus valores por una filosofía que no sólo no se oponga a la autodestrucción sino que la apruebe activamente. Luego podemos borrarte de la memoria de todas las personas en quienes podemos influir; tu existencia se hundiría en el mito y sería olvidada.

—¿Por qué iba a acceder a un requerimiento tan necio y perverso?

—El bienestar de la sociedad lo requiere.

Faetón quedó atónito un instante ante semejante descaro e impertinencia.

—Al demonio con ese bienestar —replicó al fin—, si requiere la destrucción de hombres como yo.

Neo Orfeo lo miró desconcertado, como si la respuesta no tuviera sentido para él.

—Pero no tiene por qué parecerte destrucción. La creencia de que has cumplido tu misión, junto con recuerdos completos y sensaciones simuladas de muchos viajes triunfales en tu nave estelar, se puede insertar en tu cerebro antes y durante tu muerte. Quedarás satisfecho.

—Hago esta contraoferta —ironizó Faetón—. Que todos los demás alteren su cerebro para adoptar la creencia y el conocimiento de que tengo razón. Que admitan su culpa y su locura por oponerse al destino que represento. Que borren todo conocimiento y registro de la existencia del Colegio de Exhortadores. Entonces quedaré satisfecho.

Los ojos de Neo Orfeo relampaguearon.

—El suicidio habría sido menos doloroso para ti —dijo con voz filosa—. Aunque los sofotecs nos prohíben actuar directamente contra ti, podemos propiciar tu muerte.

Faetón miró sin temor ese rostro frío y pálido. Alzó el puño.

—Te aseguro solemnemente, Maestro, que si los Exhortadores se me oponen, o intentan eludir el futuro que propongo, serán destruidos y olvidados.

Demasiado tarde, recordó que alzar el puño era la señal, en este programa, para reanudar la cuenta del tiempo.

Hubo agitación y murmullo alrededor, jadeos de ofensa, risotadas. A ambos lados todos se movían, miraban, susurraban. Para todos parecía que la última frase había sido su respuesta a la cortés pregunta anterior de Nabucodonosor. Como el trono estaba detrás y encima de Neo Orfeo, para todos parecía que Faetón había dirigido su mirada colérica a Nabucodonosor.

Helión tenía cara de triste asombro. Los arcontes de las Mansiones Blancas se miraban y cabeceaban, como confirmando su íntima sospecha de que Faetón era un necio que se dejaba arrastrar por sus emociones. Las mentes colectivas eran conocidas por su oposición a toda rudeza o conflicto, y los miembros de las composiciones que estaban a la derecha observaban a Faetón con embarazo y piedad. Sólo Asmodeo Bohost silbó, aplaudió y gritó un «¡bravo!».

Nabucodonosor, al menos, no se dejó engañar.

—El Colegio de Exhortadores no desea invadir tus conversaciones privadas. Pero te pide, por cortesía, que te ciñas al asunto que nos ocupa.

Esto, en todo caso, era más embarazoso. Los Exhortadores intercambiaron miradas y susurros de ofensa; las reinas Rojas sonrieron detrás de sus abanicos. Retar al Colegio era comprensible, aunque grosero, pero entablar una conversación privada en otro canal en medio de una audiencia… sin duda los Exhortadores pensaban que Faetón estaba medio loco.

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