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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (46 page)

BOOK: La Edad De Oro
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Varios Exhortadores hicieron muecas de disgusto, la misma expresión que los potentados y príncipes de una época anterior habrían puesto ante un mendigo maloliente y mal entrazado, descalzo y mugriento, que entrara en su lujosa sala de festines. Era obvio lo que todos pensaban: aun los más pobres entre los pobres debían conseguir un icono decente para representarse, al menos pidiéndolo a una organización caritativa o una mente colectiva. ¿Quién era ese indigente?

Una voz débil, crispada de estática, salió del yelmo. La perspectiva era mala: la voz parecía venir desde todas las direcciones al mismo tiempo, sin acústica ni matices. No había rostro visible bajo el yelmo.

—Exhortadores, Maestros del Colegio, pido la palabra. Me disculpo sí mi lengua es lenta y vacilante. Soy el fantasma de Diomedes de Nereida, otrora llamado Xingis. Diomedes Primo, desde más allá de Neptuno, transmite por mi intermedio sus pensamientos, y partes de sus pensamientos, y la señal se arrastra a través de muchas horas de distancia. No pudo costearse el envío de su mente completa; yo soy su parcial. Él no sabe lo que digo ahora; deben transcurrir horas para que la señal de retorno llegue al espacio transneptuniano. Por tanto debo deducir, con una mente opaca y empobrecida, sus instrucciones.

»Ha gastado los restos de su fortuna para enviarme aquí. Mis pensamientos nunca volverán a fusionarse con los suyos a menos que, por misericordia, o por imprevisto azar, una organización caritativa de prestamistas financie el envío de mi señal a través de millones de kilómetros, de vuelta al linde exterior. Aquí no tengo almacenaje. Es probable que yo muera y sea borrado una vez que el medidor que cuenta mis recursos llegue a cero. ¿Puedo hablar, buenos caballeros?

—Todos estamos impresionados por tu trágica situación —exclamó Asmodeo Bohost de la Casa de Clamor—. ¡Continúa, por favor!

—¡Silencio, Asmodeo! —dijo Tsychandri-Manyu Tawne—. Tus befas reducen nuestra estima, y ofenden la dignidad de este Colegio. Parcial de Diomedes, continúa, te lo ruego. Escuchamos tus palabras con grave atención.

—Hablaré —dijo Diomedes—. Entre los neptunianos, Faetón es un salvador. Si otras estrellas tuvieran mundos vivientes, nosotros seríamos los pioneros. La inmortalidad es una jaula de oro para vosotros. ¿Quién de vosotros osaría viajar más allá de la Mentalidad Numénica, más allá de la visión y la sabiduría de los sofotecs, más allá de toda esperanza de resurrección? ¿Quién, salvo Faetón? ¿Quién más? Nosotros, los neptunianos. Escuchad. —El parcial alzó una mano borrosa—. Hijos afortunados de un mundo afortunado, estáis rodeados de riqueza, lujo y poder desde vuestro primer aliento y todos los días de vuestra vida. Nosotros, que vivimos en la oscuridad del exterior, no tenemos días ni aliento. Nuestros recursos son exiguos; nuestros lujos son escasos. No obstante, a cambio de esta pobreza, tenemos continuamente aquello que vosotros sólo conocéis durante la mascarada, libertades desconocidas aquí. Nuestros pensamientos son nuestros; nuestra intimidad es absoluta.

»Un eremita o duquefrío que desee un lugar privado o un reino propio sólo necesita encontrar un asteroide o un cometa en la oscuridad interestelar, liberar sus nanomáquinas y esculpir el hielo para darle la forma que le plazca. Su propio cuerpo puede generar súbditos, jardines de cristal, personalidades oníricas; su propio cerebro puede fabricar pseudointelectos o subcomposiciones para gobernarlo todo. El delirio, el suicidio y toscas simulaciones sin color son los entretenimientos de estos reinos solitarios; y su imperio consiste sólo en sí mismo, y las autorréplicas, reiteraciones, parciales niños, clones o harenes autosexuales que él pueda crear con sus plantillas y su energía.

El yelmo sombrío y sin rostro pareció girar a izquierda y derecha con lenta deliberación, como si Diomedes examinara la cámara.

—¿Os causa repulsión? ¿Repugnancia? Vosotros sois ricos. Podéis daros el lujo de tener emociones. Algunos de nosotros no pueden costearse las glándulas ni los complejos mesencéfalos que se requieren. Os repugnaría vivir en una casa nacida de vuestro propio cuerpo, rodeados por hijos clonados a partir de vuestra información cerebral. Pero nosotros somos nómadas, y no podemos darnos el lujo de llevar maquinarias y cuerpos como cosas separadas. Lo que no se puede trasladar como una plantilla de información de masa reducida, aunque se trate de familiares o amigos, se debe abandonar. Tampoco tenemos espacio de archivo suficiente para guardar toda nuestra individualidad por separado. Cuando se acaba el espacio informático, y la caravana está por partir de un témpano agotado en busca de nuevos horizontes, aun vosotros optaríais por transformaros en vuestro amigo y compartir sus pensamientos en vez de permitir que su mente muera.

»¡Sí, que muera! Pues tenemos muerte en abundancia, algo que vosotros olvidáis en los afortunados mundos interiores. Las máquinas órficas son escasas y alejadas allá, y algunas latas de memoria almacenada se pierden en lejanas fincas de hielo, o en órbitas hiperbólicas, para no ser vistas nunca más.

Sócrates habló desde el frente de la cámara:

—Quien vive lejos de la ciudad, en el páramo adonde no va nadie, quien no tiene leyes ni civilización, debe ser una bestia o un dios.

—O un hombre, que es medio bestia y medio dios —murmuró Diomedes con una voz chirriante de estática—. Los mundos interiores han olvidado el dolor y la muerte, la lucha y el triunfo, la ambición y el fracaso, el trabajo, la pesadumbre y la alegría. Ya no sois hombres. La tecnología os ha transformado en dioses. Algunos de vosotros sois dioses que juegan a ser hombres, quizá, pero dioses.

—También nosotros tenemos dolor en nuestras vidas —dijo Helión—. Demasiado dolor.

—Con todo respeto, dios del Sol, es poco comparado con el que padecemos nosotros.

Mientras el parcial hablaba, Faetón había recordado lo que sabía de Diomedes.

Se habían conocido doscientos cincuenta años atrás, pues Xingis (como se llamaba entonces) poseía los derechos de una reconstrucción paleomnemónica de una precomposición llamada ExoAlphonse Rame (a quien las convenciones onomásticas neptunianas modernas llamaban Xilófono). Xilófono había realizado estudios pioneros sobre la densidad de las partículas y las condiciones del espacio entre las estrellas locales, y había sido uno de los diseñadores de las viejas sondas que exploraban la materia oscura. Faetón necesitaba esta información meteorológica para su expedición. A las velocidades cuasilumínicas que alcanzaría la
Fénix Exultante,
una tenue nube de gas interestelar sería sólida como un muro de ladrillo, y la relatividad aumentaría incluso la masa de las partículas de interacción débil, neutrinos y fotinos, hasta que pudieran afectar la materia basada en el barión. La teoría de Xilófono, basada en las condiciones iniciales de la condensación galáctica, predecía marejadas en la materia oscura interestelar, y las olas de esas marejadas producirían sendas despejadas, espacios más vacíos que el espacio normal, donde el viaje sería más fácil.

Diomedes estaba más que dispuesto a cooperar y compartir la información. Estaba cautivado por la idea de la colonización estelar. Los mejores ensamblajes astronómicos estaban en el espacio transneptuniano; la riqueza de Faetón, encauzada por Diomedes, había transformado la economía local. Surgieron ciudades empresariales alrededor de las zonas desde donde las sondas avanzadas, y modelos de prueba de la
Fénix Exultante,
se lanzaban al espacio interestelar. Otras industrias se reunían alrededor de las antenas de radio de decenas de kilómetros de diámetro que flotaban en esa calma ingrávida, lejos del ruido solar, escuchando las señales de retorno de aquellas primeras sondas.

Las normas que regían la psicología y la psicogénesis neptuniana alentaron a la Composición Tritónica a crear una generación de hijos o mentes temporales igualmente consagradas a la visión de Faetón.

Pero esas industrias se cerrarían; la riqueza de Faetón se había agotado. Esa dedicada generación de hijos y temporales sería reabsorbida por sus progenitores. O, si sus hábitats estaban demasiado lejos para llegar con el combustible disponible, quedarían abandonados. Muchos iniciarían una hibernación lenta, llamada «sueño de a bordo». Pero algunos no despertarían.

Faetón interrumpió su evocación cuando un selector de canales de la Composición Caritativa se levantó para hablar.

—Tus penurias despiertan nuestra compasión, buen Diomedes. Regresa al sistema interior. Regresa a la luz. Vuestros cerebros pueden unirse con los nuestros. Nuestras costumbres pueden tolerar aun las neuroformas menos estándar. Ofrecemos alimento, refugio y camaradería.

—¡Por el falo oscilante de Dios! —exclamó Asmodeo Bohost—. ¿Camaradería? ¿Refugio? ¡Yo puedo ofrecerte mucho más! ¿Por qué no vienes a quedarte conmigo? Te construiré un prostíbulo y lo cargaré con veinte menús de placer de mi Bóveda Negra personal. Si tanto temes que la inmortalidad quite sabor a tu vida, incluso pondré un maniquí dominador ninja entre las odaliscas, de modo que al azar, una de las solícitas conejitas explote cuando la penetres. ¿Qué dices?

—Como bárbaros, como esquimales, la hospitalidad nos honra más que cualquier otra cosa —murmuró Diomedes, con una reverencia—. Pero no puedo aceptar. ¿Abandonaremos a nuestras esposas y semiesposas, a nuestros cocerebrales y masas parentales? Estamos unidos por lazos de amor y tradición a nuestros hogares. En muchos casos, somos nuestros hogares. No obstante, si vuestra generosidad es auténtica, dadme limosnas suficientes para transmitir mis patrones a través de esta vasta distancia a Diomedes Primo, y mi mente familiar. De lo contrario moriré aquí, lejos de casa.

—Te daremos lo que necesitas, y con gusto —dijo la Composición Caritativa.

—¡También yo! —exclamó Asmodeo Bohost—. Incluso pagaré un haz láser y una llamada de retorno, siempre que saltes sobre un pie y adoptes el nombre de Trasero Titilante.

Viviance Tres Docenas Fósforo de la Escuela Roja se volvió hacia Nabucodonosor y alzó su abanico cerrado en una mano enguantada de rojo.

—¡Presidente! Deseo presentar una vez más mi moción de que Asmodeo Bohost sea expulsado del Colegio.

—La moción se abandona por carecer de respaldo —dijo Nabucodonosor.

—Entiendo. —Ella abrió el abanico y sonrió—. Sólo quería que las actas reflejaran mi puntuación perfecta. —Recogió delicadamente su falda y se sentó con un susurro de crinolina carmesí. Viviance Tres Docenas había presentado esa moción en cada reunión a la que habían asistido ella y Asmodeo.

Tsychandri-Manyu Tawne se levantó para hablar.

—Todos estamos conmovidos por la triste descripción que hace nuestro visitante de la dura vida neptuniana. Pero no veo en qué se relaciona con nuestra presente discusión. Faetón, en Lakshmi, aceptó tiempo atrás el exilio. Esto debería ser una cuestión de rutina. Todas las decisiones están tomadas. El tiempo de las deliberaciones ha pasado. ¿Por qué seguimos escuchando?

La sombra extendió sus manos espectrales.

—Perdonadme. Olvido que sólo vuestras escuelas Gris Plata y Gris Oscuro obligan a sus miembros a vivir ordenadamente cada hora de su vida. Sólo ellos sufren el tedio, y aprenden la paciencia. Creí que mi mensaje estaba claro. Quizá no lo sea. Perdonadme, por favor. Mi velocidad de pensamiento es limitada. Lo intentaré de nuevo. Escuchad.

«Por favor, no nos privéis del sueño de Faetón. Nuestros habitáis externos, tan lejos del pozo gravitatorio de vuestro Sol, serán las escalas preferidas para las futuras peregrinaciones hacia Alfa del Centauro, la Estrella de Barnard y Wolf 359. Vuestra vida está rodeada de riqueza y comodidad, y los riesgos os parecen graves. Nosotros vivimos en la oscuridad, lejos de reservas de energía y masa de reacción de fácil acceso. Para nosotros, los riesgos son dignos de la gloria de la búsqueda. No os pedimos que asumáis los riesgos. Sólo pedimos que no impidáis que Faetón y nosotros los asumamos, y hallemos el destino que escogemos.

—Todas mis personalidades lo lamentan —dijo Gannis de Júpiter—. Yo y nosotros sabemos cómo se vive en una frontera. Las lunas jovianas, antes de la Ignición, eran meras rocas con algunas minas y bosques de nanofactura. Sólo teníamos veinte ascensores espaciales que llegaban hasta la capa K de la atmósfera de Júpiter. ¡Veinte! Pero por atractivos que el arriesgado proyecto y el loco sueño de Faetón parezcan a los Tritónicos neptunianos, nuestro deber de Exhortadores no se relaciona con los riesgos que ellos corren. En absoluto. Ellos son libres de correrlos. ¿Por qué no? Pero nosotros debemos sopesar el riesgo muy real de que las futuras colonias vuelvan a alentar guerras y crímenes. Supongamos que una sola persona fuera asesinada en una guerra futura, o que una sola mente fuera borrada de la Memoria Numénica. ¿Vale la pena? Quizás el riesgo sea aceptable para ellos, los buscadores de peligros. No digo que Faetón sea suicida. Quién sabe cuáles son sus motivos. Sólo digo que ningún hombre debería ayudar a sus destructores. He ayudado a Faetón antes de esto. Él y yo fuimos amigos. Quizá no pensé que llegaría tan lejos. Quizá no pensé que nos destruiría. Pero ahora veo mejor. No puedo ayudarle más. Al margen de lo que decida este Colegio, ni un átomo de crisadmantio irá a la nave de Faetón.

Diomedes volvió su yelmo vacío hacia Gannis.

—Tu preocupación por los crímenes y guerras futuras, que pueden aumentar si florecen mundos en otros sistemas, me parece respetable. Si tan sólo muriera un individuo, sería una tragedia. Pero en el otro platillo de la balanza debes poner esa pequeña muerte que invade vuestras almas cada vez que perdéis un poco más de libertad e iniciativa. Y un poco más se pierde cada vez que tomáis la decisión de no aventuraros fuera de la sombra de los gigantescos sofotecs, que os protegen y os asfixian. ¿Cuándo terminará? Un futuro totalmente determinado es un futuro muerto. Todos lo habéis sentido. ¿No habéis soñado todos con viajes estelares y aventuras? Vuestros cuerpos siempre permanecerán vivos, pero muchas esperanzas y almas morirán si se elude el peligro y el sueño de la colonización estelar. Los neptunianos somos demasiado pobres para resucitar ese sueño una vez que muera; ninguno de vosotros tendrá la valentía para actuar como Faetón, ni el transcurso de los siglos traerá nuevas generaciones con nuevo espíritu al poder de la Ecumene, porque sois inmortales. Por tanto, sopesad la trágica muerte de esa alma de que habla Gannis, pero comparadla con las muchas almas, la gran alma de la humanidad, que perece si se frustra el sueño de Faetón. Un precio pequeño, Exhortadores. ¡Un precio pequeño!

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