La Edad De Oro (42 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Edad De Oro
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—¿Y cuando el Sol muera de vejez? ¿Qué pasará entonces? Para hombres como nosotros, esa época no es muy lejana.

—Podríamos reponer su combustible indefinidamente dirigiendo nubes interestelares de hidrógeno, y chorros y lagos de partículas que se moverán como ríos invisibles por el área local del espacio, hacia el Sol. Con el tiempo tendríamos que modificar el movimiento local de las estrellas y las nebulosas cercanas, quizá formando un conjunto de agujeros negros con tamaño suficiente para atraer polvo, gas y estrellas hacia nosotros. ¡No tendremos que abandonar nuestro hogar!

—¿Y esta visión no te resulta repulsiva?

—Vi la avidez de tus ojos cuando hablé de modificar la zona local del espacio tiempo, y de volver las órbitas de las estrellas cercanas más útiles para la humanidad.

Era verdad. La idea, con las magnitudes que implicaba, encendía la imaginación de Faetón. Con unos rápidos cálculos en su espacio mental privado, comenzó a explorar la posibilidad de que, al guiar los movimientos estelares con estrellas de neutrones, las estrellas de la zona local alimentaran una reacción central, un supersol, a una correlación suficiente para sostener niveles nova 0 de producción energética. Una supernova continua. Una esfera de Dyson que capturase esa producción pagaría el coste energético de las guías estelares. Las estrellas que se agotaran en el proyecto de guía (si la materia sobrante se retiraba para crear nuevos planetas) se podrían reducir a enanas pardas o núcleos de neutronio para hacer más guías estelares.

—Podrás participar en ese proyecto —murmuró Ao Aoen—. Está a sólo miles de millones de años en nuestro futuro. Tú, Faetón, famoso por organizar estas pequeñas lunas y mundos que giran alrededor de este pequeño Sol nuestro, ¿no puedes dedicar tu talento a un proyecto realmente digno de tu ambición?

—Sería maravilloso —murmuró Faetón con ojos distantes.

—Sólo necesitas renunciar a tu sueño egoísta. ¿Para qué colonizar las estrellas cuando podemos traer las estrellas a nosotros?

Faetón se puso rígido.

—¡Escucha con atención! —dijo Ao Aoen—. Ésta puede ser tu última oportunidad de ser feliz. Renuncia a tu proyecto, y yo usaré mi influencia ante los Exhortadores para mitigar tu sentencia. Quizá trescientos años de exilio, o cien. ¿Setenta? ¿Sesenta? ¡Podrías permanecer cabeza abajo más tiempo que ése! Luego únete a Helión en su empresa, abraza a la pobre y desconsolada Dafne Tercia como tu esposa, y vive feliz para siempre. No sólo feliz. ¡Vive para siempre con una fortuna y un esplendor inimaginables! ¿Qué dices? Todos se benefician, todos se regocijan.

Faetón se alejó de él y se sentó en una de las sillas.

—Perdona mi suspicacia, pero, ¿por qué te interesa tanto este asunto?

Ao Aoen se irguió con una sonrisa sutil.

—Mis razones son muchas. Se relacionan con el instinto y la intuición. ¡He aquí mi razón! En música diatónica, aun en las más grandes sinfonías, el acorde se debe desplazar hacia el centro. Los coros deben seguir la estrofa y la antiestrofa y terminar la obra en una catástrofe. ¿Eso te aclara todo? No, pensé que no. Te lo explicaré en tus términos, si aceptas que no es más que un mito, una metáfora, una falsedad. Si yo pensara como tú, identificaría mis motivos de tres maneras: filosóficos, sociales y egoístas. Mi motivo egoísta está claro. Soy una de las siete eminencias de esta sociedad. En el futuro que describo, a medida que los individuos se alberguen en casas cada vez más inmóviles, la necesidad de entretenimiento crecerá, y todos los hombres entrarán en mi red de sueños. Mi empresa florecerá. Mi segunda razón es social: esta sociedad me ha beneficiado mucho a mí y a todas las personas que amo. En consecuencia, merece mi protección frente a los villanos que creen ser héroes.

—Con todo respeto, mi sueño representa el mejor y más alto ejemplo del individualismo y la libertad en que se basa la Ecumene Dorada.

—¡Ah! El hecho de que debas ser sacrificado para aplacar una sociedad que detesta los sacrificios sólo añade un sabor irónico a mi creencia.

—Esa respuesta no es razonable. ¿Tu tercer motivo?

—La neuroforma Básica es un punto medio entre el Taumaturgo y el Invariante. La forma de tu cerebro es útil para cuestiones de ingeniería y raciocinio. La sociedad masiva e inmóvil que preveo requerirá más uniformidad con el transcurso del tiempo; habrá menos margen para los proyectos científicos y de ingeniería individuales. Las energías humanas se consagrarán a objetivos artísticos, místicos y abstractos. Los Taumaturgos florecerán y los Invariantes terminarán por desaparecer. Esto satisfará ciertas necesidades filosóficas que tengo. ¡Ahí tienes! Algunos de mis motivos son nobles, y otros son egoístas. ¿Está satisfecha tu suspicacia? Quizás en el futuro, si tienes futuro, debas prestar atención a lo que te ofrecen en vez de inquietarte por la motivación de quien te lo ofrece. En lógica, un argumento es válido o inválido por sí mismo, no por el carácter de quien lo formula.

—Sentía curiosidad por tu…

—¡Sólo intentabas demorar la decisión trascendental que ahora te impongo! —exclamó airadamente Ao Aoen.

Faetón calló, pasmado. Se preguntó si el Taumaturgo tenía razón. Su neuroforma a menudo tenía intuiciones agudas. ¿Faetón intentaba eludir la decisión?

—¿Cuan preciosa es tu tonta nave para ti, muchacho? —continuó Ao Aoen con voz más tranquila—. En todo caso, nunca la pilotarás. Pero si renuncias a ella, y permites que Gannis la desmantele, y te olvidas de todo eso, puedes vivir para siempre con felicidad, riqueza, buena fortuna y honor. ¡Dame tu respuesta! ¿Cuál es tu elección?

Faetón cerró los ojos. Con todo su corazón quería asentir, regresar a su vida normal, su felicidad, su hogar. Quería ver de nuevo a su padre. Quería ir a casa con su esposa. La echaba de menos. Pero sólo dijo:

—Me pides que la asesine.

—¿Cómo dices? —preguntó el Taumaturgo.

Faetón abrió los ojos.

—¡Me pides que la asesine, no que la desmantele! ¡No puedes desmantelar la
Fénix Exultante.
Estás hablando de asesinato!.

Ao Aoen lo miró con ojos entornados.

—¡No tendrás la esperanza de reconstruir tu nave!

—Lo haré. —Faetón se puso de pie—. Con esperanza o sin ella, lo haré.

—Estarás exilado y solo.

—¡Entonces la reconstruiré solo!

—¡Has perdido tu derecho legal! ¡Tus acreedores tomarán posesión!

—Con la riqueza de Helión saldaré mi deuda.

—¡Hace sólo un instante conviniste en abandonar ese maldito pleito!

Faetón asintió.

—Y lo haría, si pudiera. Pero si se descubre que Helión Reliquia es Helión Segundo, recibiré el dinero automáticamente, al margen de lo que yo quiera, y una parte se usará de inmediato, al margen de lo que yo quiera, para pagar a mis acreedores. En ese punto, al margen de lo que ellos quieran, la
Fénix Exultante
volverá a ser mía. El metal y las reservas de combustible que están en los depósitos orbitales de la Equilateral de Mercurio también volverán a ser de mi propiedad, al margen de lo que quieran todos. Verás, a diferencia de Orfeo, yo no incluí en los contratos ninguna cláusula de anulación si yo caía bajo una interdicción de los Exhortadores. Sí, puedes despreciarme, y puedes negarme tu trato y tu palabra. Pero la
Fénix Exultante
vivirá y volará, y la humanidad poseerá las estrellas. Ten la certeza de que eso ocurrirá, les guste o no a los demás.

Ao Aoen quedó asombrado por un instante. Luego, curiosamente, puso cara de alegría y se frotó las manos.

—Estás desatando fuerzas que escapan al control humano. La marejada del destino nos barre a todos. Con ciega fe remontas la turbulencia, seguro de la victoria aun en el momento de tu caída. Intento convencerte con lógica humana básica, pero desdeñas la seguridad y la fuga. ¡En cambio, abrazas lo irracional! —Rió entre dientes—. Naturalmente, lo apruebo. ¿Qué Taumaturgo no lo haría? ¡Ah, Faetón, tendrías que haber sido uno de los nuestros!

Y el Taumaturgo concluyó con una grácil inclinación.

—Ahora llegan tiempos de tragedia y maravilla —dijo.

Sin otra palabra de despedida, riendo en voz baja y frotándose las manos, Ao Aoen se alejó con pasos suaves. Los murmullos de la cámara de audiencias crecieron un instante cuando las altas puertas se abrieron y cerraron. Faetón tuvo un atisbo de una cámara larga iluminada por grandes ventanas con vitrales, de hileras de bancos que se elevaban a ambos lados, y de una tarima central adornada con banderas y empavesados azules y plateados. La puerta se cerró y Ao Aoen desapareció.

Helión se acercó a Faetón.

—Oí lo que dijiste, hijo mío. No es verdad.

Faetón se volvió. Helión vestía un sobrio traje negro, una chaqueta con faldones, un cuello rígido, un sombrero de copa negro.

—¿A qué te refieres?

—No es verdad que no puedas renunciar al pleito. La Curia preferiría que llegáramos a un acuerdo fuera del tribunal, si pudiéramos convenirlo, antes que dictar sentencia. Tampoco es cierto que volverás a poseer y reconstruir tu nave estelar o tu sueño, ni que conquistarás las estrellas. Pandora guardaba la esperanza en el fondo de su caja porque era la más temible de todas las pestes que los dioses infligían a la humanidad sufriente. Hace un momento, ni tú ni yo teníamos esperanza; ambos pensábamos que estábamos condenados, y nuestros mejores instintos pasaron a primer plano. Si debemos separarnos, hijo mío, separémonos en términos de camaradería y amor familiar. En cambio, esta esperanza tuya nos transformará nuevamente en enemigos acérrimos.

Faetón no se dejó amedrentar.

—Reliquia de Helión, sé por el diario de Dafne lo que has hecho en las cámaras cerradas de la mente Radamanto. Has vivido la muerte de Helión Primo una y otra vez, tratando de recobrar la epifanía que él experimentó. La Curia no te ha entregado todos los registros, ¿verdad? Ellos saben qué cambió su ánimo, y habría cambiado su vida para siempre, si él hubiera vivido.

—Yo soy él. No lo pongas en duda.

—Pero no vives como él habría vivido, si hubiera vivido.

—Él vive en mí y yo soy Helión. ¡Sabes que es cierto! Acepta el ofrecimiento de Ao Aoen, y te devolveré cada céntimo que derrochaste en esa nave grotesca. Así tendrás una fortuna tan grande como la que tenías después del frustrado proyecto de Saturno.

—Imposible. No renunciaré a mi nave. Eso está fuera de discusión.

—No tienes nave estelar; ha desaparecido. Conserva los restos de vida que te quedan. Te lo suplico.

—Tengo una contraoferta.

—No tienes con qué negociar. Acepta tu destino. Con el tiempo todas las cosas vivientes son conquistadas por la vida, ¿no lo entiendes? Ni siquiera las utopías nos resguardan del dolor.

—Mi oferta es la siguiente: te contaré lo que pensaba Helión Primo al morir.

Helión calló, con los ojos muy abiertos.

—Podrás modelarte para pensar como él —continuó Faetón—. La Curia quedará convencida de que realmente eres Helión. A cambio, saldarás mis deudas y financiarás el primer vuelo de la nave estelar…

Se interrumpió al ver una expresión cautivada en el rostro de Helión. Faetón se sobresaltó. De algún modo, lo supo; los ojos de su padre se lo decían.

A Helión no le importaba demasiado lo que pensaba la Curia. El problema era él. Helión mismo no sabía con certeza quién era. Estaba desesperado por reconstruir, recordar o hallar de algún modo esa hora de recuerdos faltantes. Era el único modo de confirmarse a sí mismo que era Helión.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Helión.

—Porque acabo de recordar que cuando estaba a bordo de la
Fénix Exultante
, cuando embistió la tormenta solar, te envié un mensaje por láser de neutrinos, avisándote de que abandonaras la Plataforma y buscaras un lugar seguro. Tú respondiste con un último mensaje antes que fallaran las comunicaciones.

—No hay registro de ello en la Mentalidad.

—¿Cómo podría haberlo? Los sofotecs solares estaban desactivados; la radio no funcionaba; y mi nave nunca formó parte del sistema de la Mentalidad.

—¿Cómo has recobrado este recuerdo?

—Lo recordé todo mientras Ao Aoen me hablaba. Yo no había renunciado a mi sueño y nunca lo haré. Acepté borrar mi memoria, sí, porque era necesario. Tenía un plan. Ese plan ha fallado, y me pregunté si no tenía un plan alternativo. Todos los ingenieros calculan márgenes de error, ¿verdad? ¿En qué pude haber pensado? ¡Sin duda no habría aceptado la derrota! Pues bien, sí tenía un plan alternativo… —Sonrió y concluyó—: Y cuando lo recordé, todo parecía obvio e inevitable. Acepta mi oferta. Ayúdame a recobrar mi nave y yo te ayudaré a recobrar tus recuerdos. Radamanto puede ser testigo de nuestro apretón de manos. ¡Burlaremos a los Exhortadores, tú serás Helión y yo echaré a volar triunfalmente!

Extendió la mano, pero Helión no la aceptó.

—Lamento profundamente no poder aceptar tu oferta —dijo con gran esfuerzo—. Si te ayudara con esas condiciones, yo también sería exilado y esto socavaría la autoridad del Colegio de Exhortadores. Es algo que he prometido no hacer nunca.

El rostro de Helión revelaba su dolor, pero sus palabras marchaban inexorablemente, como soldados de hierro:

—Aunque el Colegio tome decisiones erradas en ocasiones, es preciso mantener el sistema. Es preciso mantener la cordura y la humanidad de nuestra gente. Mi vida siempre ha favorecido esa causa. Todo sacrificio es poco para ello. No romperé mi promesa por tu sueño perdido, ni por el amor perdido de Dafne, ni por mi alma perdida. Te urjo a aceptar la oferta de Ao Aoen. Será la última que alguien podrá hacerte. Después nadie tendrá autorización para hablar contigo.

—Padre, mi vida también favorece la preservación del espíritu humano. Las estrellas deben ser nuestras para que ese espíritu viva. Lo lamento, pero no puedo aceptar la oferta de Ao Aoen.

Helión suspiró profundamente. Se tapó los ojos con la mano, pero no lloró. Al cabo de un momento, irguió la cabeza. Su rostro era una máscara estoica. Habló con calma:

—Te he ofrecido una salida frente al laberinto de orgullo y autoengaño en que estás atrapado. Una última esperanza de escapar. Por motivos que te parecen buenos, has despreciado esa esperanza. Mi conciencia está limpia. He cumplido con mí deber, aunque no me alegra.

—Mi conciencia también está limpia, padre, y también he cumplido mi deber. Lo siento.

—También yo. Eres un hombre digno.

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