—La viviagua es la nanotecnología más barata de nuestra sociedad —dijo Faetón.
—Ya no es tu sociedad —replicó Helión—. Estás solo. Nadie te venderá una gota de agua.
Faetón cerró los ojos e inclinó la cabeza.
—Y no pidas a Dafne que contrabandee alimentos o medicina para ti —dijo Helión con gravedad—. Sólo la arrastrarías a la misma caída.
—No lo haré, padre —susurró Faetón.
Helión dio un paso adelante y cogió a Faetón por los hombros. Faetón irguió la cabeza.
—Veo que me llamas padre en vez de reliquia —dijo Helión—. ¿Por qué?
Faetón sacudió la cabeza.
—Porque creo que ya no tiene importancia. Todo ha terminado. He arruinado la vida de todos y destruido mis propios sueños… es el final, no tengo nada. Tú y yo discutimos con frecuencia. Esas discusiones han terminado. Nunca nos veremos de nuevo, ¿verdad?
Se miraron profundamente a los ojos.
—Perdona si no he sido el mejor de los padres, hijo mío.
—Si tú me perdonas por no haber sido el mejor de los hijos.
—¡No digas eso! —exclamó Helión con voz ronca—. Eres más valiente y más brillante de lo que esperaba. No tengo palabras para expresar mi orgullo por ti.
Se abrazaron. Progenitor y vástago susurraron un adiós.
Las puertas se abrieron, pero detrás no estaba la cámara de audiencias. En cambio, había una gran antesala, alfombrada de rojo y borgoña. A la izquierda, altas ventanas arrojaban la luz del sol sobre un puñado de mesillas, sillas y divanes, ceniceros de pie y varas de formulación. A la derecha, había biombos y roperos chinos.
En el fondo había puertas con el emblema del Colegio, libro, grial y mayal.
Faetón miró con disgusto la vara de formulación más cercana; era un anacronismo que databa de la época de las contraprogresiones Taumaturgas de la Quinta Era.
Helión miró a Radamanto.
—¿Quién añadió esta cámara a mi casa? —preguntó.
—Amo, pensé que querrías cambiar tu armadura solar por una vestimenta apropiada para la época —dijo el obeso mayordomo, señalando los roperos—. Además tienes un visitante que insistió en hablar con Faetón antes de la audiencia. Esto congeniaba con tus instrucciones previas en estas cuestiones, y una extrapolación de tu personalidad me aseguró que no te molestaría. Espero que no me haya adelantado incorrectamente a tus deseos.
—¿Con qué visitante querría pasar los que quizá sean mis últimos momentos con mi hijo? —preguntó Helión con impaciencia. Una de las sillas, que miraba hacia el lado opuesto, tenía un respaldo alto que impedía ver al que estaba sentado en ella. Un hombre alto se puso de pie. Usaba una túnica con capucha estampada en rojo y oro, entrecruzada por hebras de color y escamas de abalorios y trozos de cristal. La espalda de la capucha también estaba adornada con abalorios, y ostentaba la media luna erguida que aparecía en el sombrerete de la cobra rey, el signo de Brahma. El movimiento de ponerse en pie arrojó vibrantes destellos ambarinos desde los hombros angostos. La figura habló sin mostrarles el rostro. Su voz era tersa, musical y exótica.
—Con frecuencia los Pares se ofrecen estas pequeñas gentilezas. Has estado poco tiempo entre nosotros. No cabe esperar que te habitúes tan pronto a nuestra cortesía.
Giró. Su rostro era crepuscular, con ojos grandes, líquidos, magnéticos. La marca de una casta hinduista relucía en la frente; bajo la capucha, un paño con borlas ocultaba el cabello.
Helión señaló con dos dedos.
—Ao Aoen. Es un placer verte —dijo con una voz seca que desmentía sus palabras—. Pensé que las pequeñas gentilezas de los Pares incluirían evitar la introducción de anacronismos en una mansión famosa por su autenticidad.
—Los faquires, los swamis y los magos del Oriente ocupan un lugar destacado en la literatura de la era victoriana. No esperarás que el jefe de todos los jefes de los Taumaturgos se represente como un inglés envarado, racionalista y amante de la tradición. ¿Acaso te refieres a las varas de formulación? Pero necesitaba una vara mágica para practicar mis encantamientos. Los datos fluyen, crecen y muestran extrañas vidas y secretos íntimos una vez que una formulación suficiente es integrada para permitir que se active una intuición. He tejido vuestras vidas de un mapa al otro, para ver simetrías y signos que el pensamiento lineal no puede desplegar. ¿Estás enfadado? Confío en que no. Mis descripciones me han mostrado un peligro. Pero también me han mostrado un camino.
—¿Un camino…? Por favor, cuéntanos más, mi buen Par. Sin duda has despertado nuestro interés —dijo Helión afablemente. Faetón sabía que Helión rechazaba a los Taumaturgos y sus acertijos, sus métodos no racionales de pensamiento. Pero Helión no demostraba impaciencia (o quizás hubiera roto la regla Gris Plata y ordenaba a Radamanto que modelara sus expresiones).
—Un modo de escapar del peligro que preveo —aclaró Ao Aoen, cruzando los brazos y metiendo las manos en las voluminosas mangas de su capa.
Por un instante, Faetón y Helión esperaron a que Ao Aoen continuara. Helión rompió el silencio.
—Cuentas con nuestra ferviente atención, mi buen Par. Continúa, por favor.
Ao Aoen sonrió inescrutablemente.
—Pero sólo Faetón puede oír estas palabras. Ansían volar de mi lengua como aves. Pero el instinto de las aves hace que en primavera regresen a su hogar predestinado, no a otra parte.
Faetón se sorprendió cuando Helión se acercó a una mesa, cogió un mondador de cigarros y se abrió un tajo en la palma. Brotó sangre. Helión torció la cara y giró, alzando la mano y extendiendo los dedos enrojecidos.
Ao Aoen hizo una profunda reverencia, obviamente impresionado.
—Comprendo. Perdóname. Faetón y tú sois de la misma sangre. El mensaje debe estar destinado a ambos.
Faetón no sabía si Ao Aoen estaba impresionado porque el gesto simbólico de Helión era tan taumatúrgico o porque la reputación de la casa Radamanto aseguraba que, si la autoimagen de Helión mostraba una herida, el cerebro real de Helión experimentaría un dolor real y proporcional.
Ao Aoen se volvió hacia Faetón.
—¿Has pensado, querido Faetón, que si fueras un personaje de novela, sin duda serías el villano?
Faetón miró a Helión. ¿Era una referencia a su origen? De lo contrario, la coincidencia parecía extraña. Por otra parte, las estructuras superintuitivas del cerebro Taumaturgo tendían a encontrar orden en las coincidencias extrañas.
—¿A qué te refieres? Por favor, habla sin rodeos.
Ao Aoen extendió los brazos, sonriendo mientras trazaba círculos pequeños con las manos.
—Piénsalo: eres individualista, egoísta y rico, un ingeniero insensible, sordo a todas las súplicas, que está dispuesto a sacrificar a familiares, amigos y enemigos en pos de un proyecto arrogante. Has sido desconsiderado, has engañado al Colegio de Exhortadores, has roto tu palabra y abierto el cofre de recuerdos prohibidos, aun después de habernos prometido que no lo harías. Has roto el corazón y desdeñado el afecto de la inocente heroína. Y te propones valerte de trucos de leguleyo para robar el oro de tu padre, pisoteando también su amor. En los relatos más populares, nunca prevalecen la codicia, el egoísmo y el orgullo.
Faetón enarcó una ceja. Era impropio, cuando menos, atacar con insultos a un hombre a quien estaban por exilar. Trató de responder con moderada cortesía:
—Quizás tu gusto en cuentos de hadas difiere del mío. Las tres cualidades que mencionas, cuyos verdaderos nombres son ambición, independencia y autoestima, siempre ocupaban un lugar destacado en las historias que amaba en mi niñez, te lo aseguro. Quizá te complazca mostrar públicamente, por razones que no me interesa averiguar, que admiras las cualidades contrarias: pereza, mansedumbre, conformidad y odio a sí mismo. No obstante, nada en tu carrera, tu discurso o tus modales muestra que las hayas conocido, ni siquiera remotamente. Pero no temas. Confío en que, salvo circunstancias imprevistas, mis planes futuros no nos concederán muchas oportunidades de intercambiar recomendaciones sobre autores favoritos. Ahora bien, si no hay nada más…
Ao Aoen se le acercó y le aferró el codo.
—¿Tanto odias a tu padre? —le susurró al oído—. Si ganas el pleito judicial, toda su fortuna será tuya, una fortuna inimaginable, que no has ganado ni podrías gastar una vez que te exilien. ¿Por qué continuar esta farsa? Aunque poseas toda la fortuna de Helión, Gannis no te venderá ni un gramo más del crisadmantio que necesitas para completar tu trabajo en el casco. Sabes que el dinero no te pertenece. ¡Válgame! Al menos deja que tu caída y tu lenta muerte tengan cierta gracia y nobleza.
Faetón lo ignoró, pero miró a Helión con súbita intriga.
—Sin duda el pleito ha quedado invalidado… —Pero frunció el ceño al decirlo, pues comprendió que no era así.
—Los Exhortadores no tienen estatus legal —dijo Helión.
Ao Aoen sonrió. Todos sus dientes estaban recubiertos de oro, y su sonrisa era extraña y sorprendente.
—La majestad de la ley es inmensa, sobre todo porque se usa poco. La Curia no se fija en nuestro acuerdo privado para boicotear a quienes los Exhortadores reprueban, así como a tu reina Victoria del Imperio Británico de la Tercera Era no le importan las reglas que un grupo de escolares establecen para excluir a sus hermanitas de una casa arbórea construida en un jardín de Liverpool. El Colegio puede exhortar a todos a ignorarte, mi buen villano Faetón, pero no podrá tomar por la fuerza ni un segundo de tiempo informático, ni un antigramo, ni una onza de oro, de aquello que la ciega ley fija como tuyo. —Ao Aoen volvió sus ojos entornados hacia Helión—. Entiendes las implicaciones, ¿verdad? No se puede sostener una torre que está construida sobre arena.
Helión adoptó una expresión distante.
—En otras palabras —dijo—, si cedo en este pleito, la Curia entregará mi riqueza a un exilado. ¿A cuánto comercio afecto, al mantener los niveles de radiación solar tan bajos que permiten la emisión de largo alcance entre puntos remotos de la Ecumene Dorada? ¿El cuatro por ciento de toda la economía? ¿El seis? Sin tener en cuenta las industrias secundarias que han crecido a mi sombra: proyecciones energéticas de microondas, estructuras espaciales sin escudos, criaderos orbitales, macroelectrónica, contraterragénesis barata. ¿Cuántas sobrevivirían si tuviéramos de nuevo manchas solares, o si no tuviéramos bandas de energía máser solar enfocadas directamente hacia puntos industriales fijos? —Helión bajó los ojos—. Ahora imagina todo eso en manos de alguien con quien sólo los neptunianos, los misántropos, los parias, los malandrines y los cacófilos pueden tratar. ¿Cuánto tiempo cumpliremos nuestra promesa aquéllos que prometimos atenernos al mandato de los Exhortadores?
—Eres un señorial —dijo Ao Aoen—. Pregunta a tu querida máquina que posee tu alma y que finge servirte.
Señaló a Radamanto, representado como un mayordomo.
—No necesito preguntar —dijo Helión—. El poder del Colegio sería destruido, de un modo u otro. Atentaría contra todo aquello que he intentado construir en esta vida. No obstante, sería una venganza adecuada contra los Exhortadores que me arrebataron a mi hijo. Ahora, excusadme.
Fue detrás de un biombo chino y abrió la puerta de un ropero.
No era la reacción que Ao Aoen había esperado. Se frotó las yemas de los dedos, mirando a un lado y otro.
En vez de reiniciar su autoimagen con otra indumentaria, Helión realizó los movimientos de desarmar y quitarse su armadura solar, y ponerse la ropa interior, la camisa y los pantalones, el chaleco, la chaqueta, los gemelos y los adornos de un atuendo histórico. La mansión creó la imagen de un valet que entró en la cámara y fue detrás del biombo para ayudarlo.
Ao Aoen miró a Faetón de soslayo.
—¿Por qué se toma el trabajo de vestir una autoilusión generada por ordenador?
Faetón contuvo un gesto de irritación.
—Es un ejercicio de autodisciplina.
—Aja. ¿Esa misma disciplina permitirá que la conciencia social de Helión se adormezca? No quiere derribar las columnas de nuestra sociedad ni incendiar la ruina que se derrumba, ni siquiera para hacer un monumento a la memoria del hijo que otrora amó. Una imagen deliciosa, lo acepto, pero una pobre realidad.
—¿A qué viene ese comentario?
El Taumaturgo sonrió, dientes dorados y brillantes contra tez oscura.
—¿Sabes por qué Helión te mirará con indiferencia mientras mueres de hambre? Porque dio su palabra. Es tan orgulloso como tú. ¿Lo admiras?
Faetón estaba mirando el biombo chino.
—Amo a mi padre —respondió sin pensar.
Ao Aoen tocó el hombro de Faetón.
—Entonces renuncia a este pleito. Sabes que es injusto. Tu padre está vivo. Sabes que un hombre vivo no puede tener heredero.
Faetón apartó la mano de Ao Aoen con una mueca de furia petulante, pero pronto se calmó. Se irguió, aspiró profundamente y adoptó una expresión severa.
—Tienes razón. Es deshonroso que yo comparezca en el tribunal y acepte este dinero. No creo que una hora de memoria signifique tanto. Y si no puedo usar esa riqueza para promover mi sueño, de nada me sirve.
Ao Aoen parecía satisfecho, y curvó los labios en una sonrisa mientras hacía otra reverencia.
—¡Quizá seas el héroe de esta novela a pesar de todo, y quizá merezcas un final más feliz! Escucha: la duración de tu ostracismo no está fijada.
—Pensé que era permanente —dijo Faetón.
—No. El propósito de los Exhortadores es exhortar a los hombres a ser virtuosos, no castigar el delito. Sólo necesitan desterrarte de la sociedad el tiempo suficiente para desalentar a quienes podrían sentir la tentación de seguir tu ejemplo. Y, como se necesitaría una fortuna privada tan masiva como la que has amasado para hacer lo que amenazabas, la posibilidad de que surja un émulo es remota.
—Nuestra sociedad… perdón, vuestra sociedad continúa adquiriendo riqueza y poder. En un tiempo relativamente breve, cuatro mil años o menos, los ingresos medios del ciudadano privado quizás equivalgan a lo que ahora es mío. Sólo faltan cuatro Trascendencias para eso.
—Ah, pero los Pares esperan persuadir al espíritu de la era venidera de adoptar una versión de la sociedad ligada a la tradición y la conformidad. Las extrapolaciones de tu mansión predicen una civilización ligada a fuentes de energía inmóviles y enormes, una esfera de Dyson dentro de otra, con ciudadanos existiendo en cuerpos separados sólo en sus sueños. ¡El triunfo definitivo del modo de vida señorial! Aunque la riqueza individual crecerá, ya no se producirán fuentes de energía móviles. No habrá combustibles adecuados para impulsar una nave estelar. La consciencia individual quizá se albergue en extensiones de fino tejido energético solar, quizás en ordenadores ultragélidos, más grandes que mundos, que existirán más allá de las nubes de Oort. Demasiado grandes para caber a bordo de una nave. Seremos como una colonia de corales, fijados en un lugar. Pero la colonización de las estrellas ya no será viable ni práctica.